Después del incidente, Eliseo dejó de ir a la playa. Su libreta de dibujo quedó archivada debajo de una madera suelta que había en el piso de su habitación, bajo su cama. No se atrevió a tocarla otra vez, ni siquiera era capaz de dibujar nada.

Al final de sus clases, abrió su casillero y de él cayó un papel. Era un pedazo de hoja arrancada y doblada de forma muy poco cuidadosa, y en su interior tenía un mensaje que hizo que a Eliseo se le acelerara el corazón: "Te veo hoy en la playa. 6pm".

Arrugó la nota y se la metió en el bolsillo. ¿Qué tal si se trataba de una mala broma?, ¿o si el chico lo esperaba con sus amigos y le pegaban una paliza? Pasaron muchas ideas por su cabeza, pero la curiosidad era mucho más fuerte que el miedo, y Eliseo era más curioso que cobarde.

Cerca de las seis de la tarde, bajó a la playa. Se ocultó detrás de la roca y esperó allí con impaciencia. Estaba listo para salir huyendo si llegaba a ver al capitán del equipo con sus amigos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando el muchacho llegó solo. Esperó un par de minutos antes de salir de su escondite, porque todavía tenía el miedo de que aquello fuese una trampa.

—Pensé que no ibas a venir.

La sonrisa del chico era brillante como el sol, blanca como la espuma de las olas que golpeaban contra las rocas.

—Yo, sí... Bueno...

Se rascó la cabeza, luego tragó saliva. Mantuvo una distancia importante por si al chico se le ocurría lanzarle un puñetazo. Estaría perdido si aquella estructura musculosa de un metro y pico decidiera pegarle una paliza.

—El día que te fuiste, dejaste algo, así que quería devolvértelo.

Rebuscó en su bolsillo y sacó una hoja de papel doblada en dos partes. Eliseo sintió que el corazón saldría galopando por su boca en ese momento. Estiró la mano para tomar el papel, y cuando lo abrió, reconoció de inmediato el boceto. Era un chico tumbado en la arena, completamente desnudo. Tenía las manos detrás de la cabeza, y junto a él, estaba el uniforme del equipo de fútbol del colegio. Eliseo arrugó el papel y se lo metió a prepo en el bolsillo de sus bermudas.

—Oye, lo vas a estropear, si no lo quieres devuélvemelo.

—¿Qué? —preguntó Eliseo, incrédulo—. ¿Para qué lo querrías?

—¿Es broma? Es un dibujo genial. Lo haces muy bien. ¿Soy yo?

En ese momento, deseó con todas sus fuerzas que la arena se lo tragara y lo escupiera en el Timbuctú.

—¡No! Solo es... es un boceto, estaba estudiando un poco la anatomía y... Yo solo...

—La camiseta que está junto al chico tiene mi número. Yo soy el siete —contestó el chico, con aquella sonrisa impecable y juguetona.

Los detalles. Los malditos detalles.

Sus dibujos siempre solían ser detallados porque Eliseo amaba retratar hasta las cosas más pequeñas. Esta vez, eso le había jugado en contra.

—Lo siento —fue todo lo que atinó a decir cuando se quedó sin excusas.

Le sorprendió descubrir que el muchacho no parecía molesto en absoluto.

—¿Tienes más? Quiero verlos. ¿Haces retratos de rostros?

Eliseo abrió los ojos de par en par. El interés repentino le pareció todavía más extraño que su curiosa reacción.

—Hago algunos, pero solo son autorretratos —respondió con timidez.

—Quiero ser tu modelo. Puedes dibujarme cuantas veces quieras, pero a cambio quiero que me regales un autorretrato.

—¿Qué...? Puedo... Yo puedo hacerlo sin que tú tengas que ser... Mi modelo...

Y de nuevo, aquella sonrisa simpática adornó el rostro del chico.

—Esa va a ser mi forma de agradecerte.

Cuando el muchacho avanzó hacia él, Eliseo retrocedió por inercia. El miedo al rechazo todavía permanecía allí, a flor de piel, quemándolo.

El chico extendió la mano para saludarlo, y él, que todavía permanecía bastante lejos, dio dos pasos tímidos para estrecharla.

—Me llamo Ángel —dijo, agitando suavemente su mano.

Ángel.

Eliseo no pudo evitar pensar que aquel nombre le quedaba a la perfección.

—Eliseo —dijo finalmente.