Capítulo 23. Amigos
Me di la vuelta. Héctor estaba mirándome con cautela. Estaba guapísimo vestido con una camisa de cuadros azules y rojos sobre una camiseta de Flash y unos tejanos que se le ajustaban a las musculosas y largas piernas.
Al verle, no pude evitar sentir un pequeño pellizco en el estómago.
—Hola —dije muy bajito y con una breve sonrisa —, creía que estabas de viaje con tus hermanos.
—Paolo tuvo un accidente con la tabla de snow y tuvimos que volver.
—¡Vaya! Lamento oírlo. ¿Está bien?
Paolo era el hermano más pequeño de Héctor y era muy movido. Nunca paraba quieto. No era de extrañar que fuera con las rodillas cosidas a moratones y arañazos o las manos desolladas.
—Sí, se ha roto la pierna, pero está encantado con la escayola porque tiene la atención de todo el mundo —se rio con esa risa serena y franca tan suya—. Y yo he podido ir a jugar con el equipo. Hemos ganado.
—¡Ey, muy bien! —dije con una alegría incómoda.
Me alegraba mucho que hubiesen ganado y ver a Héctor estaba siendo menos complicado de lo que en un inicio había temido, pero necesitaba darme una ducha y ponerme ropa limpia. No dejaba de pensar en que no llevaba el sujetador, que estábamos en mitad del pasillo con mi hermano cerca y yo no dejaba de oler a Norma en mi piel. Algo que, de estar sola quizás hubiese disfrutado, pero ahora me incomodaba tremendamente. Aunque no quería ser descortés, Héctor me conocía bastante y supongo que lo notó.
—¿Te sabe mal que haya venido con Leo? —me preguntó sin rodeos.
—¡No! Claro que no. Sólo es que... —negué brevemente con la cabeza para apartar el recuerdo de los besos de Norma —, venía con ganas de meterme en la ducha. ¿Te importa darme cinco minutos?
—¡Oh! Cla... claro. Perdona. Te doy todos los minutos que quieras.
Le sonreí agradecida y entré en mi habitación mientras él regresaba al salón. Busqué ropa cómoda y pasé al baño. Me duché lo más deprisa que pude, hasta que a mi entender, el olor a vainilla se fue de mi piel, me sequé y me vestí. Luego me unté casi literalmente en colonia fresca de baño. Después fui al salón.
Al entrar, Leo se levantó como si le hubiesen pinchado y empezó a gesticular como si llevara una avispa bajo la ropa.
—B...bueno chicos... yo... yo me voy a comprar unas pizzas para cenar, ¿vale? Vuelvo en... un rato... Un buen rato.
Y se fue, dejándome con la palabra en la boca. ¿Para qué ir a la pizzería si ellos venían a casa?
Héctor me sacó de la confusión.
—Nos quiere dejar solos para que... nos reconciliemos.
Sentí como si me echaran un cubo de agua fría por encima. Por más que intenté borrarla de mi piel, Norma no se había ido de mi cabeza ni medio segundo, así que no pude callar.
—Pero entre tu y yo... no... no... —no quería ser cruel; él, menos que nadie, se lo merecía —. Lo siento, Héctor, pero... ahora más que nunca, es imposible.
—Tranquila, Rita. Lo sé, lo sé —dijo con contundencia y negando con la cabeza —. Ya lo dejamos claro. Es que Lion es un poco plasta a veces. Y no te negaré que te echo de menos, pero se me pasará.
Me miró a los ojos y me sonrió con franqueza, sin dobleces, como era él. Diciéndome que lo iba a conseguir. No me pude reprimir y le abracé.
—Lo siento —me disculpé a modo amplio y luego intententé zafarme del abrazo, al darme cuenta de lo inapropiado de mi gesto.
—No. Está bien —dijo mientras me retenía entre sus brazos —. Sobre todo te echo de menos como amiga.
Sonreí abrazada a él, con mi cabeza ladeada sobre su pecho; yo también le echaba de menos como amigo. Hacía solo unos días que habíamos cortado, pero la verdad es que habíamos pasado de estar todo el día juntos a no vernos nada. Y se hacía extraño.
—No quiero perderte como amigo, Héctor. Y si no te hace daño, puedes venir siempre que quieras. Con Leo o sin él. Supongo que aún guardas mi número —bromeé.
—Sí—sonrió y me dio un beso en la frente, luego se separó —. Lo haré, te tomo la palabra.
Me relajé. La verdad es que congeniábamos muy bien, y yo no es que fuera sobrada de amigos. Norma siempre había ocupado ese sitio, pero ahora...
—¿Leo ha ido de verdad a por pizzas? La verdad es que me muero de hambre.
—Sí, sí —dijo con convencimiento.
—Pues... ponemos la mesa, ¿no?
Empezamos a llevar vasos, servilletas y cubiertos al salón. Habíamos decidido ver una peli con las pizzas.
Egoístamente me venía bien que Héctor estuviera en casa, así podría esquivar más fácilmente a mi hermano.
—Rita... solo una cosa más antes de que llegue Leo. No me malinterpretes pero... ¿por qué me has dicho que lo nuestro ahora, más que nunca, es imposible?
No pude evitar poner los ojos en blanco. No quería contarle lo que había sucedido, pero tampoco quería mentirle.
—Perdona, perdona. Me estoy inmiscuyendo donde nadie me llama y de verdad que no iba con segundas.
—No es eso, Héctor... puedes preguntarme todo lo que quieras, los amigos de verdad pueden hacerlo. Pero sabiendo lo que sientes, no se si es adecuado...
—Los amigos de verdad se cuentan las cosas. Aunque sepas que vas a hacerle daño al otro. La verdad duele menos que la incertidumbre, Rian.
Tenía razón, aunque por esa regla de tres, él era amigo de mi hermano... Le miré y vi en sus ojos una mezcla de dulzura, impaciencia y complicidad, fue de las primeras veces que pude leerle la mirada y supongo que esa extraña combinación fue la que me hizo abrir la boca y decir a bocajarro sin pensarlo más:
—Verás... me he enrollado con Norma, esta tarde.
Al decirlo no pude reprimir un ancha sonrisa y Héctor puso una sonrisa enigmática que fue ensanchando a medida que decía:
—Eso pensaba. Te brillan los ojos una barbaridad. Estás preciosa y que sepas que me alegro mucho por ti, de verdad.
— ¿Eso pensabas? ¿Tú eres brujo, o qué? —me reí. Era increíble, siempre me sorprendía, es como si me conociera mejor que yo.
—¿Yo? Yo solo soy un bombón de chocolate que se ha colgado de un bombón de coco que ama a un bombón de vainilla. Podría hacer un culebrón o algo así ¿no? —preguntó haciendo un gesto cómico.
—Sí "Pasión de Bombones", no te digo...—Me reí aún más y él se sumó a las risas tarareando la famosa melodía de la telenovela, agarrándome de las manos y haciéndonos bailar una especie de vals hilarante.
—Oye, Héctor... —dije poniéndome seria de golpe—. De esto ni una palabra a nadie, por favor. Ni siquiera sé lo que siente Norma, ha ido todo muy deprisa, no hemos hablado, y no sé qué se supone que vamos a hacer, no sé nada... Ni siquiera sé cómo mirar o tratar a Leo, joder...
—Tranquila —contestó en tono sereno, para calmarme —. Ya lo averiguarás. Y no padezcas, que tu secreto está a salvo conmigo —dijo con solemnidad y poniéndose una mano en el pecho terminó —: Palabra de escolta.
Sonreí agradecida. Entonces volvimos a abrazarnos y así nos encontró Leo, cuando llegó cargado con las pizzas.
—Ehem, ehem... —carraspeó impostadamente —. Si necesitáis una cama, yo me vuelvo a ir—dijo con una sonrisa ladina.
—No seas gilipollas —le espetó Héctor con dureza.
—Vale, vale —Leo levantó las palmas en señal de rendición —. Joder, era broma.
—Venga, haya paz —dije yo, porque el olor de las pizzas me estaba haciendo rugir el estómago —. ¿Has traído bebida o hay que ir a la nevera?
Eso resolvió la tensión porque Leo se fue a la cocina a por unos refrescos. Después nos sentamos los tres en el sofá a cenar mientras veíamos una película.
Eso me distrajo lo suficiente para dejar de pensar un rato en todas las emociones que hervían en mi fuero interno y poder dar por terminado un fin de semana muy intenso.
Justo al acabar la película, me levanté del sofá.
—Bueno, yo me voy a la cama que estoy muy cansada y mañana tengo que madrugar. Hasta la próxima, Héctor. Hasta mañana, Leo.
Y sin dar opción a réplicas me fui a la cama. Necesitaba dormir.
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