xix. to feel like dying
xix.
sentirse como si muriera
Sentía frío más que cualquier otra cosa. También miedo. Escuchaba una voz susurrante, pero no comprendía ni una de las palabras que ésta decía. Ni siquiera estaba segura de querer entenderlas.
Casi sentía la propia oscuridad sobre ella, apresándola, asfixiándola. Lo odiaba. Trataba de resistirse a ella. Pero era imposible. Una parte de ella le gritaba que se rindiera a ella, que dejara de luchar. Y la parte que trataba de resistirse no era lo suficientemente fuerte para ello.
Aura.
Aquel silbido sonaba con claridad. Era su nombre. Era lo único que distinguía. La oscuridad se aproximaba. Las asfixia que sentía aumentaba.
No.
El otro silbido luchaba por detener a la oscuridad. Y Aura solo podía presenciar todo ello sin siquiera saber exactamente qué sucedía.
Quiero volver a casa, solo quiero volver a casa. Hubiera llorado de tener la suficiente fuerza.
Su consciencia iba y venía y no sabía cuánto tardaría en despertarse completamente. Ni siquiera quería que ese momento llegara. Pero iba a llegar y eso le aterraba.
Porque sería entonces cuando descubriera que sus pesadillas eran mucho más reales de lo que le gustaría y no iba a poder hacer nada por defenderse de ellas.
Aura despertó en un lugar oscuro y que olía a alcantarilla. Lo primero que notó fue que sus manos y pies estaban encadenados a la pared de fría piedra. ¿Cómo había llegado allí?
Los recuerdos pasaron a toda velocidad por su memoria. Sintió náuseas. Voldemort la había dejado inconsciente. Él la había llevado a donde fuera que estuviera por algún motivo que ella desconocía, el mismo motivo que le había llevado a tratar de introducirse en sus sueños durante tanto tiempo.
Lo había conseguido, de hecho. Solo era consciente en ese momento de cómo había influido en su conducta. De todas las pequeñas cosas que había sido incapaz de advertir antes.
Trató de ponerse de pie, pero las piernas no la sostuvieron y cayó al suelo, produciendo un fuerte ruido. Unos rápidos pasos se escucharon y una puerta se abrió, dejando entrar algo de luz, pero se cerró casi al instante. Alguien había entrado en la habitación, Aura lo sabía. La punta de una varita se iluminó a pocos centímetros de su cara.
Aura esperaba ver a Voldemort frente a ella, sin embargo el rostro era el de una mujer no mucho más mayor que ella. Piel clara, ojos oscuros, igual que el pelo rizado que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Era hermosa, de un modo algo extraño, pero sin duda hermosa. Compartía algunos rasgos con Sirius y Regulus Black. Su sonrisa divertida le produjo escalofríos.
Ella estaba disfrutando de aquello. Le recordaba vagamente a Andromeda, pero había conocido a la mujer y sabía que la expresión dulce de sus ojos no tenía nada que ver con quien estaba frente a ella.
Aura la reconoció por fotos viejas que Sirius le había mostrado meses atrás. Era Bellatrix Lestrange, de soltera Black, prima de Sirius y mortífaga. La mujer soltó una carcajada.
—Me alegra verte despierta, cuñadita —dijo, con burla—. A mi señor también le alegrará enterarse.
Aura estaba demasiado cansada como para asustarse por la presencia de Bellatrix. Ella era una simple mortífaga. No la mataría si Voldemort no lo ordenaba. Y, si seguía allí, era porque no planeaban asesinarla, no por el momento.
Le devolvió la mirada a Bellatrix sin pestañear.
—¿Dónde estoy? —preguntó Aura, con voz ronca.
Bellatrix soltó una carcajada y se marchó dando un portazo.
—Gracias —murmuró, dejándose caer en el suelo.
—Te recomiendo tener cuidado con Bellatrix. Puede ser bastante... temperamental.
Aura dirigió la vista a la puerta. En la parte superior había unos cuantos barrotes y, tras estos, podía ver el rostro de un hombre. Se le hacía vagamente familiar.
—Gracias por el consejo —masculló Aura, haciendo una mueca de dolor—. ¿Tú vienes a torturarme?
El hombre sonrió, burlón.
—¿Parezco un torturador?
—Si estás aquí, eres mortífago. Esas dos palabras son prácticamente sinónimos.
La sonrisa del hombre era idéntica a la de Sirius.
