☼ Capítulo 19. Motores listos
17 de Marzo 1980.
Nueva York, Nueva York.
Manejaba sin control, esquivando autos, camiones y otras motos, ganándome insultos y bocinazos de la mayoría de conductores. Traía puesto mi casco, no por protección sino, para que nadie me reconociera. No tendría ningún accidente, de haber decidido estrellar mi motocicleta, lo habría hecho kilómetros atrás.
Sin un rumbo marcado, tampoco sabía hasta dónde quería llegar, simplemente deseaba quemar las llantas manejando en la carretera. Nada me importaba. Iba murmurando contra el cristal del casco, mi propio aliento golpeándome.
Por primera vez en años, Golzine me "llamó la atención". No fue la gran cosa, en realidad se estaba riendo de la situación. Solo aparentó para escarmentar al resto, para simular que no existían excepciones cuando se trataba de "romper las reglas".
Di un frenazo, a punto de chocar, el ruido fue mayor que el susto que me llevé por el auto que se metió en mi camino.
–¡Baja la velocidad! ¡Estúpido! –el gran hombre tras el asiento del coche me sacó el dedo de en medio.
Era un automóvil que me seguía desde ya unas cuadras, no lo había notado por venir pensando en lo que tuve que pasar en la oficina de Golzine. Aunque ahora, tenía toda mi atención.
–No te oigo, ¿disculpa? –fingí no haberle entendido, levantando el polarizado oscuro del casco. Tuve ante mí a un hombre robusto, blanco como un cerdo e igual de gordo que uno bien alimentado. Sonreí por la imagen de su apariencia poco agraciada.
–¡Que bajes la velocidad, imbécil! –casi podía ver la saliva salir de su boca, enojado por algún motivo absurdo–. ¡O te choco contra la acera! –amenazó.
Nadie tenía el privilegio de haberlo hecho antes y sobrevivido. Tampoco nadie me había insultado sin llevarse un castigo, ser golpeado hasta casi morir o sin que le regresara el favor rompiéndole la mano. Pero ese omega pelinegro lo hizo no una vez, sino que los últimos dos días su actitud rebelde se topó conmigo y seguía bien parado. ¿Me estaba volviendo manso? ¿O menso? ¿Qué me estaba pasando?
Para la mala suerte de este puerco neoyorquino, él no era ni siquiera un omega que mereciera un trato amable. Para mí, no era ni un humano.
–¿Qué? –repetí, apuntándole casualmente con mi arma–. ¿Puedes repetirlo?
Lo asusté de más, dio un volantazo, enviando su auto contra un poste en la acera. Los gritos de los peatones fueron por su acción y no por mi arma, que escondí rápido. Las alarmas de las sirenas de policía comenzaron a aproximarse, seguramente ya había una cerca que vio el accidente y pasó la alarma a sus compañeros.
El cerdo salió de su coche, el humo también salía por el cofre cerrado, fue un golpe duro. Intentó perseguirme con sus piernas cortas y obesas, le fue imposible seguir la marcha a mi poderoso motor. Lo único bueno fue que su accidente bloqueó gran parte del tráfico, tenía libre y solo para mí la carretera. Giré mis muñecas, sosteniendo ambos volantes, el motor respondió de manera satisfactoria, abriéndose paso a toda velocidad por el pavimento.
Me sentía libre, nadie intentaría detenerme, el control de mi viaje era mío. En rebelión contra mi destino, solté el manubrio, la moto se conduce sola. Alcé los brazos en alto, mi cabeza hacia atrás, mirando el cielo lleno de brillo ligeramente opacado por el casco.
Si la muerte me llegara justo en este momento, no tendría arrepentimientos de nada. Como si sintiera mi más profundo deseo, la guía de la moto comenzó a oscilar, un vaivén que no me importaba mucho. Hasta que sentí que de seguir así caería, sin una pizca de gracia, para estrellarme.
Retomé el control, avanzando a toda velocidad, todavía sin tener un destino escogido.
No doblé en ninguna esquina, la adrenalina de retarme en mantener mi línea recta, de esquivar autos y frenar justo en el momento en que rozaban los centímetros para abollar a otro auto. Mordí mi labio inferior, mis venas hervían de excitación, sorteando entre los obstáculos móviles que me ofrecían, llegaría al final de la calle aun si eso significaba encontrarme con el mar.
Siguiendo derecho por las largas calles de Manhattan, pasando a toda velocidad frente a los edificios, tiendas y personas, llevándome conmigo los gritos asustados de los dramáticos ajenos a mi estilo de vida. Como si yo mismo huyera de ese "estilo de vida".
