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Capítulo 24. Los lunes al sol


Me dormí muy deprisa a pesar de toda la agitación, y, en consecuencia, desperté muy temprano; apenas estaba amaneciendo.

Observé, disfrutando del silencio, como la luz del sol se iba filtrando lentamente por entre los edificios e iba subiendo poco a poco. Era un amanecer muy bonito y deseé que Norma estuviera a mi lado para verlo juntas. Miré el reloj, esperaba que los despertadores hicieran su trabajo, porque Norma tenía el sueño muy pesado.

Como si la hubiera invocado con mis pensamientos, el móvil me vibró con varios wasaps suyos.

Sonreí largamente. Le deseé suerte para el examen, aunque estaba convencida de que no la necesitaba, habíamos estudiado mucho antes de... desconectar.

Ahora sí que no tenía dudas de que lo nuestro había sido real y de todo lo que yo sentía. Amaba a Norma, mucho más que a nadie en mi vida. Me hacía vibrar solo con su recuerdo, sus dedos en mi piel me hechizaban... El sexo había cambiado de dimensión para mí y había sido alucinantemente maravilloso; mucho más esta segunda vez, conscientes de cada detalle, de cada beso, de cada mirada, de cada reacción... Estaba tan pletórica que no pude evitar empezar a fantasear más de la cuenta con un futuro al lado de Norma. Ya nos conocíamos y nos entendíamos a las mil maravillas, nos complementábamos, podía ser maravilloso...

Pero el pesimismo no tardó en hacer acto de presencia y el globo se empezó a deshinchar a tal velocidad que al final todo era negro. ¿Y si Norma no quería una relación? ¿Y si todo había sido un experimento, una probatura, y nada más? ¿Y si no le había gustado? Y peor aún... ¿Y si le había gustado tanto que ahora quería probar con otras chicas y yo quedaba relegada a un simple recuerdo? Tampoco podía descartar la idea de que quisiera seguir con Leo...

Las posibilidades negativas empezaron a a amontonarse en mi mente de una forma irracional. Me metí en la ducha de muy mal humor, hasta que el agua caliente me calmó lo suficiente para recuperar el equilibrio y darme cuenta que todas esas premisas: las eufóricas y las funestas, eran fruto de mi propia inseguridad. La que me provocaba reconocer abiertamente que estaba perdidamente enamorada de mi mejor amiga.

Salí de la ducha pensando que el único camino lógico era esperar acontecimientos y aceptar lo que Norma desease. Intenté mantenerme tranquila, alejando todos los pensamientos, recordando que fue la propia Norma quien había propiciado casi todos nuestros besos y nuestros dos encuentros, pero que dijera lo que me dijera, yo era su amiga y tenía que respetar su voluntad, porque en ningún caso estaba por debajo de la mía.

Pensé en Héctor; en cómo había asumido mi rechazo con absoluta entereza y una lágrima se me escurrió, mezcla de muchos sentimientos encontrados.

Todavía a medio vestir y con el pelo goteando rebusqué entre la ropa y las toallas, hasta dar con mi móvil y sin pensar, le mandé un wasap.

Me envolví la cabeza empapada en una toalla, mientras me fijaba en que no se había conectado desde el día anterior y me arrepentí de haberle mandado el mensaje, porque igual era yo quien le despertaba. Pero no había pasado ni medio minuto que ya me estaba contestando y aproveché, mientras hacía malabares para no matarme al ponerme las bragas y el pantalón con una mano, para ir hablando.

Se rio y pensé que Héctor jamás dejaría de sorprenderme. Yo era como un libro abierto para él. Siempre sabía qué decir o qué hacer para hacerme sentir mejor, para ayudarme.

Me terminé de vestir y me maquillé muy suavemente, me puse la cazadora vaquera y un foulard verde en el cuello, a juego con la camisa, para no pasar frío con la moto.

Cuando llegué a la calle, Héctor ya me esperaba con un casco en el codo, para mí. Sonreí, me lo abroché y me subí con cuidado.

