☼ Capítulo 34. Perdidos en Nueva York
28 de Marzo de 1980.
Manhattan Nueva York.
Si no nos movíamos en ese preciso instante iba a comenzar a perder la cabeza. Aún tenía el control de mis pensamientos, para conseguir planear y completar mis acciones, sin dejarme llevar por mis sentimientos de ira. Eso sí, no duraría mucho, sin embargo era necesario mantener la cabeza fría.
Por un simple error el plan fallaría, caeríamos en la provocación de Arthur.
Asesinaron a los hombres que teníamos entre sus filas, así como nosotros hicimos lo propio con los suyos. Ellos expusieron sus cadáveres en la calle, como si fueran perros y nosotros dejamos los suyos en el basurero de la Estación de Policía de Manhattan.
Eran las señales que dimos para la primera batalla que empezaría la guerra. La noche había llegado.
–Es tiempo –de pie, ante todos los "lobos" que me seguirían, hablándoles desde un sitio elevado dentro de "La Cueva". Montaban sus motocicletas, tenían en las manos grandes palos de metal que conseguimos de las tuberías y sus armas, de las que me encargué que cada uno tuviese por lo menos dos a su disposición. Armamento que el mismo Golzine nos proporcionó en ocasiones anteriores. "Espera que nos matemos entre nosotros", concluimos–. ¡No nos dejaremos pisotear! –sus motores rugieron, gritando como dementes y lanzando disparos al techo–. ¡No será una misión suicida! –más ruido y apoyo. Me sostuve sobre el barandal, inclinándome hacía ellos, saturado de motivación–. ¡Vamos a volver!
Bajé de un salto, sintiendo la adrenalina recorrer mi cuerpo. Podía hacer lo que fuera. Me sentía invencible y acompañado de grandes personas. Designé posiciones momentos atrás. No iríamos todos hasta la "Casa de Subastas", alguien debía quedarse en la retaguardia y cubrir nuestro escondite principal. Tener un sitio de escape seguro.
Todavía había "lobos" dispersos por todo Nueva York, ellos lucharán su propias batallas en sus flancos.
No dejamos nada a la imaginación, intentamos adelantarnos a todas las ideas que Arthur hubiese elaborado para enfrentarnos. Por experiencia puedo decir que los planes nunca salen como se quiere, eso es lo que diferencia a un buen estratega de un novato. No se ganaba con el plan perfecto que no fallaba nunca, sino con el plan que durante la marcha podía evolucionar, ser destruido y aun así, te llevaba a la victoria.
"¿Y cuál era la victoria?". Lo sabría cuando llegara. "Es tú libertad". Ser libre de ir a donde quisiera, sin obedecer órdenes, librarme de las cadenas con las que nací. "De amar a quién quieras". Yo puedo amar.
Terminé de descender por las escaleras. Ya no había ni un respiro de silencio. Nuestros corazones están bombeando al mismo ritmo. Como si fuese uno solo. Caminaba en medio de ellos, de aquellos hombres con los que había sangrado y vivido en la oscuridad, me conocían y yo los conocía. No era solo mi lucha. Les pertenecía también.
Me veían, tal como yo los veía.
–¿Motores listos, Ash? –como no podía ser de otra manera, Bones a mi lado. Le debía tanto, pero no podía olvidar tan pronto que, bajo su mando, Eiji fue llevado. El tiempo se nos fue de las manos, confiando en sus hombres. "Un día entero", pensé. No lo culpaba, ya lo hacía demasiado por sí mismo. Él cuidaría que nadie perdiera su posición.
–Abriré para que puedan pasar –confiado, Alex aseguró. Iba cubierto de cuero desde las botas hasta los guantes que vestía, listo para deslizarse por el pavimento y golpear a quienes se interpusieran. Él era tanto cerebro como fuerza, el motivo por el que iría a la delantera. Nuestra lanza. Siempre certero, mi segundo al mando.
–Los aplastaremos –con su gran presencia, Kong se encomendaría el trabajo sucio. Podía encargarle tanto trabajos pesados como ser una sombra. Se escabulle con el cien por ciento de éxito y sino, les rompía el cráneo a los que se lo impidieran.
Y así, cada "lobo" tenía bajo su mando a otros cachorros.
