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Capítulo 7

La seguridad lo abandonó en cuanto lo vio parado de espaldas con su grupo de amigos. Reprodujo una y otra vez la conversación que había tenido con él, donde él le advirtió que no le dirigiera la palabra. Eliseo no estaba exactamente dispuesto a obedecer las órdenes de ese chico como si lo que él dijera fuera palabra santa. No tenía por qué hacerlo, aunque sabía perfectamente que si a Ángel se le ocurría vengarse, no solo estaba él, sino todo el equipo de fútbol, que probablemente estarían encantados por darle una paliza al mariquita del colegio. Se detuvo antes de llegar hasta donde estaba Ángel para pensar en algo más acertado. Entonces, recordó que él le dejó una nota en su casillero la primera vez, así que, ¿por qué no hacer lo mismo? No pensaba robarle demasiado tiempo, solo quería reclamar lo que era suyo, aunque al final acabara rompiéndolo en mil pedazos.

Así que, luego de planearlo minuciosamente, eso fue exactamente lo que hizo.

La nota que le dejó a Ángel fue escueta, quizá algo ruda, pero estaba bien, porque Eliseo estaba molesto, y su intención era demostrar que no le importaban las amenazas solapadas del chico; él quería su dibujo de vuelta.

Lo citó a la salida de clases en la parte de atrás de la cancha de fútbol, cerca del galpón donde guardaban las pelotas y otros utensilios de la cancha. Sabía que muy poca gente iba allí; por un momento se le cruzó por la cabeza que podía ser peligroso, pero si los amigos de Ángel quisieran darle una paliza, probablemente lo harían en cualquier lado, y nadie iba a meterse para rescatarlo.

A la hora pactada, hizo tiempo mientras todos se marchaban y luego se fue hasta el lugar de la cita. Esperó sentado en el pasto durante aproximadamente media hora, y cuando estaba a punto de marcharse, mucho más molesto que antes, vio a Ángel aparecer, con su bolso deportivo colgado al hombro.

—Te dije a las seis, son casi las siete —le reprochó, en tanto se limpiaba el pasto de los pantalones.

Ángel se encogió de hombros, luego hizo una mueca con los labios, indicándole a Eliseo que la puntualidad no le importaba demasiado.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó a secas.

—En la nota lo puse. Quiero mi dibujo de vuelta.

—¿Cuál dibujo?

Eliseo apretó los dientes.

—El retrato que hice de ti. Lo quiero de vuelta.

—¿Y por qué debería dártelo?

—Porque es mío, y tú y yo no somos amigos.

Ángel soltó una risa burlona que solo consiguió hacer que Eliseo se enojara todavía más.

—¿Esto es una excusa para seguir viéndome o algo así? Lo que pasó en la playa fue una estupidez, ¿está bien? Deja de perseguirme.

—Yo no estoy persiguiéndote. Solo quiero mi dibujo de vuelta, y ya no volveré a dirigirte la palabra nunca más en mi vida.

Ángel hizo un mohín.

—¿Y para qué lo quieres?

—Porque es mío —insistió Eliseo.

El muchacho chasqueó la lengua, mientras revolvía de mala manera su bolso. Sacó de él un cuaderno, y de su interior el dibujo, que estaba cuidadosamente guardado.

—Tómalo y déjame en paz.

Eliseo se lo quitó de las manos de forma brusca, y en ese momento, notó que la expresión en el rostro de Ángel cambió. Parecía molesto, pero no porque Eliseo le estuviese pidiendo el dibujo, sino por la forma tan poco cuidadosa con la que lo estaba manipulando. Para Ángel fue casi doloroso ver cómo intentaba meterlo en su mochila a lo bruto mientras se daba media vuelta para marcharse. Fue entonces cuando algo dentro de él se encendió. Sintió como si sus piernas se estuvieran moviendo solas, como si su mente y su cuerpo se hubieran desconectado. Lo tomó del brazo para detenerlo, y sin esperar a los reproches de Eliseo, volvió a preguntar:

—¿Para qué lo quieres?

—No te preocupes, no voy a hacer nada raro con él. Lo voy a quemar, como quemé todos los bocetos que tenía de ti.

—¿Y para qué diablos me lo quitas si lo vas a quemar?

—Porque tú no te mereces tener nada de mí.

Arrugó los labios luego de decir lo último. Él sabía que no se estaba refiriendo exactamente al dibujo. Hablaba de sus sentimientos. Estaba herido, y la indiferencia de Ángel no hacía más que seguir dañándolo.

—No creo que lo vayas a quemar —atacó Ángel.

—¿Ah, no? Puedo hacerlo frente a ti, traje fósforos. Iba a hacerlo en cuanto me lo dieras.

Ángel cruzó los brazos sobre el pecho, y Eliseo comprendió perfectamente aquel desafío implícito. Revolvió su mochila y sacó de ella el dibujo arrugado y la cajita de fósforos. Abrió la caja con rabia, tirando varios fósforos al suelo, pero no le importó. Encendió uno y tomó el dibujo con la punta del dedo índice y el pulgar, bajo la mirada atenta de Ángel. Pero cuando la punta de la llama tocó el papel, aquel impulso volvió a apoderarse de él. No quería que Eliseo lo hiciera. Tampoco quería hacerle daño, y sabía que lo había hecho.

Le arrebató el dibujo de las manos luego de aplastar la llama con los dedos. Dobló la hoja en cuatro partes para metérsela en el bolsillo. Eliseo estaba enojadísimo.

—¿Qué demonios crees que haces? ¡Dame mi dibujo!

—No es tuyo —respondió Ángel —. Tú me lo regalaste. Que lo hayas hecho no significa que tenga que dártelo. Y menos si lo vas a quemar.