Por un momento y aunque ya había montado otras muchas veces con él, la incomodidad me invadió. Siendo consciente del espacio tan reducido que había y la proximidad de nuestros cuerpos, hice un ademán de agarrarme a los laterales de la banqueta, pero Héctor negó con la cabeza antes de arrancar y agarrándome las muñecas, me hizo cruzar los brazos alrededor de su cintura mientras me decia:

—Como siempre, Rian. Y agárrate fuerte.

Me pegué a su cuerpo, girando la cabeza hasta apoyar el casco en su fuerte espalda, envuelta en una chupa de cuero negro, y me dejé llevar.

Serpenteamos entre el tráfico espeso de los lunes por la mañana hasta una coqueta y discreta cafetería que estaba cerca del campus universitario.

Nos sentamos a tomar un café en la mesa más pequeña y arrinconada que encontramos, y nos pusimos a hablar de todo y de nada. Después del primer café, vino el segundo y cuando iba a pedir el tercero y miraba el móvil cada cinco minutos de forma compulsiva, Héctor me agarró las manos.

—Tranquila. Ha dicho que te llamaría y es un examen complicado. Vamos a pedirnos unas tilas u otra cosa, pero dejamos ya el café.

Le miré con una sonrisa agradecida. De nuevo sacó otro tema de conversación insustancial e intentó por todos los medios que me distrajera.

Hasta casi mediodía no supe nada de Norma. Cuando ya creía que los nervios iban a devorarme por dentro. Si no llega a ser por Héctor, no sé qué hubiese sido de mí.

Cuando sonó el móvil me lancé como un águila contra su presa. Le dije dónde estaba y me dijo que venía hacia allí.

Héctor se levantó nada más colgué el teléfono. Me besó en la frente, pagó la cuenta, me dejó pedido otro refresco en la barra y se fue, levantándome los pulgares y vocalizando mudamente un "ánimo", desde la puerta. Cinco minutos después, entraba Norma.

Llevaba una coleta alta que le hacía ondear los rizos rubios como si estuviera cabalgando; vestía una falda tejana y unas botas camperas que hacían resonar sus pasos. El jersey de cuello alto de color morado le quedaba medio oculto por la carpeta que llevaba pegada al pecho como una colegiala. Del hombro le colgaba la bandolera que le regalé en su último cumpleaños.

Me puse instintivamente de pie al verla entrar. Nuestras miradas se encontraron al instante. Estaba hecha un flan y las piernas me flaquearon mientras veía como se acercaba a mí. Tenía miedo de no poder articular ni una palabra.

Cuando estuvimos frente a frente, ambas titubeamos para saludarnos. ¿Dos besos? ¿Uno? ¿Nada? Al final giramos las cabezas hacia el mismo lado y en lugar de un beso, chocamos las narices.

Se nos escapó una risa, nos pedimos perdón y nos sentamos una frente a la otra, muy cerca. Todo lo que nos permitía el mobiliario del lugar.

—Bueno... —suspiré impaciente —. ¿Qué? ¿Cómo ha ido el examen? —solté de un tirón, con la voz esperanzada.

—Creo que muy bien —dijo con una sonrisa ancha.

Le agarré las manos y se las apreté.

—Lo sabía. Sabía que te iría bien —le dije, mientras mis dedos hervían por seguir acariciándola mucho más allá de de sus palmas —. Irás al curso de Venerotti —afirmé.

—Bueno... hasta la tarde no sabré la nota de verdad. A las cuatro, ha dicho Ballester, mi tutor —dijo algo compungida mientras nuestros dedos se entrelazaban.

Le sonreí, tratando de darle ánimos. Sólo eran unas horas.

Nos quedamos con la mirada prendada. Sentí como mi corazón bombeaba acelerado al ver esos iris verdes mirándome titilantes, con intensidad. No sé el rato que pasamos así, hasta que su voz rompió el momento.

—Rita... —me dijo en un tono suave, dulce, aunque bajó los ojos a su falda y me soltó las manos, recogiendo las suyas.

Comprendí que íbamos a entrar al tema: directas y sin frenos. Mis alarmas se encendieron y mis ánimos se hundieron en picado. Apreté los labios con fuerza, intentando anteponerme al rechazo que iba a venir de su boca, para que el golpe fuera menos duro.

