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☾ Capítulo 26. Guía

22 de Marzo de 1980. 

Nueva York, Nueva York.

La noche anterior nos dejamos llevar, bueno más yo que Ash. Nuestra relación se volvió mucho más estrecha, incluso, durante la euforia del momento, prometí que le pagaría por la información que me dio con una cita. Siempre y cuando fuera luego de buscar en la biblioteca lo que debíamos encontrar.

Aparentemente hoy pasaremos mucho tiempo juntos de nuevo. ¿Todos los días se volverían así?

Comencé a darme cuenta de que su celo desapareció, sin dejar más rastros, lo único que permanecía era algo que no podía irse jamás. Su alfa dominante. Yo olvidaba el collar, fue creado para ser cómodo. Él no. No decía nada en voz alta, pero sentía como si por la noche, aprovechando que dormía, fuese a cortarlo. Con el calor de mi celo estaba dispuesto a entregar la llave que no poseía, pero ahora, mentiría que no me daba miedo ver esa mirada suya.

Nuestro destino era la Biblioteca Pública, sabía dónde quedaba y tenía un sentimiento extraño acerca de ella. Tardé en identificar la razón. Primero culpé a Shorter, el informante de Ash, porque contó esas historias de periodistas torturados.

Pero ese no era el motivo. La verdad era que tenía relación con mi hermana, aunque de otra manera, más directa. Revisando los primeros destinos que encontré en su diario colorido, la Biblioteca formaba parte de los diez sitios que marqué. Durante el principio de mi viaje fui cumpliendo mis objetivos, luego apareció Ash, con todo lo que eso conllevaba. Por lo menos ahora podía quedarme hasta tiempo indefinido en Nueva York.

Prolongué el realizar la temible llamada a mi madre. Me preguntaría el motivo de mi decisión de permanecer más tiempo fuera de Japón, y no sabría qué contestar.

Y estaba la parte de "pagar" por la información con una cita, sonaba más a una recompensa que como una forma de saldar mi deuda. La salida de hoy me emocionaba.

Tras nuestro desayuno y el ejercicio de la mañana, me sentía con mucha energía. Listo para todo lo que venía ahora.

Lo malo era el medio de transporte, la motocicleta roja del rubio. Tenía que aferrarme a él, cerrar los ojos y respirar solo lo necesario, me resbalaba del asiento trasero, el motor me hacía temblar. Incluso en los semáforos, y al momento de estacionar, sentía que cada vez que arrancaba dejaba mi alma por detrás.

–¿Estás bien? –me preguntó, el casco opacaba su voz, y chocamos un poco por lo cerca que estábamos. Iba a contestar, pero mi estómago comenzó a dolerme, preferí apretarlo y negar con la cabeza–. Casi llegamos, me apresuraré.

No pude decirle que eso sería peor, arrancó con furia y seguí rezando porque esto acabara rápido.

La parte difícil era bajar, pero Ash no me presionaba, era paciente conmigo. Tomó mi mano, ayudando a que me sostuviera. Agradecí su gesto, sólo cuando por fin mis pies estuvieron sobre la acera.

–Ojalá encontremos algo –acomodé mi chaqueta–. De nuevo, gracias por acompañarme.

Él terminó de estacionar, lucía como un rey del camino. Una chamarra de mezclilla gruesa, una camiseta roja de manga larga. Si lo pesaba bien, yo debía tener una apariencia similar, porque la ropa que traía era suya.

–Yo te diré cuándo parar –se detuvo a mi lado, luego de acomodar la motocicleta y los cascos. Le sonreí, dándole una palmada en la espalda, él respondió sosteniendo mi antebrazo para conducirme adentro.

Conocía el edificio por dentro, con la escuela hicimos una excursión en alguna ocasión. No había cambiado. Un techo elegante de varios metros, luces con colores anaranjados, estanterías de madera llenas de libros, mesas largas a mitad del enorme salón, cada una con su propia lámpara, el olor a hojas antiguas. Y silencio. No había ni un ruido fuerte dentro.

Solo el tecleo de la secretaría de la entrada, los pasos de los bibliotecarios con sus carritos repletos de libros, susurros de los estudiantes y personas que iban a encontrar un lugar tranquilo.