—Te recomiendo no decir cosas así si quieres salir con vida de ésta. Sé tan inteligente como mi sobrino afirmaba que eras, Aura.
Se marchó sin decir palabra y Aura volvió a recostarse contra el suelo, haciéndose una pregunta bastante simple.
¿Sabía Sirius que su tío, a quien tanto admiraba, era un mortífago?
Luego, alejó esa pregunta de su mente, como todo lo de Sirius, y la sustituyó por otra.
¿Qué estará pasando en Hogwarts si yo estoy aquí?
James, sus padres, Jason, sus amigos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que encontró a Voldemort en el camino? No podían haber sido más de unas horas. O igual, sí lo habían sido.
Asegurándose de que no había ningún mortífago ni ningún miembro de la familia Black cerca, Aura se permitió derramar las lágrimas que tanto querían salir.
Aura se quedó dormida en algún momento, ya que se despertó cuando la puerta se abrió de nuevo y alguien entró en la habitación. Al abrir los ojos, encontró a Voldemort mirándola fijamente. La sonrisa que apareció en su rostro asustó más a Aura que la amenaza de una tortura.
Se echó hacia atrás al instante. Debían haberla hecho perder el conocimiento y Voldemort acababa de usar enervate sobre ella. Todo con el propósito de asustarla. Aura trató de retroceder, alejarse del mago tenebroso, todo lo que pudo. No era mucho; estaba prácticamente arrinconada contra la pared.
—Es bueno verte desierta por fin, Aura —comentó—. Has estado doce horas inconsciente.
La chica soltó un quejido. ¿Doce horas? En Hogwarts, todos debían estar como locos. Se imaginó a James y a sus padres y sintió ganas de llorar.
Luego, la duda apareció. ¿Se había imaginado ella misma aquello o había sido Voldemort? Ya ni siquiera sabía si lo que pensaba era por voluntad propia o no.
—¿Dónde estoy?
Odió lo débil que su voz sonó, pero se las arregló para mantener la cabeza en alto. Mirarle a los ojos. Era absurdo pretender ser valiente en aquella situación, pero Aura no quería que él viera cuánto le aterraba.
—En ningún sitio que te importe —respondió Voldemort—. Solo debes preocuparte por lo que voy a decirte, Aura.
La chica trató de incorporarse, sin éxito. Estaba completamente agotada, sin fuerzas. Debían haberla hechizado.
¿Qué pociones podían haberle dado? ¿Qué encantamientos habían empleado con ella? ¿Era siquiera un cansancio físico o solo el mental que Voldemort le estaba provocando? Demasiadas incógnitas y ninguna respuesta.
—Tengo una propuesta que hacerte —continuó el Señor Tenebroso—. Un trato justo, en mi opinión. Sabes bien que la guerra está destruyendo familias, que la gente está muriendo. Si aceptas, me aseguraré de que ni uno de tus seres queridos salga herido. Todos ellos estarán a salvo, vivos. No importa de qué bando se posicionen, saldrán ilesos y seguirán así cuando yo consiga la victoria. Nadie les tocará un solo pelo de la cabeza.
Aura había leído cientos de libros y sabía que eso era siempre lo que ofrecían antes de decir la condición para que cumplieran con su parte del trato, que era siempre algo horrible. Aquella vez, también lo fue.
—A cambio, tú te unirás a mí y a mis mortífagos.
—No —respondió Aura de inmediato.
Ni siquiera tuvo que pensarlo. Era ella a quien tenían atrapada. No a James, no a sus padres, no a Jason. No tenían a nadie con quien amenazarla. Solo le amenazaban a ella. Y aquello no le bastaría para unirse a los mortífagos.
Además, conocía de sobra las tácticas de Voldemort. Sus promesas infundadas. Todos los tiranos en la historia eran así. Nada le aseguraría eso. Ni siquiera haciendo un Juramento Inquebrantable con él sabría a ciencia cierta que nadie mataría a sus seres queridos; cualquier otro podría asesinarles.
La fría carcajada de Voldemort inundó la estancia.
—¿Acaso no has oído lo que te he ofrecido?
—Por supuesto que lo he oído —contestó Aura, con voz firme—. Y sé que no se cumplirá.
—¿Vas a arriesgar las vidas de tus padres, tu hermano, Sirius, Remus, Peter, Lily, Marlene, Mary, Jason, Selena?
