☼ Capítulo 5. Mafioso juvenil
15 de Marzo de 1980
Ciudad de Nueva York, Nueva York
La alarma me despertó exactamente a las 6:30 am. A los pies de la cama tenía a mis tres perros que permanecían profundamente dormidos; eran tan flojos que no se levantaban hasta que su desayuno estaba servido en sus platos. Caminé sin zapatos por el piso color gris, dejando las marcas de mis pies que luego se borraban de inmediato. ¡Estaba heladísimo!
Fui directo al baño, dentro de la misma habitación.
Lavé mi cara, pasando mi cabello rubio hacia atrás con el agua en mis manos, me rasuré con cuidado la barba matutina e inspeccioné que no tuviese estúpidas espinillas de adolescente. El café recién preparado me esperaba en la cafetera automática, me serví una taza, era fuerte y quemaba mi boca. Justo como me gustaba que lo hiciera.
Sin ponerme una camiseta fui directo a mí gimnasio personal, que se encontraba en el cuarto de junto. Al pasar, me cercioré de que los perros siguieran durmiendo; todavía no era su hora de comer y debía ser cuidadoso de mantener sus dietas.
Hice ejercicio, cómo cada día, reforzando el pecho con flexiones, brazos cargando pesas, trote lento y luego una carrera a toda velocidad de 10 minutos en la cinta. Mantenerme en forma era parte fundamental de mi trabajo, si quería permanecer vivo era lo mínimo, no era cuestión de vanidad ni alarde. Los beneficios extras no eran despreciados, después de todo.
Empapado en sudor, que retiré con mi toalla, me rehidrataba con una botella de agua frente a la ventana que hacía de pared en la sala. Observé el panorama citadino de edificios enormes que rodeaban el departamento. Estaba tan arriba, exactamente en el décimo segundo piso, que nadie más podía verme. Me metí al baño de nuevo, luego del ejercicio, para permitir caer sobre mi piel una lluvia de agua caliente. Dejándola recorrer mi cuerpo y llevarse el frío. Los azulejos perfectamente puestos y pulcros me daban estabilidad mental, perfección simétrica. Una mañana monótona.
Nada más salir de mi ducha, el teléfono de casa comenzó a sonar, era un aburrido tono de oficina; la llamada llegó justo, como si hubieran estado esperando a que me desocupara. Presioné un botón, sin siquiera levantar la bocina, permanecí de pie cerca, terminando de secarme mientras observaba el aparato color rojo brillante sobre la mesa.
–Jefe, estamos de camino a su departamento –oí que decía su voz por la bocina.
–Les dije que no hacía falta que me avisaran, llevo 2 horas despierto –chasqueé la lengua dos veces para llamar la atención de los perros, que no se moverían por nada del mundo a no ser que me viesen con intención de darles comida. Criquet y Axel fueron los primeros en despertar, corriendo a su sitio dando tropezones, esperando sentados por su alimento. Sus enormes cuerpos necesitaban de 1 o 2 kilos de comida para no pasar hambre. Azucena, la única que no era un enorme Golden Retriever sino una minúscula Terrier, fue la última en llegar, sus pasos eran cortos y pesados por el cansancio de la edad.
–Lo lamento, Jefe –respondió nerviosamente la voz detrás de la llamada.
Sonreí. Quería burlarme un poco, seguramente era un novato al que sus compañeros pretendían hacerle una broma pesada, probando a molestar a un recién levantado alfa dominante. Les daría una buena actuación.
La administración había cambiado recientemente. El Jefe de todos nosotros, incluso mío, Dino Golzine despidió a su anterior mano derecha: Arthur, un alfa recesivo. Reemplazándolo por mí, un alfa totalmente dominante. No llevaba ni 15 días con este nuevo puesto, pero la reputación es algo que se debe construir incluso antes de tomar el control de una de las secciones más importantes de la mafia asentada en Nueva York. Y yo no pude haberlo hecho mejor.
Gracias a mi trabajo duro, superaba los requisitos con creces. Fui entrenado desde niño para servir como arma para la mafia, mis méritos de años de servicio impecable y de tomar partidas bien jugadas me dieron un nombre: "El lince solitario". El mismo Jefe Dino Golzine se dignó a desechar a Arthur por alguien sin tanta experiencia en los temas de organización.