Que no me hubieran llamado la atención por lo sucedido anoche, llevar a un omega a mi departamento, ignorar el intercambio con los rusos y utilizar el auto para mis intereses personales; sumado al evento de la mañana, el escándalo por mis feromonas inestables. Significaba que no les importaba, no veían mis errores; se reían de mis preocupaciones. Era patético. Me sentía como un adolescente buscando atención, esperando a que alguien me gritara y me castigara por mis errores.
–Basta de sentir pena por mí mismo –como si la sincronización fuera nuestro trabajo. De reojo pude verlo, no solo a él, sino a toda la cuadrilla que lo acompañaba–. ¿Qué está pasando? ¿Me falta dormir?
Negué con la cabeza, frenando por impulso, con un jadeo me quité el casco. El frío me golpeó como un chiste, congelando mis pestañas. Estaba unos metros por delante, volví la mirada hacia atrás, seguían ahí, no eran una ilusión. Llaman mucho la atención, incluso las personas los miran sin recelo, atentos a sus pasos por si entraban a robar a alguna tienda.
Porque si, parecían vándalos juveniles en "manada", alrededor de un omega que parecía un pobre rehén. Si no fuera por sus sonrisas al caminar, sus bromas y risotadas que hacían eco en la calle, la gente ya habría llamado a la policía para que lo recuperara.
–¿No estoy soñando, verdad? –con la motocicleta a un lado de la acera, estorbando el tráfico, decidí dar la vuelta entera para quedar frente a ellos. Esperando el momento justo para hacerlo. Cuando nos reunimos, yo no parecía ser el único sorprendido.
–¡Ash! –la cara de confusión de los tres "lobos" era excesiva, gritando demasiado alto.
Puse un dedo sobre mi oído, para opacar sus chillidos, el omega parecía tranquilo y sonriente.
–¿No estabas del otro lado de Nueva York?
–Así empezó pero conduje hasta aquí –mis ojos seguían la sonrisa del omega, quién no me saludó o siquiera me dedicó una mirada, su sonrisa fue desapareciendo gradualmente mientras hablaba–, quería llegar al Océano...
–Sí, este es nuestro líder siendo él mismo –Bones se apoyaba con tanta confianza en su hombro, burlándose de mí, consiguiendo arrancarle una sonrisa genuina al omega, se cubriría la boca al reír. Curioso.
Por fin nuestros ojos se cruzaron, no apartó la mirada, pero su sonrisa desapareció nuevamente. Entonces...
–¿Les dije o no les dije? –me señaló con el dedo, cruzándose de brazos y moviéndose para darnos la espalda, regresando al frente poco después. Levantando los brazos, como si hubiese sido derrotado o dándose por vencido–. No hay nada que pueda hacer...
–Por lo visto no –Kong llevó una de sus grandes manos también sobre su boca–, tu destino parece ser cruzarte con este tonto alfa.
–No le digas así, sigue siendo tu jefe de todas maneras –intentó "defenderme" el omega.
Mi rostro de confusión fue evidente. "¿De qué hablaban? ¿Destino?".
–P–pero el líder –hizo su interrupción en la conversación Alex–, seguro sabía que estábamos por aquí porque alguien le avisó...
–No, en realidad nadie me dijo nada y no venía pensando en nada en concreto –fue mi respuesta. Alex no parecía muy contento con ella, me encogí de hombros, no tenía idea de que era lo que quería oír.
–¡Quizá fue subconsciente! ¡O el omega nos engañó a todos! ¡Él sabía desde el principio que esto pasaría!
–¿Cómo? –intervino Bones, poniéndose entre el exaltado Alex y el omega pelinegro, vi como este daba unos atrás.
Alex no pudo contestarle, porque obviamente no sabía cómo era posible.
–Exacto –fue la voz del chico con ojos rasgados, parecía temeroso, aunque con Bones en medio se armó de valor–. ¿Como? ¡Les estoy diciendo que esto no es planeado! ¡Yo no quiero meterme en su camino!
Ahora no solo tenía nuestra atención sino también la de todos los peatones. Jadeaba sin control, con su pequeña mano sobre el grueso cuello del suéter, su respiración parecía seca. Poco a poco comenzó a darse cuenta de que era el centro de atención.
Empezó a disculparse, dando reverencias pequeñas y poniéndose rojo. Dejé escapar una risa ahogada.
