Capítulo 39: Una noche para olvidar
Al ver a Rita el aire dejó de entrarme en los pulmones. No porque tuviera ningún sentimiento romántico (ni de cualquier tipo más allá de la amistad) hacia ella, sino porque mi pasado y mi presente estaban a punto de colisionar. Sin duda no me parecía el mejor lugar ni la ocasión para presentarlas, pero ahora estaba abocado a ello.
En ese momento el camarero me puso la tónica que había pedido y aproveché para girarme de espaldas, en un estúpido intento de posponer lo inevitable, porque mi presencia no pasaba inadvertida ni de cara ni de espaldas. ¿En qué rayos estaba pensando Leo para traer aquí a su hermana? Iba a hacerle picadillo en cuanto le viera.
Las chicas seguían en la barra, aunque se habían alejado haciendo un pequeño corrillo, y hablaban unas con otras ajenas a mí. No tardé en notar una palmada en el hombro y con un suspiro, sabiendo lo que me iba a encontrar, me giré.
Vi a mi mejor amigo con una mirada que gritaba disculpas a kilómetros y a su lado, Rita, con unas ojeras tamaño panda.
Leo me abrazó con rapidez y me susurró al oído:
—Lo siento, Mini. De verdad que tenía que traerla. —Y mientras se separaba, dijo en tono normal —: Gracias por invitarnos. Voy a felicitar a la homenajeada.
Mi naturaleza sosegada y mi educación se impusieron a todo lo demás, asentí al comentario de Leo con una sonrisa y me agaché a darle dos besos a Rita.
—Hola, ¿qué tal?
—Bueno...—contestó con tono apagado —. Ya he estado mejor, la verdad. Al final, Norma se ha ido a Londres.
Puse cara de sorpresa. Ella se explicó:
—No, que estamos bien, ¿eh? Habló con Félix y éste le dio dinero. Una parte se la ha dado a mis padres, para agradecerles todo lo que han hecho y con la otra se ha ido. Sé que es una gran oportunidad para ella, que sólo es un semestre, pero lo llevo fatal —dijo con la voz cada vez más apagada. Entre la música y el ambiente que había ya en el local tuve que acercarme mucho a ella para poder oírla —. Nunca pensé que la iba a echar tantísimo de menos. Hablamos cada día, pero me había acostumbrado a tenerla cerca, a tocarla... ¡No sabes lo que me cuesta dormir sola! —Se quejó apesadumbrada.
Puse cara de circunstancias... no sabía qué decirle. Por el rabillo del ojo vi como Leo, después de saludar a Olivia y a sus amigas, se acercaba a Lucía. Vi como ésta le daba dos besos «de cortesía» y la mirada envenenada que le lanzaba a mi chica.
Me supo mal que se viera sola en ese percal, aunque en ese instante yo tenía el mío propio. Rita seguía lamentándose de la marcha de Norma y comprendí porqué Leo la había traído consigo.
—No te tortures, Rita... El tiempo pasa muy rápido y sabes que Norma te adora. —fui al tópico, mientras le pasaba un brazo por los hombros de manera paternalista, para reconfortarla.
La conocía muy bien, sabía que era una chica sensible, pero nunca la había visto tan derrumbada. Se sentía absolutamente desemparada porque era la primera vez en la vida que estaba lejos de Norma y en el fondo la comprendía.
—Lo sé, lo sé —murmuró con hilo de voz, —, es que soy una boba y... todo... est.. esto... me... supera —dijo de forma entrecortada, por el llanto que apenas contenía, mientras se separaba de mi abrazo.
Cuando la tuve de nuevo cara a cara, pude ver los gruesos lagrimones que le caían mejilla abajo. Se disculpó con torpeza, enjugándose las lágrimas con las manos y marchó apresurada hacia los servicios.
Justo entonces Leo regresó.
—Lo siento, tío —se disculpó de nuevo —. De verdad que sí, pero ya la has visto... tenía que traerla, es un alma en pena; no duerme, apenas come... Ya no sabía qué hacer. Se me ha ocurrido, al ser un local público y concurrido, que igual se divertía un poco. Y total, así podré hablar con alguien, porque Lucía... —dio un suspiro amargo—, si me saluda con más frialdad, se hiela la discoteca y Aranjuez entero, chico.
Mal que me pesara, lo comprendía.
—Lucía está dolida, Lion... Y tampoco te esperaba, así que dale un poco de tiempo, aunque creo que deberías sacarla a bailar. Y no te preocupes por lo de Rita... En cuanto salga del baño, se la presento a Olivia.
—¿En serio? ¿De verdad no te entran ganas de hacerme picadillo?
Reí.
—No te voy a negar que te lo mereces, este no era el momento ni el lugar, pero no estoy jugando a dos bandas, ni lo mío con Olivia es algo pasajero.
