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( i will ask you for mercy, i will come to you blind )








extra viii.
in the death of hope









Jason Bones jamás había corrido tanto en su vida. En cuanto había visto aparecer frente a él la yegua plateada de Aura, supo que todo iba terriblemente mal. Puede que él mismo lo sintiera antes incluso de que le llegara el mensaje.

—¡Remus! —había estado a punto de gritar, desesperado—. ¡Remus, Aura y las niñas!

No había caído en la cuenta hasta segundos después de que Remus no respondería, porque él no estaba en la casa. Hacía semanas que no lo estaba, no desde que Sirius había plantado en su corazón la semilla de la duda. No desde que la preocupación por Aura se había vuelto algo demasiado grande.

«Pero ella estaba a salvo», se dijo, en medio del pánico. «Estaba protegida.» El encantamiento Fidelio no podía fallar. Aura le había asegurado que así era. Pero el mensaje de su mejor amiga había sido claro.

—Jace, él está aquí. —El miedo estaba marcado en cada una de las palabras de Aura—. Nos ha encontrado. Necesito que vengas. Trataré de retenerle todo lo que pueda, pero tú tendrás que sacar a Vega y Altair de aquí si cualquier cosa sale mal. Sé que puedo confiar en ti.

Jason había tardado apenas un segundo en ponerse en pie de un salto, buscando aterrado su varita en el bolsillo. Tenía que ir a buscarla. Ya.

—Sé que, si las cosas salen bien, te reirás de mí por decirte esto, pero no me importa —susurró el patronus, con voz temblorosa, haciendo que a Jason se le estrujara el corazón—: te quiero, Jason Bones. Gracias por ser el mejor amigo que hubiera podido pedir. Pase lo que pase, voy a estar contigo, ¿vale? Hasta el final.

Pero no iba a pasar nada. No podía pasar nada. Jason se negaba a creer que la vida pudiera seguir sin Aura. Su amiga no podía estar... No podía estar a punto de...

—¿Tío Jason?

La voz de Jessica le hizo estremecerse. ¿Había hecho algún ruido? ¿O había escuchado el patronus? Fuera lo que fuera, su sobrina estaba allí y Jason ni siquiera se sentía capaz de mirarla. No podía, no en ese momento.

—Jay. —Fue Amelia quien habló en aquella ocasión. Jason hizo un esfuerzo por mirarla. Su hermana tenía a Susan entre sus brazos. Jessica estaba justo delante de ella, contemplando a su tío con los ojos muy abiertos y llenos de miedo—. ¿Qué es?

—Quédate con las niñas —rogó, con la voz rota—. Tengo que irme.

Ellas iban a estar bien, seguras, allí. ¿Aura, Vega, Nova? No podía estar tan seguro. Ya había perdido ¿cuánto, tres minutos? Era demasiado tiempo. Tenía que marcharse.

Sentía el aire escapándose de sus pulmones. Sentía que se quedaba sin tiempo, que sería demasiado tarde para Aura. Entonces, aquella horrible sensación: la de que todo había cambiado para siempre, la de que no volvería a ver a su mejor amiga nunca más.

Amelia no dijo más y, si llegó a hacerlo, Jason definitivamente no la escuchó. Sabiendo que, probablemente, Aura no hubiera tenido tiempo de avisar a nadie más, envió un patronus a Sirius, otro a Mary, dos más a Lily y Peter. Y, tras dudar, envió también uno a Remus. Ya no importaba si alguno de ellos era el traidor; de serlo, ya sabría del ataque. El resto, los que verdaderamente se preocupaban por Aura, irían a ayudar.

Tan pronto como se apareció en el vestíbulo de la casa de Sirius y Aura, un espeso humo negro le golpeó. Jason se cubrió la boca con el antebrazo, levantando su varita. El humo venía de arriba, de los dormitorios. No escuchaba nada. Con el corazón en un puño, Jason echó a correr, empleando el encantamiento casco-burbuja para mantener el humo lejos de sus pulmones. Subió las escaleras de dos en dos, pero a medio camino se detuvo con brusquedad.