Él conocía todos aquellos nombres. ¿Cómo?
—Nunca dejaste de ser vigilada en Hogwarts —rio Voldemort, comprendiendo su expresión—. ¿Dumbledore te hizo creer que estarías a salvo en la escuela? Pensaba que eras más inteligente que eso. ¿O has olvidado que tengo mortífagos en la escuela?
Aura jadeó. No podía creer cuánto esfuerzo había puesto Voldemort solo para conseguir tenerla allí, encadenada a sus pies. Dumbledore no había querido hablar con ella desde finales del curso anterior. Aura no sabía nada, y cada vez creía entender menos.
—¿A qué viene tanto interés por mí? —preguntó Aura, frunciendo el ceño. Necesitaba respuestas—. ¿Por qué yo y no cualquier otra persona en el mundo? ¿Por qué colarse en mis sueños, por qué secuestrarme, qué es lo que hay detrás de todo esto?
—Así que Dumbledore no te ha dicho nada. —Sus ojos rojos se entrecerraron y esbozó una sonrisa burlona—. Típico de él.
La chica sabía que no obtendría allí respuestas, por lo que guardó silencio, a la espera de que Voldemort continuara hablando. No sabía qué más diría, qué le ofrecería, pero tenía una cosa clara: no se uniría a él. Nunca. Prefería morir, ser torturada, antes que eso.
La sonrisa del Señor Tenebroso se convirtió en una mueca de desagrado.
—Te arrepentirás de haber deseado eso —murmuró—. Aquí, sin las protecciones de Dumbledore, es más fácil entrar en tu mente, Aura Potter, especialmente estando tan débil. ¿Tan convencida estás de que nunca te unirás a mí? Ya lo veremos. Puede que cambies de opinión tras pasar un par de horas con Bellatrix, si esto no funciona. ¡Crucio!
Cuando la maldición cruciatus la golpeó por primera vez, Aura solo quiso morir. Se sintió de la misma manera durante las siguientes nueve veces. Dolía, tanto que creía que terminaría matándola, o dejándola inconsciente, al menos. Pero no, la inconsciencia no llegaba, solo había dolor. Se agitó en el suelo y chilló, pidiendo ayuda, aunque sabía que nadie de los que estaban allí la ayudaría.
Finalmente, el dolor cesó.
—¿Ya habéis tenido bastante, mi señor?
La mujer que había entrado en la habitación durante la tortura estaba apoyada contra el umbral de la puerta, con los brazos cruzados. Había algo en su belleza que le había extraña, casi sobrenatural. Su expresión calmada contrastaba con sus ojos, que no se apartaban de Aura. Éstos parecían vacíos; ni un solo sentimientos afloraba de ellos.
El Señor Tenebroso le dirigió una mirada a Aura.
—¿Has cambiado de idea? —preguntó Voldemort, que sonaba divertido.
No hubo respuesta. Aura jadeó y se secó con la manga de la destrozada túnica las lágrimas. El Señor Tenebroso esbozó una mueca.
—Terminarás entrando en razón —dijo—. Y espero que sea antes del nacimiento de la niña.
Se dirigió a la puerta. Intercambiando una mirada con la mujer, asintió una única vez y salió de la celda. Aura observó con los dientes apretados a la desconocida.
—¿Quieres algo? —preguntó, con sorna.
No comprendía de dónde sacaba el valor para aquello en esa situación. La mujer le miró de arriba a abajo.
—Soy Anthea. Creo que querrás saber mi nombre, pero no estaré mucho más por aquí.
Tras aquellas palabras, abandonó la habitación. Y la inconsciencia que tanto había deseado Aura llegó por fin, arrastrándola lejos de aquel horrible lugar.
Sin embargo, el rostro, el nombre y las palabras de Anthea le acompañaron incluso en sus sueños.
Aura sentía que llevaba meses prisionera. La habían torturado docenas de veces, pero ella seguía manteniéndose firme. Apenas le daban de comer, pero sí le suministraban pociones para mantener sano al bebé. No comprendía el motivo, pero parecían ir siempre con cuidado para que no sufriera daños.
Había algo parecido a horarios de tortura. Antonin Dolohov, Lucius Malfoy, Rabastan Lestrange, Thorfinn Rowle, Alecto Carrow... Todos iban con regularidad a "visitar" a Aura. Pero la que más aparecía era Bellatrix, y también la que más la hacía sufrir. Había un punto durante todas las torturas de Bellatrix en el que verdaderamente se planteaba aceptar para terminar con aquel sufrimiento. Tras aquello, Aura se odiaba e inmediatamente desechaba el pensamiento. Soportaría las torturas durante años si era necesario, pero nunca se uniría a los mortífagos, no por voluntad propia.
