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( there's nothing i can see, darkness becomes me )








extra ii.
the traitor & the memories










Anthea Riddle nació para morir.

Eso era algo que había asumido a una edad muy temprana. Ella estaba destinada a morir desde el mismo momento en que abrió los ojos. Mientras que su hermano había nacido para matar.

Sabiendo aquello, se sentía injusto que ella hubiera sido la que más tiempo había sobrevivido de aquel grupo que nunca supo a ciencia cierta cómo había terminado unido.

Eris había sido la primera que Anthea había conocido, así como la última de ellos en abandonarla. Siendo la persona a la que Thea más cercana había sido, parecía lo justo. Haber sido con la que más tiempo había estado, incluso cuando eso significara que su ausencia se sentía mucho más.

Alphard llegó después. Thea no sentía demasiado aprecio por los amigos de su hermano. Abraxas Malfoy se había ganado su desprecio bastante pronto. Es por ello que se sorprendió la primera vez que Alphard se sentó junto a ella en clase.

—¿Quieres algo? —le preguntó Thea, mirándole con el ceño fruncido.

—No —se limitó a decir Alphard, casi burlón—. ¿Y tú?

Thea le miró en silencio unos instantes. Luego, sonrió. Y aquello se convirtió en el inicio de una de las amistades más valiosas que Thea encontró.

A Alphard le había seguido Owen, que apareció en su vida al lado de Eris. Thea no había necesitado hacer muchas preguntas cuando su amiga, la primera persona a la que había considerado como tal, llegó acompañada de aquel Hufflepuff. No después de ver cómo éste la observaba.

Había amor en aquella mirada. Algo que a Thea se le antojaba imposible. Aquella palabra sonaba tan lejana para ella como el propio sol. Pero eso no significaba que no admirase a aquellos capaces de sentirlo.

Porque ella no podía sentirlo. Era algo que ya había asumido. Pero ¿qué más daba? A Thea no le importaba aquello. No envidiaba a quienes sentían amor; solo los admiraba.

El amor destruía. Quien era capaz de afrontar aquello, debía ser alguien fuerte. Al contrario que Thea.

Le sorprendió cuando, poco a poco, la mirada de Eris hacia Owen fue transformándose también en una cargada de amor.

—¿Cómo se siente? —le soltó, en una ocasión.

Eris miró a Thea, confundida.

—¿Cómo se siente qué?

—¿Cómo se siente el estar enamorada? —aclaró Thea.

La rubia puso cara de desconcierto por un momento. Luego, le dirigió una breve sonrisa.

—No es algo que se pueda describir. Pero... es increíble. Tanto que hasta me hace sentir tonta.

Thea arqueó las cejas.

—No te sientas tonta por sentir amor. A mí me parece admirable. Pero ¿cómo es?

Uhm —se limitó a decir Eris—. Supongo que Owen sería capaz de describir el sentimiento mejor.

—Ni siquiera hablo con él cuando está con nosotras, no es como si fuera a preguntarle qué se siente al estar enamorado —respondió Thea, quitándole importancia.

Le hubiera gustado preguntárselo, sin embargo.

Después de Owen, llegó Tom. Tom, que se había ido del lado de Thea años atrás, volvió en busca de su hermana.

Ella casi no era capaz de reconocerlo.

—Sé que mataste a nuestro padre y abuelos —le dijo cuando él se acercó a ella en los pasillos—. Sé que culpaste a nuestro tío Morfin. Del mismo modo que mataste a Myrtle Warren y culpaste a Rubeus Hagrid. Así que, dime, ¿qué quieres, Tom?

Él no mutó su imperturbable expresión.

—Directa al grano, como siempre, ¿no, Thea?

—Te he preguntado qué quieres, Tom. Si necesitas ayuda con tus estupideces, tienes a Malfoy como perrito faldero. No sé para qué necesitas de mí.

—Te has vuelto más cínica, Thea —comentó tranquilamente Tom.

—Y tú un asesino. Supongo que todos cambiamos.

Tom la miró por primera vez en toda la conversación.

—Averigua lo que puedas de Nerissa Weasley.

Y se alejó de ella sin decir más.

Thea no debería haberse metido en el juego de su hermano, pero aquella petición le extrañó. ¿Qué interés podía tener Tom en la inocente Hufflepuff que había cautivado a la mitad de Hogwarts?

