Capítulo 4
Encontrarse con Ángel en la playa se había convertido en su rutina de todos los jueves. Aquel muchacho que en un principio se había vuelto inalcanzable, ahora era su musa, su modelo favorito. Curiosamente, no le molestaba mostrar su desnudez para que Eliseo lo dibujara, y él fantaseaba con poder tocar, aunque fuera una vez ese trasero redondo, o delinear las pecas que adornaban su espalda y su pecho con los dedos.
—¿Alguna vez tuviste un modelo?
Eliseo, que estaba tumbado en la arena, ladeó el rostro para mirar a su compañero.
—No, nunca. Siempre dibujaba paisajes, y si dibujaba a alguien, ellos no lo sabían.
La risa pícara de Ángel acarició sus oídos.
—¿Te da vergüenza que la gente sepa lo que haces?
Quiso mirarlo, pero la luz del sol directamente contra su rostro no le permitió abrir los ojos por completo.
—No sé si es vergüenza lo que siento. Tal vez es que soy muy celoso de mis dibujos, no quiero que cualquiera los vea.
—¿Y por qué dejaste que yo viera todo si apenas nos conocemos?
Eliseo tragó saliva, nervioso.
—Tú lo viste por accidente, y luego todo se fue dando —concluyó.
—Pero tú aceptaste mi invitación y viniste —continuó atacando Ángel.
—Me dio curiosidad saber quién eras y qué querías. Yo no me llevo con mucha gente en el colegio.
—¿No tienes amigos?
—Tengo algunos.
Disparaba las respuestas con nerviosismo. Temía decir algo que no debía y acabar dejándose en evidencia. Si por él fuera, ya hubiese dejado el tema atrás, pero Ángel era curioso.
—¿Tienes novia?
Aquella pregunta lo dejó en blanco.
—No —contestó a secas.
—¿Por qué no?
—No lo sé, porque no. No tengo un motivo. ¿Por qué de repente me estás haciendo tantas preguntas?
—Porque me da curiosidad saber qué hace el chico que se esconde para dibujar a otros chicos desnudos.
Eliseo se sentó de golpe, y el movimiento hizo que la arena que tenía pegada en la espalda acabara sobre Ángel.
—Yo no me escondía. Ya estaba ahí cuando ustedes llegaron —contestó, y sin quererlo, su tono de voz sonó un tanto agresivo.
—No es cierto —continuó Ángel —. Estabas escondido.
—No lo estaba.
Eliseo se puso de pie y comenzó a caminar. Ángel lo siguió, y al ver que no se detenía, lo tomó de la muñeca.
—¿A dónde vas?
—Me voy a mi casa. Ya se está haciendo tarde.
—¿Te enojaste por lo que te dije?
Hizo un gesto negativo con la cabeza, pero la realidad era que las palabras de Ángel sonaron acusatorias, burlonas y dolorosas.
Se zafó del agarre y siguió caminando. Esperaba que Ángel lo detuviera, que las cosas fueran diferentes esta vez, pero eso no sucedió.
Durante las siguientes dos semanas, Eliseo no regresó a la playa. Se cruzó a Ángel en el colegio algunas veces; lo vio practicando con su equipo cuando pasaba frente a la cancha de fútbol. Él solo le dedicaba una mirada de soslayo, como si quisiera decirle algo, pero no le decía nada.
Así pasó el tiempo hasta que a Eliseo se le ocurrió regresar a la playa. Siempre fue su lugar predilecto para inspirarse, y desde que su musa lo abandonó ya no había vuelto a tocar su libreta.
Esa tarde, el sol de verano todavía mantenía tibia la arena. Se sentó en el mismo lugar de siempre, cerca de las rocas, pero un poco más lejos de la orilla, puesto que la marea estaba alta. Sacó su libreta y el carboncillo de la mochila y se dispuso a continuar con el paisaje que había dejado a medio terminar. Había logrado distraerse hasta que vio la sombra de alguien que se había parado detrás de él.
—¿Piensas estar molesto por siempre?