–¡Tienes una gran voz! –interrumpió con su propia voz gruesa Bones, aferrando sus manos enguantadas y sonriendo–. Creía que solo eras un omega arisco, veo que tienes mucha actitud...
–¿Gracias? –nos miró, todavía más asustado, sin comprender la volátil personalidad de nuestro compañero. Nosotros tampoco lo entendíamos del todo, ¡y eso que llevábamos toda nuestra vida conociéndolo! Sin soltarse de las manos, continuó hablando–. Ya que comprobamos que nuestros encuentros no son obra mía, ¿qué queda por hacer?
–Nosotros nos iremos en las motos y tú, regresaras por donde viniste –fue mi respuesta veloz. Prefiero mantener la distancia con él, no tenía idea de lo que hablaban. Iba a girar para cerciorarme con alguno de mis compañeros, cuando este omega siguió hablando.
–¿Y sabes hacer acrobacias con ella? –sus ojos buscaron los míos, por primera vez, sus mejillas rojas por el frío y su cabello revuelto por el aire helado.
No pude contestar.
–¿Que sí sabe? –Alex interrumpió sin importarle nada–. Este chico es un genio sobre la moto.
El comentario me hizo feliz, de otra forma Alex habría recibido un golpe por entrometerse, ser presumido por tus colegas no tenía nada de malo. Ver la ilusión que creó en las facciones del chico, me pareció interesante.
–Wow, ¿puedo ver? –preguntó, interesado.
–¿Bromeas? –Alex volvió a interrumpir, sin dejarme hablar–. Nunca hace espectáculos, dice que roba su estilo y que...
–Hoy estoy de humor, planeaba practicar algo... –miré hacia la izquierda, evitando el contacto visual, sin poder evitarlo. "¿Quién era yo para destruir esas ilusiones?".
–¿Quieres conocer un lugar genial? –ofreció Bones–. ¿Vamos a jugar en "La Cueva"? –la reacción de todos los miembros de "la manada" ante sus palabras fue variada, aunque todos compartíamos el asombro. Lo cual hizo que la sonrisa de mi compañero se ensanchara, todavía con las manos del omega entre las suyas. Apretaba sus párpados, así como sus labios. Me pregunto que planea. Luego de unos segundos, me dirigió la palabra, mirándome a los ojos. De inmediato lo supe–. ¿Estaría bien, líder?
–"Todo aquel a quien se quiera invitar a 'La Cueva', debe ser presentado con antelación ante el líder" –recité. Reglas, o más bien mandatos que nos mantenían a salvo.
–"Todos los miembros de 'la manada' tienen permitido incluir 1 solo miembro. El líder se reservará el derecho de rechazar más invitaciones" –completó Kong.
–¡Tienes suerte! –gritó mi compañero, sin notar como el chico al que se aferraba tragaba con fuerza, ni las gotas de sudor que corrían por su frente–. Procedo a las presentaciones...
–Bueno, es que yo no me entero de nada... –su "potente" voz no fue suficiente para hacer cambiar de opinión a Bones, de hecho, muy pocas cosas lo conseguirían.
–... ¡Ash Lynx! O sea, el líder, este es Eiji Okumura –soltó una mano del chico, para señalarme con la palma hacia arriba, agitó su mano frente a mi cara, hasta que la tomé–. ¡Eiji Okumura! Un omega japonés –llamó la atención del chico, que ya empezaba a hacerse a la idea del problema en que se había metido–, este es Ash Lynx.
Unos momentos después de las presentaciones y de que nuestro nuevo conocido aceptara seguirnos el juego. En realidad, no tenía muchas opciones disponibles, luego de la insistencia de Bones.
"No tengo problema en acompañarlos, pero debo avisar a mi amiga" fue lo que dijo el chico. Eiji.
Lo acompañamos hasta donde sus dos cuidadores alfas esperaban por él. Los mismos que no pudieron cuidarlo adecuadamente la noche pasada, arrastrándome a todos los líos de la madrugada y que desencadenó el motivo de mi reunión con Golzine. Lo mismo que nos llevó a reunirnos aquí.
Hice que esperaran cerca, para no agotarnos moviendo las motocicletas, dejé que Alex y Kong cuidaran de ellas mientras que Bones y yo acompañamos al omega. Mis chicos se colocaron los cascos de motoristas, para no comprometer nuestra relación, no lo creía tan necesario debido a los rumores llenos de verdad que circulaban. Pero preferí mantener la fachada el mayor tiempo posible, para que siguieran pensando que me movía solo.