Pregunté por el proyecto de cierto investigador, como Ash me instruyó que hiciera, luego por los escritos del periodista que Shorter nos dijo el día de ayer. Conseguí la ubicación de los libros, y escapé de su vista de inmediato, creí que me observaba. Ella parecía saber en qué me estaba metiendo.

Ash me seguía por detrás, analizando a las personas sentadas en los escritorios y moviéndose como un cazador entre sus presas. Cuidando mi retaguardia, observando quien nos prestaba atención. Minutos después lo vi aparecer en la esquina contraria de donde me encontraba, entre una estantería, sosteniendo varios libros bajo el brazo.

–Conseguí algunas tesis suyas –me levanté, porque me había acuclillado para llegar a una colección cerca del suelo. Puse los libros que conseguí en el carrito que tomé por ahí–. Pero creo que no sirvo para esto, lo que hallé no tiene sentido.

–Revisa la parte trasera de este –aún mantenía lo que trajo oculto bajo el brazo, apoyado sobre mi carrito.

Hice lo que pidió, llegué al final de las páginas, en la pasta interior del libro. Había una palabra escrita en caligrafía, como una firma.

–¿"Nidvemis"?

–Así es –ahora me tendió las hojas que consiguió.

–¿Qué es esto? –el conjunto de papeles formaba un libro, aunque de manera rústica, tejido a máquina para unirlas y con una blanda protección. Ponía como título–: "Víctimas de crímenes" –intercambié una mirada con Ash, quién me hizo una seña de que continuara leyendo. El autor estaba justo debajo del encabezado–: "Escrito por 'Nidvemis'" –todo tuvo sentido. Escribía con un seudónimo.

–Usaba varios seudónimos para esconder su trabajo dentro de la biblioteca –me entregó una libreta de apuntes, llena de palabras a mano, con pluma negra. Con una "N" a modo de autor–. No le fue muy bien, porque descubrieron sus escritos de investigación relacionados con la mafia. No encontré nada más.

–¿Esto es lo único que queda? –di un vistazo rápido a la lectura frente a mí. Sus palabras tenían sentido, pero no el que necesitaba. Hablaban de una historia tétrica sobre un joven perseguido por su ciudad, un fantasma dispuesto a enfrentar el gobierno y hacerse un tipo de vengador–. Parecía popular.

–Y aun así lo mataron –sus ojos cargados de algo que no se atrevía a decir–, ¿puedes imaginar qué harán con un extranjero? Eiji...

–Lo sé –cerré el libro, pasando al siguiente, no había rastro de la información que Shorter nos prometió encontrar–. Ningún nombre, ni una sola pista. Todo lo que queda eres tú, Ash. Y a pesar de eso, tampoco me dirás nada, ¿verdad?

–Lo siento, es por tu bien.

–¡¿Entonces qué hacemos acá?! –grité. Arrojando el libro sobre el carrito, hizo un horrible sonido–. Me guiaste aquí, conociendo que no habría nada, me arrastraste a este lugar. Aunque sabes cuando deseo conectarme con mi pasado, con aquel chico que casi no puedo recordar... olvídalo.

–No entiendes lo difícil que es verte metido en todo esto –me tomó de la mano, al tiempo que acariciaba mi rostro. No me aparté, estaba enojado sí, pero no con él, ni con su información, sino por la situación–. No quiero que te metas en este mundo, no tienes nada que ver con él.

–¿Al menos puedo revisar los periódicos del año que me fui? –pregunté. Era una petición menor, que no se relacionaba estrechamente con lo que él no quería que encontrara. No debía tener motivos para negarse, e incluso así, dudó. Parecía haber muchas más cosas de las que pensaba hasta el momento, que me ocultaba.

–Está bien, te conseguiré unas copias...

–Gracias... –él se fue. Acomodé los papeles, intentando encontrar algo entre las migajas que dejó. Tendría que volver otro día, por mí mismo.

Lo esperé tras uno de aquellos lujosos escritorios, él trajo una gran pila de periódicos, solo las mejores ediciones y con la información más importante según su criterio. Aunque faltaban días y eventos que podía recordar que no aparecían por más que revisé. Definitivamente tendría que hacer una segunda visita, esta vez sin su compañía. Estaba entorpeciendo mi avance, a propósito.