La voz de Ángel lo sacó de su centro. El chico se sentó junto a él en la arena. Llevaba puesto el equipo de fútbol.
—Yo no estoy molesto —contestó a secas.
Fingió que seguía enfocado en su dibujo, aunque lo único que estaba haciendo era repasar los sombreados y las líneas que ya había hecho.
—No viniste más. ¿Qué se supone que significa eso?
—No significa nada.
Lo escuchó resoplar. Supuso que su indiferencia consiguió molestarlo, y una parte de él se alegró por eso.
—Uno no puede saber cuando algo te molesta si no lo dices, ¿sabes? Yo tampoco soy adivino. Lo siento, ¿está bien? lamento haberte molestado.
En ese momento, Eliseo levantó la vista por primera vez desde que Ángel se sentó junto a él. Era lo que había estado esperando, pero de todas maneras lo había tomado por sorpresa.
—Bien, parece que no quieres compañía, así que me voy. Ya te dije lo que tenía que decirte.
Cuando Ángel se levantó, Eliseo sintió que tenía que detenerlo. Se puso de pie, dejando caer la libreta que sostenía con su regazo. Tomó al chico del brazo, pero en cuanto notó su mirada sorprendida, lo soltó de inmediato.
—Lo siento, es que... No te vayas.
—¿Quieres que me quede contigo?
No fue capaz de decirle que sí. Estaba tan confundido y tan feliz por tenerlo de vuelta, que se dejó llevar por aquellos sentimientos que lo abordaron y le aceleraron el corazón. Ángel le gustaba, le gustaba un montón, y por primera vez en muchos años quiso dejar de medirse, de censurarse a sí mismo. Estaba harto de reprimirse.
Lo tomó de la solapa de la camiseta y lo besó. Un beso torpe, temeroso, pero intenso, tanto que le robó el aliento y le aceleró los latidos.
El beso duró lo que dura un suspiro, puesto que Ángel se separó de golpe, dándole un empujón que casi acaba tumbándolo al suelo. Se miraron durante unos momentos, en completo silencio. La incertidumbre y la culpa tomaron protagonismo en la madeja de sentimientos que dominaban a Eliseo en ese momento. No se atrevía a abrir la boca ni siquiera para disculparse o poner una excusa. Tampoco era que tuviese alguna.
—Ángel, yo...
Se detuvo cuando lo vio negar con la cabeza, en tanto se limpiaba la boca con el dorso del brazo. Aquella mirada de rechazo volvió a aparecer en sus ojos, y Eliseo sintió que algo se estrujaba dentro de su pecho.
Tomó su mochila y su libreta con rapidez y comenzó a marcharse. Ángel no le permitió avanzar demasiado; le jaló la mochila con tal fuerza que lo hizo caer de espaldas, y de inmediato, se le subió encima y lo tomó con suma brutalidad de la solapa.
—¡Suéltame! —chilló Eliseo, mientras intentaba quitárselo de encima, pero Ángel lo sujetaba con tanta fuerza que le fue imposible zafarse.
—¡¿Eres maricón?! —le gritó en la cara.
—¡Déjame, Ángel, déjame!
Eliseo sentía cómo su espalda se raspaba contra la arena mientras trataba de quitarse a Ángel de encima. Logró tumbarlo contra la arena, pero el chico aprovechó el impulso para jalarlo con él, y ese movimiento hizo que sus rostros quedaran a muy poca distancia.
—Mírame —gruñó Ángel sobre su rostro—. ¡Mírame, carajo!
Eliseo lo miró con temor. Ángel tenía el entrecejo fruncido y la mandíbula tensa. El contacto visual duró unos momentos, hasta que Ángel, aún con la cólera haciendo temblar sus pupilas, volvió a tomar la boca de Eliseo en otro beso violento y ávido. El chico apoyó las manos en su pecho, completamente confundido. Cuando finalmente se separaron, la mirada de Ángel había cambiado. Se veía sorprendido, casi asustado.
Se puso de pie con algo de torpeza, y dejando a Eliseo tumbado de espaldas sobre la arena, se marchó corriendo sin más.
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