–Yo no soy Arthur –aclaré de manera brusca, como si detestara que me comparara con él o que incluso me recordara su nombre. En realidad, me daba igual, pero eso crearía alarmas y más historias alrededor de mí–. No necesitan tener formalidades, llámenme por mi nombre –no se me ocurrió otra manera de atormentarlo, por lo que dejé un poco su interpretación el resto, centrándome en llenar al mismo nivel los tres platos de comida de mis mascotas, agregando premios y carne cortada en cubos que almacenaba en el pequeño refrigerador–. Avisa que el próximo que ose llamarme "Jefe" en mi cara, le romperé los dientes –inventé.
Tendría que recordarlo si quería mantener la idea que tenían de mí.
–Sí... Jef–... Ash.
Noté que no se atrevería a cortar la llamada primero, lo salvé haciéndolo por él.
–¿Así que "Jefe", eh? –acaricié las cabezas de mis peludos amigos, masajeando sus orejas.
Preparé mi propio desayuno, jugo fresco y pan tostado. Acompañado de pastillas para controlar el celo. Era común que nosotros los alfas los tomásemos, tener cada aspecto del cuerpo controlado en mi caso, era primordial para permanecer con vida. Desde niño me acostumbraron a tomar los medicamentos más fuertes de los que necesitaba, ahora no podía vivir sin ellos. Como si fuesen drogas. Además, faltaban días para mi celo, mejor prevenir que lamentar.
Tomé tres inhibidores, no era la dosis recomendada.
Los perros terminaban de comer, relamiéndose con gusto, jugando entre ellos con energía. Regresé a mi habitación para vestirme.
Me armé con pantalones de satín gris, camisa blanca de botones y sobre ella, un chaleco negro, zapatos de vestir lustrados con detalles metálicos grises. Al final, una corbata también negra. Miré al espejo de cuerpo completo, admirando mi silueta perfecta de pies a cabeza al otro lado. Nunca llegaría a amar este estilo, no me pertenecía. Tomé un poco de cera para el cabello entre mis dedos, aplicándolo uniformemente sobre mi cabellera rubia.
Los hombres esperaban detrás de la puerta del departamento. Parándome a mitad de la entrada, con una mano en mi bolsillo, abrí la puerta y ahí estaban tres de ellos. Debían ser simples betas, porque no sentía ningún tipo de aroma proveniente de ellos. Hice un movimiento con la cabeza para señalar a uno, debía entrar para ponerle correa a los perros. Mis canes eran obedientes una vez que comían, no crearían problemas durante el tiempo que me mantuviera trabajando.
–Buenos días, Ash –saludaron los otros dos.
No respondí su saludo, en su lugar terminé de acomodar los puños de la camisa de manga larga, rascándome la base del cuello intentando grabar los rostros de los tipos frente a mí de forma sutil. Me sentía incómodo pues no conocía a aquellos sujetos. Eran nuevos, odiaba que me enviasen gente nueva sin explicación o aviso.
–Lo que sea, denme un abrigo, hay un frío atroz –por lo menos fueron correctamente informados, podía ver que cargaban con todo tipo de objetos para cumplir mis excéntricos pedidos.
Sonreí superficialmente cuando uno de ellos me entregó su propio abrigo. Razonablemente hubiese sido mejor que sacase uno de mi propio armario, que no quedaba más lejos que unos pocos 5 metros, pero era imposible encontrar a alguien que intentara razonar conmigo. Hacía años que ningún subordinado me faltaba el respeto de esa manera.
Nada más por costumbre, traía la pistola metida en la parte trasera del pantalón y no en una funda, como podía ver que aquellos extraños las traían.
El beta puso sobre mis hombros el pesado abrigo, mientras el hombre que había entrado al departamento salía con Criquet, Axel y Azucena, tomados por correas.
Esta escolta tenía más la intención de protegerme que de retenerme pues Arthur, de quien tomaba su anterior puesto y con el que poco había interactuado en estos años, me guardaba un rencor entendible. Lanzando al aire la amenaza de cortarme la cabeza. El Jefe de ambos, Golzine, lo renombró líder de la "Casa de Subastas" de su propiedad. No saldría de ahí a no ser que quisiera ver su propia cabeza cortada, se la arrancaría yo mismo al tenerlo de frente. Claro, eso no limitaba el movimiento que organizaba con sus secuaces.
