
( though i'm weak and beaten down, i'll slip away into the sound )
extra ix.
the gold & the silver, pt. 2
—¡No pueden prohibirnos verlos! ¡Una de esos niños es mi ahijada y los tres acaban de quedarse huérfanos, por Merlín!
—¡No pueden simplemente enviarlos a un orfanato, esos niños tienen personas que pueden ocuparse de ellos!
Albus Dumbledore cruzó las manos sobre su escritorio. Lucía tranquilo, incluso cuando las dos personas situadas frente a él parecían dispuestas a abalanzarse sobre él.
Jason Bones y Mary Macdonald nunca habían sentido tantas ganas de cometer asesinato.
—Fue decisión del Ministerio, Jason, Mary —dijo, sin alterar el tono de voz—. Yo no puedo intervenir en eso.
—Y una mierda —gruñó Jason—. Usted tiene más influencia que la propia ministra. ¡Usted fue quien llevó a los niños al orfanato, Hagrid lo dijo por accidente!
—¿Y no te has parado a pensar, Jason —preguntó el anciano—, en por qué lo hice?
—Sus motivos no nos importan, Dumbledore —gruñó Mary—. Esos niños son nuestros ahijados. No puede llevárselos a un orfanato por las buenas. Tienen familia.
—De hecho, no la tienen. Ellos son la única familia que les queda a los tres.
—¡Tienen tutores legales! —casi gritó Jason. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para calmarse—. Soy su tutor legal. Yo y Remus.
—Eres el tutor de Vega, Jason —replicó Dumbledore—. Ninguno sois el de Harry. Y aunque Remus Lupin sea el padrino de Altair, dudo que el Ministerio de Magia vaya a permitirle hacerse cargo, teniendo en cuenta su política actual con los de su clase.
El silencio que siguió a aquella declaración fue interrumpido por Mary, que mantenía los puños apretados sobre el escritorio del director.
—Así que nos permitiría sacar a Vega del orfanato, pero tendríamos que dejar a Nova y Harry allí —resolvió, negando con la cabeza—. Y usted sabe que no vamos a dejarles solos.
Jason apretó la mandíbula, furioso.
—Con todo el respeto, señor —dijo, en un tono para nada respetuoso—, usted no tiene derecho a decidir sobre las vidas de los hijos de nuestros amigos.
Dumbledore asintió con la cabeza, en absoluto preocupado por sus palabras.
—Si estoy haciendo esto, Jason, Mary, es solo para proteger a esos niños —habló, con más seriedad que anteriormente—. Aún quedan mortífagos libres, mortífagos que podrían querer vengar a su señor. Vega, Altair y, especialmente, Harry, están más seguros ocultos del mundo mágico.
—¿Insinúa que no podemos proteger a los niños de los mortífagos? —preguntó Mary, sin preocuparse por ocultar su ira.
—Insinúo que no es la primera vez que confiáis en quien no debéis.
La mención, aunque tácita, de Sirius Black, hizo a los dos jóvenes quedarse completamente callados por unos minutos. Apenas habían pasado tres días ¡tres días! desde el ataque a Godric's Hollow y el descubrimiento de la traición del guardián secreto de los Potter. Cuatro desde que Vega y Altair —Nova— Black perdieron a su madre.
Sirius Black no debía de estar pasando un buen cumpleaños, encerrado en su celda de Azkaban.
—Os propongo algo —dijo Dumbledore, aprovechando su súbito silencio—. Los niños crecerán en el orfanato, a salvo de todos aquellos que puedan querer herirles. Yo mismo me encargaré de colocar protecciones alrededor del lugar.
»Crecerán lejos del mundo mágico, hasta que Vega tenga edad suficiente para venir a Hogwarts. Cuando ella descubra que es una bruja y, por extensión, los otros dos también, podréis sacarlos del orfanato. Para entonces, con suerte, los seguidores de Voldemort ya no serán una amenaza para ellos.
Jason y Mary intercambiaron una mirada. Detestaban la idea de dejar allí a los niños, pero sabían que nada de lo que ellos dijeran o hicieran haría que Dumbledore les permitiera sacarlos de aquel orfanato.
Incluso podrían acabar en problemas si se negaban a aceptar la oferta del director.