Igual pretendía matarla. A Thea no le importaba eso. Pero sí sentía curiosidad. Quería saber lo que planeaba su hermano, del mismo modo que había sabido lo que le había hecho a los Riddle y a Myrtle Warren.

De modo que comenzó a sentarse junto a Nerissa Weasley en la biblioteca.

En un inicio, la Hufflepuff trató de ignorar su presencia. Pero, mientras ésta se iba a haciendo más y más recurrente, terminó por hablarle.

—¿Tu hermano te ha dicho que cambiéis puestos? —preguntó.

Su tono no era cortante, pero para Anthea fue como si lo fuera.

—No.

No tuvo claro como aquel simple intercambio desembocó en Nerissa uniéndose al grupo.

Owen y ella eran amigos, de modo que su visita fue haciéndose más y más frecuente. Mientras que a Eris no se le hacía extraña la presencia de la Hufflepuff y Alphard disfrutaba de ella, Thea no podía evitar sentir algo de molestia, al menos al principio.

El último en unirse a ellos fue Rupert Thorne. Amigo de Owen y Nerissa, a Thea no le terminaba de gustar. Siempre había apreciado la presencia de Eris y Alphard, y había terminado aceptando la de Owen. Incluso había algo en Nerissa que le gustaba.

Pero Rupert siempre demostró que no le gustaba estar en compañía de Alphard y Eris, ni mucho menos de Thea. Por ello, ésta última nunca llegó a comprender cómo terminó considerando a Rupert parte del grupo.

Un grupo que Thea no denominó hasta muchos años después como las únicas personas que alguna vez me importaron.

Eris Malfoy, Alphard Black, Owen Diggory, Tom Riddle, Nerissa Weasley, Rupert Thorne.

Pensó que seis sería su cupo. Eris era la única persona en la que realmente confiaba. Alphard era lo más cercano a un hermano que Thea tenía. Owen era un chico dulce al que no parecía incomodarle la presencia de Anthea y ella apreciaba aquello. Tom era su hermano y, por mucho que Thea le despreciara, no podía evitar querer saber qué sucedía con él. Había algo en Nerissa que hacía que, irremediablemente, Thea sintiera la necesidad de protegerla. Y Rupert... Bueno, a Thea le gustaba discutir con él, a final de cuentas.

Ese grupo aguantó, inestable, hasta que Thea, Eris, Alphard y Tom se graduaron. Owen, Nerissa y Rupert se quedaron en Hogwarts, sin embargo. A partir de ahí, comenzó el desastre.

Tom se fue. No desapareció por completo, trabajaba en Borgin y Burke, pero nunca buscó a Thea, ni ella a él tampoco. Años después, se arrepentiría de no haber tratado de poner más interés en qué estaba haciendo su hermano.

Podría haber evitado muchas catástrofes.

Pero, en aquel momento, nunca creyó que algo malo pudiera suceder de aquello. Pasaron dos años y Thea tuvo problemas para encontrar trabajo. Al contrario que sus dos amigos, que venían de familias ricas, ella no tenía ni un knut. Resultaba bastante frustrante depender de Eris y Alphard para todo.

—Vivimos juntas, Thea —suspiró su amiga—. Tengo demasiado para lo que necesito y podría incluso tener más. Nunca me ha importado darte ni a ti ni a nadie.

—Pero a mí sí me importa —replicó Thea—. Si no es en el Ministerio, no sé dónde podré trabajar. Puede que le pida ayuda a McGonagall.

Había pocos sitios que contrataran mujeres en aquellos tiempos. Era frustrante para Anthea, que siempre había sido conocida por su inteligencia en Hogwarts, no ser apta para ningún empleo simplemente por su sexo.

—Piénsalo —continuó Eris—. Te casas con alguna persona rica, incluso cuando no estés enamorada. Y no tendrías que preocuparte por el dinero nunca más.

A pesar de su evidente tono de broma, Anthea llegó incluso a considerarlo. No sonaba mal. Alphard, que había escuchado todo en silencio, soltó una carcajada.

—No me puedo creer que te lo estés pensando de verdad. ¿Tú, casada con alguien como Abraxas Malfoy? Le estrangularías al de una semana. Además, él querrá hijos, sea quien sea. ¿Se los darás?

Anthea hizo una mueca.