Arthur era un alfa, recesivo, pero habíamos pasado por exactamente el mismo entrenamiento y al igual que muchos de mis compañeros, merecía seguir al lado de la mafia. Era capaz de comprobar que valía la pena conservarlo, no había motivo para desecharlo. Enemistades aparte, claro está.
Estos hombres que me rodeaban no eran hombres de Arthur, pero tampoco eran míos, desconocía de donde provenían, sin embargo al ser betas podría matarlos con sólo imponer mis feromonas en ellos. Sin necesidad de utilizar mi arma. Y durante algún enfrentamiento, perderlos o verlos morir no afectaría a la mafia ni a mí.
Bajamos por el ascensor del gran edificio en dos grupos, en el primero iba el hombre con los perros y después seguimos nosotros. Nos reunimos en el lobby para dirigirnos a la puerta que daba directo a la ruidosa calle. Una mañana común en la gran urbe de Nueva York.
Fuera nos esperaban coches oscuros, con cristales tintados y conductores también desconocidos. Ellos no sabían para quienes conducían y nosotros no podíamos culparlos de errores, todas nuestras interacciones transporte–destino se hacían por terceros. El dinero que ellos recibían valía la pena del riesgo que corrían. Lo mismo sucedía con los inquilinos de los demás departamentos del edificio, la renta baja y seguridad valían la pena por compartir espacio con un mafioso con canes salvajes. Algo similar había escuchado que me llamaban en secreto entre cuchicheos discretos.
–Tócales de manera brusca, golpéalos en sitios que creas que no puedan ser vistos fácilmente y castígalos duramente –señalé al hombre sosteniendo las correas de mis mascotas, dejando salir solo un poco de mis feromonas. Amenazándolo lo suficiente para que temiese y que ni siquiera se le ocurriera hacer alguna de las cosas que sugerí–. Y te sacaré los ojos con una cuchara.
–Está claro, Ash –tragó con dificultad, sin poder moverse, no hasta que lo liberara de mis feromonas. Me servía para enviar, de forma indirecta, advertencias para todos los hombres que me seguirán en el auto o que cuidarían a mis perros. Les quitaría la vaga idea de traicionarme por la espalda.
Rodearse de betas tenía sus ventajas, eran físicamente más fuertes que la mayoría de los omegas me ahorraba pagar salario extra a omegas que debían comprar medicamentos para pasar sus fuertes celos (por algún motivo tenían precios elevadísimos comparados con los de los alfas). Tampoco debía preocuparme porque su época de calor o de celo (que es lo mismo) llegase de la nada y los alfas que tenía se descontrolaran o que coquetearan indiscriminadamente por la oficina.
Los omegas solo servían para una cosa, calmar el calor de los alfas cuando a estos les llegaba el celo. Un alfa sano podía entrar en calor dos veces al año, mientras que un omega normalmente lo hacía una vez al mes. Mientras que no fuesen útiles lo mejor era estar lejos de ellos; había perdido a varios compañeros de negocios por las imprudencias o ambiciones de omegas soñadores con casarse con un alfa adinerado. Se consideran joyas en bruto sólo por el placer que provocan en el interior de sus cuerpos. Creían que por "hacer sentir bien" al alfa con el que se acostaban, satisfacer sus propios deseos sexuales, se mantenían justificados.
Cerré los ojos, recordándome donde estaba, sentado en los sillones de cuero negro del auto polarizado. Directo a la oficina de Golzine.
Nada más que mi propio aroma dentro, todos mis subordinados tenían la orden de no portar ningún tipo de perfume o sustancia que potenciara su particular esencia. No podía aguantar los olores fuertes. Incluso las flores me daban alergia, excepto las de una especie en específico. Las azucenas.
Por lo que los omegas no servían para nada en mi caso, con sus aromas extravenes y que me ahogaban. No me causaban excitación, al contrario, me daban náuseas y mareos.
El sonido del auto pasando por las calles transitadas era como una rutina. Mis mañanas serían iguales hasta que Golzine decidiera librarme del trabajo que antes Arthur hacía; cuando llegara un talento más joven.
