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Capítulo 33: Rita

Abrí el mensaje, más extrañado que otra cosa.

RITA: "Siento las horas, espero no molestar pero necesito hablar.... estoy debajo de tu casa, ¿puedes bajar? "

Me alarmé y me puse en pie inmediatamente. ¿Qué narices estaba ocurriendo?

HÉCTOR: "¿Estás bien? No molestas, sube. Te abro."

Me levanté a abrirle y esperé apoyado en el quicio de la puerta. Unos segundos después, una Rita nerviosa salía del ascensor con cara compungida, aunque al verme abrió mucho los ojos.

Me di cuenta de que estaba descalzo y vestido sólo con unos calzoncillos, tal y como me había levantado de la cama. Negué con la cabeza para restarle importancia, ya me había visto doscientas veces de esa guisa:

-¿Estás bien? -pregunté. Eso era lo único importante.

-¿Estabas durmiendo? -preguntó ella a su vez.

-No, pero ya estaba en la cama. ¿Estás bien? -volví a preguntar con impaciencia.

-Sí... No... Sí... No sé... -me respondió.

-Entremos, ¿vale? -propuse con suavidad-. Vamos a mi habitación, que por aquí ya duerme todo el mundo.

Asintió y susurró:

-Yo... lo siento... no... no sabía dónde ir.

-Shhhht. No te disculpes. No pasa nada, de verdad. Vamos dentro, anda.

Entramos en el piso sin encender ninguna luz y cerré la puerta con todo el sigilo del que fui capaz. A oscuras, fuimos hasta mi dormitorio. Ambos conocíamos de sobras el camino sin necesidad de verlo.

Una vez en mi cuarto me puse una camiseta y encendí la lamparilla que reposaba en mi escritorio y que daba una luz tenue por toda la estancia. Rita se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada en el lateral de mi cama; un gesto que había adoptado otras veces cuando estábamos juntos, y algún examen o algo la preocupaba más de la cuenta.

Me senté a su lado, en silencio, y sentí como su cuerpo se desplomaba por completo hacia mi costado. Apoyándose en mi brazo. Por inercia lo levanté y le hice un hueco, abrazándola.

-¿Qué sucede, pequeña?

-He discutido con Norma -dijo soltando un hondo suspiro.

Asentí con la cabeza pero no dije nada. Era algo que ya me había imaginado y además sabía que Rita necesitaba su tiempo para explicar las cosas que más la corroían por dentro. Entonces, como un autómata, me giré hacia ella sin dejar de agarrarla por los hombros y pasé el otro brazo por debajo de sus rodillas. La alcé y me la senté sobre las rodillas, de lado.

Su cuerpo enseguida reaccionó y se acopló al mío, adoptando esa postura que tan natural nos había sido en el pasado para hablar de cosas importantes.

Me sentí un poco extraño al ver que nuestros cuerpos se reconocían y al notar como el olor a coco me inundaba por dentro. Aunque ya no me martilleaba las entrañas. Ya no había nada sexual en ello. Por fin la química que había entre nosotros era sólo la de dos amigos que se conocen mucho.

-Esta mañana -Rita empezó a hablar muy bajito-, Ballester, su tutor, ha llamado a casa y le ha dicho a Norma que existía la posibilidad de que fuera un semestre al Royal College of Art, en Londres. Que si aceptaba, se podría ir la primera semana de octubre.

-Y tú no quieres que se vaya... -la interrumpí.

-A ver, no es que no quiera...-dijo con enfásis-. ¡Joder, claro que quiero! Es una oportunidad buenísima. Es una de las mejores universidades del mundo, sino la mejor, en arte, pero no tenemos dinero... Ninguna de las dos trabaja todavía y mis padres ya están haciendo un gran esfuerzo económico. Han pasado de tener dos hijos a "tener tres" y encima, los tres estamos en la universidad... Bueno Leo todavía no, pero vamos, va a empezar ahora... Y me toca los ovarios que parece que no valore nada de eso -soltó cada vez más acelerada.

-Cálmate, por favor -le dije con suavidad, pero me ignoró.

-Me ha dicho cosas horribles, Héctor... Y me ha gritado, algo que nunca había sucedido... -dijo con un gran dolor en la mirada-. Que si quiero cortarle las alas, que la quiero retener en casa a toda costa, que no quiero que progrese... que estoy celosa... hasta me ha llamado egoísta... ¡a mí! -Suspiró con pesar.

-Todo eso sólo lo ha dicho porque está cabreada; Norma no lo piensa -le rebatí.

-Puede ser -dijo, rendida a la evidencia-, pero yo no me merezco que me diga todas esas mierdas... La puse en casa y todos han tenido que tragar, les gustase o no... Mi madre sudó tinta para que mi padre no montase un cirio de los buenos. ¿Tú sabes cómo es mi padre de antiguo? Casi le da un infarto cuando supo que Norma y yo... Y aun así nos deja hasta dormir juntas y no dice nada. Y ha asumido pagarle la universidad como si nada... ya sabes el veto que impuso María, la madre de Norma.... ¡joder! Mis padres todo lo han hecho de mil amores... Y no me entiendas mal, ¿eh? Mil veces que viviera, mil veces que lo haría igual. Porque la amo, pero...

-Tienes que comprenderla, también... -miré de mediar, porque Rita estaba buceando en negatividad.