Anthea se pasaba a verla de vez en cuando. Nunca le hablaba demasiado. Le administraba pociones y le daba comida. Aura realmente no sabía si lo hacía bajo las órdenes de Voldemort o por voluntad propia.
Ella siempre llevaba vestidos sin mangas, de modo que Aura era perfectamente consciente de que no tenía la Marca Tenebrosa grabada en el brazo. Aquello solo le causaba intriga.
—¿Quién eres? —le preguntó, en una ocasión, después de que ella le diera algo de beber.
Anthea le había sonreído por primera vez desde que le había conocido. Su sonrisa modificaba todo su rostro. Le hacía parecer más joven, más humana. En ocasiones, a Aura creía que siquiera era humana.
—Alguien que está lista para morir —respondió, con tanta tranquilidad que hizo que Aura se estremeciera.
—¿Qué quieres decir con ello?
Anthea hizo beber un poco más.
—Nada que a ti deba preocuparte —le dijo tranquilamente.
Un sonido en la puerta las sobresaltó a ambas. A Aura le sorprendió la velocidad con la que Anthea se giró y apuntó la varita directamente al rostro de quien se encontraba en el umbral.
Su rostro se relajó al reconocer a Alphard Black.
—No deberías estar aquí —comentó, bajando la varita.
—Tú tampoco —replicó éste, divertido—. Solo quería ver a la chica. He estado antes con mi sobrino.
—¿Con Sirius? —preguntó Aura, en medio de un jadeo.
Alphard le dirigió una larga mirada.
—Algo así. Además —añadió, mirando a Anthea—, debía buscar a mi esposa y velar por su bienestar.
Ella dejó escapar un bufido.
—Volvamos ya a casa. —Su mirada fue a Aura—. Te veré pronto, Potter.
Solo las visitas de Anthea y Alphard Black suponían algún tipo de entretenimiento para Aura.
Había perdido la cuenta de los días, aunque realmente nunca la había llevado. Permanecía tanto tiempo inconsciente que no sabía si habían pasado horas o días entre una tortura y otra.
Si estaba sola y consciente, comenzaba a pensar en cómo estarían sus padres, James y sus amigos y no podía evitar llorar. A los mortífagos no les impresionaban las lágrimas y ella estaba demasiado exhausta como para avergonzarse por llorar.
Sentía los intentos de Voldemort por entrar a su mente, de vez en cuando. Ya ni siquiera sabía cómo resistirse a ellos. Nunca había aprendido cómo hacerlo. Se arrepentía infinitamente de no haberle insistido más a Dumbledore con aquello.
—¿Qué puedo hacer para que no entre? —le había preguntado a Anthea.
—Solo puedes luchar. Si no funciona, trata de mantener la mente en blanco o pensar en algo que no sea importante.
De modo que Aura se centraba con fuerza en James cuando sentía a Voldemort tratando de introducirse en sus pensamientos, hasta el punto de que las lágrimas se le saltaran. No soportaba pensar en James. Extrañaba a su hermano más que a nadie. Pero era lo único en lo que podía aferrarse lo bastante para evitar las intrusiones de Voldemort.
Aura terminaba llorando, mientras la cabeza amenazaba con estallarle, pero negándose a soltar el recuerdo de su hermano.
En uno de aquellos momentos, la puerta se abrió. Aura trató de prepararse para otra sesión de tortura. Evitó mirar el rostro del mortífago y apretó los dientes, preguntándose cuánto aguantaría antes de comenzar a chillar.
Había quienes empezaban desde el principio. Otros, les gustaba jugar un poco antes. Darle charla. Burlarse de Aura. Le habían escupido más de una vez. También le habían sujetado con tanta fuerza de los brazos que los tenía llenos de moratones. Esperaba una burla, un insulto, un hechizo.
Y entonces, una voz la sorprendió.
—Aura, soy Regulus.
La chica consiguió levantar la mirada y se sorprendió al ver allí al hermano pequeño de Sirius. ¿Qué hacía un niño de dieciséis años allí?