Bajando solo un poco la ventanilla del auto, ordené que me diesen un cigarrillo de menta y fuego, en solo dos segundos disfrutaba de caladas relajantes.
Debía pasar seis horas, obligatorias y las extras se extendían hasta la noche de haber problemas, sentado frente miles de papeles que debía revisar, firmar, corroborar, corregir y ordenar para aligerar la carga de Golzine. Tenía pocos días de descanso y justo ayer tomé uno.
Actualmente era como su secretario, disponible las 24 horas del día para ir a donde él quisiese, manteniendo el orden correcto dentro de la torre de naipes elevada por sus años de corrupción. Cubría todo tipo de negocios, desde lo más común como tráfico de drogas, hasta lo más bajo, venta y compra de carne humana (prostitución y pornografía).
No me gusta mucho leer, es cansado y suelo perder la concentración, siempre he pensado que sería muy útil tener a alguien cerca, que le encantara leer en voz alta, para ayudarme a trabajar. Pero casi nadie quiere leer sobre contabilidad de un negocio sucio y lleno de peligro.
Mi trabajo antes estuvo en la calle, moviendo con mis propias manos la basura del bajo mundo, a veces metafórica y otras literalmente. Abrir un camino a Arthur y a Golzine, para eso nos educaron y entrenaron a mí, junto a otros cientos de niños.
Pocos de esos pequeños sobrevivimos a los medicamentos, a los duros métodos de enseñanza, pocos se mantuvieron con vida incluso después de terminar aquella tortura y para algunos pocos, ese infierno aún continuaba. No estaba solo, y no hablaba sólo de Arthur, quién por alguna razón comenzó a odiarme antes de que ambos lográramos completar el entrenamiento y trató de hacerme la vida imposible durante los entrenamientos. Cuando éramos niños, y todavía no luchábamos por la gloria en el bajo mundo.
Me refería a compañeros de verdad, no simples betas sin personalidad y genéricos. A ellos los llamaban "La manada de lobos" y a mí "El lince solitario". Nadie jamás había sospechado que trabajamos tan unidos. Era verdad, me movía por mi cuenta, pero las victorias conseguidas eran por que los tenía detrás de mi espalda, como respaldo. Era como un pequeño secreto a voces, moviéndonos en las sombras de los edificios, recopilando información y enfrentándonos a sangre fría a los otros grupos.
Todo ese dolor de trasero me colocó en la silla que me pertenecía ahora, la de mi propia oficina en el edificio de negocios conflictivos de Golzine.
Casi sin darme cuenta, ya me encontraba en medio de cuatro paredes de acero, sentado frente a la mesa que eternamente estaba llena de papeles.
–¡Ash! –alguien entró a la oficina, fácilmente pude reconocer su voz y gritos incluso antes de que llegase. Comencé a escribir en una hoja en blanco, fingiendo terminar un reporte–. ¿Cuánto más te tendrán aquí atrapado? Alex y Bones queremos ir a hacer trabajo de verdad...
–Lo sentimos, Ash –detrás de él, aparecieron los guardias betas, también eran nuevos, no sabían a qué tipo de amenaza trataban de interponerse. Sin embargo, no tenían malos instintos, trataron de mantener su distancia del recién llegado.
–¿Estos son tus guardias? –preguntó el moreno de gran cuerpo. Estirando sus manos, rodeando los frágiles cuellos de los hombres que se suponía me protegían. Comenzó a apretarlos, ellos trataron de liberarse, pero no los soltó hasta que los dejó inconscientes por la falta de aire. Sus cuerpos cayeron estruendosamente contra el piso–. Son débiles. ¿Golzine no podría haber invertido más en ti? Porque chico, vales totalmente la pena.
–No los necesito, Kong. Sabes que puedo cuidarme solo –entrecerré los ojos, una leve señal que solo él podía leer. Me levanté de un solo movimiento de la silla, al mismo tiempo que tomaba la pistola en mi espalda y apuntaba a mi amigo. Él trató de ganarme pero, como siempre, perdió cuando apunté el cañón en su dirección–. Bang, muerto... –fingí disparar y el sonido del estallido e impacto.
Era nuestra competencia personal, retarnos a duelos ocasionales en cualquier situación o sitio. Todas las victorias eran mías. Kong levantó las manos en el aire, rindiéndose.