—Esos niños crecerán solos, sin una familia, profesor —dijo Mary, enfadada. Había recogido su abrigo y estaba de pie junto a su silla—. Puede decir todo lo que quiera sobre mantenerlos a salvo, pero ningún niño debería crecer así, menos cuando hay personas dispuestas a hacerse cargo de ellos.
Jason observó a su amiga abandonar la habitación, con la cabeza en alto. Él mismo se puso en pie, dispuesto a seguirle.
—Por cierto, Jason —llamó Dumbledore. Él miró al director, que lo observaba atentamente a través de sus gafas—. Quería decirte que lamento lo de Edgar, Roxanne, Victor y Emily.
Escuchar aquellos nombres fue como sentir una flecha clavándose en su pecho. Jason tuvo que hacer un gran esfuerzo por controlarse a sí mismo.
Se había despedido de demasiada gente en muy poco tiempo.
—Bueno —terminó diciendo, lentamente—, es una suerte que no haya tratado de quitarme también la custodia de Jessica. O de Susan, ya de paso. ¿O planea hacerlo, para mantenerlas a salvo de los mortífagos?
El sarcasmo en su voz y la ira que sentía fueron notables. Sin decir más, Jason salió del despacho dando un portazo.
Sentía un dolor indescriptible. Los últimos dos meses habían sido duros. Primero había sido Selena. Luego, Edgar, Roxanne, Emily y Victor. La pequeña Jessica, huérfana, a su cargo y al de Amelia, del mismo modo que toda la responsabilidad de Susan había recaído sobre él. Después, había sido Dorcas, seguida por Lily.
Pero nada era comparable a la pérdida de Aura. Jason sentía como si le faltara una extremidad, un brazo o una pierna, que seguía ahí pero que realmente no lo estaba. Le habían arrancado una parte de él y luego le habían dejado para que asumiera las consecuencias de aquella pérdida tan profunda por sí mismo.
Jason juraría que había sentido el mismo momento en que Aura había muerto. Había recibido su mensaje, pero no había sido lo suficientemente rápido. De un momento a otro, había sentido que le faltaba el aire. Había sentido un dolor agudo en el pecho. Y todo lo que había podido pensar era en Aura.
James y Ariadne habían muerto después. Peter les había seguido. Jason era incapaz de creer que Sirius hubiera sido realmente capaz de aquello. Sirius, de quien nunca había dudado, ni por un momento. ¿Cómo hacerlo? Era leal a James de la misma manera que Jason lo era con Aura. Amaba a ésta con todo su ser, también a sus dos niñas. Y realmente le había hecho desconfiar de Remus.
No se había atrevido a acercarse a él durante el funeral. El dolor por la pérdida le invadía, pero también la vergüenza y la culpa por haber sido capaz de creer que él habría podido ser el traidor. Se había dejado llevar; estaba tan ciego por el miedo a perder a Aura que había desconfiado de la persona de la que se había enamorado.
Ahora, había perdido a Aura. Y estaba bastante seguro de que también a Remus.
—Habla con él —le susurró Mary, mientras descendían por el camino que unía Hogwarts y Hogsmeade. Remus les aguardaba en Las Tres Escobas; no había considerado acertado unirse a ellos en su reunión con Dumbledore—. Ambos lo necesitáis.
Y Jason sabía que tenía razón.
Nunca había sido alguien que se pusiera nervioso. No lo estaba en aquel momento, tampoco, pero sabía que era más debido al dolor que aún le atontaba que a que la situación no le generara estrés.
Estaba bastante convencido de que lo suyo con Remus era imposible de solucionar, pero sabía que no podía dejarlo ahí sin más. Aquello le convertiría en una persona horrible. Primero, debía disculparse. Era lo principal y lo que más le inquietaba. El saber que se había dejado convencer con tal facilidad de que Remus era el espía.
Lo peor era que el propio traidor era quien le había hecho creer eso. Jason jamás se lo perdonaría a Sirius.
Llamó a la puerta de la habitación de Remus. Los tres se habían alojado aquella noche en una pensión de Hogsmeade. Sabía que Mary se había ido a dormir hacía ya un rato, con aspecto de estar agotada. Remus ni siquiera había bajado a cenar, pero Jason sabía lo suficiente de él como para saber que continuaba despierto. Remus jamás se dormía pronto.
Al no recibir respuesta, llamó otra vez. La voz de Remus se dejó escuchar con un débil «adelante».