–¡Eiji! Regresaste –la mujer saltó a sus brazos. Una reacción exagerada a mi parecer, aunque teniendo en cuenta la situación en que se presentaba el chico, podía entenderla. Me lanzó una mirada con la que planeaba decir de todo, no quise encenderla más, así que solo permanecí serio atrás del omega–. ¿Cómo sucedió esto?
La oí murmurar.
–Fue casualidad –apretado contra su pecho, Eiji apenas y si podía respirar. Cuando lo soltó, comenzaron a hablar.
Me alejé unos pasos, Bones permanecía detrás de nosotros, no podía verlo porque se ocultó en los edificios a mi espalda. Quería escuchar lo que hablaban, si dirían algo malo sobre mí, si intentaba persuadirlo de no acompañarnos, pero no podía meter mis narices si esa alfa estaba cerca. Para distraerme observé el paisaje alrededor. Los niños, con sus familias, jugaban en los columpios y resbaladillas del parque.
Brincaban, reían, divirtiéndose con jovialidad. Hasta que uno de aquellos mocosos se me hizo conocido, fue extraño, fijé mi interés en él. Corría con su corto cabello café, una sonrisa y un hombre de anchos hombros a su lado. Su padre, lo más probable, que también me devolvía la mirada.
Nos dividía una gran distancia, incluso así, no parecía un error. Nos conocíamos de algún sitio. Fue cuando me di cuenta, nuestro primer encuentro fue meses atrás, en la cárcel. Aparté la mirada, sabiendo que él me imitaría.
–Jessica me dio oportunidad para ir, Ash –se acercó con la noticia el chico.
–Se lo devolveré a las 8 –bromeé, lo cual tampoco le hizo gracia a la mujer, su naturaleza como alfa ardía de furia al permitir que un omega se retirara con otro alfa. Agregué–. En una pieza.
–Pff –fue la reacción positiva del omega, quién aguantaba la risa, cubriéndose la boca.
Nos dimos la vuelta, ubiqué rápido a Bones, hice que se quedara cerca del omega mientras yo los seguía unos pasos más atrás. Un segundo, fue lo que me dediqué para girar mi cabeza, hacia el sitio donde aquel hombre jugaba con su hijo. ¿Qué encontré? Que ahora, la mujer alfa, conversaba con él tomándolo por el brazo. Eran una familia.
Les di la espalda. ¿Esto también era una casualidad?
❀❀❀❀❀
"La Cueva" obtuvo su nombre sin que tuviéramos que pensarlo demasiado. Un agujero abandonado, que en su mejor época fue una estación de trenes. Todo tipo de personas se reunían abajo, gente sin hogar, jóvenes extraviados, ladrones y delincuentes en general. Curioso o no, los asaltos y delitos no ocurrían dentro, jamás. Se respetaba como una zona cero, si incumplías alguna regla no serías admitido de nuevo y encontrar un sitio cómodo donde dormir con este frío, no era tarea fácil. Nuestros invitados preferían acatar nuestras reglas para pasar otra noche dentro.
Si había disputas, que era la mayoría del tiempo, se resolvía en una pelea enjaulada. Los dos miembros de "la manada" se encerrarían en una celda de metal, con todos los demás observando, no había más reglas que la de no usar armas. Las manos desnudas eran material más que suficiente para destrozar unas cuantas mandíbulas.
El sitio siempre estaba repleto, al ser un lugar subterráneo las salidas conectan con puntos estratégicos de la ciudad y los usamos para cortar camino. Manejar bajo el tráfico, como si nos teletransportáramos de un sitio a otro, como un truco de magia.
Los caminos de trenes abandonados, las rieles de acero, fueron nuestra guía en la oscuridad. Iluminados solo por las luces de las motocicletas, seguimos derecho en medio de la penumbra hasta llegar al núcleo de "La Cueva".
La oscuridad desapareció cuando llegamos al 1° Distrito, la entrada a nuestro hogar. Ni siquiera bajamos la velocidad, nuestros motores eran reconocidos entre todos los demás, siempre llegando como una caravana salvaje. Se abrieron paso para dejarnos pasar.
Avanzamos entre las actividades locas de los habitantes de nuestra improvisada ciudad, construida a base de nuestras reglas, donde todos podíamos ser libres de los tormentos de la superficie. Dejamos atrás el Distrito 2° y 3°, directo al 4°, nuestro campo de juegos.