–No será un suicidio –prometí. Montando el vehículo, sujetando por un momento el casco entre mis manos, antes de decidir lanzarlo sin reparos contra el suelo. Este no se quebró, pero rebotó un rato antes de quedarse estático. Lo miré un momento, hasta que me di cuenta de que todos habían cerrado la boca y me observaban atentos–. ¡Vamos!
Y de inmediato arrancaron. Avanzando por el túnel, rodeándome al pasar cerca, ya que todavía no encendía la mía, permaneciendo estacionado. Miré mis manos. Por un momento, no me sentí como yo mismo. Apreté los puños, tomando el control de mi cuerpo y del manubrio frente a mí.
–Tú puedes, lince –oí decir una voz detrás de mí. Uno de los "lobos" pasó veloz a mi lado, palmeando mi espalda en su camino.
Como si fuese la señal que estaba esperando, arranqué el motor y me dispuse a conducir entre los chicos. Sería una noche larga.
Nos encontrábamos a varios kilómetros de la "Casa de Subastas", pero desde esa distancia los problemas comenzaron a surgir. Los hombres de Arthur tenían un perímetro amplio, extendido por toda la ciudad. Aparentaban ser cerca de mil personas. Crearon disturbios, incendiando tiendas y atacando a la gente que aún no dormía. La batalla era con nosotros, y sin embargo metían a personas inocentes. Con motivo de retrasarnos.
¿La policía? No aparecían por ningún lado. Seguramente retrasados por una situación similar.
Las calles ardían, las personas gritaban y corrían sin rumbo. Golpes, disparos y caos. Y todavía nos faltaba para llegar a nuestra meta.
"Tan cerca y a la vez tan lejos".
Sin ignorar la situación que se nos ponía enfrente, decidimos dejar que la primera parte de la formación se ocupara de los golpes y de aminorar el fuego. El resto trataría de pasar para seguir nuestro camino. Kong decidió quedarse atrás, para permitirnos pasar.
No lo pensé dos veces. Arremetí, como si domara una bestia viva, sobre mi motocicleta. Sin pensar en quienes atropellaba por no tener tiempo de apartarse del camino. Incluso si se interponían mis ruedas, los aplastaba. No me consentiría bajar la velocidad y menos frenar.
Dos incautos se pararon frente a mí. En medio de las llamas. Los botes de basura ardían, las calles jamás me habían parecido que albergaran tantos materiales inflamables. Pero ahora todo tenía lumbre. Estos sujetos decidieron en su pequeño cerebro que tenían siquiera una oportunidad contra mí. Desenfundé el arma sin parpadear, ignorando las luces a mi alrededor, bloqueando cualquier cosa que entorpeciera mi mira.
Mi brazo izquierdo controlaba por sí sola la motocicleta, el codo apoyado en el manubrio izquierdo y mi palma sobre el manubrio derecho, con fuerza. La moto ni siquiera tembló. Cuando los tenía justo donde quería, dejé que diesen unos pasos más, solo para estar seguro. Fue cuando disparé.
No se hizo esperar el resultado, ambos terminaron en el suelo. No los esquivé y pasé sobre ellos. Aunque si giré rápido la motocicleta, porque veía grandes pedazos de concreto bloqueando la calle. Esquivé todo y puse firme mi rumbo otra vez. Fueron solo diez segundos de hazaña.
Sentí mi pecho presionando mi corazón. Detestaba el chaleco antibalas. Apretado y sin dejarme mover a gusto. Limitaba mi velocidad, al mismo tiempo que brindaba seguridad.
La aguja del velocímetro estaba totalmente acostada, e incluso así, no llegaba a la puerta de la "Casa de Subastas". Si tan solo hubiésemos salido antes, si las guardias hubieran sido mucho más estrictas, si no hubiéramos aceptado a esos "lobos". "Si no hubiera vendido omegas en primer lugar". Mil y un pensamientos en mi cabeza.
Y por fin ante nuestra formación apareció la fachada del edificio del terror. Quise atravesar las puertas de inmediato, así como estaba, tal cual había llegado. Pero el sonido del claxon a mi espalda me detuvo, frené de golpe. Debíamos seguir el plan o todo estaría arruinado. A regañadientes aparte la vista y retrocedí sobre la moto.
"Todavía no".
Me reuní con Bones y Alex, estos sin decir palabra comenzaron a moverse. Mientras, debía quedarme atrás y esperar el momento justo para entrar.
Había una extraña calma alrededor de las calles. No me sentía del todo seguro de esto, sin embargo no existía otra forma de conseguir entrar en una pieza. Estaba repleto de hombres armados y una barricada casi impenetrable. Era total dominio de Arthur a lo que estábamos a punto de adentrarnos.