El suspiro de alivio que lanzó Leo no me pasó inadvertido.
—Estaba un poco preocupado, sé que lo que sentías por Rita era muy fuerte...
—Lo era, Lion, sabes que nunca te mentí al respecto, pero siempre supe de forma inconsciente que ella no era para mí. Creo que gran parte de lo que sentía era fruto de la idealización, porque no se puede ni comparar con lo que siento por Olivia —dije con una enorme sonrisa feliz—. No te puedo decir otra cosa.
Chocamos las manos con afecto y fue entonces cuando Olivia se acercó a nosotros y me pasó el brazo por la cintura de forma posesiva. De manera automática le rodeé los hombros con ternura.
—Hola, preciosa —le dije mientras la apretujaba contra mi costado, y besaba su sien. Por millonésima vez, el olor a mango de su pelo me inundó, pero la felicidad que venía a continuación se vio truncada al notar que ella se tensaba como la cuerda de un violín.
—Creo que Lucía espera que la saques a bailar, Leo —dijo, corroborando lo que yo le había dicho unos minutos antes.
La cara de mi amigo se iluminó como un árbol de navidad. Con auténtica prisa se marchó a buscar a la enfermera, que junto con las amigas de Olivia se había marchado a la pista, y nos dejó solos. Me puse frente a mi preciosa chica, para ver el motivo de su incomodidad y le pregunté:
—¿Se ha cabreado mucho Lucy?
—¡Qué va! —dijo negando con la cabeza —. Si en el fondo, está bastante colada por él. Se ha quedado un poco en shock porque no se lo esperaba, pero estaba desando volver a verle, lo sé. —Hizo una pausa para aclararse la garganta y sus ojos de plata se oscurecieron —: La chica con la que hablabas antes... era Rita, ¿verdad?
—Sí —asentí sin ambages—. Ven, que te la voy a presentar —le dije tomándola de la mano, decidido a terminar con el trámite. Como ya le había dicho a Leo, no tenía nada que esconder: Rita era una amiga, nada más.
Noté su reticencia, pero estaba decidido a terminar con aquello. Me giré hacia Olivia y la miré con intensidad. Me devolvió una mirada incómoda. Levanté la vista, exasperándome por momentos, y entonces vi que la morena se acodaba en la barra y bebía de un vaso de tubo que acababan de servirle, a unos pocos metros de dónde estábamos. Mi altura, a veces, era una ventaja muy grande.
—Via... va a ser sólo un momento, te lo prometo.
Tiré de de su mano, y esta vez sí que me siguió, hasta que estuvimos al lado de Rita. Al vernos, la morena sonrió ampliamente a pesar de la cara de muerto viviente que llevaba y bajo del taburete con cierta torpeza.
—¡Olivia! ¡Por fin nos conocemos! ¡Muchas felicidades, por cierto!
Conocía bien a Rita, esa fingida alegría, el trastabilleo al ponerse en pie... era fruto del alcohol que empezaba a correr por sus venas y al que no estaba nada acostumbrada. No pude evitar preocuparme un poco.
Olivia puso una sonrisa falsa que no me pasó inadvertida y se acercó a darle dos besos educados.
—Gracias, Rita.
Se hizo un silencio un poco tenso, pero Rita, achispada, habló.
—Te debo una disculpa... Mi chica se ha ido a Londres y estoy «de bajón» total. Leo ha insistido mucho para que le trajera y no he sabido decirle que no... Aunque veo que está muy entretenido con esa morena tan guapa.
Olivia y yo nos giramos hacia donde Rita nos señalaba y vimos a Leo y a Lucía, bailando muy acaramelados como la última vez que habíamos salido.
—Sí, es mi amiga Lucía —dijo Olivia más tranquila —; ven si quieres a la pista y te presento a mis amigas...
—No, no. No quiero molestar. Gracias, de verdad. Yo me quedo aquí, tranquilita con mi coca-cola —bebió un trago bastante largo—. Norma, mi chica, ha quedado en mandarme un WhatsApp y prefiero estar pendiente. Idos a gozar. Disfruta de tu cumpleaños y de ese pedazo de bombón que te llevas. Mini es un chico maravilloso.
Carraspeé, nervioso, no me gustó que hablara de mí como si yo no estuviera.
—Bueno, Rita, te haremos caso —atajé—, nos vamos a bailar.
Olivia se puso en marcha más que encantada de salir del atolladero y yo, justo antes de seguirla, me agaché hacia Rita y le dije:
—Controla con esa coca-cola, ¿eh?
Ella farfulló algo, pero no le hice caso. Me limité a seguir a mi chica; Rita ya era mayorcita para tomar sus propias decisiones, pero había querido dejarle claro que no me había tragado que eso fuera sólo un refresco.