Rampas, zonas lisas, kilómetros y kilómetros de vías olvidadas y sin mantenimiento. El lugar perfecto para nuestras pruebas de acrobacias, simulaciones de escape, locos desafíos... este pavimento ha recibido mucha sangre a lo largo de los años.
No me detuve, con la aceleración mantenida desde la entrada deslicé la motocicleta por el arco mayor, volando por sobre varios tambos de basura apilados. Giré el manubrio, bajando mi pierna derecha para mantener el equilibrio al caer, barriendo el piso. Un sonido perfecto de llantas quemadas.
Vi a Bones ayudando a Eiji a bajar de su alta moto.
"Quizá se perdió mi truco", pensé. Torcí la boca.
–¡Bones! –ladré. Mi voz se oía molesta, pero no lo estaba, ¿o sí?
–¡Ash! –su sonrisa burlona, su mano alrededor del cuerpo del omega, quién se ocultaba tras suyo sin dejar de mirar todo. Con sus ojos brillantes.
Le señalé el medio de la pista vacía, al tiempo que hacía rugir el motor de mi bestia, sin decir una palabra. Me entendió. Se dio la vuelta, poniendo a Eiji frente a él, empujándolo por los hombros en medio de la pista. Dejándolo solo, de pie, luego de murmurar unas instrucciones.
Sin nada que se interpusiera entre nosotros, nos miramos. Él luciendo indefenso en medio de la penumbra de este sitio mientras yo, domaba un monstruo metálico que hacía vibrar el suelo. Sí él quería ver "trucos" le mostraría los mejores que conocía. Arranqué, sin que la moto se moviera de su sitio, levantando una nube de polvo por el esfuerzo del motor. Fue cuando avancé en dirección a él.
Giré antes de llegar a medio metro de sus pies, también torcí el cuerpo trasero de la moto, manteniendo en su lugar la llanta delantera. Cuando cayó con su peso, volví a arrancar hacía adelante. Dando una vuelta alrededor. Ni un grito, ni una risa nerviosa, ningún sonido provino de la boca sellada del pelinegro.
"En tal caso, le mostraría algo más aterrador". Tomé el reto.
Apunté de nuevo la llanta delantera en su dirección, esta vez estaba bastante más alejado, así que me dio tiempo de levantar la misma llanta. Pude frenar incluso sin bajar el neumático, dejé caer el peso de la moto lateral al omega. Estábamos tan cerca que le vi tragar con fuerza. Me reí de él antes de, en una circunferencia cerrada, dar vueltas a una velocidad media. Cerrando cada vez más el círculo.
Volví a dejar distancia, levantando de nuevo la llanta delantera, está vez colocando la motocicleta totalmente vertical. Lo suficiente como para que la luz de freno chispeara. Con fuerza, fui subiendo y bajando con un solo movimiento.
Volví a acercarme a él, pero ahora estaba agotado, así que no pude hacer que frenara lo suficientemente deprisa. Sin pensarlo dos veces bajé mi pierna completa, la moto se detuvo antes de tocarlo, pero mis jeans de mezclilla, así como mi piel, se rasparon.
–¿Estás bien?
Por sobre mis jadeos y la nube ligera de dolor, pude escucharlo susurrar con preocupación. Ni siquiera mis "compañeros" parecían preocupados. Conocían hasta donde llegaba mi espectro de dolor, no había motivos para alarmarse.
–Sí, sólo necesito descansar un poco –contesté, con la boca seca, mis labios pegados.
Entregué la moto a Alex, mientras me esforzaba por no cojear.
Con esos saltos improvisados, alenté el espíritu competitivo de la mayoría de los "los lobos". Que nos siguieron desde los primeros distritos para vernos correr, comenzaron a competir entre ellos. Subían sus apuestas, traían a más personas al fondo para apoyar a sus causas, gritaban llenos de emoción cuando alguno hacía una gran maniobra arriesgada, caía o simplemente se esforzaba en sobresalir. Aquí abajo no teníamos el temor de ser escuchados como escandalosos y que llamaran a la policía para callarnos, la locura podía durar largas horas sin problemas.
El chico omega, Eiji, se envolvía bien con el ambiente ruidoso. Tanto que me olvidé un momento de él, lo encontré luego de vendarme la pierna y tomar un analgésico. Estaba sentado sobre una rampa, junto a varios chicos jóvenes que intentaban explicar la reñida situación de dos moteros que peleaban unos metros más abajo. No parecía incómodo, solo un poco confundido.
