☆ Capítulo 12. El bailarín de la promesa (II)
16 de Marzo de 1980.
Manhattan, Nueva York.
Mi cuerpo acalorado, lleno de frías gotas de sudor, sintiendo el cansancio poco a poco intentando imponerse sobre mi voluntad de continuar. Siempre debía dar un poco más, aguantar un minuto más y seguir con el siguiente movimiento. Eso era lo que llamamos constancia, determinación y disciplina. Tres elementos fundamentales para comenzar en el mundo del ballet. Eran las llaves que te abrirán las puertas a un mundo de oportunidades.
En segundo lugar, debías tener talento innato y conexiones que te ayudarán a posicionarte más alto que tus compañeros. Aunque tuvieses talento si nadie respondía por ti no eras nadie y a pesar de tener conexiones, si no eras lo suficientemente bueno, nadie se arriesgaría contigo. Debías tener ambos o no tenías nada.
Era un balance, si consigues estabilizarte con la punta de tus zapatillas, gradualmente llegarás mucho más allá. Dejarías atrás las presentaciones en escenarios pequeños para llegar a bailar ante miles de personas. Empezar a temprana edad, conseguir becas y reconocimiento en escuelas de renombre en el arte de la danza. Que incluso los instructores pelearan por tenerte en sus aulas...
Yo había llegado lejos en tan solo 17 años, comenzando desde que nací. Mis primeros pasos fueron sobre suelos de madera pulida entre barras de calentamiento, ante miles de espejos que me indican detalles que pulir en mis posiciones. "Bailarín prodigio", me llamaban, como si mis años de entrenamiento no fuesen quienes me hicieron desarrollar mi resistencia, elasticidad y fuerza.
–¡Lee! –llamaron mi nombre. Demasiado alto
Paré en seco, absolutamente todos mis músculos obedecieron, congelando mi figura en el aula solitaria pero no vacía. La música también paró. Miré mi reflejo en el espejo de frente, ni un solo movimiento. Perfecto. Me relajé y salí por completo de la postura final. La coreografía había terminado sin que me diera cuenta. Lo supe nada más porque todos tenían prohibido interrumpirme, sin importar cualquiera que fuese el motivo, durante mi concentrada presentación. Ordenes de mi maestra actual.
–¿¡Qué quieres!? –mi voz hizo eco en el lugar.
Al tiempo que mis compañeros, esperando su turno a los lados, se levantaban para tomar sus posiciones marcadas en el piso. Ignoraron mi mal humor.
Tuve que salir de en medio, la música comenzaba a sonar otra vez para ellos. Inmediatamente después, oí la voz de otro maestro corrigiendo sus pasos, querían imitarme y eso hacía que cometiesen errores. No teníamos la misma edad, algunos eran mayores, pero la diferencia entre nosotros era más que evidente.
–Te llegó otra carta de tu acosador –mi compañero, del que no recordaba el nombre, traía una flor sin tallo entre sus manos y una nota en papel azul celeste, que tenía unas letras que no alcanzaba a leer a la distancia.
–Oh, así que ya está aquí –sin esperar a que me la extendiera, la tomé de sus manos. Directo a leer la nota, mis ojos la acabaron en segundos y tardé un poco en comprender el significado oculto en su prosa. Nunca fui bueno con la poesía. El nombre al final de ella me parecía curioso, no conocía a nadie cercado que se llamase igual, en caso de que fuese su nombre real, me reiría en su cara por tener ese nombre–. ¿Qué significa "perenne"?
Hice la pregunta a mi compañero del que no recordaba su nombre, él me miró con cierta sorpresa; yo no solía entablar conversación con nadie. Pero en ese momento necesitaba a alguien que me dijera el significado de aquella palabra y no tenía un diccionario a la mano.
–Creo que es algo que no tiene fin, que no tiene límite, algo así...
–Ya veo –volví mi atención a la nota, ¿por qué usaba palabras rebuscadas? ¿Trataría de aparentar ser maduro? ¿Interesante? Sonreí a la nota, seguramente su remitente era un adolescente enamorado. Me hacía sentir sus nervios al leer sus palabras. Era un sentimiento curioso, no me desagrada del todo.
–¿Te gusta tener un acosador?
–No lo considero un acosador –afirmé, doblando la nota con cuidado. Las tenía guardadas en un lugar y las flores las ponía junto a mis propias plantas, que tenía en macetas en mi departamento. No duraban mucho pero como tenía una nueva diaria, cambiaba las que se marchitaban, aunque preferiría algo que durase más. "Algo más perenne"–. No me persigue hasta casa, ni me espera fuera del estudio, ni siquiera se me ha acercado una vez... ¿admirador secreto? Eso le queda mejor.
–¿Y si es un anciano pervertido? –comenzó a picar mi paciencia.
Como si sus preocupaciones fueran ciertas, para la gente como él y todos con los que compartía clase, estarían felices si algún acosador o loco me lastimara de alguna manera que me impidiera continuar con mi carrera.
–Lo dudo, parece fingir ser alguien que no es –guardé la nota en mi mochila, con cuidado de no aplastar la flor. Cerré el cierre, levantándome con ella sobre el hombro.
Estaba por salir, luego de cambiarme los leggins y zapatillas, por unos tenis y pants holgados. Cuando una maestra me detuvo a la salida.
Me esperaba en la entrada, cuando firmaba la libreta de salida, marcando que ya me iba. Se me acercó por la espalda, esperando a que terminara de escribir mi nombre.
–Lee, ¿recibiste la invitación para la fiesta de modelos de hoy? –traía las manos tras la espalda. Recordé que ella no era una simple maestra, sino que también tenía fuertes relaciones con agencias de modelaje, actuación, cine, entre otras cosas. Un pez gordo dentro de la academia.