Peter Pettigrew, con los ojos llenos de lágrimas, bajaba por ellas. En sus brazos, llevaba a Vega y Nova; ambas sollozaban desconsoladamente. Jason jadeó, creyó que se desplomaría allí mismo.

—¡Jason! —chilló Peter, con la voz rota—. ¡Aura...!

—¡Saca a las niñas de aquí! —le cortó Jason. No, no podía escuchar aquellas palabras. No podía haber sucedido aquello—. ¡Llévatelas, Peter, a casa de James y Ariadne! ¡Ya!

No aguardó a verle seguir bajando las escaleras; le rodeó a toda prisa, confiando en que Peter hiciera lo que le había pedido, y corrió hacia la única puerta que estaba abierta en el primer piso. Las llamas eran más fuertes allí y Jason vio a la perfección las figuras que éstas formaban: aquello no era un fuego normal.

¡Fiendlocked! —conjuró, tratando de mantener la voz firme: el hechizo era complejo, pero debía detener aquello. No podía dejar que las llamas consumieran toda la casa y lo que contenía. Había demasiadas cosas valiosas allí, desde juguetes de las niñas hasta las pociones en las que Aura tanto trabajaba. Si dejaba que todo aquello desapareciera...

Las llamas se apagaron tras unos segundos. Jason disipó el espeso humo negro con un movimiento de varita. Entonces, la vio.

A Jason se le doblaron las rodillas. No pudo evitarlo. De un momento a otro, se había dejado caer en el suelo, mientras contemplaba el cuerpo de su mejor amiga a pocos metros de él.

Aura Potter estaba muerta. Su mejor amiga, su hermana. Tuvo que obligarse a respirar, aunque fuera superficialmente. Aquello no podía estar sucediendo. Aura no podía estar muerta.

En los últimos meses, Jason había visto la muerte en incontables veces. Había enterrado a demasiados amigos, a familia. Pero nada de eso le había preparado para ver a Aura Potter inerte frente a él. Ni a cómo sintió su corazón, su propia alma, desgarrarse en ese momento.

—Au. —La voz le salió quebrada. Sin fuerzas para ponerse en pie, avanzó lentamente a gatas hasta ella. El fuego no le había tocado: a su alrededor, se veía un círculo abrasado, pero las llamas no habían ido más lejos—. Aura, no, por favor.

Tenía los ojos, tan azules como siempre, abiertos y tan carentes de vida que a Jason le costaba trabajo pensar que aquella misma mañana le habían mirado con el brillo habitual que poseían. Jason estiró la mano y rozó la de Aura. Su brazo, su mejilla, su pelo. No dejaba de repetirse que era imposible. Que Aura Potter no podía estar muerta. ¿En qué mundo Jason seguía viviendo mientras ella ya no estaba? Un sollozo estrangulado se le escapó de la garganta e, incapaz de seguir viendo sus ojos sin vida, Jason le cerró con extremada delicadeza los párpados.

Perdió la cuenta del tiempo que pasó allí, susurrando disculpas, rogándole que regresara. En cierto momento, descubrió que Aura llevaba alrededor de la muñeca la pulsera que él le había regalado por su dieciocho cumpleaños. En otro, advirtió las heridas que cubrían la piel de su amiga. Las lágrimas que debían haber empapado sus mejillas.

Le había perdido para siempre. Y aquel era demasiado tiempo para Jason Bones sin Aura Potter.






























Jamás había estado preparado para algo así. Ni en las tantas veces que Aura había tratado de hablar con él sobre ello, ni después de todas las pérdidas sufridas, ni tras infinidad de pesadillas en las que sus temores se volvían realidad.

