.Capítulo 34.
|DARIEN|
De nuevo en Clemencia nos sumergimos en la tarea de intentar remontar nuestros sueños. Aquel proyecto que había nacido hacía años y que había cobrado mucha fuerza a pesar de todos los obstáculos.
Ese proyecto era todo lo que queríamos para nuestra vida, e intentaríamos concretarlo. Aunque eso significara trasnochar para crear ideas, llamar contactos con menos vida social y personal que nosotros, y planificar una estrategia para salir victoriosos.
Esto había cruzado la línea de lo sensato, y era totalmente pasional. Era una guerra; nuestros sueños y metas versus el destino y obstáculos. Podía llegar a correr sangre, pero esperábamos no ir tan lejos.
La empresa que Alain contactó, tenía ganas de trabajar con nosotros y por eso mismo debíamos dar nuestro mejor esfuerzo en la causa.
— Creo que estoy ciego —susurré, mientras giraba en mi silla de escritorio con los brazos cruzados sobre mi cara.
— Si después de esto nos contratan, habrá valido la pena que pierdas la visión —comentó, y lo hubiese mirado venenosamente si no estuviese tan cansado.
Emití una serie de sonidos evidenciando mi desaprobación pero él estaba ocupado ordenando mi habitación y mandando mensajes. La música sonaba de fondo suavemente para ponerle un poco de onda al ambiente, porque si no fuese por la música, me habría cortado las venas con alguna hoja de apunte.
A Alain no le gustaban mis gustos musicales; él prefería algo más electrónico y demencial, pero estábamos en mi territorio. Me encantaba poder ganarle en algunas cosas.
— Entonces —dije, apoyando mis pies sobre el escritorio y con los ojos cerrados—, ¿podemos hablar de tu verdadera razón por la que estás acá? —pregunté.
Sentí su mirada sobre mí. Una mirada que me decía que estaba hablando puras tonterías y desvariaba. Él quería poner en duda mi salud mental para zafarse de sus responsabilidades y decisiones. Siempre hacía lo mismo. Esa y la de enmascarar la verdad en bromas eran sus técnicas para no admitir la realidad. Tenía que reconocer que en eso ambos nos asemejábamos bastante.
— ¿Y por qué vine entonces? — inquirió en tono burlón.
— No por qué sino por quién —le aclaré—. Melisa es su nombre —agregué.
Alain no respondió. Quedó sin palabras y eso no ocurría siempre. Lo miré bajo mi brazo; con la mirada perdida sobre el suelo, su mandíbula estaba tensa y su cuerpo bien erguido. Él no necesitaba erigir una coraza ante mí, era su amigo y hablábamos de todo, pero entendía que quería quedarse temas para sí mismo. Pero debía saber que estaba seguro acerca de lo que vendría.
— ¿Cómo lo supiste? —preguntó.
— Izzie me habló sobre los deseos de Mel de tener hijos y las dudas sobre el tema. Sobre todo, acerca del donante. Tú te has vuelto muy amigo de ella con los años, creo que ni siquiera yo te conozco tanto como ella a ti. Y tu viaje a Clemencia, me trajeron dudas. ¿Por qué la necesidad de estar los dos en el mismo lugar para hacer un trabajo, cuando eso no fue nunca un problema?
No respondió de inmediato. Me acomodé sobre la silla para contemplarlo con análisis. Él se notaba pensativo, preocupado y consternado. Estábamos metiéndonos en un territorio prácticamente inexplorado, el de ser dos personas maduras que hablan de sus sentimientos y pensamientos.
— Puedes hablar, no soy quien para juzgarte —murmuré sonriendo con pesar—, ya sabes. Soy el chico enamorado de la misma chica por más de diez años y que nunca supo cómo avanzar adecuadamente —agregué y lo vi sonreír bajo el manto de oscuridad.
— Y yo soy el chico enamorado de una lesbiana, la cual solo me desea por mis espermatozoides ¿No es una maldita ironía? —admitió, comenzando a reírse cada vez más fuerte. El sonido de su risa resonaba con fuerza y lo dejé, porque era su forma de hacer catarsis.
Ni siquiera sabía si alguna vez lo había admitido en voz alta. Era tan grande para él esa verdad, que probablemente podría haberle hecho una ulcera gástrica. ¿Necesitaría un antiácido?
— La primera chica que me interesa de verdad y con la que puedo ser yo mismo. No le molesta mi mal humor, mis malos hábitos, ni pretende cambiarme. Nunca me había pasado esto, y si acaso no te hubiese visto ser patético por Izzie, no hubiese sabido lo que me pasaba —admitió. No sabía si sentirme halagado u ofendido—. Y prefiero tenerla conmigo de algún modo, antes que alejarla completamente de mí —suspiró rendido, y se tiró en mi cama.
Torcí mis labios con malestar. No me gustaba ver Alain así, pero lo volvía un poco más vulnerable más humano. No era tan oscuro, desalmado y desenfadado como quería hacerse ver.
— ¿Y cómo es que vas a terminar siendo el padre de sus hijos? —pregunté.