—No. Pero podría casarme contigo y evitar ese problema.

Alphard lo consideró.

—Así, al menos conseguiría que madre me dejara en paz... Y le molestaría por ser con una mestiza. —Sonrió, pensativo—. Mientras no te moleste a quién traigo a casa...

—Te he visto con Abraxas Malfoy, no hay nada que molestarme más que eso —replicó Anthea.

Aquella noche, Alphard le dio el anillo que su padre había usado para pedirle matrimonio a su madre y, poco después, Anthea Riddle se volvió Anthea Black. Tom ni siquiera asistió a la boda.

Dejar atrás su apellido fue de las mejores decisiones que pudo tomar.






























Eris los sorprendió con malas noticias tres años después de abandonar Hogwarts.

—Owen va a casarse —murmuró la rubia, llegando a la casa de Alphard y Anthea con expresión ausente.

Desde ahí, todo empezó a ir cuesta abajo. Thea cada vez sabía menos de Tom. Eris no quería acercarse a Owen, y Thea tampoco hizo ningún esfuerzo por ponerse en contacto con él. Y ni hablar de Rupert.

Nerissa, sin embargo, le hizo una visita pocos días después de recibir la noticia del compromiso de Diggory.

—¿Has sabido algo de tu hermano últimamente? —le preguntó la pelirroja, después de las típicas preguntas de cortesía.

Thea se encogió de hombros.

—Está trabajando en la tienda y le va bien, por lo que sé. Aunque hace tiempo que no hablamos. ¿Te ha escrito?

Nerissa asintió.

—Poco, pero me cuenta cómo le va. —La mirada de Nerissa se detuvo en el anillo de Thea—. Felicidades, por cierto. Nunca os imaginé a Alphard y a ti, pero supongo que hacéis buena pareja.

Thea sonrió, divertida.

—Entre tú y yo, solo nos casamos por conveniencia personal. Ninguno quiere casarse con otra persona. Prefiero ser la esposa de mi mejor amigo que de alguien a quien no aguantaré nunca.

—Eso es... práctico —admitió Nerissa, sonriendo.

—Ni un miembro de la familia de Alphard le ha dirigido la palabra desde la boda. Él está eufórico.

Thea sabía que nunca se enamoraría y le parecía bien. Había conseguido ya mucho más de lo que esperaba únicamente por el hecho de estar casada.

—¿Y tú? —preguntó Thea—. ¿Planeas casarte?

Era común que las jóvenes brujas contrajeran matrimonio pronto, normalmente uno aprobado por su familia. Aquello sucedía en las familias más poderosas; la de Nerissa no pertenecía a ese grupo.

—No lo sé —admitió, encogiéndose de hombros—. Ya veré qué pasa. Es decir, ahora mismo no tengo a nadie a quien considere para ello. Me gusta la idea de formar una familia, sin embargo. Por ahora, pretendo continuar viviendo en casa y ayudando a mi madre como pueda. Mi hermano Septimus ya está trabajando.

Thea la miró un momento, pensativa. Nerissa la observó, extrañada.

—¿Pasa algo?

—Solo... ten cuidado —advirtió, sin saber exactamente por qué—. Las cosas están raras últimamente.

Ella misma lo sentía. El propio clima lo mostraba: últimamente, los días eran más oscuros. La población vivía el alivio del fin de la Segunda Guerra Mundial, pese a que quedaba mucho por reconstruir incluso dos años después del fin de ésta.

—Mi madre cree que Rupert podría ser un buen marido, ¿sabes? —le comentó Nerissa, bajando la voz—. Sus padres y ella están cenando mucho juntos últimamente. Me da miedo comprometerme con él. Sé que probablemente sea lo que me termine pasando, pero... Me gustaría poder casarme por amor.

Thea le miró, con lástima. Ella siempre había sabido que nunca se enamoraría, lo sabía en lo más profundo de su corazón desde que no era más que una niña. Había creído que estaba maldita. Que no podría sentir amor. No le importaba, por ello, estar casada con alguien a quien no amaba.

Pero ¿Nerissa? Bastaba con mirar a la dulce pelirroja para saber que era una romántica y aquello era algo que a Thea le encantaba. Ella deseaba encontrar el amor con todas sus fuerzas.

—¿Quién dice que tengas que casarte con él si no quieres? —preguntó Thea.

Nerissa suspiró.