—Eres un... —las palabras malsonantes murieron en su boca. Estaba tan molesto que ni siquiera sabía cuál insulto escoger—. Dámelo o te lo quito.

Ángel volvió a reírse, luego extendió los brazos.

—Anda, quítamelo.

Aquellas palabras fueron más que suficientes para que Eliseo atacara.

Se abalanzó sobre él y allí mismo comenzaron a forcejear. Acabaron los dos en el suelo, revolcándose en el pasto. El bolso de Ángel quedó tirado a un costado cuando Eliseo se lo arrancó a los tirones. Lo mismo sucedió con su mochila. La especie de pelea duró hasta que Ángel tomó el control, subiéndose a gatas sobre Eliseo para aprisionar sus muñecas contra el pasto.

—¡Suéltame! —chillaba Eliseo, mientras pataleaba y se sacudía—. ¡Que me sueltes! ¡Maldito mastodonte, abusivo idiota! ¡Quiero mi dibujo!

—Eres un maldito demente. Pareces un niño berrinchudo. ¿Quieres calmarte?

—¡No!

Eliseo continuó con el pataleo hasta que sintió el cuerpo de Ángel demasiado cerca del suyo. Entonces, se animó a abrir los ojos y allí fue cuando se topó con el rostro del chico. Lo miraba con el entrecejo fruncido, con los labios apretados. No supo definir si estaba molesto o solo lo estaba estudiando.

—Tranquilízate. No voy a darte el maldito dibujo para que lo quemes. Ni siquiera tiene sentido que armes todo este circo por un estúpido pedazo de papel.

—Si es un estúpido pedazo de papel, entonces dámelo. Yo voy a hacer lo que quiera con él, tú no te lo mereces porque eres un maldito idiota, y te lo quieres quedar solo para fastidiarme. Te odio, ¿me oíste? ¡Te odio!

Ángel dejó de escuchar la voz de Eliseo cuando se concentró en su boca. Esa boca tibia, carnosa y rosada que se le antojó de repente. Esa boca llena de palabras hirientes y de besos guardados. Miró su entrecejo fruncido, sus ojos amielados que le recordaron el atardecer dorado que los acompañó la primera vez que se vieron en la playa. Lo miró detalladamente y esas ganas de comérselo regresaron una vez más. No sabía exactamente qué era lo que sentía, solo sabía que Eliseo le gustaba, pero estaba mal, según sus amigos, su familia y todo el mundo. Entonces si estaba mal, ¿por qué se sentía tan bien? ¿Por qué le cosquilleaba el estómago cuando las ganas de besarlo lo asaltaban? Ni siquiera quería pensar en eso.

Calló los insultos del chico con un beso. Un beso tan agresivo como la verborragia que salía de su boca. Le mordió el labio, lo lamió y lo volvió a besar una y otra vez, mientras Eliseo solo gimoteaba. Sus dientes chocaban, sus lenguas buscaban enroscarse en una feroz batalla, como si quisieran estar a tono con la situación. Ninguno de los dos sabía qué era lo que estaba pasando, o qué iba a pasar después, pero necesitaban saciar esa hambre, esas ganas que se tenían. Eliseo se quejó cuando los dientes de Ángel se clavaron una vez más en su labio inferior, y luego el sabor metálico, ligeramente salado, inundó sus bocas.

—Me lastimaste —Se quejó, mordiéndose el labio.

—Lo siento.

—Suéltame.

—No voy a soltarte hasta que te calmes.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué demonios quieres? ¿Por qué haces esto?

—Haces demasiadas preguntas que no tengo ganas de responder.

—¿¡Qué quieres!? —gritó Eliseo.

Entonces, Ángel notó que había comenzado a llorar. Las lágrimas resbalaron por sus ojos, humedecieron sus sienes y se perdieron en el pasto. Lo observó durante un rato, luego le contestó:

—Quiero quedarme con el dibujo. Quiero que dejes de maldecirme y de gritarme.

Se mordió la lengua antes de seguir enlistando las cosas que quería. No iba a decirle que lo quería a él, que quería seguir besándolo por el resto del día.

—No puedes jugar conmigo de esa manera y luego pretender que yo haré de cuenta que no pasa nada. ¿Te parece divertido? Dímelo: ¿crees que es malditamente divertido hacer lo que haces y luego decirme que no quieres que te dirija la palabra ni que te salude por miedo a que tus amiguitos lo sepan? Vete a la mierda, Ángel. Eres un puto cínico, ¿me oíste? Voy a decirle a todos que me besaste dos veces.

Ángel presionó las muñecas de Eliseo contra el pasto. El chico gimoteó de dolor, e intentó a nueva cuenta zafarse, pero Ángel era fuerte, mucho más fuerte que él.

—Si le dices a alguien, tú vas a estar en más problemas que yo. Ya sabes cómo es esto. Nadie tiene por qué saberlo. Y tampoco tienes que... —Se detuvo cuando la mirada afilada de Eliseo se clavó en la suya—. No quería que me hablaras porque no quería que pasara esto. Podemos solo... mantenerlo en secreto y llevarnos bien, como antes.

De inmediato sintió cómo el cuerpo del chico se relajaba. Incluso lo notó en la expresión de su rostro. Eliseo tampoco estaba dispuesto a quedar en evidencia frente a todo el mundo. Quizás se le cruzó por la cabeza hacerlo solo para vengarse de Ángel, pero era cierto que él también estaba metido hasta el cuello, y era su palabra contra la del capitán del equipo de fútbol.

Resopló, y sacudió la cabeza para quitarse los mechones oscuros que insistían en caer sobre su rostro. Le fastidiaba la idea de ceder, de tener que darle la razón, pero no tenía más opciones. 

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