Me observaba tomar notas en la libreta nueva y leer el diario de mi hermana para confirmar los eventos, contar los días y hacer una línea cronológica. No lo dejé solo con ninguna de mis dos fuentes de información fiable, por si acaso se le ocurría sabotearlas también. Confiaba en él, porque sabía que no lo hacía con mala intención, pero eso no me mantendría satisfecho.

Ash poseía información que obviamente no podía decir, odiaba el sistema que lo condenó a pasar años encerrado, pero eso no evita que sea peligroso. Tenerme investigando, era arriesgado para él.

–Qué te parece sí..., ya que no encontramos nada, ¿damos una vuelta interesante por la ciudad? –comentó. Acostado sobre sus brazos, mirándome al otro lado de la mesa.

Después de leer todo lo que pude, puse la última fila de periódicos sobre el sitio designado para que los bibliotecarios procedieran a ordenarlos. Guardando mis notas y apuntes con cuidado.

Dudé en aceptar su invitación, si bien le prometí una cita, quería perseguir a Aslan; si es que ese era su nombre. Me sentía un poco culpable por no seguir intentando. Pero por otro lado estaba Ash, algo nuevo, lejos de mi pasado y que hasta ahora me hacía tener buenos momentos.

¿Podía seguir dentro de esta ensoñación?

–Estás desesperado por cobrar tu pago –solté el último periódico, mis dedos manchados de negro, trataría de no tocar nada hasta lavarlos.

–¿Te pido los intereses ahora o después? –puso su mano tras mi espalda, acercando nuestros cuerpos.

–¿Quieres endeudarme? –fingí estar ofendido, cayendo de nuevo en sus encantos, en la forma en que cambiaba de tema para envolverme.

–¿Suena tan mal?

Di una media sonrisa, mirándole de reojo. Ese tipo de coqueteos me hacían desear el presente y abandonar el pasado. La investigación no me importaba si podía conseguir que Ash se quedara a mi lado. ¿Qué estaba pensando?

Me iba acostumbrando a dejar que me guiara, a que me mostrara lo que él quería que viera. A pesar de que sabía lo que hacía. Fue fácil para mi salir de la biblioteca con él, montar en su motocicleta, usar su casco y vestir su ropa, cerrar mis ojos y dejar que él marcara el rumbo por la ciudad.

Fuimos de tienda en tienda, de local en local, comiendo en los puestos callejeros, golpeando latas en el pavimento, trepando por un puente abandonado, caminando en el puerto desierto, asustando niños pequeños con el motor de su transporte. Riendo fuerte contra el viento.

Incluso fuimos perseguidos por unos raritos en moto, que intentaron golpearnos, pero Ash de inmediato los hizo retroceder con disparos en sus tanques de gasolina. Al mismo tiempo que nosotros también conducimos a su lado, a toda velocidad.

Incluso luego de eso, mi corazón ya no se aceleró por el temor, sino por la emoción, me estaba cambiando. Media hora después de ese evento, nos encontramos estresados, jugando a atrapar un peluche afelpado de una máquina de garra.

Mi turno fue un total fracaso, invertí diez dólares en un muñeco que no valía ni medio dólar, y perdí. Ash intentó por mí, luego de dos o tres fallos, por fin el peluche cayó por el agujero. Mi emoción fue genuina, saltando a su alrededor por el logro. Cuando él lo extendió hacia mí, para entregarlo como regalo, grité lleno de felicidad.

Era un muñeco algo raro, su valor era drásticamente menor al que gastamos, pero el momento que pasamos consiguiéndolo fue lo que valió su precio.

La noche nos envolvió, caminando por las calles de la ciudad. Entramos a un parque con luces hermosas, los árboles iluminados y personas paseando dentro. Con mi nuevo amigo bajo el brazo, cruzando mi codo con el de Ash, nos unimos a los desconocidos que admiraban el espectáculo brillante.

Hacía frío, mis manos se congelaban, en medio de nuestra conversación actual se lo dije.

–Siente mis manos, están heladas –puse mis dedos en sus mejillas, sonriendo. Él no se movió, cosa que me sorprendió, por un momento creí que había hecho algo mal. Hasta que colocó su mano sobre la mía, con el rostro sonrojado.

–Eiji, eres tan caliente –no me dio la cara, sino que hizo presión en donde nuestra piel se tocaba.