—Es complicado.

Y Thea asintió, comprensiva.

—Espero que puedas resolverlo.

Sin embargo, tan solo seis meses después, Nerissa Weasley contrajo matrimonio con Rupert Thorne. Thea acudió a la ceremonia en compañía de Alphard. Eris también fue, sin pareja.

El encuentro con Owen y su esposa fue más bien violento. Él trató de no encontrárselos, pero fue irremediable que él y Thea terminaran encontrándose juntos en cierto momento.

Owen parecía querer huir. Pero Thea tenía una conversación pendiente con él.

—¿Acaso estuviste jugando con Eris todo ese tiempo? —le soltó. Su tono era tranquilo y amable, pero la furia en su mirada hacía olvidar todo aquello—. Yo había creído que eras buen tipo, Diggory.

Él bufó.

—No todos tenemos el privilegio de elegir en nuestras vidas, ¿sabes? —le espetó Owen—. No hagas como si supieras todo, Thea, porque te equivocas. Mira a Nissa y Rup. Mírame a mí. Tenemos dieciocho años y ninguno de los tres se ha casado por amor. ¿Cómo crees que nos deja eso? No todos podemos ser Alphard y tú.

Thea soltó una carcajada seca. Si él supiera...

—Tampoco hables de mi vida como si tuvieras la mínima idea de cómo es, Owen —replicó ella—. Al menos, uno de vosotros tres podría haber mostrado el mínimo ápice de valentía y haber tratado de impedir esto.

—¿Acaso crees que no lo intenté? —exclamó Owen, indignado—. ¿Acaso crees que no amo a Eris? Hice todo lo que pude, Thea. Sé que Nissa también. Pero no siempre uno puede elegir.

Thea le miró con dureza.

—Puede que ninguno hicierais lo suficiente —comentó, despectiva.

Nerissa, que se había aproximado silenciosamente a ellos dos, la miró con tristeza. En sus ojos azules, muy claros bajo la luz del lugar, podía verse todo su arrepentimiento.

—No, desde luego, no lo hicimos —murmuró.

Thea la miró con cierta compasión, pero ya no había nada que ella pudiera hacer. Dirigiéndoles un leve asentimiento de cabeza, se alejó en busca de Alphard o Eris.

—¿Hablabas con Owen? —le preguntó su amiga, viéndola acercarse.

Thea dio un leve asentimiento de cabeza.

—¿Quieres saber qué ha dicho?

Eris dudó, pero terminó negando con la cabeza.

—Ahora mismo, sé que si escucho lo que dijo, sea bueno o malo, solo será peor para mí —masculló—. Prefiero no saberlo.

Thea asintió y tomó su mano, sonriendo levemente. Para alguien como ella, que no solía expresar el cariño de forma física, aquello era algo realmente inesperado. Eris la miró, sorprendida.

Luego, sonrió levemente.

—¿Bailamos? —propuso, señalando a la pista de baile—. Dudo que Alphard esté lo bastante sobrio como para eso.

Thea se echó a reír.

—Luego iremos a buscarlo —propuso—. Sí, vamos a bailar.

¿Qué más da si Owen, Nerissa y Rupert se alejaban de ella? Tenía a Eris y Alphard.

No necesitaba más.






























La primera persona a la que Thea perdió definitivamente fue a Tom.

Diez años sin saber nada de su hermano, sin tener la más mínima noticia de él. Nadie sabía dónde estaba o qué estaba haciendo, y Thea ni siquiera estaba segura de que él siguiera vivo.

Oh, pero lo estaba. Sin embargo, cuando regresó, ya no era Tom. La primera vez que Thea le vio lo tuvo bien claro.

Alguien había llamado a su puerta en medio de la noche y Thea había ido a ver quién era. Cuando le vio, tardó un momento en reconocer a quien tenía enfrente.

Tom estaba irreconocible.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo, sin dar crédito.

La sonrisa que le dirigió su hermano no le llegó a los ojos. Había algo tan oscuro en éstos que Thea casi sintió miedo.

—¿Acaso no puedo hacerle una visita a mi querida hermana?

Thea apretó los labios.

—¿Ahora recuerdas que tienes una hermana? —preguntó, con amargura—. Piérdete, Tom. Vuelve a donde sea que hayas estado esta década. Yo ya te había dado por muerto.