Cuando entró en el dormitorio de sus hijas y encontró a Jason arrodillado junto al cadáver de Aura, Sirius se desplomó. No pudo evitarlo. Su espalda encontró la pared y se deslizó hasta el suelo, quedando acuclillado. Con la respiración entrecortada, negó para sí. No, no, aquello no podía estar sucediendo realmente. Aura no podía... Aura nunca...

—Jason —habló, su voz era apenas un susurro—, las niñas. ¿Están...?

—Bien. —El Hufflepuff no se giró a mirarle y Sirius lo agradeció. No se sentía capaz de sostenerle la mirada en esos momentos—. Peter las ha llevado a casa de James y Ariadne.

Sirius asintió una, dos veces.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —Jamás había escuchado su voz tan rota. Jason agachó la cabeza.

—No lo sé —confesó, del mismo modo en que él había hablado—. No tengo ni idea, Sirius.

Las siguientes horas pasaron en un torbellino de dolor, confusión y pensamientos que no llegaban a formarse del todo. Mary llegó poco después que Sirius. La Orden también se presentó allí en algún. Sirius fue conducido a casa de James y Ariadne, donde ya quedaba a la vista que había llegado la noticia. Jamás había visto a su mejor amigo tan destrozado, pero Sirius sospechaba que él no debía de tener mucho mejor aspecto. Se aseguró una y otra vez de que las niñas estuvieran perfectamente bien. Vega le abrazó y lloró. Altair parecía incapaz de dormirse. Sirius no pudo responder a las preguntas de su hija mayor sobre dónde estaba su madre, porque ¿qué podía decirle?

No durmió aquella noche, aunque Ariadne intentó que sí, del mismo modo en que lo intentó con James. Incluso a Vega costó trabajo dormirla aquella noche. Ariadne fue la que se ocupó de todo y, aunque Sirius se sentía culpable al verla así, también se sabía enteramente incapaz de hacer nada útil en ese momento.

No fue hasta mediodía del día siguiente que recibieron la noticia del asesinato de Lily Evans. Todos habían creído que estaba en una misión; todos habían intentado contactarla para tratar de averiguar cómo había podido encontrar Voldemort a Aura pese al encantamiento Fidelio. Su cuerpo no mostraba signos de tortura. Pero también se había ido, posiblemente antes incluso que Aura.

Eso dejaba a todos aquellos a los que Lily había revelado la ubicación de la casa como sospechosos. Incluido Remus. Pero Sirius ya no podía pensar en él como en traidor. En ninguno de ellos, de hecho. El dolor le impedía sentir otra cosa.

De todos modos, ¿qué más daba ya? Aura estaba muerta. Eso era lo único que se repetía en su cabeza, una y otra vez. El pensamiento le estaba asfixiando.

—Voy a salir con la moto —soltó a James y Ariadne, mientras salía a toda prisa hacia la puerta. Debía ser más de mediodía. No habían comido. No podía saberlo con seguridad—. Luego vuelvo.

Ninguno intentó detenerle. Sirius no se apareció, sino que caminó a toda prisa sobre la nieve, en dirección a su casa. Hizo lo posible por no mirarla más de dos segundos. Fue a por su moto, montó en ella y se alejó de Godric's Hollow. De sus hijas, de sus amigos, del que había sido su hogar, del dolor, de Aura. Parte de él se negaba a creerlo. Otra sabía que ella le había estado intentando preparar para eso durante meses. Aura lo sabía.

Después de un trayecto de media hora, Sirius descendió a tierra y se permitió quebrarse allí. Sus hombros se hundieron, su garganta ardió y todo su cuerpo tembló, producto de los sollozos incontrolables. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Bien pudo estar horas allí, hasta que finalmente la tristeza dejó paso a una ira llena de dolor, amargura y arrepentimiento. Él tendría que haber estado allí. Tendría que haber podido hacer algo. Pero no había podido. Ni siquiera le había dicho adiós. Ni siquiera le había dicho cuánto la quería una última vez.