En cuanto Jason entró en la habitación, Remus miró en otra dirección. Estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero. Saltaba a la vista que llevaba días sin dormir, pero Jason no se lo tomó en cuenta; él debía de tener el mismo aspecto o peor.
—Ahora no, Jace, por favor.
Aquellas cinco palabras hicieron que el corazón de Jason se estrujara un poco más de lo que ya estaba.
—Vengo a pedirte perdón, Rem —respondió, en cambio. Silencio. Debería habérselo imaginado—. Lo que hice fue... No creo haber cometido jamás un fallo tan grande. Te fallé, Remus, lo siento. Nunca debí haber sospechado de ti. Estaba asustado. Lo siento muchísimo.
Habían tenido una gran discusión tras regresar a su piso después de la reunión en casa de Aura y Sirius. Después del funeral de Selena. Jason había dicho muchas cosas de las que se arrepentía. Cosas que jamás deberían haber salido por su boca. Luego, se había ido. Había huido, dejando solo a Remus para cargar con el peso de sus palabras.
Jason se arrepentía profundamente.
—Te perdono.
No pudo evitar tragar saliva ante lo vacía que sonaba su voz.
—¿Así de fácil?
—¿Qué otra cosa esperabas, Jason? —Remus suspiró y echó la cabeza hacia atrás—. No puedo culparte por sospechar de mí. Entiendo el miedo que sentías. Y, después de todo lo que ha pasado estos días, soy incapaz de sentir enfado. Ni aunque quisiera podría. Así que, sí, te perdono. No hay otra cosa que pueda hacer.
—Remus...
—Ahora, por favor, vete. —La voz se le rompió al final.
Pero Jason no lo hizo. Permaneció allí, inmóvil, durante unos interminables segundos. Luego, avanzó con decisión hasta la cama, se sentó en ella junto a Remus y tomó las manos del licántropo. Los ojos de éste se volvieron hacia él y pudo ver que estaban llenos de lágrimas. El picor en los suyos era un indicador de que él también estaba haciendo un esfuerzo por contenerlas.
—Vamos a tener que encontrar la manera de hacer frente a esto, los tres juntos —susurró Jason—. Somos los únicos que quedamos. No podemos... No podemos separarnos ahora.
Remus suspiró y negó con la cabeza.
—Lo sé.
Jason odiaba sentirse tan alejado de él, pero sabía que se lo merecía. Él mismo se lo había buscado. Inclinó la cabeza y apoyó la frente en el hombro de Remus.
—Jace, no podemos...
—Lo sé —masculló él—. Lo arruiné todo, ¿no es así?
—No, Jason, no fuiste tú. Fue la guerra.
Al rubio se le escapó una risita irónica.
—Es muy amable por ti decir eso.
—Lo digo en serio, Jace —murmuró Remus—. Quiero pensar que, de no haber sido por ella, esto podría haber funcionado. Pero, piénsalo. Incluso si no hubieras dudado. Hemos pasado por mucho. Hemos perdido a la mayoría de nuestros amigos. Ahora, tienes a dos niñas a tu cargo, y hemos perdido la oportunidad de tener a los tres que nuestros amigos nos confiaron. ¿Realmente crees que, en estas condiciones, podríamos estar juntos?
Un lento suspiro escapó de entre los labios de Jason.
—Quiero creer que sí, pero... Sé que no.
—Exacto. —Remus enredó los dedos entre su pelo rubio, un gesto cariñoso que antes solía tener con frecuencia cuando ambos estaban en su casa—. Esto no hubiera funcionado, no con lo que nos ha tocado vivir. Y ambos lo sabemos.
Jason volvió a suspirar, con los ojos cerrados.
—No significa que no duela —murmuró.
Remus le tomó cuidadosamente por el mentón y le hizo levantar la cabeza. Jason abrió los ojos y se encontró cara a cara con el licántropo, cuyos ojos seguían aún brillantes por las lágrimas todavía no derramadas.
—Esto no significa que vaya a expulsarte de mi vida, Jace —continuó Remus, bajando la voz—. Pero ambos tenemos mucho que sanar.
—Lo sé.
El beso no fue inesperado para ninguno de ellos. Fue tierno, como muchos de los que ya habían compartido, pero estaba cargado de una tristeza que nunca antes había existido. Jason tuvo la sensación de que podría alargarlo infinitamente en el tiempo, quedarse justo en aquel momento, para siempre. Dolía, dolía como ningún beso antes lo había hecho, porque estaba claro el trasfondo que ocultaba.
