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v. choosing sides








v.
eligiendo bandos








—Eh, ¿qué ha pasado? —preguntó James cuando, horas después, Aura se reunió con ellos en los jardines, bajo el árbol al que siempre iban.

Aura imaginaba que no debía tener buena cara. Había pasado las últimas horas junto a Jason, Mary y Selena, tratando inútilmente de encontrar las palabras adecuadas para decir a su mejor amigo. Aura no conocía la pérdida, por fortuna. Nunca había perdido a nadie lo suficientemente cercano a ella. Por ese motivo, se sentía terriblemente mal al no entender por lo que pasaba Jason y no saber cómo podía ayudarle.

Edgar y Amelia Bones habían llegado horas más tarde, ambos con rostros sombríos y los hombros caídos. El primero, además, tenía varias heridas en el rostro. Aura, Mary y Selena habían abandonado la habitación al instante, dejando a los tres hermanos solos. Ninguna tenía ganas de charlar en ese momento, de modo que cada una se fue por su lado.

Aura había acudido en busca de la única persona con la que deseaba estar en ese momento, además de Jason: su hermano.

James, Sirius, Remus y Peter estaban sentados en los jardines, bajo el árbol que habían declarado suyo en primer curso. La expresión de Aura ya les avisó de que no traía buenas noticias. El primero se irguió de inmediato, su sonrisa desapareciendo de inmediato y siendo sustituida por una mirada preocupada. Aura suspiró y tomó asiento junto a James, que la rodeó con el brazo.

—¿Hace falta encargarse de algún idiota? —preguntó Sirius, sin perder el tono relajado, pero su mirada turbulenta mostraba que hablaba en serio.

Aura negó con la cabeza.

—Son los señores Bones, los padres de Jason —dijo, en un susurro. Si no fuera porque había visto en el despacho de Sprout El Profeta Vespertino comunicando la noticia, no hubiera dicho nada, pero en poco tiempo todo el colegio sabría lo sucedido y no había por qué no contárselo a los chicos—. Quién Vosotros Sabéis los ha asesinado.

En el periódico daban toda clase de detalles que Aura no había querido leer. No le importaba cómo habían muerto, solo que los habían asesinado y quién lo había hecho.

—Oh. Lo siento, Arión —dijo Sirius.

Aura se encogió de hombros.

—Es Jason a quien deberías decirle eso —respondió, aunque sentía un nudo en el estómago.

—Tú los conocías —recordó James, sombrío.

Aura había visitado la casa de los Bones en varias ocasiones desde que comenzó a estudiar en Hogwarts y Jason y ella se volvieron inseparables. Había hablado con los señores Bones muchas veces. Ambos habían sido muy queridos por la comunidad mágica y, sin duda, su pérdida era un duro golpe para los contrarios a lord Voldemort.

—Me gustaría ayudar a que esta guerra terminara —comentó Aura, agitando distraídamente su varita—. Ojalá pudiera luchar contra los mortífagos.

Rememoró todas las maldiciones que conocía. ¿Serían suficientes para enfrentarse a magos oscuros? Aún le quedaban poco menos de dos cursos en Hogwarts, pero aún así dudaba que lo que aprendiera en los siguientes años escolares le sirviera. Al menos, si continuaba teniendo tan malos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Aún somos menores —recordó Remus—. Y no hemos terminado la escuela.

A pesar de sus palabras, Aura vio en los ojos del licántropo lo mismo que ella sentía: miedo, pero también decisión. Ella sabía bien que los merodeadores lucharían del bando contrario a Voldemort. Era casi algo tácito entre ellos. Con la graduación cada día más cerca, aunque no pensaran demasiado en eso, había que elegir bando o huir. Era lo que los estudiantes siempre hacían.

—Yo también lucharé —dijo James, mirando a su melliza.

