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.Capítulo 3.

Al día siguiente me desperté muy tarde. Eran casi las cinco de la tarde, y no sabía cómo encarar la vida. Abrí los ojos con dificultad, porque había una fuerza que me impulsaba a seguir durmiendo. Mi habitación estaba en penumbras, y no había ni un pequeño haz de luz que se filtrara.

Tenía hambre pero sentía el estomago revuelto. Mi boca se sentía pastosa, y mi cabeza latía como si acaso mi corazón se hubiese teletransportado allí. Me acomodé en mi cama y permanecí allí por un rato más, hasta que me obligué a mi misma a levantarme para ir a bañarme.

Desde que Claire y yo entramos a la universidad, habíamos decidido mudarnos juntas y lejos de nuestros padres. Cómo era de esperarse, mi mamá casi enloquecía al imaginar a su hija lejos de ella, y Henry no sabía qué decirle a Claire. No podemos decir que fue fácil, pero lo logramos. Y nos mudamos a un pequeño departamento de dos habitaciones, y una pequeña sala que estaba separada de la cocina por una barra extensa.

Si quieren saber mi opinión, la independencia se siente bien, aunque claro, no se goza de ciertos beneficios como la comida casera de mi mamá.

Limpia y perfumada, estaba casi renacida. Solo faltaba mi café y un poco de comida. Me aseguré que la habitación de Claire, frente a la mía, estuviese cerrada para no molestarla, y me puse manos a la obra en mi proyecto de alimentación.

¿Qué es el paraíso para mí? Estar sentada en el sillón, con un café en mano y comida en la mesa ratona frente a mí, mirando una película de superhéroes.

— ¿Soy la única que se siente como si un camión hubiese chocado de frente contigo, y hay un concierto de payasos saltarines con cornetas en su cabeza? —preguntó Claire, caminando como un zombie hasta desplomarse a mi lado.

Intenté no sonreír pero no pude evitarlo. Tenía un aspecto lamentable, con sus largas ondas castañas desordenadas, su piel estaba pálida, y sus rasgados ojos castaños se veían ojerosos y opacos. Pero aún sin maquillaje y en modo zombie, Claire era imposible que fuese fea.

— Creo que si —respondí. Ella tomó un poco de mi comida, y se acurrucó a mi lado.

— ¿Papá y Julia llamaron? —preguntó; algo que ni ella ni yo pudimos hacer, era llamar a nuestros nuevos padres como tal, porque no nos parecía correcto. Ella había perdido a su madre en un accidente, y yo aún lo tenía con vida, aunque muy lejos.

— Solo le mande mensajes a mamá, diciéndole que estábamos bien, y nos dijo que mañana nos espera a almorzar —respondí.

— ¡Genial! —dijo, estirando sus brazos sobre su cabeza— Ya estoy deseando comer comida de verdad —murmuró. La miré con saña y ella me sonrió inocentemente—. Tu comida es riquísima, pero la de tu mamá es mejor.

En realidad, no podía negar eso.

Me encogí de hombros, y continué mirando la película, mientras Claire se despertaba un poco más y terminaba con mi comida.

— Estaba pensando en invitar a Darien esta noche, ¿Te parece bien esa idea? —me preguntó, mirándome de soslayo como si acaso fuese una niña pidiéndole a la madre ir a jugar a casa de una amiga. Me encogí de hombros, sin ningún problema con esa idea.

— ¿Él no estará con los padres? —pregunté con curiosidad.

— Los tíos llegan mañana. Es que andaban visitando a mi abuela en Bahía Azul, y Darien llegó aparentemente de sorpresa —respondió.

— Entonces, supongo que no tiene planes para esta noche —murmuré—. Pregúntale que quiere comer, así vamos de compras —agregué, ya sintiendo lo que sería esa noche. Mi estomago se contorsionó, y nada tenía que ver con la bebida de anoche y la comida de hoy. Hacía dos años que no estaba con Darien cara a cara, y estando sobria.

Juntos éramos una tormenta. Diferentes y similares al mismo tiempo. Con el paso del tiempo, Darien se había transformado en mi secreta debilidad. Y no tenía idea que podía ser de mi.

······

Esa noche, la escena era la siguiente.

Me encontraba cocinando, ya que Claire intentaba no cocinar a toda costa. Cortaba, picaba, freía lo que sería el acompañamiento, y vigilaba la carne con psiquiátrico metodismo. Mi hermana estaba sentada en una de las banquetas en la barra, entre la cocina y la sala, moviendo sus pies que no le llegaban al suelo, mientras hablaba acerca del último libro que había leído. Y a mi lado, se encontraba Darien apoyado contra la mesada, con los brazos cruzados, intentando estar atento a todo.