—Sirius. —Escuchar una voz en ese momento y lugar no era algo que esperaba. Mucho menos esa voz. Sirius se volvió, olvidando momentáneamente su dolor. Porque ¿qué hacía Gwen Diggory allí?

Al verla, una exclamación ahogada escapó entre sus labios. Gwen le dirigió una sonrisa triste. Sirius se puso en pie, sin creerlo.

—Gwen —susurró, parpadeando—. ¿Estás...?

—¿Muerta? Eso me temo —casi rio ella—. No te preocupes, Black, no es tan malo como crees.

—¿Cuándo...?

—Hará año y medio.

Año y medio. Y no lo había descubierto hasta ese momento. Sirius sintió la culpabilidad invadirle. Había creído que el motivo por el que sus cartas dejaron de llegar había sido otro. La discusión en su casa después de la muerte de Regulus, concretamente. Jamás había pensado que Gwen podría haber...

—Gwen...

—No digas nada, no te preocupes —le tranquilizó ella, sonriendo—. No es como si mi hermano haya compartido la noticia, de todos modos.

Sirius se le quedó mirando, sin saber qué podría decir a continuación. Aquella situación le recordaba excesivamente a la primera vez que había hablado con Gwen. Le había encontrado llorando tras el secuestro de Aura. Cuando creyó que le había perdido. Pero, en esa ocasión, Aura había regresado. Ya no lo haría. Le había perdido para siempre.

—Aura... —No fue capaz de continuar la frase. Carraspeó—. ¿Sabes si ella puede...?

La débil sonrisa de Gwen desapareció del todo. Negó. Sirius dejó caer los hombros.

—Si yo estoy aquí, Sirius, es por razones diferentes —susurró—. No debería estarlo, de hecho, pero ya sabes que poseo un don... peculiar.

Sirius asintió despacio. Él lo había experimentado de primera mano. Gwen agachó la cabeza, avergonzada. Suspiró.

—No he venido a consolarte, Sirius —continuó diciendo—. Creo... creo que sabes que aún hay vidas en juego.

—¿Qué quieres decir? —Una chispa de furia se encendió en el pecho de Sirius—. ¿Quieres que me preocupe de la guerra ahora, Gwen? No podría importarme menos si todo el mundo mágico acaba por...

—Estoy hablando de James, Ariadne y Harry, Sirius.

Esos tres nombres le hicieron pararse en seco. Gwen asintió. Su expresión era muy seria.

—Estoy aquí porque aún hay un traidor suelto. No puedo acudir a Ariadne. —Bajó la voz al decir aquello último. Sirius no se paró a pensar en ello—. Creo que sabes tan bien como yo que Lily Evans no traicionó a Aura.

—Lo sé —susurró Sirius. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza—. Pero pudo ser cualquiera.

Y no quería pensar en ello más. Había acusado a Remus delante de todos sus amigos y ya ni siquiera creía que hubiera sido él. Jamás creería a Jason capaz de algo así. No cuando le había encontrado tan destrozado en su casa. No, Jason jamás le haría algo así a Aura. Mary tampoco sería capaz. Y Peter, que había corrido a sacar a Vega y Altair de su casa en llamas, tampoco...

Fue entonces cuando algo hizo «clic» en su cerebro. Sirius se irguió de golpe, sintiendo el escaso color que quedaba en sus mejillas desaparecer. Un frío que nada tenía que ver con el clima le invadió. Sabía por Jason que Aura le había enviado un patronus justo antes del ataque. Jason había avisado a todos los demás. Pero era imposible que Peter hubiera llegado allí antes que él si Jason había sido quien le había enviado el mensaje. Y Sirius podía estar seguro de que Peter no había recibido ningún patronus de Aura. Hubiera avisado antes a James o a Sirius. No tenía sentido que Peter hubiera estado allí antes que todos ellos.

—Tengo que irme.

Cuando se volvió a mirar a Gwen, ya no había ni rastro de ella. Sintió una punzada en el corazón. Otra despedida no formulada en voz alta. Estaba harto de ellas.