Agarré a Olivia por la cintura y la apretujé contra mi cuerpo, en parte porque en la pista había mucha gente y en parte porque deseaba sentirla contra mí. Ella se dejó hacer. No me hizo ningún comentario y yo, por supuesto, no insistí en el tema. Me limité a bailar, a intentar seguir el ritmo sin parecer un pato cojo y mareado.
Leo y Lucía se fueron apartando del grupo de manera paulatina, hasta que en un momento dado desaparecieron. Una de las amigas de Olivia, Marina, nos dijo que los había visto marcharse.
Sin poder evitarlo, busqué a Rita con la mirada. Seguía en la barra, donde la habíamos dejado, ajena por completo a nosotros y a su hermano, bebiendo otro vaso de "coca-cola" recién puesto.
Las alarmas internas se me encendieron, según Leo, llevaba días sin alimentarse correctamente y esa era como mínimo la segunda copa que se tomaba, aunque sospechaba que alguna más, por el rato que llevábamos ya en la pista.
Seguí bailando con Olivia, debatiéndome entre ir a hacer de hermano mayor o quedarme con mi chica y seguir disfrutando de su cumpleaños, pero mi lealtad estaba con la pelirroja así que traté de centrarme solo en ella y en el dichoso ritmo caribeño que no dejaba de sonar canción tras canción y al que me costaba un horror seguir el paso.
Olivia parecía estar gozando de lo lindo y durante un rato no pensé en nada más; aunque algo dentro de mí no me dejaba estar tranquilo. Rita era la hermana de mi mejor amigo y él no estaba. Si le ocurría algo malo, no iba a perdonármelo en la vida y él tampoco.
Volví a observarla de reojo, y vi que se pedía otra copa más y que se la terminaba casi del tirón. Luego se fue al baño dando tumbos. Por lo menos, parecía que depuraba algo del líquido ingerido, aún así empecé a inquietarme de manera importante.
Justo en ese momento, las amigas de mi chica reclamaron su presencia y se la llevaron a bailar con ellas. Aproveché para escabullirme y de paso controlar a Rita. Al pasar por delante del baño, me topé con ella; chocó conmigo y casi cae. La agarré como pude antes de que se estampara contra el suelo.
—Joder con la coca-cola... —murmuré para mí —. ¿Estás bien?
—¡Ay, Héctor! —rio de manera boba— ¡Qué cazu.. casudaliaz! ¡Stoy de mavarilla! —se le trababa la lengua tanto que ni hablaba con normalidad.
—Ven, anda, vamos a que te toque el aire un poco... —estaba cabreado y preocupado a partes iguales.
—Noooo —protestó, pero sin fuerza —. Éjame seír con a cocacloa —farfulló.
—Ya basta de coca-colas por hoy, nena.
La saqué del local casi a rastras y nos pusimos en un lateral, apoyados en la pared. Esperaba que el aire fresco de noviembre la despejara lo suficiente, no obviamente para conducir, pero sí para pedir un uber y que la llevara a casa en ciertas condiciones.
Resoplé hondo, tratando de calmar mi enfado. Pero no lo conseguí.
—¡Joder Rita! — exhalé—. ¿Qué mierda te pasa por la cabeza? ¡Tú nunca has sido así, joder! Eres responsable, sensata...
Me giré para verla, porque no estaba protestando ni contestándome de ninguna forma y entonces me asusté de verdad. Como no se tenía de pie, había resbalado por la pared hasta quedarse sentada en el suelo, desmadejada y luchaba por abrir los ojos y cerrar la boca.
Me agaché junto a ella y le di unas pequeñas bofetadas. Conseguí que no perdiera la consciencia del todo pero no enfocaba la mirada y solo emitía ruidos inconexos.
La cogí en brazos sin esfuerzo, Olivia era más liviana pero mucho más alta, y me dirigí a mi coche, lo más rápido que pude, agradeciendo a la divina providencia haber aparcado cerca.
Sin pensarlo, la llevé al Hospital del Tajo. Entramos por urgencias, dejé el coche medio tirado y la saqué como pude, cogiéndola en brazos de nuevo, sacudiéndola para que no perdiera la consciencia.
A partir de ahí, los recuerdos de esa noche fueron algo borrosos. No sé si me dio tiempo a pedir ayuda, pero enseguida salieron varias batas blancas a atendernos. Me quitaron a Rita de los brazos y empezaron a hacerme muchas preguntas,
—¿Como se llama? ¿Qué edad tiene? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha tomado?
Las preguntas se sucedían unas tras otras y contesté como pude.
—Rita, veinte años, creo que solo ha tomado alcohol...
Sin tiempo para procesar nada, se la llevaron hacia el interior del hospital, prohibiéndome seguirles. Me ordenaron que me quedara en una sala de espera. Me dejé caer en una silla y empezó una de las peores noches de mi vida.
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