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☾ Capítulo 36. La vida no

14 de Abril de 1980. 

Brooklyn, Nueva York. 

Y demás días...

El día que salí del hospital lo hice caminando por mí mismo. No necesitaba muletas y tampoco apoyarme en nadie. Jessica, junto a Michael, fueron a recogerme, escoltándome en mi regreso a casa. Por suerte ningún impedimento se atravesó en nuestro camino.

Dentro del taxi color amarillo, muy temprano por la mañana, luego de despedirme de las enfermeras y doctores que cuidaron que mi salud mejorara. Nos embarcamos, intentando alejarnos y que además, dentro de nuestras posibilidades, asegurarnos de no volver a poner un pie dentro.

Habiendo pasado quince días desde la última vez que estuve en casa, fue igual a la primera vez que regresé luego de tantos años. Un hogar tan lejano, pero todavía era mi casa.

Me recorrió un escalofrío al ver de nuevo el mismo camino de piedra que guiaba al interior del predio. Sin evitar recordar lo que sucedió cuando lo crucé antes, cuando "los lobos" traicionaron a su líder...

"Ash...". Todo lo que pensaba me recordaba a él.

En reflejo, subí mi mano derecha, con intención de rascar mi cuello. Teniendo la piel al alcance, pues había decidido que no volvería a usar un collar grueso. Aún no tenía mucha idea de cuál sería la opción que elegiría para portar ahora.

Jessica, siempre alerta y pendiente de mí, notó que me había perdido entre mis pensamientos. Se acercó, tomando mis hombros para conducirme pronto por el camino que llevaba a casa. Mientras hablaba sobre mil cosas, dándome información fácil y sin importancia, con intención de distraerme.

Lo mejor para mí era seguirle la corriente, y sonriendo, seguí caminando.

El pequeño Michael venía aferrado a la chaqueta de diseñador de su madre. Él seguía un poco asustado, antes de que preguntara por el paradero de su padre, Jessica le dijo que se le presentó un trabajo complicado y que llamaría pronto. A pesar de ser solo un niño, era igual de valiente, sin protestar para evitar poner en aprietos a su progenitora. Esperaría por la prometida llamada, confiando en su madre.

No habíamos explicado mucho al chico de mi situación, sin embargo atrapé a su madre susurrándole que fuese amable conmigo pues atravesaba un momento complicado. No fue difícil entender que, debido a esto, decidió por sí mismo, que todos los días me daría un regalo. Pequeños detalles que hallaba o que traía consigo. Hasta el momento ya llevaba una pequeña colección de varias flores, en la que ninguna se repetía hasta ahora; una carta, un dibujo, piedritas de colores y un juguete.

–Mira quién te da la bienvenida –con llave en mano, las bolsas en la otra, mochilas sobre sus hombros, arrastrando a Michael y a mí. Una alfa poderosa, pero sobre todo, una mujer líder–. Dice que te extrañó también.

A nuestros pies vimos al minino que faltaba por ser adoptado. Con sus patitas delanteras sentado con elegancia, las manchas negras habían cambiado para rodearlo a los costados y sobre su ojo, luciendo como un parche. Maullaba, exigiendo una explicación sobre el retraso de su desayuno. Restregó su suave cabecita contra mis manos, masticando mis dedos cuando no respondí adecuadamente con alimento.

Los tres nos quedamos viviendo juntos, ella cuidaría de su hijo y tendría un ojo sobre mí; convenció a mi madre y ella dejó que me quedara en Nueva York más tiempo, incluso sugirió que estudiara en alguna universidad o centro de aprendizaje en lo que retornaba a Japón. De igual forma no le dimos detalles de nuestra decisión, aunque para nuestra sorpresa, tampoco preguntó. Pude hablar un poco con ella, aguantando soltar la razón por la que me quedaba.

Jessica y su hijo dispondrían del cuarto que usábamos de niños, mientras yo me quedaba de nuevo en el de mis padres.