Me acerqué a él, tomando dos refrescos de las hieleras que habían traído varios hombres al ver a la gente reunida. Podíamos olvidar un poco del frío bajo tierra, rodeados del calor de nuestros compañeros animados y de las fogatas que no esparcían humo a pesar de ser tan rudimentarias.
–¿Quieres una? –fue lo primero que dije, al tiempo que le extendía la botella de cristal. Los jóvenes a su lado salieron corriendo, entre murmullos y risas.
–Gracias –la tomó con una de sus manos, un poco nervioso, debido a mí. La botella de ambos estaba cerrada, abrí la mía haciendo presión con mis molares contra el metal, los ojos de Eiji me indicaron que él no solía abrirlas así–. ¿Tendrás un destapador?
–Toma la mía –hice el intercambio, abriendo de la misma forma la otra botella, dándole un gran trago.
–¿No te lastimas los dientes? –estiró el interior de sus labios, para presumirme sus dientes perfectos.
Volví a reírme de él.
–Tengo dientes fuertes, mi único temor son las caries, pero ni ellas me han picado –sonreí, como lo harías frente a un dentista que te examina.
Él asintió con la cabeza, luego de analizarlos y comprobarlo.
–Gracias por la bebida, aquí hace un poco de calor –un poco de sudor alrededor de su frente lo confirmaba, podía sentir un poco más su aroma, bebía de la Coca-Cola con sus delicados labios. Me atrapó observándolo demasiado, se limpió la boca con la manga de su ropa, creyendo que tenía algo ahí.
–¿Estás bien? –la pregunta escapó por mi boca, sorprendiéndome. Los ojos almendrados del omega chispearon, también sorprendido–. Me refiero a... –sin saber el porqué, me puse frenético, por tener su atención–. Tomaste, digo... hice que tomaras muchos medicamentos anoche. Además, estabas borracho...
–¿Disculpa? ¿Estabas preocupado por mí?
No me creía, receloso. Como siempre, "como debía ser". Aun sabiendo eso, su actitud desconfiada me molestó.
–¡Hey! ¡Par de tortolos! –Bones nos gritó, por sobre el ruidero que "la manada" hacía con sus gritos y sus motores resonando. Todos alrededor comenzaron a prestar atención, curiosos de a quienes se refería, siguiendo la broma–. ¡Ya van a ser las 7! ¡Si no nos damos prisa alguien vendrá por nuestras bolas!
Los presentes tuvieron diferentes formas para tomárselo, riendo, chiflando o haciendo comentarios ingeniosos, otros nos lanzaron su basura. "Envidiosos". Como niños.
–El tiempo sí que pasa rápido –murmuró el pelinegro.
Su aroma seguía siendo tan llamativo, le di la razón sin entender de que hablaba, sin prestar atención a los objetos voladores o las groserías a mi alrededor.
–¿Dónde quieres que te llevemos, omeg... Eiji? –fue la cuestión de Kong, que se desvió del grupo grande, dispuesto a acompañarnos.
No hacíamos falta tantos, solo escoltaríamos al pelinegro a casa, incluso podía hacerlo solo.
–Queens, está bastante lejos, pueden dejarme en la estación y continuo sin problemas...
–Hablaba en serio cuando decía que "alguien vendrá por nuestras bolas" –soltó, con su lenguaje pulcro Bones–. No es molestia llevarte, ¿verdad, líder?
–Se lo prometí a esa mujer –contesté, por alguna razón volvía a apartar mis ojos de los suyos. Estrellé el cristal contra el suelo, de un salto, me puse de pie.
–¿Lo llevas en tu motocicleta? –sugirió casual Alex, que se había acercado, trayendo mi moto consigo.
Su sugerencia me tomó por sorpresa, sería complicado concentrarme en mi camino si tenía al omega pegado a mi espalda, con su olor tan cerca.
–No, me niego a que él vaya conmigo –mi negativa fue demasiado ruda. Lo noté demasiado tarde, cuando por fin lo miré de nuevo, parecía sorprendido y algo decepcionado. Quise corregirlo de inmediato–. Digo...
–Iré con Bones, gracias –me devolvió la botella de cristal, enojado. Pasando de largo.
Me gané varias quemaduras de mis amigos, abucheos para ser preciso, burlándose de mí. Fui el último en seguirlos, cerrando la fila de motos hasta que llegamos a nuestro destino.
Fui golpeando la moto, mentalmente, contra cada objeto durante el camino. Incluso durante el regreso.
❀❀❀❀❀
✒Nota de la autora
Es que este si está bien menso, ¡avanza un paso y retrocede dos!
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