–¡Ahora! –fue el grito de Bones, marcando el inicio de la táctica a cargo del grupo de Alex.
En cuanto ellos salieron del escondite improvisado, oímos el fuerte estallido de las explosiones, así como notamos la columna de luz que se elevaba en esa dirección, acompañada de gritos y alarmas de los autos estacionados. Nos levantamos del piso, pues caímos debido a la sorpresa.
–¿Qué fue eso? –pregunté, al tiempo que me asomaba para poder ver mejor.
–Alex dijo que tenía "juguetes" nuevos –me contestó Bones, mientras se levantaba, sacudiéndose el polvo. Estornudó un par de veces–. No sabía que se refería a esto, pero fue muy útil.
Confirmé que así era. Mis chicos ahora corrían con vía libre por el frente del edificio. Los autos estaban en llamas, pero la gasolina había explotado con los primeros bazucazos. El equipo de Alex se había adelantado, abriendo el paso como habían prometido. Nosotros nos estábamos acercando, el ataque principal daba comienzo.
Justo a un paso para traspasar la puerta principal, una voz sobre nuestras cabezas nos sorprendió. En automático apuntamos todas nuestras armas a su ubicación, la punta más alta del edificio, donde no llegaban nuestros disparos.
"Perro astuto".
Arthur, su voz, como la de un maniático que ha perdido la cabeza en algún deslave mental. Gritando a los cuatro vientos. Retándome, sabiendo que soy indomable, y que no me detendría hasta atravesar su maldita garganta. Consiguió encender aún más mi determinación y furia.
–¡Sálvalo! –escupió al hablar. Levantando las manos en alto, profetizando mi hazaña–. ¡Ven e inténtalo!
Tras este incidente, y disparando algunas balas que no tuvieron el resultado esperado, nos introdujimos en la "Casa de Subastas".
De ahí en más siguió una lluvia de balas, más fuego, sangre y destrucción. Las bonitas alfombras fueron teñidas de negro y asquerosidades de los hombres que se enfrascaban en proteger este sitio repugnante. Corríamos de arriba abajo, disparando a quienes nos disparaban y también a los que no. Nadie ahí dentro era inocente.
Subimos las escaleras, utilizando las paredes y muebles como barricadas. Me seguían de cerca tanto Bones como Alex. Los demás "lobos" iban detrás o se habían encaminado a limpiar los pisos que dejábamos a nuestras espaldas. Además, había una razón por la que debía ir delante, aparte de no desperdiciar la oportunidad de disparar primero a alguno de esos malditos alfas...
–Vaya entrada... –nos habló desde la puerta de una habitación. Sostenía un cigarrillo, apoyado en el marco de la puerta por la que apareció, observándonos. Teníamos un aspecto lamentable, llenos de tierra y cenizas, resoplando, cargando con nuestras armas y arrastrando nuestras almas; mientras que él brillaba ahí de pie.
–Sing –nombré. Nos miramos un par de segundos. Max era nuestro contacto intermedio, jamás tratamos en primera persona, "solo un niño".
–Les mostraré dónde está –se dio la vuelta, con la señal de que lo siguiéramos por el cuarto en que apareció. Antes, me puso una condición, justo como me dijeron que lo haría–. A cambio quiero que los liberes a todos.
Como si no fuese ya demasiado difícil sacar a una persona. Aún con eso, acepté mi parte del trato, entonces procedió a guiarnos. Siempre muy silencioso. El ruido de las ráfagas de disparos y desconcierto debajo de nosotros continuaba, resonando por las paredes y rebotando en el suelo.
–¿Quién es él, Ash? –susurró Bones, quién ya tenía en la mira su figura, dispuesto a dispararle si veía un movimiento o hazaña peligrosa.
–Es un aliado –tragué, recuperando el aliento, luego de nuestro maratón. Necesitaba un segundo para que mis latidos volvieran a bajar.
Él era el motivo por el que no podíamos simplemente entrar y destruir todo por dentro, ya que a Max y a mí, nos advirtió de los inconvenientes que podríamos encontrar. Como los cuartos secretos, las llaves de seguridad, trampas, guardias y sobre todo, personas inocentes que no deseaban estar ahí. Como él y los prisioneros que eran la mercancía de la subasta mensual.