Aura cerró los ojos. Aquello tenía que ser otro truco de Voldemort. No sabía qué pretendía, pero aquello no le gustaba. Sintió la mano del chico sobre su hombro.
—Bebe.
Notó un vaso contra sus labios y, desconfiada, bebió un poco. Era agua, fresca y limpia, no como la que solía beber allí. Se bebió el vaso con rapidez y Regulus lo rellenó. Volvió a terminarlo en pocos sorbos. A continuación, el chico le hizo comer algo de carne y una manzana antes de comenzar a hablar.
Aquello era demasiado para lo que estaba acostumbrada, y no pudo más que dar unos mordiscos. Las comidas de Anthea mayormente consistían en pociones fortalecedoras; hacía un tiempo que no comía una gran cantidad de alimentos sólidos.
Dejó la manzana tras un par de bocados, al sentir náuseas. Regulus la miraba, sombrío.
—Sé que no es mucho —se disculpó—. Pero Kreacher no pudo conseguir más.
—No es... Está bien, Regulus —murmuró la chica—. Gracias, de verdad.
Él suspiró.
—No me las des. Estás aquí por culpa mía, en parte. Yo avisé al Señor Tenebroso de que estabas embarazada. Eso aceleró los planes. Lo siento.
Aura le miró durante un largo tiempo, buscando en sus ojos grises, tan parecidos a los de Sirius, algún sentimiento. Culpa, tal vez. Pero solo mostraban cansancio. Demasiado para un chico tan joven. Aura sintió compasión por el niño —de un modo u otro, pensaba en él así, a pesar de ser solo meses menor—, incluso estando en la situación que estaba.
—No te preocupes —respondió Aura, que se sentía tan agradecida por la comida que no era capaz de enfadarse con él por aquello—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que...?
—Tres semanas —contestó el niño—. Tu hermano y tus amigos están como locos. —Hizo una pausa—. Sirius me preocupa. Parece... —Negó con la cabeza—. Todo lo que hizo, fue porque estuvo bajo la maldición imperius, igual que Lupin. Se sienten los dos muy culpables, pero mi hermano... Si no te encuentran, acabará volviéndose loco.
Aura guardó silencio. La maldición imperius. Eso lo explicaba todo. Oh, por Merlín. ¿Hasta qué punto quería tenerla de su lado Voldemort? Si había ideado eso solo para sacarla del colegio...
Anthea no le había contado nada de aquello. Tampoco Alphard.
—No sé por qué te tienen aquí —continuó Regulus, sacudiendo la cabeza, frustrado—. Estoy tratando de descubrirlo. Todo este asunto no me... Me ha hecho notar que, tal vez, no tomé la decisión correcta al convertirme en mortífago. —Soltó un suspiro—. No sé cómo consigues resistir todo lo que te hacen. Te admiro, Aura Potter.
Aura sabía que había bastante más detrás de sus palabras, más que un simple no tomé la decisión correcta. Regulus era demasiado inteligente para darse cuenta tarde de que había tomado una mala decisión.
Sin embargo, no quiso profundizar en el asunto. Regulus ni siquiera la miraba a los ojos. Permanecía tan inexpresivo como Anthea.
—Gracias —murmuró ella, aunque en aquel momento no se sentía demasiado digna de admiración.
—Es la verdad —respondió el chico. Hizo una pausa—. Sirius hablaba de ti a todas horas en casa, antes de irse, claro. Sus tres mejores amigos y Aura Potter. Siempre noté aquella diferencia que hacía entre vosotros. Creo que ni él se daba cuenta en aquel momento de lo que sentía por ti. Yo lo veía, cuando leía una de tus cartas y sonreía o cuando recordaba alguna de las bromas que hacíais en el colegio. —Una pequeña sonrisa nostálgica apareció en su rostro—. Mi madre se dio cuenta también y se pasó días hablando de los traidores a la sangre y de cómo arruinaban respetables familias de sangre pura al casarse. Mi hermano hacía oídos sordos. Luego, se escapó de casa tras una gran discusión con mi madre.
Una gran discusión englobaba muchas cosas. Aura se las había escuchado decir a Sirius. Asintió lentamente.
—Y vino a la mía —concluyó Aura—. Me habló de la conversación que tuvisteis en Hogwarts este año. Cuando le dijiste que ya no erais hermanos, que te abandonó en vuestra casa. Y le enseñaste la Marca.