Aura asintió lentamente. Sus ojos fueron hacia Sirius, que guardaba silencio, pensativo. Sabía que él era quien más difícil tenía aquel asunto. No era algo de lo que hablaran mucho, pero todos sabían que su prima Bellatrix era mortífaga y fiel seguidora de las creencias. Por mucho que él buscara desvincularse de su familia, seguían siendo aquellos con los que había crecido. Aura veía el dolor en sus ojos cuando se cruzaba con Regulus en el pasillo y ambos apartaban la mirada, así como notó lo furioso que se puso cuando en El Profeta salió el anuncio del compromiso de Narcissa con Lucius Malfoy.

—Y yo, sin duda —añadió Sirius—. Aunque eso signifique luchar contra mi familia.

Había una fría decisión en sus ojos grises que casi preocupó a Aura.

—Realmente, ni siquiera son mi familia —comentó, quitándole importancia—. Ya ni siquiera estoy en ese dichoso tapiz.

Un silencio tenso se extendió en el grupo durante unos segundos.

—¿Matarías a tu prima? —preguntó Peter, sorprendido.

Aura se mordió el labio. Esa no era una buena pregunta para hacer. De hecho, era una muy mala. La mirada de Sirius se ensombreció aún más.

—Ella me mataría a mí —contestó Black, fríamente—. No hay diferencia.

El silencio anterior se extendió un poco más. Aura evitó mirar a Sirius. En cambio, observó a Remus, rogándole silenciosamente que dijera algo. Él pareció captar el mensaje.

—Yo lucharé —acabó diciendo el licántropo—. Quiero terminar con esta guerra tanto como vosotros.

—Y yo —dijo Peter, con voz algo chillona—. Aunque no sé si mi ayuda servirá de algo.

—Todas las ayudas son valiosas, Peter —respondió Aura, sonriendo al más pequeño de todos ellos—. Cualquiera es bien recibida en la guerra.

El chico la miró, sonriéndole tímidamente de vuelta. James cambió de tema tras aquello, intentando buscar uno más alegre, pero aún así Aura permaneció la mayor parte del tiempo en silencio.

No pudo evitar pensar que aquello había sido una manera de firmar su destino.





























La noticia del asesinato de los Bones fue el principal tema de conversación en los siguientes días, para disgusto de Aura. A eso, se le añadieron los ataques a familias muggles, cada vez más frecuentes y que entre noviembre y diciembre alcanzaron un récord de asesinatos.

—Han encontrado a otra familia de muggles muerta —informó Lily, con los labios apretados—. Su hija estudia aquí, está en tercer año.

Aura levantó la cabeza de su libro, con gesto preocupado. Dorcas, Selena y ella habían decidido pasar la tarde estudiando en la biblioteca, pero sus planes se estropearon cuando Mary, Marlene y Lily llegaron con malas noticias.

—¿Es la que hoy estaba llorando en el desayuno? —preguntó Aura, haciendo una mueca. Mary asintió. Había sido una alumna de Hufflepuff, entonces. Aura no recordaba su nombre, pero tal vez debería enterarse de éste e ir a hablar con ella. Al fin y al cabo, era prefecta. Se suponía que su obligación era velar por los alumnos.

—Sí. Les he dicho a mis padres que tengan mucho cuidado. Que, si se esconden, mejor —dijo Mary, con voz preocupada—. Me han dicho que lo intentarán, pero mi padre no puede dejar su trabajo. No les he dicho todo lo que está pasando, pero notan que las cosas no van bien.

Selena puso la mano en el hombro de su amiga, en un intento por tranquilizarla.

—Escribiré a mis padres esta tarde —decidió. Aura notó que se esforzaba por mantener la calma—. Les dije en verano que fueran con cuidado, pero si ahora empiezan a matar a familias de alumnos... —Negó con la cabeza—. ¿Has avisado a los tuyos, Lily?

La nombrada asintió, aunque parecía preocupada.