–¿Y ese lenguaje sucio? –me tomó por sorpresa, mi intención no era esa–. No entiendo...

–¿Cómo puedes ser tan lindo sin darte cuenta? –justo pasábamos por una zona un poco solitaria, sin tanta luz y aprovechó para robarme un beso. Fue corto, rápido, un solo sonido. Fue mi turno de sonrojarme,

Seguimos un poco más por ese camino solitario. Un momento para nosotros.

–Cuéntame algo de ti, tú ya sabes mucho sobre mí –quise hacerle hablar. Siguiendo sus pasos entre la oscuridad, los resplandores lejanos nos guiaban. Todo lucía como salido de una novela encantadora.

–Créeme, estás mejor sin saberlo –palmeó mi mano, que seguía entrelazada a la suya, todavía unidos por nuestros codos–. Incluso, solo por vernos juntos, algunos podrían pensar que ya sabes algo que no deberías.

–Entonces, ¿cuál es la diferencia de no contarme?

Él permaneció en silencio un momento. Comencé a notar que se callaba para pensar en qué decir, si sus respuestas eran sinceras respondía veloz. Pero cuando quería aparentar dominar el tema, ser coqueto o despreocupado, tardaba solo unos segundos.

–¿Sabes que eres el único que puede contradecirme? –por fin dijo algo.

–No, pero ahora sé que sí.

Otro momento en que ninguno de los dos habló. Solo nuestros pasos en el césped, las voces lejanas riendo y el sonido de una música en el parque.

–No tengo preocupaciones fuertes, lo peor que me ha pasado estos meses es tener un enemigo formidable dentro de la organización –comenzó a contarme, esperando unos momentos entre cada nueva información–. No puedo eliminarlo, es útil para ciertos negocios y sus hombres son tan fieles cómo los que me siguen. De continuar alargando esta lucha todo Nueva York se verá envuelto en fuego.

–¿Por qué no puedes eliminarlo directamente? –no me parecía que Ash fuese alguien que, sí se le presentaba la oportunidad, la desperdiciara. Si conseguía tener en la mira a ese tal rival, lo creía capaz de disparar. Pero decía no poder hacerlo.

–¿Escuchaste lo que dije? –estaba claro que éramos de mundos diferentes, no entendía cómo pensaba–. Él maneja negocios importantes, tiene a su disposición gente peligrosa por todas partes. Si lo mato, estaré muerto al siguiente segundo.

Debía ser una gran carga. No tenía ningún consejo que darle.

–Y aquí estás, pasando el tiempo conmigo–. Lo oí lanzando una carcajada–. A todo esto, ¿cómo se llama?

–Arthur Frederick. Es un alfa recesivo. Será mejor que no te acerques a él. ¿Me oíste?

No dijo nada más que fuese importante, volvió a cambiar el tema de conversación. Con sus palabras podía hacerme pensar lo que quisiera.

Terminamos nuestro paseo por el parque, montando de nuevo aquella motocicleta que antes se negaba tan rotundamente a que yo subiera. No hice preguntas del porqué. Llegamos a su departamento, pensando que sería una noche más en la que estaríamos juntos hasta el siguiente amanecer, pero no fue así.

Aparecieron unos chicos, que nos esperaban en el estacionamiento. Me estremecí, pensando lo peor, hasta que se dirigieron a él por su nombre y con claro respeto. Eran de su "manada".

–Hemos visto actividad de los hombres de Arthur cerca, parece que lo siguen desde hace días –no sabía quién era este chico, pero me miró como si él me conociera a mí. Quizás ya todos supieran el tipo de relación que tenía con Ash. Aparté la vista, más que avergonzado.

–No podemos quedarnos quietos, comenzaremos a movernos de inmediato también –Ash cambió en un parpadeó. El alfa que pasó el día conmigo había desaparecido, para dejar lugar al alfa dominante que peleaba cada día por sobrevivir.

Se despidió de manera distinta a como habría sido si estuviéramos solos. Le pidió a Bones, el omega que tampoco tenía un olor muy fuerte, que me llevara a casa.

A partir de ahí, comencé a contar los días que no lo vi. Por más que salí a la calle, el "destino" dejó de ponerlo en mi camino.

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