No sabía que la vida en otro país sería tan complicada.

Para su padre, perseguir el sueño americano fue una idea genial desde el principio, quizás porque cuando uno está por embarcarse en ese tipo de travesías, es necesario que los miedos se cambien por esperanzas.

Eliseo tenía apenas dos años de edad cuando dejaron México atrás. Sin papeles, sin mucho equipaje ni ningún valor material. No recordaba mucho cómo era su vida en ese entonces. Sus padres todavía estaban juntos, y decidieron huir en busca de un mejor futuro, así que las cosas no eran tan terribles.

Sin embargo, todo cambió cuando su abuela paterna murió. Su padre tomó la decisión de traer a su abuelo a Estados Unidos. Su madre no estaba de acuerdo. Nunca había congeniado con él.

Las cosas empeoraron cuando ella consiguió trabajo en una cafetería. Fue la forma que encontró de tomarse un descanso del mal ambiente que había en la casa. 

Al inicio, su esposo se opuso. Él sabía lo que pasaba en los trabajos con la mayoría de los inmigrantes en Estados Unidos. Sabía que su esposa tenía carácter, que se las arreglaría para aprender lo básico de inglés, que haría todo lo posible por encajar, pero eso no sería suficiente. Aun así, las cosas siguieron su curso. Ella tomó el trabajo; tenía horarios rotativos de lunes a domingo, con un día y medio de descanso entre semana. La paga no era fantástica, pero tampoco estaba tan mal, además, le regalaban sandwiches de pollo, a su hijo le encantaban.

Eliseo no era consciente de que lo peor estaba a punto de llegar.

Al poco tiempo de cumplir seis años. Escuchó a sus padres discutir en la habitación. Se había hecho habitual escucharlos gritar cosas terribles, pero esa noche era diferente. Su abuelo también estaba ahí.

Escuchó a su madre gritar, luego un portazo, y esa fue la última vez que supo algo de ella.
Su padre nunca quiso tocar el tema. Se volvió un tipo huraño y resentido. El nombre de su exesposa no tenía lugar en esa casa, pero Eliseo quería entender qué tanto había pasado aquella noche, y qué fue lo que impulsó a su madre a tomar la drástica decisión de dejarlo atrás.

Cuando tuvo la edad suficiente, ingresó en la escuela pública sabiendo lo básico de inglés. Su padre nunca tuvo dinero para pagarle un tutor, así que tuvo que arreglárselas para aprender a leer, a escribir y hablar en inglés por su propia cuenta.
Descubrió que ser inmigrante era la segunda cosa más difícil que le había tocado vivir. La primera fue ser abandonado por su madre.

Al poco tiempo de cumplir catorce años de edad, su padre le contó que su abuelo había conseguido vender la casa que tenía en México, y con ese dinero, planeaba hacer negocios con un ciudadano estadounidense que tenía una vieja casona destartalada en las afueras de Houston. Ellos vivían en Tucson en ese entonces.

Por supuesto, para dos inmigrantes indocumentados sin un trabajo estable y con un menor de edad a cargo no era muy viable obtener una hipoteca, así que su abuelo se las arregló para negociar por fuera de lo legal con ese hombre. El papel de la propiedad a cambio del dinero acordado, y la vieja y destartalada casona era de ellos.

Trabajaron duro durante los siguientes años para convertir aquel galpón de mala muerte en una casa medianamente decente. Su padre sabía un poco de carpintería, otro poco de electricidad, y se daba maña para todo lo que hiciera falta, al igual que su abuelo.

Para Eliseo fue muy difícil abandonar su escuela y marcharse a otro estado. Se había acostumbrado a la vida que tenían en Tucson, y además, una parte de él todavía esperaba que su mamá regresara, pero al marcharse, estuvo obligado a dejar todas esas esperanzas atrás.

Lo bueno de vivir en Houston, es que había muchos mexicanos allí. A pesar de que no recordaba mucho de su infancia en México, estaba bastante empapado con la cultura gracias a su papá y su abuelo. Ellos estaban completamente arraigados a sus raíces, así que Eliseo mamó la cultura a través de ellos.

Era mexicano de sangre y gringo de corazón. Aunque Estados Unidos le había dado demasiados dolores de cabeza, también le brindó muchas buenas oportunidades. Planeaba ser el primero en su familia en graduarse de la secundaria e ir a la universidad, y quizás en un futuro convertirse en ciudadano americano legal. 

Eliseo era un soñador, pero de esos que buscaban la manera de convertir sus sueños en metas, y sus metas en realidades tangibles. Se quemaba las pestañas estudiando, era brillante en todo lo relacionado con el arte, y tampoco le iba tan mal con los números. Él tenía sus objetivos claros, y a pesar de que muchas veces su abuelo intentaba desanimarlo diciéndole que era inútil intentar ser alguien en un país que no era el suyo, él estaba completamente determinado a conseguirlo.