— Ella estaba mal. Me llamó llorando y hablamos por horas. No sabía ya cómo encontrar una forma de ser madre. La adopción es complicada y la inseminación artificial es una buena opción, pero su novia no estaba conforme con los donantes. Yo solo quería que dejara de llorar y fuese feliz porque se lo merece, había tomado esa noche y simplemente me di como voluntario. Ella dejó de llorar sin dejar de preguntarme si acaso estaba loco. Aún hoy me sigue preguntando si enloquecí, pero creo que nunca estuve tan cuerdo. ¿En qué me vuelve esto? ¿Soy egoísta por pensar en que yo puedo darle lo que nadie parece poder darle, o una buena persona por hacer realidad su sueño?
Sus ojos oscuros se posaron en mí; estaban enrojecidos. Las emociones lo consternaron y su rostro envejeció unos años. No sabía si sentirme feliz por ver su lado vulnerable, triste por su pesar o anonadado por saber que Mel podía llorar.
¿Era un idiota? Probablemente.
— Eres humano, no perfecto. Está bien que sientas todo eso, peor sería que no —le aclaré—. Eres una buena persona y no eres más egoísta que las personas promedio —él sonrió sombríamente, mirándome con sagacidad, y le devolví la sonrisa—. No soy quien para darte consejos al respecto, haz lo que creas mejor para ti.
— No, no eres. Tus decisiones de vida son una mierda y eres pésimo aconsejando —se quejó. Le mostré el dedo medio de mi mano y decidí continuar como si no hubiese dicho nada.
— Nunca creí que tú fueses capaz de algo así, dar algo de ti sin nada a cambio para que otras personas sean felices, pero creo que es lo más maduro que hayas hecho en tu vida —comenté con aire dramático—. Solo quiero saber si estás seguro de lo que vas hacer; ser padre no es algo sencillo así que supongo que mucho menos bajo estas circunstancias.
Lo vi respirar hondo, tensando todos los músculos de su cuerpo y quedarse contemplando el techo con cautela. Alain luchaba con sus emociones y pensamientos, probablemente eso sucedía cada día desde que le dijo a Mel ser su donante. Pero aún ante el miedo a lo que vendría, su cariño por Mel era mayor. Prefería hacer feliz a alguien más antes que a él mismo, sin importarle cuanto lo lastimara eso.
Hasta ese instante, nunca me di cuenta de cuanto subestimé a Alain; sus emociones, creencias y riesgos que podía llegar a tomar en la vida. Supuse que él llevaría la buena vida, con acceso fácil a lo que quisiera y que nada lo lastimaría nunca. Pero estaba muy equivocado.
Nadie era inmundo al amor ni al sacrificio propio.
— Quiero hacerlo —sentenció, sonando más seguro que nunca. Una sonrisa se formó entre mis labios y una sensación cálida me recorrió; era orgullo.
— Y yo voy a estar contigo ante cualquier cosa siempre que lo necesites —murmuré. Alain sonrió con serenidad, alejando toda presión que pudiese tener. Sacudió su pelo para desordenarlo y suspiró profundamente.
— Gracias idiota —me dijo y aunque me estaba insultado, en el fondo me estaba agradecido. O eso quería suponer—. ¿Y qué hay con Izzie? ¿Piensas avanzar alguna vez en tu vida o van a seguir escondiéndose para tener sexo como cuando eran adolescentes? —inquirió.
Entorné mis ojos sobre él. Por lo visto, ahora era yo el juzgado.
— Ya no nos vamos a esconder más, y si fuese por mí me casaría ya mismo con ella, pero ya sabes, está este pequeño problema de su miedo a fallar en el matrimonio como sus padres lo hicieron —respondí desilusionado.
Amaba a Isobel y deseaba pasar cada momento con ella; día y noche, compartir cada minuto y cosa con ella. Pero ese temor ante el matrimonio siempre estaba navegando en las profundidades de su mente, aunque no iba a permitir que eso interfiriera en nuestra felicidad. Habíamos transcurrido un largo camino hasta llegar a donde estábamos, y no dejaría que nada nos arrebatara eso.
— ¿Y qué piensas hacer? —preguntó con ese noto entre curioso y desafiante.
— Ya se me ocurrirá algo —respondí sonriéndole con optimismo. En ese momento estaba agotado mentalmente pero estaba seguro que al día siguiente se me ocurriría algo. Eso esperaba.
Sintiéndonos liberados de nuestros miedos y perturbaciones, Alain y yo chocamos nuestras manos, preparados para lo que nuestras vidas nos trajeran. Era loco pensar en los años que habían pasado desde que nos conocimos. Habíamos sido simples compañeros para un trabajo pero poco a poco nos conocimos hasta que nos fuimos a convivir juntos y nuestra amistad se volvió más fuerte.
Después de Izzie, mi relación con Alain era la más duradera.
Aquella noche fue más fructífera de lo que pudimos suponer, y tras terminar de ordenarnos fuimos a dormir con nuestras conciencias tranquilas. Y yo rezando por no perder mi visión.
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