—Yo he escrito a mis padres, pero Tuney se niega a colaborar. De hecho, cada vez sale más con su novio. Sospecho que, en parte, para fastidiarme —explicó la pelirroja—. Si le pasara algo...

—No tiene por qué pasarle nada —dijo Dorcas, en un intento por calmarla—. Los mortífagos no pueden atacar a todos los muggles...

—Por mucho que les gustaría hacerlo —masculló Marlene.

—...y no tienen por qué ir precisamente a por tu hermana —continuó Dorcas, dándole un golpe en el brazo a la rubia por haberla interrumpido.

Lily negó con la cabeza.

—Espero que no. Aún así, creo que escribiré a casa otra vez... Solo por si acaso.

—Yo también —decidió Mary, intercambiando una mirada con Selena, que miró un momento a Lily y terminó asintiendo.

Las tres hijas de muggles abandonaron la biblioteca tras aquello, dejando a Aura, Dorcas y Marlene allí. Las tres se miraron entre ellas, sin saber muy bien qué decir.

—Estoy harta de todo esto —terminó suspirando Dorcas. Había apoyado la cabeza en el hombro de Marlene y se veía realmente contrariada—. Ojalá terminara de una vez.

—Terminará algún día —dijo Aura, con más seguridad de la que realmente sentía—. Tiene que acabar.

—Lo sé. —Dorcas guardó silencio unos momentos—. Pero no sé cuándo será. Llevamos ya siete años.

Siete largos años.

—Apenas recuerdo mi vida sin la guerra —admitió Aura—. Mis padres casi no nos dejaban salir de casa a James y a mí cuando todo empezó. Solo nos teníamos el uno a otro para jugar y pasar el rato. Robábamos a escondidas el periódico de la cocina y así nos enterábamos de todo lo que pasaba.

Una sonrisa apareció en su rostro al recordarlo. Miró a Marlene, que permanecía en silencio y pensativa.

—¿Y qué está haciendo tu familia? —preguntó la morena.

Era bien sabido que el bando de Voldemort había decidido ir tras los McKinnon, al igual que fueron tras los Bones.

—Los mortífagos quieren matarnos —explicó la rubia—. Mis padres han cazado a muchos mortífagos, y matado también a varios. Ya sabes, son aurores. —Marlene hizo una pequeña pausa—. Yo también voy a ser aurora. Quiero ayudar a que esto termine.

—Creo que todos queremos —comentó Aura—. Para un bando u otro.

—Prefiero luchar del bando correcto, la verdad —masculló Dorcas.

—Yo preferiría dar la vuelta al mundo —respondió Marlene, sarcástica.

—No es una mala idea —admitió Aura—. Podemos hacerlo cuando esto se acabe.

—¿Ir las tres a dar la vuelta al mundo? —preguntó Dorcas, sonriendo un poco—. No suena mal, la verdad.

—¿Yo de mal tercio? —Aura rio—. No, gracias. Sería mejor si vinieran Selena, Mary y Lily.

—Claro, estaríamos nosotras dos juntas, Lily y Selena juntas y ¿Mary y tú? —preguntó Marlene, divertida—. No sé si hacéis buena pareja, la verdad.

—¿Lily y Selena? —se sorprendió Aura—. ¿Desde cuándo?

—Solo es un presentimiento de Marls —explicó Dorcas, quitándole importancia—. El año pasado estaba empeñada en que Bones y Black estarían juntos.

—¿Jason y Sirius? ¡Yo creía lo mismo antes! —rio Aura—. Aunque también sospechaba de Sirius y Remus.

—En cuarto estaba convencida de que esos dos acabarían juntos —comentó Marlene, divertida—. Pero, ¿sabes? Últimamente os veo a Black y a ti juntos.

—Nunca aciertas cuando emparejas a alguien, cariño —dijo Dorcas, burlona.

—Acerté con nosotras dos —respondió Marlene, en el mismo tono.