Me encerré en el mismo, solo. Sin que me diera cuenta, pasé dentro una semana. Sobreviviendo con las comidas de Jessica, los pequeños regalos que Michael deslizaba bajo la puerta y rechazando las visitas del gatito que por alguna razón extrañaba dormir a mi lado.

Volviéndome un zombi, dejando la comida en su bandeja, sin tocar nada. Olvidando recoger las tarjetas de Michael, que se acumularon bajo la puerta y que se esparcían cada que abría la puerta para ir al baño; el único momento en que me levantaba de la cama. El gatito de forma inevitable desertó de intentar llamar mi atención.

La alfa me dejó ser, sin presionar o comentar mucho. Entendía que la mejor forma de superar algo era dejar que se apoderara de ti. Que cansara tu ser, agotando tu cuerpo y mente, llevándote a lo más bajo. Hasta que no pudiese ir más lejos, tocando el fondo y sabiendo que ahora no había más camino por delante que volver a la superficie.

Jessica no se obligaba a encerrarse conmigo, menos con su niño que exigía correr por todos lados. Solían visitar con regularidad el parque que fue desde mi infancia un paraíso. Esa mañana los dos salieron como siempre, regresando varias horas después.

Ambos quedaron sorprendidos cuando llegaron, pues me encontraron en la mesa, con una sábana limpia sobre mis hombros. Los saludé, con una sonrisa muy pequeña, pero una sonrisa al fin y al cabo. No pude levantarme, pues tenía al gato enrollado sobre mis rodillas, durmiendo.

Entre una plática tranquila, preparando la mesa para el almuerzo temprano; pues me moría de hambre. Compartimos la mesa luego de tanto tiempo.

Podía comenzar a sentirme un poco mejor. No del todo, claro está. La tristeza y la depresión que la separación eterna entre Ash y yo se había presentado, no se resolverían de la noche a la mañana. Pero si me disponía a convivir con el dolor, habitando junto al luto y sin ocultar lo que sentía. Al lado de mi amiga y su hijo, poco a poco podría respirar de tal forma que no me ahogaría.

❀❀❀❀❀

Días después, tras motivarme a salir a recorrer de nuevo la ciudad, me animaba a socializar y por lo mismo, comenzaba a incluirme en la rutina de la vida en Nueva York. Hacía las compras con Jessica, acompañaba a Michael a su escuela y me encargaba del gato, que terminó por ser un inquilino perpetuo, en vista de que no tuvimos oportunidad de conseguirle otro hogar.

Pero dentro de ese día a día, solía encontrarme con algo que me recordaba a Ash. Una motocicleta roja, los chicos rubios, la risa escandalosa de alguien, el leve olor de alguna feromona similar a la suya, pasear por Central Park o visitar aquel puente en donde nos encontramos por primera vez en mucho tiempo.

Daba dos pasos y tropezaba con un recuerdo suyo.

Y en cierta ocasión, sin previo aviso, un invitado llegó. Yut Lung, el omega de cabello lacio y largo, apareció en casa. El carro negro, un costoso último modelo, esperaba afuera conducido por un hombre usando lentes de sol y un traje igual de oscuro; esperando atento por su pasajero. Si apartaba los ojos de él por un segundo, le costaría un miembro del cuerpo.

No pregunté cómo consiguió mi dirección, al parecer toda Nueva York podría conseguirla si buscaba de forma correcta, y Yut poseía al hombre que haría lo que fuera por brindarle lo que deseara.

–Hola... –saludé sosteniendo la puerta, Michael se había acercado para admirar al desconocido que portaba un aire de superioridad y presencia de opulencia. Sus ojos azul oscuro brillaron, pero se escondió tras de mí, atemorizado e intrigado por el omega dominante.

–Te ves peor de lo que imaginé –me miró por sobre sus gafas cafés, sin darme una segunda mirada, empujó la puerta para pasar sin preguntar primero. Dejó la enorme bolsa de papel blanco sobre la mesa–. Por eso te traje un regalo.

Se quitó los lentes, colocándolos en el pecho de su camisa.