–Démonos prisa –ladró el chico por delante de nosotros, sus ojos amenazantes. Corrimos a su lado–. Debo advertirte –no me miraba al hablar, fijo en seguir el pasillo que nos guiaba al interior extraño del edificio–, no está muy bien. Se ensañaron con él –miraba al frente, su voz no temblaba–. Te prometo que traté de que no fuesen duros, curé sus heridas con lo que tenía disponible...
Mi corazón se detuvo, estoy seguro. Dejó de latir por un segundo, dándome un mini infarto.
–¿Es muy grave? –quise saber.
–Ash –a mi lado, Bones intentaba calmarme. Pedirme bajar la voz–. Todavía hay gente armada en el edificio –me recordó.
Traté de recuperar la compostura. No debía dejar de estar atento, ni un solo momento. Podía costarme caro, una bala en mi cabeza y todo acabaría, no recuperaría a Eiji. Dejé de hablar, para seguir en silencio a Sing. Sentí como si diésemos vueltas en círculos, comencé a desconfiar de él, tardábamos demasiado en toparnos con la dichosa sala de prisioneros. Y tampoco aparecían guardias o alfas.
"¿Sería una trampa...?".
–No se muevan –susurró Sing, unos pasos por delante de nosotros, levantando su brazo para evitarnos avanzar más–. Hay tres guardias aquí, tienen que deshacerse de ellos.
–Déjamelo a mí –pidió Bones, pasando al frente, esquivándonos con agilidad. Salió de detrás de la pared. Dando un vistazo de la situación antes de ponerse a trabajar–. ¡Hola! –gritó, llamando su atención.
Sin darles tiempo a desenfundar, disparó a los tres. Que terminaron el piso entre voces de dolor. Antes que pudiesen recomponerse o pensar en otra cosa, también aparecí ante ellos y acabé con la labor. No quería que continuaran respirando mucho tiempo más.
Sing siguió caminando, parecía tener mucha más prisa. Pasando sobre los cuerpos inertes sin mirarlos. Eso me sorprendió. Sin embargo, mientras siguiera con lo que le correspondía, que era guiarnos a donde estaba Eiji, no me preocuparía.
–Es aquí –apuntó, de nuevo, hablando bajo.
Ante nosotros se abría un pequeño pero largo pasillo, a ambos lados existían puertas que estaban selladas. Silencio. No había ni un solo ruido dentro y tampoco llegaban los ruidos del acometimiento de afuera. Sing volvió a tomar la guía, llevándonos a la última habitación, pidiéndome una vez más que cuando le enseñara donde estaba Eiji debía sacar al resto de ahí.
Extendió la mano ante la puerta final, con gesto apurado. No parecía tener llave que abriese la cerradura, decidí que lo más rápido era disparar al cerrojo. Me puse en diagonal, bajo la perilla de doble seguro, apuntando al techo, ya que no sabía en qué posición o donde se encontraría Eiji dentro del cuarto. No quería dañarlo. Disparé. El candado se quebró y el metal cedió.
Nos miramos entre todos. Con el arma en mi mano, Bones y Alex con las propias también apuntando al frente, tomé el valor de abrir la puerta despacio.
La habitación se fue iluminando poco a poco, con la luz que traíamos del pasillo.
–¡Eiji! –lo encontramos. Tendido sobre una cama. La habitación lucía normal y tampoco había nadie más dentro. Corrí a su lado, lo levanté con cuidado de entre las sábanas, viendo cada una de las laceraciones en su cuerpo. No quería mirar, pero estaban tan a la vista–. ¿Qué te hicieron?
–Estaba seguro... –se trababa al hablar, sus ojos cerrados. Desconectado de la realidad.
No podía entender lo que decía.
–Shh –pedí, tomando sus mejillas para limpiar sus lágrimas. Al mismo tiempo que las mías caían sobre su rostro–. No hables.
–Estaba seguro –me ignoró para continuar sus palabras–, que vendrías a buscarme.
Cayó dormido o desmayado. Era lo mejor, debía tener la menor cantidad de recuerdos de este sitio y de lo que aquí pasó. Con cuidado, lo cargué sobre mis hombros, con ayuda de Bones y Alex. Me levanté con él a mi espalda.
–Debemos sacarlo de aquí –aseguré. Ese era el motivo por el que vine, en primer lugar.