—Rita, creo que... —hizo una pausa y tomó aire sonoramente —. ¡Joder! ¡qué difícil es esto, coño! —Susurró al cuello del jersey, cómo para sus adentros, pero la oí con claridad —. Es que... no sé cómo... tengo que...

Tuve tanto miedo en ese instante, que la interrumpí para que sus palabras no me hicieran pedazos. Antes prefería arrancarme yo misma el corazón y enterrarlo bajo siete metros de tierra.

—Norma, mira, podemos hacer como si no hubiese pasado nada ¿vale? Fue una borrachera que se nos fue de las manos y ya está... Tranquila, todo olvidado... —la garganta se me fue cerrando, reseca, quedándome casi sin voz al terminar —: somos amigas, sólo amigas.

Entonces levantó la vista con presteza en un gesto de contrariedad y los ojos engrandecidos se le enrojecieron y se empañaron con rapidez hasta desbordar. Ese verde luminoso que me tenía cautivada, se escurría mejillas abajo con cada lágrima.

Negó con fuerza, agitando la cabeza con los ojos apretados y me buscó las manos de nuevo.

—No, no... No es eso, Ritz —apretó mis manos con sus dedos, clavándome un poco las uñas, mientras sus ojos centelleaban húmedos y seguía negando con la cabeza—. No quiero que olvides nada... ¡Yo no quiero olvidar nada, joder! —Dijo con vehemencia y se levantó con ímpetu para besarme en la boca.

Fue un beso largo, en el que pasó de agarrarme las manos a aplastarme los mofletes entre sus palmas, mientras yo sentía como el sol entraba de nuevo en mi corazón y la emoción me sobrepasaba hasta que nuestras lágrimas salaron labios y lenguas.

Al separarnos, llorábamos y reíamos a la vez. Volvimos a sentarnos pero esta vez Norma lo hizo a mi lado. Empecé a secarle las lágrimas con las manos y Norma me correspondió. Luego nos abrazamos.

Más serenas, entrelazamos las manos encima de mi pierna derecha.

—Perdóname Ritz, me has malinterpretado. Estoy muy nerviosa...

—Sí... Esto es nuevo para las dos...

Asintió y entonces me dijo lo que quería decirme al principio:

—Necesito un poco de tiempo, Ritz. Para poner las cosas en orden. Y sé que para eso, tengo que pedirte que disimules... que hagas como si no hubiese pasado nada —hizo una pausa breve, me acarició de la mejilla al cuello y me dijo con mucha suavidad—. Sé que no es justo lo que te pido, sé que te vas a llevar la peor parte... por eso no sabía cómo decírtelo.

Acepté. Le hubiese bajado el sol con mis propias manos si con eso la hacía feliz; además la entendía, tampoco me hacía ninguna gracia hacerle esto a mi hermano. Aunque no fuera buscado, porque en los sentimientos no se manda y aunque él se hiciera el duro y dijera que lo de Norma solo era un rollo sin compromiso, porque llevaban casi un año saliendo en exclusiva.

Norma se relajó y se disculpó media docena de veces más. Después, para hacer tiempo hasta el veredicto del dichosito examen, que también la sacaba de quicio, pedimos unos bocadillos calientes y comimos hablando de otras cosas, sobre todo de arte.

Ella me contaba con fascinación cosas que estaba descubriendo en la carrera, volvió a hablarme de Venerotti, de la magia de captar el alma con los pinceles y de no sé cuántas cosas más. Yo la escuchaba embelesada, más pendiente de sus gestos y de lo que me hacían sentir, que de las palabras.

Sobre las tres y media salimos de la cafetería y nos dirigimos hacia la facultad. Norma volvía a ser un saco de nervios y me apretaba la mano tan fuerte que casi me dolía.

—Tranquila, seguro que ha ido bien —le dije con suavidad, para calmarla.

—Sí...

Hubiese querido decirle que si no iba bien habría más oportunidades u otras distintas, pero no tuve ocasión, porque Norma tiró de mi mano.

—Corre, ahí está Ballester.

Y empezamos a correr.


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