Era una despedida, su despedida.
Se quedaron frente con frente, jadeando, sus alientos entrelazándose. Y Jason supo en lo más profundo de su ser que todo había acabado.
—Tienes una hija y una sobrina de las que ocuparte —susurró Remus—. Y yo tengo mis propias cosas que hacer. Pero sé que no nos perderemos, ¿vale? Ni a Mary. Seguiremos juntos, o lo intentaremos. Los tres.
—Sí —musitó Jason—. Tenemos que hacerlo. Por todos ellos.
Remus dio un asentimiento. Jason fue el primero en echarse atrás y contemplar al otro con una sonrisa cargada de tristeza; la primera sonrisa que esbozaba en varias semanas.
—Fue bueno mientras duró, ¿no es así?
Una risita escapó de entre los labios de Remus.
—Sí, sí que lo fue.
Mientras Jason salía de la habitación, sus pensamientos fueron a Aura. Porque ella siempre había sido a la primera a la que había acudido tras aquel tipo de situaciones.
«Desearía saber qué hubieras pensado de todo esto, Au —pensó, pese a que sabía que no obtendría ni una sola respuesta—. Aunque puedo imaginármelo.»
Le hubiera regañado por desconfiar de Remus, eso estaba claro. Luego, se hubiera compadecido de él. Le habría abrazado, le hubiera permitido llorar si así lo necesitaba. Le hubiera hecho un chocolate caliente y hubiera hablado de las cosas más triviales, desde su nueva poción hasta los primeros indicios de magia en Vega, para distraerle y hacerle sonreír.
Ahora, él necesitaba aquello más que nunca, pero ya era demasiado tarde. Jason necesitaba a Aura, como siempre había hecho. Pero ella ya no estaba. Y él tenía que asumir aquello.
Tenía que asumir que habría muchas personas que no estarían después de la guerra, cuyo fin aún era incapaz de creerse. Muchos festejaban, pero a él solo imaginarlo le daba náuseas.
¿Cómo podría festejar en un mundo en el que su Aura ya no existía? ¿En el que ya no estaban su hermano mayor, su querida cuñada y sus amados sobrinos? ¿Donde le faltaban sus padres, los primeros a los que Voldemort le había arrebatado? Era impensable.
También era un mundo donde había fallado a la memoria de sus amigos. Donde había dejado a tres niños huérfanos abandonados a su suerte en un orfanato muggle. Donde había fracasado en la misión de darles una familia.
«Sé que tú me perdonarías, Au —pensó tristemente—, pero dudo que yo pueda hacerlo. Lo siento, siempre fuiste mejor que yo. Es increíble lo rápido que te haces echar de menos.»
Jason Bones ya no tenía a Aura Potter. Su caballo plateado no volvería a galopar junto a la yegua argéntea que su mejor amiga había sido capaz de conjurar. Le faltaba su alma gemela, la que había sido su hermana. Y nunca la recuperaría.
—Nunca debió haber sido así —susurró—. Nunca deberías haberte ido. Yo tendría que haber llegado antes.
Pero no lo había hecho. Y la visión del cuerpo sin vida de su mejor amiga, inerte frente a sus dos hijas pequeñas, le perseguiría por el resto de su vida. Al igual que las palabras que el patronus de yegua con la voz de Aura le había dicho. Éstas, como el beso, habían sido una despedida. Estaba convencido.
Jace, él está aquí. Nos ha encontrado. Necesito que vengas. Trataré de retenerle todo lo que pueda, pero tú tendrás que sacar a Vega y Altair de aquí si cualquier cosa sale mal. Sé que puedo confiar en ti.
Sé que, si las cosas salen bien, te reirás de mí por decirte esto, pero no me importa: te quiero, Jason Bones. Gracias por ser el mejor amigo que hubiera podido pedir. Pase lo que pase, voy a estar contigo, ¿vale? Hasta el final.
La yegua plateado se había disipado frente a él. Y Jason supo en lo más profundo de su ser que había sido la última vez que la vería. Como Aura, se había desvanecido.
Ahora, solo le quedaba aprender a vivir con ello. O, mejor dicho, sin ella.
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