–Ash, escucha. Sabía que esto pasaría –Bones se interpuso en la puerta. Mis ojos fueron de él hasta Alex, quien parecía tomar su lado. Me iba a dar otro ataque de pánico, "¿qué estaba pasando?". Él leyó el terror en mis ojos, se apresuró a ser más claro–. Estás perdiendo la cabeza, amigo. Solo estarás sereno para continuar con esta situación si ves por ti mismo que Eiji está a salvo.
–En otras palabras –Alex se apartó del camino, mientras intentaba abrir las otras cerraduras de los cuartos, cumpliendo nuestras promesa con Sing–: Lárgate, nosotros te cubrimos.
No discutí nada. Me moví fuera de la habitación, llevando a Eiji a cuestas. Cubrimos su cuerpo con las mantas, evitando que se congelara con el clima y sus heridas estuvieran expuestas a la suciedad del ambiente. Cuando estaba a punto de salir de la zona, me detuve.
–Voy a volver –dije. Ellos, mis "lobos" me sonreían. A excepción Sing, que se comía las uñas entre una pared y otra, con el peso de traicionar a Arthur y Golzine, en la conciencia. Quizás incluso a alguien más...
–¡No estás huyendo! –me recordó Alex mientras salía.
❀❀❀❀❀
Los "lobos" se pasaron la información de forma sistemática. Sabían que venía bajando las escaleras con Eiji a cuestas. Y ellos ayudaron a que nuestro escape fuese rápido, proporcionándome la motocicleta más cercana. La metieron hasta donde comenzaban las escaleras, dentro del edificio. Cuando iba llegando al primer piso estaban esperando por nosotros.
–¡Gracias, chicos! –grité.
También ayudaron a que Eiji, aún inconsciente, no se cayera de la motocicleta. Amarraron su cuerpo a mi cintura con las sábanas y ropa que traían puesta, pusieron sus brazos sobre mis hombros y sin más, arranqué.
"Volveré por ustedes", prometí mientras me alejaba, sin sacarlos de mi mente. La batalla actual era para mí, así que no desertaría de ella. Acabaría con cada maldito, no dejaría a uno solo vivo.
De vuelta en la calle. Yendo lo más rápido que podía en ese momento, cuidando que no se deslizara mi pasajero detrás.
–¡Eiji! –grité contra el aire. De pronto, recordé que ninguno de los dos llevaba casco de protección. Esto era peligroso. Tampoco estaba seguro de poder utilizar el arma si alguien aparecía en el camino–. ¿Puedes abrir los ojos?
No respondía. El clima estaba frío y su piel caliente, eso era malo para él. Su cuerpo se hallaba delicado. Solo este viaje ya era arriesgado. "¿Y si...?".
–Brilla... la ciudad... –Murmuraba.
Quise estacionarme ahí mismo, bajar de la aventura y escondernos en un sitio aleatorio. No lo hice, seguí en línea recta, con rumbo a "La Cueva". Por primera vez en mi vida, sentí que esta ciudad no era mía, que no era mi hogar.
Salimos de ahí, y aunque me dolía, bien lo dijo Alex: "no estás huyendo". Dejé atrás a mis "lobos". Confiaba en ellos. Bones los guiaría, Kong los alentaría y Alex cargaría con sus cuerpos heridos. En ese momento, poner a salvo a Eiji era mi prioridad.
Nueva York se encontraba patas arriba. Las sirenas de policías, ambulancias, el rugido de los estallidos de pólvora. En verdad parecía un escenario sacado del infierno mismo. El pavimento roto, los cristales de los edificios quebrados, las paredes destrozadas, personas malheridas en el suelo, peleas en cada rincón, mucha más sangre. Llantos de bebés, niños y adultos.
Una noche que no se olvidaría en la historia de Nueva York. Una noche que se convertiría en día. Hasta muy entrada la mañana se sabrían los verdaderos daños que trajo como consecuencia las ideas de Arthur.
Atravesando mil y un impedimentos, por fin apareció ante mí la oscuridad de "La Cueva". Si no había fuego dentro significaba que resistió o que aún no era atacado. Me deslicé por la calle, frenando en lateral al llegar a la reja, nunca había frenado ahí antes. Abrían el portón inmediatamente después de oír el motor de la moto.
La gran "Cueva", fue nombrada así por el semicírculo que se alimentaba de trenes diez años atrás. Ahora solo almacenaba vagabundos y pandilleros. Las rieles se adentraban por todos lados, siendo una guía para los que fueran nuevos y se perdían las primeras veces. Solo debías tomar una de las rieles para seguirla, aparecerías en algún lado tarde o temprano.