Aura apartó la mirada, dándoles algo de privacidad, y volvió a centrarse en su libro. Había descubierto a Marlene y Dorcas en su dormitorio el curso anterior y había sido una experiencia muy vergonzosa.

—Será mejor que volvamos al tema de la vuelta al mundo —escuchó decir a Dorcas, divertida—. Estamos ignorando a Aura.

—No me molesta, en serio —se apresuró a decir ésta, levantando la mirada—. Seguid a lo vuestro, no pasa nada por recordarme mi soltería.

Marlene rio, divertida.

—Salgamos de aquí —dijo, guardando sus libros en la mochila—. Estoy harta de estudiar o lo que sea que estemos haciendo aquí. Vamos al jardín. —Miró a Aura—. Las tres. No te preocupes, intentaré contenerme.

—¿Y el trabajo de Transformaciones? —recordó Dorcas, arqueando las cejas.

Aura maldijo internamente. Lo había olvidado. McGonagall había hecho las parejas y ella iba con Sirius. Tendría que hablar con él para hacerlo más tarde. Según le había dicho James, él y Sirius estarían toda la tarde castigados con Slughorn, así que tendría que dejarlo para el día siguiente.

—Ya habrá tiempo. —Marlene le quitó importancia—. Venga, será mejor que estar aquí encerradas.

No parecía mala idea. Dorcas y Aura imitaron a Marlene y recogieron sus materiales, para luego salir juntas de la biblioteca.

—La vuelta al mundo sigue siendo un buen tema de conversación —continuó Marlene—. Solo hay que convencer a las demás, graduarnos, matar a Quien-vosotras-sabéis y elegir el primer destino de nuestro viaje.

Sonaba excesivamente optimista, pero ni Dorcas ni Aura dijeron nada al respecto. Sin embargo, alguien más sí que intervino.

—¿Qué acabas de decir, McKinnon? —dijo una voz burlona tras ellas—. ¿Que matarás al Señor Tenebroso?

Las tres se giraron, encontrándose con Snape, Carrow, Avery y Mulciber. Los idiotas de Slytherin que querían unirse al Señor Tenebroso, como Aura solía llamarlos. De hecho, ya podrían perfectamente tener la Marca, según Jason había dicho. Voldemort aceptaba en sus filas a chicos y chicos a partir de los dieciséis años.

—¿Crees en serio que estúpida como tú conseguirá matarlo? —continuó Avery, que era el que había hablado antes—. Eres más idiota de lo que pensaba.

—Por Merlín, ¿tú piensas? —respondió Aura, haciéndose la sorprendida—. Nunca lo habría adivinado, Avery.

El Slytherin le lanzó una mirada de desprecio. Maya Carrow la miró de arriba a abajo, esbozando una sonrisa que no tenía nada de agradable.

—Nunca comprenderé por qué echas a perder tu linaje juntándote con mestizos y sangres sucia, Potter. Podrías ser bienvenida con nosotros.

Eso mismo le había dicho Carrow en primer curso. Aura lo recordaba bien.

—No, gracias, prefiero no estar con personas con la capacidad mental de una piedra. Me sentiría demasiado superior, y odio a las personas que miran por encima del hombro a los demás.

A ninguno de los cuatro pareció divertirles el comentario.

—Si sigues así, acabarás muerta, Potter —advirtió Mulciber—. Y te digo lo mismo, McKinnon.

—No olvidemos a Meadowes —se burló Snape.

—Y tú terminarás en Azkaban —respondió Marlene—. Espero que te gusten los dementores.

Snape sacó su varita, pero Aura fue más rápida. La punta de su varita se detuvo a pocos centímetros del pecho del chico, que se quedó rígido.

—El otro día aprendí un maleficio nuevo. Me encantaría probarlo contigo —dijo, esbozando una sonrisa.

Vio a Snape tragar saliva.

—¿Qué haces, Potter? —preguntó la voz de McGonagall.

Aura se giró hacia McGonagall, bajando la varita de inmediato.