—¿Tanto subestimas mis habilidades, hermana?

La carcajada de Tom le produjo un escalofrío.

—¿Qué quieres? —insistió Thea.

Su hermano sonrió.

—¿Qué sabes de Nerissa?

¿Que qué sabía de ella? No mucho, si Thea debía ser sincera.

—Ella y Rupert están bien, es todo lo que sé —admitió, encogiéndose de hombros—. ¿Has vuelto después de diez años solo para preguntarme eso? Patético.

Tom se echó a reír.

—Solo quería asegurarme de cuánto estabas enterada. ¿Cómo está Eris, por cierto?

—Bien —respondió Thea, cortante. Hacía tan solo unas semanas, Owen había contraído matrimonio en segundas nupcias con Eris. Hacía mucho que Thea no veía tan feliz a su amiga—. ¿Algo más, Tom?

—Sí —dijo él, con tranquilidad. Hizo a su hermana a un lado y entró en la casa—. No me llames Tom. Y, ya que estamos, ¿no tendrás una cama para quedarme un par de días? Estoy deseando ponerme al día contigo, hermanita.

—Quiero que te vayas, Tom —replicó ella, aún manteniendo la calma, pero con los dientes apretados.

Él la miró, con aquellos ojos rojos e inhumanos.

—Te he dicho que no me llames así, Thea —dijo, con suavidad.

—¿Cómo quieres que te llame, entonces? —preguntó ella, irónica.

Su hermano sonrió.

—Lord Voldemort es un buen nombre —comentó, como quien no quiere la cosa—. Tengo muchas cosas que hablar contigo, Anthea. ¿Por qué no voy a saludar a tu marido antes?

Y, desde ahí, todo fue en picado. Años después, Thea aún no entendía cómo aquella espeluznante marca de una calavera y una serpiente terminó siendo grabada en su antebrazo.

Necesitó de muchos años para aprender a dominar la Oclumancia por completo y conseguir liberarse de la influencia de su hermano. Para entonces, todo era ya un desastre.

Sangre derramada, niños huérfanos, torturas, guerra, devastación y dolor allá donde lo mirases. La primera vez que Thea recuperó por completo el control de su vida, todo era un completo desastre.

Nerissa había muerto. Owen, también. Eris, ahora viuda, tenía que hacerse cargo de dos niños y de Rupert apenas se sabía nada. Alphard era el único que seguía a su lado y solo en parte.

A Anthea le habían robado más de una década de su vida. Siempre había sabido que Tom era más fuerte que ella, pero nunca creyó que su debilidad podría llegar a ser tan grande.

El mundo mágico era un caos. Y Thea había contribuido a ello.

—¿Qué hemos hecho, Al? —preguntó, en un susurro. Su mejor amigo la abrazó—. ¿Por qué te quedaste?

—No podía abandonarte, Thea —murmuró—. Confiaba en que siguieras ahí dentro.

Ella le miró, tratando de encontrar las palabras. Destellos de memoria iban pasando por su cabeza y cada uno de ellos era como un nuevo corte sangrante directo a su corazón.

Thea había hecho cosas que nunca creyó que pudieran ser reales.

—Tenemos que acabar con esto —susurró.

Alphard suspiró.

—Imaginaba que dirías algo así —admitió.

Thea trató de articular alguna palabra. Lo mínimo, cualquier cosa. Pero estaba prácticamente sin habla. El mundo, su mundo, era un desastre.

Y ella ni siquiera había podido hacer nada por evitar aquello.

—Mi hermano es un monstruo —susurró.

No había nadie que pudiera negarle aquello. Y ella también lo era.

La oscuridad que ocultaba en su interior había escapado. Se había convertido en lo que Thea era ahora.

El mundo corría el riesgo de caerse a pedazos por culpa de su hermano. Por su propia culpa. Podría haberlo matado cuando tuvo oportunidad. No lo hizo y había terminado sometida durante demasiado tiempo.

Pero aquello había acabado.

—Hay una profecía —le comunicó Alphard.

Thea le miró, intrigada.

—¿Y qué dice? —quiso saber.

—Habla de una descendiente del Alfarero y su hija. De ellas dependerá la caída o la victoria del Señor Tenebroso.

Thea suspiró.

—¿Sabes quién es esa chica? —preguntó.

Alphard asintió.

—Su nombre es Aura Potter.

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