En ese momento, la reja permanecía cerrada ante mí.
–¡Abran! –exigí. El hierro comenzó a moverse hacía la derecha. Mis suspiro estaba saliendo de mi pecho cuando, del otro lado de la calle, unos faros me iluminaron.
Mis pupilas se encogieron, traté de cubrir mis ojos e intentar identificar quien era. No pude tomar el arma en mi espalda, debido a Eiji. Pensando a toda velocidad, retrocedí el motor al mismo tiempo que giraba la guía, de esa manera, terminé frente a frente al auto del desconocido. No podía verle la cara, la reja se iba abriendo a paso lento.
Alguien sacó un brazo del auto, las luces se apagaron y vi a alguien conocido.
–¿Ash? –un alfa. El periodista.
–¿Max Lobo?
–¡Sal de ahí! –agitó la mano para decirme que me alejara.
Observando la oscuridad de la "Cueva", alcancé a escuchar el típico sonido de varias armas recargando. Gracias a la posición en que dejé la motocicleta por la supuesta amenaza que llegaba; pude impulsar la motocicleta hacia el frente. Escapando antes de que las explosiones de munición comenzarán, despedazando el piso sobre el que estaba de pie segundos antes.
–¿Es que nunca podré descansar?
Luego de correr un rato, primero persiguiendo el auto de Max y después, notando que esté no sabía muy bien a donde seguir, me puse adelante. Con dirección a "La madriguera".
–Casi eres atrapado ahí atrás, Ash ¿estás bien? –cuando llegamos, bajó de su auto de inmediato, ya que estacionamos rápido. Se apresuró a mi lado, para comprobar como estaba–. Espera, ¿Eiji?
–¿Me ayudas a bajarlo? –pedí, quitando el nudo que me unía a él.
No dijo nada más, lo cargó sobre su hombro, sin ningún problema o preguntar sobre sus heridas. También me sostuvo a mí. Era una persona confiable.
Entramos al local. Derrumbándome sobre uno de los muebles, vi como Max depositaba a Eiji en un sillón. Y por fin comenzó con sus interrogaciones.
–¿Qué pasó? ¿Por qué está así? –caminó por el bar, dispuesto a despertar al pobre anciano que trabajaba 24/7 para nosotros. Él tendría medicina.
–No me hagas esas preguntas...
Quiso retarme por no contestar, se calló al oír la tercera voz que se nos sumó, interrumpiendo nuestra conversación. Al oírlo, mi cuerpo se recuperó de inmediato, moviéndome hasta su lado como pude, a como diera lugar.
–Ash –había recobrado la conciencia. Hablaba despacio, bajito, como si temiera que alguien lo escuchara.
–Hola... –me sentí tonto, pero por fin podía verme, en la oscuridad pero nos veíamos. Sus ojos brillaron al conectarse con los míos.
–¿Te lastimaste?
Me reí.
–Tu eres el que está herido y te preocupas por mí –comencé a llorar, su collar no estaba. No quise mirar su nuca, por respeto. No quería, pero miré.
–No estoy arrepentido de venir aquí –quiso reafirmar.
Puse mi mano sobre su rostro, sin aguantar mis lágrimas, mordiendo mis labios intentando no seguir derramando mis sentimientos sobre él.
–Fue mi culpa –con su mano, oculté mi rostro, avergonzado–. Todo es mi culpa.
–No digas eso –me apretó la mejilla, aunque no muy fuerte, debido a su condición–. Porque, ¿sabes? A pesar de que no encontré a Aslan, te encontré a ti Ash.
"¿Aslan?". Ese era mi nombre antes de salir del entrenamiento. Mis sospechas se confirmaron. Eiji era el niño que me recordaba el olor de las azucenas.
–Eiji –le llamé. Debía oírme, aprovechar que su conciencia seguía conmigo para que escuchara lo que tenía que decirle–. Espérame, ¿me oyes? Tienes que esperarme. Volveré por ti. Entonces todo será diferente... estaremos juntos.
Él me miró. Solo sonreía, pero me entendía. Lo abracé con fuerza.
Y lo besé una última vez.
❀❀❀❀❀
✒Nota de la autora
Ahora sí se acerca el final. Si tienen alguna duda o creen que haya un tema que esté olvidando resolver, pueden comentarlo en este espacio.
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