Cuando Jessica apareció, saliendo del cuarto con las cosas de Michael en una pequeña mochila, preparados para su salida del fin de semana. Se ilusionó mucho cuando vio al reconocido modelo en la sala. Y Yut desempeñó a la perfección su actitud de niño bueno e inocente ante ella.

–Que sorpresa tenerte aquí –saludó ella, sonriendo animada.

–Estaba preocupado –cerró los ojos, jugando con la imagen de samaritano que le quedaba tan bien. Llevó su puño a la boca, como si aguantara un sollozo y su otra mano limpió una lágrima imaginaria–. ¡Pero ahora veo que está perfecto! Gracias a tus cuidados...

–Hago lo mejor que puedo –compartieron más cosas, como mi dieta y datos penosos sobre mí, los dejé ser. No me molestaba, mientras me entretuve con Michael, echando un vistazo a la bolsa que se suponía que era un regalo del visitante–. ¿Qué traes ahí?

–¡Oh! –caminó hasta la bolsa, apartándonos con un movimiento delicado pero fuerte. Señalando con su mirada que no nos quejáramos en voz alta–. Quería que saliera conmigo un rato, y conseguí unas prendas que puede lucir si decide seguirme por la ciudad.

Presumió las mismas ante los refinados sentidos de Jessica, a ella le encantaban. De inmediato me instó a ir con Yut. Y sin preguntar por mi opinión me llevó a la habitación junto a todo el contenido de la bolsa.

Obedeciendo me vestí y cuando me di cuenta, ya estaba dentro del auto extravagante, sentado junto al omega cruzado de brazos. Despidiéndome con la mano de Jessica.

–¿Qué fue todo eso? –mi cabeza se había vuelto loca, demasiados movimientos e interacciones extrañas en tan poco tiempo, ya no estaba acostumbrado a nada de eso.

–Blanca ha estado ocupado últimamente –dejó la sonrisa elástica que mantuvo a la perfección todo el tiempo que pasó frente a la profesional de la moda, regresando a su apática mirada y expresión sería. Apoyaba su cabeza sobre su mano, cansado del teatro del acababa de armar–. No puedo verlo mucho y cuando lo vi me dijo que pasara tiempo contigo.

–¿Tiene mucho trabajo?

–Ha intentado contarme –sacudió la mano–, pero no tengo idea de sus jergas mafiosas, "topo", "hombre de metal", "mono". No las entiendo.

–¡Yo sé sobre eso!

–¡No quiero saberlo! –lanzó una de sus miradas matadoras, interrumpiendo cualquier cosa que le dijera–. Parte de mi encanto es mi inocencia. ¡Cállate!

–¿Inocencia?

Nos mantuvimos en silencio, ni siquiera me atreví a preguntar a dónde íbamos. Cansado, luego de que el camino que recorríamos se hiciera eterno y aburrido, Yut por fin se atrevió a hacerme una pregunta, qué fue de lo más incómoda.

–Hablando de algo importante –sus ojos no conectaron con los míos, seguían el escenario tras la ventana. La noche cayó mientras salíamos, las luces brillantes y de colores, en la ciudad se mantenían siempre a toda potencia. Como un mar de miles de estrellas, que competía contra los astros en el cielo–. ¿Ese alfa no te dejó preñado o sí?

Su falta de tacto me enojó un poco. "Ese alfa". Quise gritarle que su nombre era Ash, aunque guardé silencio. Temeroso de su interrogante.

–¿De qué hablas? –no era la primera persona en sospechar de ello, Jessica y mi madre habían jugado con el tema varias veces antes. No me sentía cómodo con la idea. Sostuve la parte baja que se suponía era el foco de atención, pero estaba seguro de que el latido que sentía contra mi palma era el mío propio, eufórico ante la idea.

–Solo digo, estás más gordo...

Agradecí que el auto frenara, sin esperar la cortesía de que el chofer abriera la puerta, bajé de inmediato, escapando de la situación.