–Claro, mata al amigo que viene porque está preocupado –me siguió la corriente, actuando como alguien que acababa de descubrir una traición. Se sostuvo el pecho, aparentando que la bala lo atravesaba–. No le digas a mi esposa que la engañaba contigo... –luego, "murió". Cayendo casi tan dramáticamente como los betas en el suelo.
Guardé mi arma, sentándome de vuelta a la silla, antes de darme cuenta ya sostenía el segundo cigarrillo del día entre mis dedos.
–¿Qué se te ofrece, amigo? –el humo salió de mi boca como una nube tenue.
–Si nuestro mejor amigo está siendo "protegido" por debiluchos, obviamente vamos a aparecer como moscas atraídas a la mierda –escupió su verborrea sin preocupaciones.
Ahí estaba, Kong el poeta mal hablante, era difícil seguir sus metáforas.
–¿Serán mi escolta? –levanté las cejas, reposando el cigarro en el cenicero, pasando una a una las hojas que debía revisar para la tarde. Aparentemente, en las oficinas de la ciudad de Queens había surgido un problema con el crecimiento de una nueva banda, robándoles la mercancía a nuestros vendedores, así como molestando a los clientes omegas que se acercaran al "Paraíso" de Golzine.
"Paraíso", o "Paradise", un sitio que movía muchísimo dinero en tierra. Las drogas vendían bien, pero exportarlas era lo que las hacía importantes para el presupuesto. Por otro lado, "Paradise" era nuestro ganso de los huevos de oro, casi al nivel de la "Casa de Subastas". Dentro podías satisfacer cualquier fetiche o fantasía sexual que pudieses imaginar. Siempre cubriendo la cantidad de dinero necesaria para ello. Estaba disponible para todo quien pudiese cubrir las cuotas y por eso encontrabas a clientes de toda casta social o género. Que estos nuevos enemigos se centrasen en atacar omegas debía tener un motivo detrás. Si no, simplemente debíamos deshacernos de ellos.
–Alex y Bones están en la calle, terminando el trabajo de Brooklyn –justificó la ausencia de los otros compañeros de "La manada".
Los más importantes dentro de ella éramos, Alex (beta), Bones (omega dominante), Kong (alfa recesivo) y yo (el único alfa dominante). Crecimos juntos, tomando las pruebas para convertirnos de utilidad para la mafia, entrenando al mismo nivel a pesar de nuestras diferencias de fuerza, agilidad o inteligencia. Los conocía, sabía sus límites, debilidades y sus capacidades, y ellos sabían las mías. Podía confiarles cualquier cosa sabiendo que regresarían con la encomienda cumplida. "La manada" contaba con más miembros pero la mayoría eran recesivos o betas, también eran excepcionales, pero no podían compararse a nuestra altura.
Tenía suficientes hombres para mandar a resolver el problema en Queens, solo debía organizar un escuadrón que recopilara información y acabase con aquel grupo. Si para terminar el día "La manada" aún no resolvía el de Brooklyn iría a ayudarlos. Dividiría el grupo en dos, la mayoría en Queens y nosotros cuatro en Brooklyn. Eso sería suficiente.
–Me quedaré aquí contigo ya que comprobé la valía de estos inútiles –continuó Kong. Cerrando su puño con fuerza, moviéndolo violentamente, realmente lucía enojado.
–De ser así, encárgate de tirarlos lejos –hice una seña de alejarlo con la mano, necesitaba soledad para continuar leyendo los múltiples informes. Aparentemente Queens y Brooklyn no eran los únicos con problemas esta semana. "La manada" y el "Lince solitario" tendrían mucho trabajo por delante, nadie se movería hasta que dictase la orden. Por fortuna, los hombres de Golzine también estaban disponibles para moverse según mis dictámenes.
–Joder, ni siquiera utilicé feromonas, incluso Bones habría podido librarse en segundos –presumió mi amigo.
–Incluso Bones, dices... –nuestro amigo omega le ganaría incluso a casi cualquier alfa dominante.
–Obvio –sacó de su bolsillo un dulce, metiéndoselo a la boca, cargando con los cuerpos de los inconscientes guardias. Cada uno en un hombro diferente–. No puedo esperar a que termines para cambiarte esa ropa de gánster.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro