Capítulo 15. Mil sensaciones
Norma no protestó, ni siquiera me intentó convencer. Puso una sonrisa suave, susurró un "vale" y después de recoger nuestras cosas, me agarró de la mano y nos fuimos entre la marabunta, que seguía apiñándose en el local sin freno.
El contacto de su mano quemó mi piel mientras me dejaba arrastrar hacia el exterior, pero una vez en la calle, al sentir el aire fresco y sin gente a nuestro alrededor, la realidad me golpeó con más fiereza y me solté bruscamente.
Para disimular, y que no notara mi desaire, cogí el móvil y tecleé sin sentido, como si estuviera contestando a un WhatsApp, que obviamente era inexistente. Me faltaba el aire. Era mi mejor amiga, la novia de mi hermano, ¿qué narices me pasaba?
—Ritz, ¿va todo bien? —su voz preocupada me hizo levantar la vista de la pantalla del teléfono.
—Ehhh... mmm... sí, claro, sí... Era un mensaje de... una compañera de la facultad.
—Rita —me llamó en tono de advertencia, sin apelativos ni diminutivos cariñosos y no pude más que alzar los ojos y mirarla-, cariño, sé perfectamente que te está ocurriendo algo...
Puso sus manos sobre mis hombros, me dió un ligero apretón y a continuación, las deslizó con suavidad por mis brazos en una caricia que, a pesar de la chaqueta, pude sentir perfectamente. Luego se acercó aun más a mí. Mi boca quedaba a escasos centímetros de la suya y el corazón empezó a latirme a toda velocidad preso de un deseo oscuro... me perdí nuevamente en esos ojazos verdes que me giraban el estómago y deseé con toda mi alma que recorriera ese breve espacio entre nosotras y me besara como hacía en algunas ocasiones, porque yo estaba completamente paralizada, como si el verde de sus ojos desactivara mi cerebro del resto del cuerpo.
Pero no lo hizo, no se acercó más sino que me dijo en un susurro:
—Vamos, Ritz, suéltalo... Dime lo que te pasa... Ya sabes que siempre has podido confiar en mí, ¿eh?
Tenía mi mirada fija en ella, era preciosa, su cabello dorado cayendo en rizos y bucles, sus ojazos verdes pintados con la raya negra y una sombra a juego con su pelo, su naricilla redondita y su boca grande, de labios jugosos, maquillados solo con un gloss que realizaba su color fresa natural.
Sus palabras me alentaron, su voz dulce penetró en mí, directa a mi estómago y sentí que el aire se espesaba entre nosotras; la sangre me bombeaba con tanta furia que la notaba hasta en los oídos y no podía ni parpadear... Cogí aire, dispuesta a vencer esa distancia y besarla. No sabía qué iba a ocurrir, pero tenía que hacerlo. Cada fibra de mi ser lo deseaba y, sin pensar en nada más, empecé a acercarme lentamente a ella.
Justo en ese instante Norma volvió a hablar.
—Eres mi mejor amiga, casi como si fueras mi hermana. ¡Venga! Dímelo sin miedo, que seguro que te puedo ayudar.
Sentí como si me golpearan con un martillo en medio del pecho y el aire abandonó mi cuerpo. Casi como mi hermana... Las palabras entraron como un rayo y se hicieron eco por cada rincón de mi cuerpo, matando todas las mariposas que me inundaban, dejando un rastro de decepción.
Me recompuse como supe.
—No me pasa nada, Norma —no me quedaba otra que seguir mintiendo—. Solo es que me he agobiado un poco... He perdido la costumbre de ir de garitos —y puse una mueca graciosa para rebajar la tensión que sentía.
Norma se rió y retomando nuestros pasos hacia el aparcamiento subterráneo dónde teníamos el coche, me dijo:
—Ya... ¿Y no será que echas de menos a cierto bombonazo de licor que yo me sé? Que últimamente habéis estado como con pegamento, nena...
Que me nombrara a Héctor fue como si me clavara el estoque final. Ni siquiera había pensado en él. Y al hacerlo, la decepción se mezcló con una sensación de desazón profunda. Y reaccioné cobardemente.
Me encogí de hombros y sin aliento, sacando fuerzas de flaqueza, susurré otra mentira:
—S-sí, un p-poco.
Norma sonrió ampliamente, supuse que eso lo perdonaba todo, porque me volvió a coger de la mano para ir hasta el coche. No tuve valor para separarme, a pesar de que en ese momento, sentir su piel era como si se clavaran mil agujas en la mía. Debería disfrutarlo, pero después de sus palabras fui incapaz.
Porque, efectivamente, tenía a un chico maravilloso al lado. Todo lo que siempre había deseado: atento, cariñoso, que me seguía la marcha, que me dejaba mi espacio, que nunca se saciaba del placer mutuo y que, encima, bebía los vientos por mí y yo era tan estúpida que no sabía corresponderle.
Me senté al volante, sumida en mis pensamientos, con un vacío interior que era como si me faltaran las entrañas. Mi comportamiento era inaudito, ¿qué me estaba ocurriendo?
El sonido de la radio me sacó brevemente del extraño letargo que sufría. «Lo que me faltaba», pensé, y no pude retener un golpe de aire imprecante al oír la canción que sonaba; una canción que conocía muy bien, pues era una de las artistas favoritas de mi madre y encima era uno de los himnos lésbicos por excelencia: Damn, I wish I was your lover de Sophie B. Hawkins.
Sentí como los ojos de Norma se clavaban en mí, por mi exabrupto, y forcé una sonrisa tan rápido como pude, mientras ella me soltaba con toda naturalidad:
—¡Ay! Perdona, Rita, debes estar harta de oírla, pero es que me dejó este CD tu madre el otro día y no puedo parar de escucharla, me encanta la Hawkins.
Centré la vista al frente y arranqué el coche, qué difícil se me hacía todo esto.
—Tranquila... —dije sin más, y me puse a conducir con lentitud. No estaba en mis mejores facultades para ello, pero Norma había bebido y no había otra alternativa. La miré de soslayo antes de salir del aparcamiento subterráneo. Sonreía de oreja a oreja y tarareaba la canción con alegría. Por lo menos, no se estaba enterando de nada...
Conduje con cuidado, intentando concentrarme solo en el tráfico -que por suerte era escaso- en silencio, mientras intentaba abstraerme de mis mil sensaciones y del murmullo angelical de la voz melodiosa de Norma entonando, una tras otra, las canciones del dichoso CD de mi santa madre.
Llegamos a su casa y la dejé en el portal. Salió del coche, lo rodeó y se acercó por mi lado. Bajé la ventanilla y ella me dijo poniendo una vocecilla muy graciosa:
—El próximo plan, lo organizo mejor, ¿vale?
Me reí, hasta que me besó brevemente la mejilla. Entonces, con el posar de sus labios en mi tez, me arremoliné entera y tuve que hacer un soberano esfuerzo para no moverme, para no girarme y atrapar sus labios con los míos hasta perderme en su boca.
La vi alejarse, recorriendo brevemente la acera para llegar a su portal, esperé a que entrara y entonces solté todo el aire que retenía dentro, intentando calmarme.
No debía ir a casa tan alterada, no podía llegar así. Bueno, en realidad, no quería llegar. En esos momentos no me veía con fuerzas de ver a Héctor ni tampoco a mi hermano. Me sentía hecha un lío. Norma no abandonaba mis pensamientos, por más que lo intentaba y se mezclaban sus palabras con su olor...
Nunca me habían atraído las chicas...
¿Qué coño me estaba ocurriendo? ¡Yo no era lesbiana!
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