La mirada de Regulus se ensombreció. Con la mano contraria, se cubrió el antebrazo donde debía tener grabada la Marca Tenebrosa. La llevaba cubierta con la chaqueta negra, pero no debía ser fácil olvidar aquella presencia.
—Sé que me odia —murmuró Regulus—. Y si no me odiaba antes, lo hará por esto. —Señaló las cadenas de Aura y suspiró—. Lo siento mucho.
—No te odia, Regulus —dijo Aura, negando a duras penas con la cabeza—. No podría odiarte, créeme. Eres su hermano pequeño. Le aconsejé que te diera tiempo para pensar y que no te presionara. Puede que me equivocase. Pero, créeme, él quería hablar contigo y arreglar las cosas.
Puede que estuviera siendo demasiado positiva, teniendo en cuenta la situación en la que estaban. No sabía cómo estaba Sirius. No sabía si iba a salir con vida de aquello. No sabía cómo iba a afrontar la situación Regulus. Pero necesitaba creer que las cosas iban a salir bien.
Incluso si no era para ella.
El silencio se alargó durante un buen rato.
—Regulus, ¿me dejas hacerte una pregunta? —susurró la chica.
Interpretó el largo silencio como una respuesta afirmativa.
—¿Por quién haces esto? —preguntó Aura, con voz débil—. ¿Por Sirius, por mí o por ti?
La mirada del chico reflejó sorpresa. Su rostro se volvió más dulce. Más joven, menos preocupado. Con esa expresión, su parecido con Sirius se acentuaba.
—Creo que un poco por los tres —confesó el chico—. Y por mi futura sobrina. —Soltó una carcajada amarga—. Creo que soy un tío horrible.
—Mantienes con vida a su madre. Creo que no eres tan malo —respondió Aura, sonriendo un poco—. ¿Así que es una niña?
Sonaba absurdo que aquello le preocupara en ese momento. Más si era por aquel futuro bebé por quien estaba allí. Pero aquella noticia incluso le alegró un poco.
—Sí. —Regulus guardó silencio por casi cinco minutos—. Sé que suena estúpido, en esta situación, pero ¿cómo piensas llamarla?
Aura rio débilmente.
Hablar con Regulus era una distracción. Una buena distracción. Aquella pregunta tan simple y casi inapropiada en ese momento era como sentir una brisa de aire fresco en medio del desastre en el que estaba metida.
—No es algo en lo que haya pensado —murmuró—. Pero siempre me ha gustado la tradición de tu familia. Poner nombres de estrellas. ¿Se te ocurre alguno?
En la penumbra, Aura vio sonreír un poco al chico.
—Lyra, Cassiopeia, Libra, Alya, Pleione, Merope, Adhara, Vega...
Vega. Su primera estrella, la que había encontrado con Sirius cuando él le enseñaba Astronomía. Aquel recuerdo infantil que con tanto cariño guardaba.
—Vega es un bonito nombre —comentó Aura, sonriendo un poco—. Me gusta. Y también Adhara. Vega Adhara Black.
Adhara, en la constelación de Canis Maior. La misma constelación a la que pertenecía Sirius. Era un bonito nombre, sin duda.
—Suena bien —admitió Regulus—. Tal vez...
Con un fuerte "crac", un elfo doméstico se apareció en el interior de la habitación.
—La señorita Bella viene hacia aquí, amo Regulus —informó.
—¿Alguien más? —replicó Regulus, irguiéndose.
—No. Su tío Alphard me ha advertido.
Aura recordó que su nombre era Kreacher, Sirius había hablado un par de veces de él y Regulus lo había mencionado poco antes.
El menor de los Black soltó un suspiro.
—Tengo que irme, Aura. Lo siento.
—¿Alphard te dijo que vinieras? —susurró Aura.
—Es complicado —admitió Regulus.
Kreacher tomó el brazo de su amo y ambos se desaparecieron. Unos pocos segundos después, la puerta se abrió y Bellatrix entró por ella, sonriendo, como siempre.
—¿Lista para otra "tarde de chicas"? —preguntó, burlona.
Y aunque la tortura fue tan horrible como siempre, Aura se sintió mejor una vez que recuperó la consciencia y vio que Bellatrix se había marchado. La charla con Regulus había conseguido levantar el ánimo por primera vez desde que despertó en aquel lugar oscuro y le había hecho ver algo de luz en la oscuridad.
Sabía que siempre estaría en deuda con Regulus Black por aquel gesto.
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