–Sí, ¿comienza a las ocho, no es así? –miré el reloj en la cima del muro, que recibía a todos los visitantes, haciéndote recordar que tan tarde o temprano llegabas a la práctica.
–Claro, pero puedes llegar más tarde, irás, ¿verdad? Me lo han pedido explícitamente –fue seria, solo estaba siendo amable al "recordarme" asistir.
No podía ignorar su invitación. Si lo hacía, ella quedaría mal con sus conexiones y seguramente dejaría de recomendarme. No tenía ánimos para ir, pero si no iba estaría molesta conmigo, mi cansancio o ánimos eran lo de menos. Tendría que vestirme de mi mejor disfraz de omega perfecto, para impresionar.
–Sí –mentí–, de hecho, estoy de camino a casa para meterme en un buen atuendo –le sonreí. Me arrepentí de haber aceptado la oferta de la agencia de modelaje, me dejé seducir con la idea de salir en algunas portadas. No era un trabajo a tiempo completo, mi agenda ya estaba llena de ballet, solo era un servicio para conseguir más conexiones. Apunté demasiado alto y aquí estaban las consecuencias, no tendría un respiro hoy. Mañana temprano tenía programada otra práctica. Estaría muerto–. Bueno, entonces me voy.
En cuanto me giré miré hacia arriba sin mover mi cara, si demostraba que no quería ir también me regañarían. Me tragaría mis pensamientos para sobrevivir.
Ahora el problema, ¡no tenía nada que ponerme! Quedé pensativo un momento frente a mi ropero. Nada más llegar había puesto la flor de hoy en agua con miel, creyendo que quizá así duraría más.
Una idea perfecta cruzó por mi mente, corrí hasta el teléfono de casa. Descolgué la bocina y me arrojé sobre mi cama, cuidando que el cable enrollado llegase sin tener que jalar o tirar algo.
Justo cuando me acostaba, a quien había marcado por fin descolgó, dijo su apellido en un murmullo; no muchos tenían su número telefónico y los pocos que lo tenían no le marcaban para lo que yo.
–¿Amor? –hablé en tono meloso. Inmediatamente hubo un cambio en su voz, me deseó buenas noches y me preguntó por mi día. Comencé a contarle algunas cosas sin importancia, eso era lo que a él le interesaba. Preguntaba por genuino interés, luego le pregunté por el suyo y me contó, con frases cortas y precisas, solo lo que podía saber–. Puedes omitir detalles, no me voy a molestar –le recordé. Él me dio la razón, pero también dijo que quería contarme, así supe que "nueva mercancía" llegaba por la madrugada y que él tampoco dormiría hoy. No quería robarle mucho tiempo, viendo lo ocupado que estaba, así que fui directo a mi meta–. Hoy me obligaron a ir a la fiesta de los modelos nuevos, los de la revista de moda–. Él me dijo que no fuese, que me aburriría y que no necesitaba sobresforzarme–. Debo ir, que luego me armo un problema con los de la academia. Lo que pasa es que no tengo nada que ponerme...
Un largo silencio después y luego de darme la instrucción de esperar cinco minutos en la puerta, colgó. Así lo hice, me puse un facial, limpiándome con cuidado y cuando estuve listo, el timbre de mi departamento sonó. No miré antes de abrir.
Fuera había un hombre de traje que jamás había visto. Las personas que usaba para sus trabajos de mensajería conmigo eran diferentes cada vez y siempre eran betas genéricos.
–El señor manda esto –entregó un paquete redondo envuelto en celofán dorado. Se retiró sin dar una palabra más, tan solo un suspiro o mirada extra y podría reportarlo. Su cabeza rodaría con solo pedirlo.
Entré con el paquete en mis manos, ya sabía que esperar y fue exactamente eso, primero había una nota arriba de todo: "Un regalo para el destino de mi vida". Sus notas las guardaba en el mismo cajón que las de mi admirador. Desenvolví el papel en que la ropa iba envuelta, había un collar de omega nuevo, con piedras brillantes que dudé que fuesen reales, pero... con él nunca se sabía. Un conjunto negro inmaculado, con pequeños brillantes que chispeaban ante la luz de mi habitación. Era suave al tacto y olía a "su" perfume.
Sonreí. Era perfecto para la noche de hoy.
Cuando saqué el pantalón acampanado del fondo, vi que también había zapatos; tenían un tacón bajo y aun así ya sabía que me dolerían los tobillos a mitad de la noche. Todo fue cuidadosamente pensado para que disfrutara hasta cierta hora, seguramente pasaría a buscarme cuando él terminara sus asuntos pendientes y yo hubiese disfrutado suficiente.
Volví a descolgar el teléfono, esperando poder agradecerle, pero miré la hora en mi pequeño reloj junto a la cama, iba tarde. Mi departamento era pequeño, una sola habitación y un baño. Todas mis cosas estaban en un mismo sitio. Corrí de un lado a otro, poniéndome encima la ropa nueva y mirándome en el espejo de cuerpo entero. Siempre era una fascinación admirar lo bien que podía llegar a verme, mis ojos negros resaltaban sobre mi piel pálida. Un poco de maquillaje y sería todo.
Él ya sabría dónde encontrarme, incluso, seguro ya hubiera uno de sus autos esperándome abajo para llevarme a la reunión. Coloqué el collar negro con cristales brillantes, acomodé mi lacio cabello sin recoger tras mis hombros y caminé hasta la puerta. Me colgué un discreto bolso para llevar mis llaves y artículos de belleza.
Y salí para la fiesta.
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