Ante mi estaba la discoteca más escandalosa que posiblemente existía en el mundo. Retumbaba incluso hasta donde estábamos, al otro lado de la calle. Di un paso atrás, dispuesto a meterme de nuevo en el coche, pero Yut vengándose de mi falta con él. Me tomó del brazo para arrastrarme dentro.

Las personas se apartaban de nuestro paso, admirando la elegancia del omega. Congelando sus intentos de coqueteo cuando veían al guardaespaldas que nos seguía apenas un paso por detrás.

Nos recibieron con la música ensordecedora, la gente que bailaba y el aroma del alcohol que ya embriagaba. Un chico con delantal se acercó a nosotros, sostenía una charola con botellas pequeñas selladas y las destapó ante nosotros, ofreciéndolas como gesto de cortesía.

Agarré la que se suponía que era mía solo porque Yut me dijo que la tirarían si no la tomaba. No me ilusionaba la idea de que se desperdiciara.

–Creo que fue mala idea venir aquí –comenté. Sin sentirme cómodo.

–¿Por qué?

–Porque fue un lugar como este en que terminé enredado con... Ash.

–Ay –se detuvo de su baile–. Eiji, si seguimos ese pensamiento no habría un solo lugar en toda la ciudad de Nueva York al que pudieras ir sin recordarlo.

–Es que... –en realidad, si era así.

–Tienes permiso de tomar hasta olvidarlo, solo por esta noche –chocó su botella con la mía, indicándome que lo imitara y bebiera de la misma–. No creo que al bebé le importe.

Quise decirle que no estaba encinta. Pero en vez de eso dije, "al diablo". Y bebí. Casi de inmediato comencé a sonreír, por algún motivo la felicidad estaba conmigo una vez más. Yut también reía, burlándose de mi risa. Sin darme cuenta, comencé a disfrutar.

Hicimos bromas entre nosotros, las de Yut eran más ácidas que las mías pero se las devolví con mi estilo, sin ofender pero a mi parecer eran insultos. Siguió rindiéndose de mis intentos de ser "malo", y con otras si se puso serio. Se marchó cuando hice el comentario de que si sus admiradores supieran como era en realidad lo abandonarían por completo.

No sabía porque se había puesto tan callado, como para decidir apartarse.

Aproveché para salir del ambiente intoxicado, pasando por la puerta delantera. Respiré él aire de la noche, frío y cargado de feromonas, a pesar de todo seguía siendo mejor que el de adentro.

Me apoyé sobre un muro, mirando a aquellos que peleaban por entrar a la fiesta, a otros que decidían irse a pasar el rato en otro lado y a varios más divirtiéndose ahí mismo, a mitad de la calle con locuras y chistes.

Admiré la revuelto que me rodeaba cuando de la nada, alguien que vi pasar por el rabillo del ojo, llamó mi atención. Volteé de inmediato y lo vi bien, no había duda... ese cabello rubio, la forma de sus hombros, era Ash.

No había avanzado cuando Yut apareció tras de mí, con una sonrisa temblorosa en los labios, sosteniendo otro trago.

–¿Dónde te habías metido? –tan borracho, que comenzó a ser amable conmigo. Arrastrando las palabras y abrazándome.

–Vi a Ash –dije desesperado, para intentar atraer su atención y que dejara esos juegos que me irritaban cada vez más.

–No seas tonto –giró su cabeza, buscando lo que yo había visto. Olfateó el aire, luego hizo una mueca de asco–. No es él, no huele como él. Este apesta, es un asqueroso vagabundo. ¡Tonto!

Apreté mis labios, sintiéndome triste. Mis ojos se humedecieron, queriendo llorar, la euforia del alcohol se estaba yendo, dejándome solo con una infinita aflicción.

–¡Extraño a Ash! –grité. Llorando de forma patética.

Tras lo que, sin más remedio, Yut tuvo que intervenir. Dándome unas palmadas toscas, pero con buena intención.

–Regresemos, tengo que devolverte en una pieza...

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