Su mirada fue al horizonte. Había perdido a Aura. No podía perder a James, Ariadne y Harry. Vega y Nova también estaban allí. No podía permitir que nada les pasara. Quería creer que aún había tiempo para parar a Peter. De modo que, sin dudarlo, arrancó el motor de la motocicleta, dispuesto a darle una sorpresa a su amigo y sin saber que ya todo el mal estaba hecho.

Al llegar a casa de Peter, la encontraría vacía y sin rastros de pelea. Mientras tanto, en Godric's Hollow, el hogar de los Potter recibía una visita sorpresa.






























Sirius no podía pensar con claridad. Únicamente tenía tres cosas en la cabeza.

«Las niñas están conmigo.»

«Aura, James y Ari están muertos.»

«Tengo que encontrar a Peter.»

Había fallado a todos. A las personas a las que más había querido en toda su vida. Había perdido a Aura y James en veinticuatro horas. En los últimos diez años, todo lo que había tenido había sido a los mellizos Potter. Y ya no estaban.

Dicen que el dolor ciega. Sirius se sentía también sordo. Como si nada de lo que tenía lugar a su alrededor. Altair, a quien llevaba en brazos, se había dormido. Vega, que le sujetaba con fuerza de la mano, lloraba en silencio. No había parado desde que les había recogido de casa de James y Ariadne. Sirius no sabía qué hacer para consolarla.

Había tenido que aparecerse con ellas, tras dejarle a Hagrid la moto para que llevara a Harry. Confiaba en que estuviera seguro con él. No hubiera podido cargar con los tres niños, de todos modos.

—Papá —habló entonces Vega, con voz débil—. Me duele.

Su mirada bajó hasta su hija. Tenía varias heridas en brazos y rostro. Verla ahí abajo, tan pálida y tan pequeña, hizo que el corazón de Sirius se rompiera un poco más.

—Vamos a curarte, estrellita —le aseguró. Estaban cerca de casa de Jason, pero no había podido aparecerse justo dentro por las protecciones que había en torno a ésta—. Te lo
prometo. Vamos con tío Jason, ¿vale?

La niña asintió despacio. Reemprendieron el camino por las calles de Londres. Era muy temprano, pero ya había varios transeúntes. Solo quería llegar de una vez a casa de Jason y dejar a las niñas. Luego, se ocuparía de Peter. Aún no podía creer de lo que había sido capaz.

Había sido su amigo. Y les había traicionado a todos ellos. Había matado a Aura, James y Ariadne. Había dejado huérfanos a tres niños.

«Pero tú también.» El pensamiento le hizo estremecerse. Él podría haberlo evitado. Podría haber aceptado haber sido el guardián secreto. Podría haber estado con Aura aquella noche. Podría haber ido directamente a casa de James y Ariadne. Pero no lo había hecho. Y todos estaban muertos. Por su culpa.

Las imágenes le perseguirán. Aura muerta. James muerto. Ariadne muerta. ¿Cómo había podido permitir que aquello pasara? ¿Cómo no había sido capaz de hacer nada?

Tardó un segundo de más en notar que Vega ya no le daba la mano. Al volverse, presa del pánico, la vio doblando la esquina del callejón cercano. Corrió tras ella, con cuidado de no despertar a Altair. ¿Qué estaba haciendo?

—¡Vega! —la llamó, viéndola inmóvil frente al final del callejón. Le daba la espalda y estaba tan quieta que daba miedo. Sirius le tomó la mano y le hizo girarse hacia él.

La niña le miró, inexpresiva, pero tras unos instantes parpadeó. Su rostro infantil se llenó de confusión. Sirius dirigió la mirada hacia la entrada del callejón y, reconociendo a la figura que esperaba allí, sintió la ira recorrerle todo el cuerpo.

—¿La maldición imperius? ¡¿A una niña?! —La voz de Sirius temblaba por la rabia contenida—. ¿Cómo has podido caer tan bajo?