—Nada, profesora. El otro día aprendí un hechizo nuevo, y Snape me estaba rogando que lo probara con él, ¿no es así? —preguntó, mirando al Slytherin con burla.

—¿Rogando, dices? —preguntó la jefa de Gryffindor.

En su tono casi había un atisbo de diversión. Casi.

—Oh, sí, a gritos —contestó Marlene, sonriendo.

McGonagall miró a los cuatro alumnos de Slytherin, con las cejas arqueadas.

—Será mejor que vuelvan a sus salas comunes. Todos ustedes.

La profesora se marchó sin decir más. Marlene les mostró el dedo de en medio a Snape y compañía, mientras Aura, Dorcas y ella se alejaban por el pasillo.

—Malditos idiotas —gruñía la rubia, en voz baja.

—No pierdas el tiempo enfadándote con ellos —aconsejó Dorcas, poniéndole la mano en el hombro.

—No deberían permitir que gente así de imbécil estudiara aquí —declaró Marlene.

—En eso estoy de acuerdo —admitió Aura—. ¿Por qué no expulsaron a Mulciber después de lo que pasó con Mary? ¿Por qué los dejan seguir aquí sabiendo que practican magia oscura? Un día de estos, alguien podría salir herido de verdad. Y será culpa del colegio.

Las dos asintieron, pensativas.

—Tienes razón —dijo Dorcas, desanimada—. No entiendo por qué no...

—¡Aura!

Que James apareciera por el pasillo corriendo y gritando su nombre, probablemente nunca dejaría de ser una costumbre. Aura se giró y miró en dirección a su hermano, que iba acompañado de Sirius, como siempre.

—¿No teníais castigo con Slughorn? —preguntó Aura, extrañada.

—Lunático empezó a preguntarle algo sobre el Filtro de los Muertos en Vida y adelanté el reloj tres horas —dijo Sirius, sonriendo ampliamente.

—Un clásico —comentó Marlene.

—Pero nunca falla —respondió James, chocando los cinco con su amigo—. Nos hemos cruzado con Snape y compañía bastante enfadados. ¿Sabéis qué ha pasado?

—Aura le ha puesto la varita en el pecho a Snape —explicó Dorcas, sonriendo.

—¡Esa es mi chica! —exclamó Sirius, haciendo reír a todos.

—Le hubiera hecho algo si McGonagall no hubiera llegado —admitió Aura—. Nada demasiado peligroso, pero sí divertido. El encantamiento mocomurciélago, tal vez. Ese es genial.

—Genial fue cuando se lo lanzaste a James en verano —se burló Sirius, ganándose un golpe por parte de su mejor amigo—. ¡Oye!

Aura negó con la cabeza, divertida.

—¿Vais a decirme ya qué queréis o no?

James y Sirius intercambiaron una mirada, mientras Dorcas y Marlene reían.

—Eres demasiado lista —suspiró James.

—No, vosotros dos sois demasiado obvios —replicó Aura. Miró a Dorcas y Marlene y se encogió de hombros—. Adelantaos si queréis, luego os alcanzo.

Cuando por fin se quedó a solas con James y Sirius, se cruzó de brazos y aguardó a que le dijeran qué tenían planeado.

—¿Esta noche vendrás? —preguntó, sin embargo, James.

Aura tardó un momento en comprender, hasta que recordó que había luna llena. Se golpeó la frente con la mano. ¿Cómo había podido olvidarlo?

—Claro que sí —respondió—. A la hora de siempre, ¿no?

—Te recogeremos con la capa en tu sala común —asintió Sirius, complacido—. Será divertido.

Aura arqueó las cejas.

—Tu definición de divertido es diferente de la mía —comentó, en tono frío.

—No me refería a eso —se apresuró a decir el pelinegro, frunciendo el ceño.

