Capítulo 6
Hizo todo lo posible por no cruzarlo cuando regresó a clases ese lunes. No quería verlo, ni a él, ni a sus amigos. Esos chicos eran los típicos matones que usaban tu cabeza como una pelota de fútbol si había algo que no les agradaba de ti. Eliseo sabía que estaría perdido si ellos llegaban a enterarse de lo que había pasado en la playa, así que prefirió no meterse en más problemas.
Esperó a que todos se marcharan para salir por último, con la mochila colgada al hombro, bien ajustada a su espalda por si tenía que correr.
La siguiente parada sería su casillero, luego su casa.
Andar por los pasillos del colegio como un fugitivo era algo que detestaba, pero prefería pasar desapercibido y no meterse en un problema mucho más grueso.
Cuando estaba llegando a los casilleros, una mano en su hombro le puso la piel de gallina.
—Tú. Tengo que hablar contigo, ahora.
La voz de Ángel sonó tan áspera que por un momento se vio tentado a salir corriendo, pero de nuevo, Eliseo era más curioso que cobarde, así que solo asintió sin decir una palabra, y luego siguió su espalda por el pasillo hasta los vestidores.
—¿Le dijiste a alguien?
Ángel lo atacó con aquella pregunta que lo tomó por sorpresa.
—¿Por qué haría algo como eso? —respondió Eliseo.
—No abras la boca. No quiero que nadie lo sepa.
—Yo tampoco.
—¿Me estás tomando el pelo?
Eliseo tomó una bocanada de aire. No sabía cómo interpretar la expresión de Ángel. Parecía enojado, pero también algo confundido. A pesar de que su tono de voz era agresivo, él no parecía estar alterado en lo absoluto.
—No lo estoy haciendo —contestó Eliseo, guardándose las manos en los bolsillos —. Estuve tratando de evitarte todo el día porque no quiero causarte problemas. Lo siento.
Escuchó que Ángel suspiró. No vio su cara en ese momento porque bajó la mirada. Le daba vergüenza mirarlo a los ojos. Ni siquiera quería tener aquella conversación.
—Bien, solo... No se lo digas a nadie. Y sigue haciendo lo que estabas haciendo. No me saludes, no te me acerques ni nada por el estilo, ¿está bien?
—No pensaba hacer nada de eso.
—Bien —dijo Ángel, y volvió a suspirar—. Bien.
Luego de aquella extraña conversación, el chico se marchó sin decir nada más. Eliseo se quedó parado ahí, viéndolo irse. Tuvo la impresión de que ni siquiera estaba muy convencido de sus palabras, pero él tampoco se atrevió a insistir.
Esa noche, mientras daba vueltas en su cama, reprodujo la conversación una y otra vez. No le gustó la manera en la que Ángel le habló. Tampoco le gustó haberse disculpado, porque no era cierto. No se arrepentía de sentir lo que sentía, porque ni siquiera era algo que él pudiese evitar. Tampoco lamentaba haberlo besado, porque Ángel lo besó de vuelta, ¿y eso qué significado tenía? Él no se había disculpado por hacerlo. Se puso de costado y tiró de las frazadas con rabia. Detestaba esa actitud de machito alfa que mostraban los chicos. Él no se sentía menos hombre porque le gustaran los chicos, pero al parecer, para ellos era algo asqueroso y anormal. Resopló. Probablemente, su abuelo y su padre pensaban lo mismo.
Se sentó en la cama de golpe cuando la rabia le apretó el estómago. Se inclinó para buscar el hueco en el suelo, donde guardaba su libreta de dibujo, y cuando la halló, comenzó a mirar todos los bocetos que había hecho de Ángel. Los miró varias veces, con la rabia haciéndole castañear los dientes. Estaba furioso. Tomó uno de los dibujos, aquel que Ángel le devolvió la primera vez que se encontraron cara a cara. Estaba arrugado, marcado por los dobleces. Eliseo lo miró por última vez, luego lo rompió. Hizo lo mismo con un par de bocetos más, pero se detuvo cuando se encontró con uno de los retratos que hizo de él. Fue allí cuando recordó que Ángel se había quedado con el primer retrato que le hizo. Apretó los labios, aún con el dibujo en la mano. Ángel no merecía tenerlo. No merecía tener nada de él. Eliseo sabía que no podía quitarse sus sentimientos, pero sí podía reclamarle el dibujo, y eso era justo lo que tenía planeado hacer.
Volvió a guardar la libreta y se acostó.
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