Peter sollozaba, pero Sirius era incapaz de sentir compasión por aquella rata despreciable. No ya. Había sido su amigo. Había delatado a Aura, James y Ariadne. Había hechizado a Vega. ¿Cómo podía haber hecho Peter, a quien creía que conocía tan bien?

—¡A Ari y a James, Sirius! —gritó entonces, atrayendo la atención de los muggles que por ahí pasaban—. ¡Y a Aura! ¿Cómo pudiste...?

Sirius ya tenía la varita en la mano, pero el desconcierto le impidió hacer nada. ¿De qué hablaba? Entonces, Peter movió su propia varita. Sirius se quedó paralizado mientras veía la calle abrirse en canal. Vega gritó con fuerza a su lado. La gente de la calle también. Altair se despertó y comenzó a llorar.

¡Rictusempra!

No tuvo tiempo de detenerlo. Le golpeó en el pecho y, antes de darse cuenta, Sirius no era capaz de controlar la risa. La varita se le cayó de la mano cuando trató de sujetar bien a Altair. En medio del humo, el caos y la destrucción, vio a Peter cortarse un dedo con una daga. Dejó caer al suelo una túnica que empapó con la sangre. Vega gritó con más fuerza, aferrándose con fuerza a la pierna de Sirius.

Entonces, aquel al que alguna vez había llamado amigo adoptó su forma animaga y, como rata, desapareció de la vista de Sirius. La calle era un caos. Sirius no podía encontrar su varita, que se debía haberse deslizado hasta el enorme agujero del suelo. La había perdido. Estaba allí solo, incapaz de dejar de reírse, incapaz de sacar a sus hijas de allí. Y lo había perdido todo.

Cuando el Ministerio llegó, no opuso resistencia. Solo cuando empezó a escuchar el llanto de Vega y sus gritos de desesperación llamándole trató de hacer algo, de volver con sus hijas. Apenas pudo dirigirles una última mirada, a Altair en brazos de un auror, a una palidísima Vega junto a ellos, que trataba desesperadamente de librarse del agarre de dicho auror para correr hacia él.

—¡Vega! —trató de llamarla—. ¡Vega, lo siento! ¡Te quiero, estrellita! ¡Yo...!

Poco sabía que aquella sería la última vez que las vería en doce años. Cuando Bartemius Crouch dictó su condena de por vida a Azkaban, sin juicio previo, Sirius no protestó. Tampoco cuando le encerraron en su celda y sintió por primera vez el frío de la presencia de los dementores. Ni siquiera cuando, poco después, su prima Bellatrix llegó a la prisión y sus burlas e insultos hacia él amenazaron con torturarle aún más que la culpa.

Únicamente tuvo una petición. Poder ver a Vega y Altair. Petición que le fue denegada sin explicación alguna.

Lo único que él y Aura habían querido era que nada les pasara a las niñas. Aura había cumplido con aquello, hasta su último aliento. Pero Sirius no había podido. Les había perdido. Les había dejado solas. Les había fallado. A ellas y a Aura. Igual que a James, Ariadne y Harry. Y a todos los que alguna vez le habían importado. Remus. Marlene. Lily. Gwen. Regulus. Mary. Dorcas. Selena. Jason. Alphard.

En raras ocasiones, cuando el cielo no estaba nublado, podía ver las estrellas. Podía ver Vega, la primera que Aura había sido capaz de encontrar. Veía Altair. Regulus, Sirius, la Estrella Polar. A veces, les hablaba. Pero no era a ellas a quien se dirigía, sino a Aura.

Fueron incontables las disculpas que las estrellas recibieron durante todos esos años.

















omg por fin un extra después de seis meses de terminar by!!!!

mil gracias a quienes hayáis encontrado este fic en este tiempo por todo el amor jsjs, flipando con las 157k lecturas y casi 15k votos <3333

ale.

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