-La entiendo, Héctor, de verdad -me dijo algo más serena-. La entiendo muy bien; entiendo las ganas y la ilusión que hace tener una oportunidad así... Pero el talento que tiene no va a desaparecer y es más que probable que tenga más oportunidades y que vendrán en mejor momento... No sé porqué no lo ve...

-Tenéis que sentaros y hablarlo con tranquilidad, Rian. Exponer todos los hechos, los pros y los contras. Analizarlo todo minuciosamente y dejando hablar a la otra...

-Pareces mi profe de penal -me dijo poniendo una sonrisa por primera vez en toda la noche.

Solté una risa nasal y la apreté contra mí para reconfortarla. Nos abrazamos con fuerza durante un rato.

-Mañana lo verás igual que yo -dije al separarnos-. Ahora sólo tienes que descansar un poco. Me visto y te llevo a casa, ¿vale?

Rita se levantó, liberándome las piernas y yo también me puse de pie. Empecé a buscar la ropa entre las maletas y las cajas que había en mi habitación, para salir a la calle, pero ella me frenó.

-Héctor... esto... no quiero volver a casa.

-Rita... -la reprendí-, Norma se volverá loca de preocupación.

-Que lo hubiese pensado con antelación antes de largarse dando un portazo... la he estado esperando en casa durante dos horas antes de venir; la he llamado varias veces y en todas me ha colgado...

La voz le tembló y volví a abrazarla. Supuraba cabreo y tristeza a partes iguales.

-¿Te importa... si me quedo aquí? -me preguntó con un hilo de voz y la cabeza enterrada en mi pecho.

Me quedé parado unos segundos. No sabía qué decirle... Me debatía entre obligarla a volver a casa o ceder. No sabía si era buena idea del todo que se quedase a dormir...

Al final accedí, en una mezcla de amistad, compasión y cansancio; eran casi las dos de la madrugada y Rita había recurrido a mí en busca de un amigo.

-Sólo si me prometes que le mandas un mensaje a Norma y otro a tu hermano, almenos para decirles que estás bien.

Asintió y sacándose el móvil del bolsillo, lo hizo. Después con naturalidad, se sacó los zapatos y los pantalones y se tumbó en mi cama. En el lado que más cerca de la puerta estaba, el que siempre había sido su favorito.

Apagué la luz y me acosté a su vera, pero sin ni siquiera rozarla.

-Gracias -me susurró muy bajito, respirando hondo.

-De nada -contesté mientras le apartaba un largo mechón de pelo que le había caído sobre la cara y me lo enredaba en el dedo, por inercia. Olivia lo tenía corto y no podía hacerle ese gesto.

-Ni siquiera te he preguntado qué tal estás o cómo te va todo... -dijo compungida.

-Todo está bien, Rian -sonreí en la oscuridad -. Mira de dormir, ¿vale?

-Sí -dijo casi imperceptiblemente.

*****

A la mañana siguiente me desperté sintiendo el cuerpo de Rita pegado al mío. Durante la noche se había dado la vuelta y había ido acercando su espalda a mi pecho, hasta quedar completamente pegada a mí.

Le toqué el brazo y el costado con suavidad para despertarla.

-Rita, despierta... debemos irnos.

Se agitó a mi lado, apretujándose más contra mí sin querer y al notarlo se apartó rauda, murmurando una disculpa.

Me reí bajito, no me había molestado volver a dormir con ella, aunque no negaré que sí que estuve un poco incómodo al principio.

-Ni que fuera la primera vez que estamos en estas -dije para quitarle hierro.

Se giró y me escrutó la mirada.

-Ahora es... diferente -respondió mientras se levantaba y buscaba su ropa.

Una vez vestida, al ver a plena luz todo el bullicio que había esparcido por mi dormitorio, me preguntó:

-¿Vais a pintar o algo? ¿Por qué están tus cosas en cajas?

-Me marcho a vivir con Olivia -dije con tranquilidad.

-¡¿Qué?! -puso cara de espanto-. Pero... ¿cuánto hace que la conoces, Héctor? ¿Dos minutos?

Me molesté.

-Oye, Rita, que nadie te ha pedido la opinión.

Rectificó enseguida:

-No, no, tienes razón. Lo siento... sólo es que me ha cogido de sorpresa -bajó la mirada-; si sé que te agobia mucho estar aquí... Y ¿dónde váis a vivir?

-En Aranjuez.

-¡Joder!

-Sólo son cuarenta minutos -contesté sin muchas ganas, me habían molestado sus reticencias-. Y vendré a menudo. No me voy a desentender de mi familia.

-Eso ya lo sé... -dijo cabizbaja -. Eres muy responsable y atento. Sólo es que... no sé...

La miré y entonces lo entendí. Rita seguía siendo un puñetero libro abierto para mí.

-Ni me voy a desentender de mis amigos -le dije acercándome a ella y mirándola con fijeza -, aunque sea que «mi ex» me llama a las doce de la noche porque ha discutido con su novia...

Lanzó una risita mientras levantaba la mirada un poco avergonzada.

-Venga, recoge tus llaves y tus cosas y vámonos antes de que nadie se despierte, que paso de tener que dar mil explicaciones -la apremié.

No habíamos hecho nada malo y no me arrepentía de haberle dado cobijo a una amiga en un momento de necesidad, pero era consciente de que todos sabían lo que había significado Rita para mí y también que Olivia había dormido en casa las últimas cuatro noches consecutivas, así que salimos de casa con el máximo sigilo y al llegar al parking, respiré aliviado.

No nos habíamos cruzado con nadie, así que nadie nos había visto.

O eso pensaba yo...

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