—No discutáis conmigo aquí, suelo terminar perjudicado yo —protestó James, aunque en tono pacificador. Comprobó su reloj, con el ceño fruncido—. He quedado para hacer el trabajo de Transformaciones, ¿puedo irme sabiendo que no os mataréis?

Aura y Sirius intercambiaron una mirada cómplice.

—No podemos prometer nada —declaró él.

James rodó los ojos.

—Intenta controlar al pulgoso —le dijo a su hermana, antes de marcharse.

—¡Eso ha sido muy grosero, cornudo! —se quejó Sirius, aunque sonreía.

Aura notó que la sonrisa no le llegaba a los ojos.

—¿Cornudo? —preguntó, conteniendo la risa.

—Él me llama pulgoso, es lo justo —declaró Sirius—. Además, mi pelo es genial, ni loco permitiría que hubiera pulgas en él.

—Pues recuerdo que no hace mucho hubo un chicle en él —se burló Aura.

—Aún no me he vengado lo suficiente de Peter por eso.

—Pobre Gus. —Aura sacudió la cabeza—. Ya que estamos, ¿no deberíamos hacer ya el trabajo? Dudo que Dorcas y Marlene me quieran ahora mismo ahí. Estarán... ocupadas.

—Me encantaría, pero estaba a punto de ir a hacer algo muy importante...

—Echarte una siesta no es muy importante —interrumpió Aura, divertida—. Te lanzaré a ti el maleficio mocomurciélagos si no me ayudas con el trabajo. Ya no estamos en primero, no haré tu parte.

Sirius se quejó —y mucho— en el camino a la biblioteca, pero Aura tenía años de práctica ignorándole y no le dio importancia.

—¿En serio esto es necesario? —protestó Sirius, mientras se sentaban en la mesa.

—¿Quieres otro castigo con McGonagall? —bromeó Aura, tomando asiento a su lado—. No seas crío, Sirius. Mejor hacerlo antes.

—Me refería a si era necesario sentarnos aquí.

—¿Qué...? —Aura frunció el ceño y levantó la mirada. Al ver a Regulus Black sentado en la mesa junto a la suya, comprendió—. Ah. Bueno, tal vez...

Pero Regulus se le adelantó. Ambos le vieron ponerse de pie y marcharse con la cabeza alta, sin siquiera mirar a Sirius. Éste último soltó un ruidito desdeñoso.

—Idiota —gruñó. A Aura no le costó entender que habían tenido una discusión recientemente—. Pongámonos con el dichoso trabajo de una vez.

No era buen momento para hacer algo que molestara a Sirius, de modo que ambos se pusieron manos a la obra sin apenas mediar palabra.

Los primeros cinco minutos transcurrieron el completo silencio. Aura se atrevió a sugerir algo después de diez. Sirius se quejó de que le había pisado poco después. Aura intentó darle un golpe cuando la manchó de tinta y terminó casi cayéndose de la silla. Sirius se rio a carcajadas y Aura le golpeó, esta vez acertando.

Terminaron siendo expulsados de la biblioteca, entre risas de Sirius y disculpas de Aura.

—¿Por qué siempre lo haces? —terminó preguntando el chico, mientras hacían su trabajo como podían en un banco del pasillo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Aura, distraídamente.

—Hacerme reír cuando estoy de mal humor.

—¿Acabas de llamarme payasa, Black? —bromeó Aura, girándose hacia él.

Sirius negó con la cabeza, divertido.

—Tal vez lo haya hecho.

Aura rio y le dio un golpe suave en el brazo.

—Eres un idiota, Black.

Sirius le guiñó el ojo y ambos volvieron a centrarse en el trabajo. Ninguno de los dos dejó de sonreír en toda la tarde, mientras se burlaban el uno del otro en broma y terminaban aquella tarea de Transformaciones.

Aunque Sirius se quedó con una frase en la punta de la lengua, que hubiera dicho si no supiera bien que después de ello podía haberse arrepentido por mucho tiempo.

Pero podría ser tu idiota, Potter.
















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