— Ella trabajaba para él, y tenían un romance prohibido, que terminó con ambos separándose de manera dramática y horrible —lloriqueó Claire haciendo un mohín con sus labios. Meneé la cabeza y la miré fijamente.

— ¿Otra vez leyendo romances eróticos? —pregunté. No necesitaba saber mucho de la historia como para reconocer a que genero pertenecía. Además, Claire esa adicta a esas historias.

— ¡No es eso! —se quejó, ruborizándose.

Aja... y yo me llamó Samantha.

Puse los ojos en blanco y continué cocinando. Pero el calor que sentía allí cerca del horno me daba sed, y estaba intentando no beber cerveza. Es que uno de mis objetivos de vida es intentar no terminar con cirrosis.

Me encontré con la mano de Darien extendida hacia mí con un vaso con agua. Le sonreí agradecida, y bebí agua, continuando en el intento de oír a Claire hablar de su libro. Ella no solo se había leído ese libro, sino que también las dos secuelas que le seguían. Recuerdo que ese día, me levanté a beber agua y la encontré enfrascada en el libro. Tenía los ojos abiertos de par en par, como si eso le ayudara a leer más cantidad de letras. Me hubiese gustado divertirme a costa suya, pero no era quien para hacerlo; ese día me había pasado hora tras hora haciendo maratón de Daredevil.

Claire se dejó de hablar cuando su móvil comenzó a chillar, y se fue. Yo suspiré en mi batalla con la comida, y sentí las manos de Darien apoyarse en mi cintura para desplazarme de allí.

— ¿Qué haces? —pregunté.

— Deja de preocuparte tanto por la comida, va a estar bien —me dijo, moviendo con la espátula la salsa que le pondría sobre las papas a las que solo le faltaba un pequeño golpe de cocción. Apagó el fuego de la sartén, colocó las papas junto a la carne casi lista y cerró el horno para volver a mirar mi expresión entre horrorizada e indignada.

— ¿Por qué hiciste eso? —pregunté, señalando la cocina. Aún no tenía la suficiente experiencia como mi mamá, así que estaba siempre pendiente de la comida por miedo a que se queme.

— Ya te dije, Izzie —su tonó tuvo la severidad suficiente como para hacerme saber que estaba hablando en serio. Y tras eso, agarró mi mano obligándome a alejarme de la cocina—. Vamos, tranquilízate. Solo soy yo, no el malvado de Masterchef —dijo. Sonreí ante la idea de él probando mi comida con tal severidad, al mismo tiempo que me sentaba en el sillón, y él ocupaba el sitio a mi lado—. Una sonrisa... ¡muy bien!

— Ey, deja de burlarte. Es que sabes cuan perfeccionista soy —me quejé.

— ¿Perfeccionista es alguna clase de sinónimo para dolor en el trasero? —preguntó divertido, y entrecerré mis ojos sobre él. Darien sonrió aun más y ladeó su cabeza. Era puro encanto cuando hacía eso, el maldito bastardo. Meneé la cabeza, respirando hondo y me hundí en el sillón. Percibí su mirada aún sobre mí, y lo miré de reojo.

— Deja de hacer eso —le advertí. Sus ojos brillaron con malicia, y se encogió de hombros.

— ¿Hacer qué? —preguntó.

— Eso, mirarme de forma escalofriante —respondí.

— ¿Soy escalofriante? —preguntó, y asentí—. ¿En buen sentido o en mal sentido? —Volví a mirarlo con ironía, y él pensó la respuesta—. Los malos somos siempre más atractivos —comentó.

— Los dementes, creen que por ser malos son atractivos —retruqué.

— Es que tú me vuelves demente, ma cherie —me guiñó un ojo.

Mi cuerpo hormigueaba cada vez más. No sabía si Darien producía cada vez más efectos en mí, o acaso estaba sufriendo alguna especie de alteración cerebral. Me burlé de él, porque era mi único modo de intentar no darle importancia a sus palabras para que no se clavaran en mi conciencia. Él sonrió aún más, meditabundo. Y tuve deseos de pasar mis dedos por la curvatura de su rostro, delineando las zonas sobresalientes de sus pómulos, su nariz y mandíbula, para terminar en sus....

No vayas ahí Izzie. Zona peligrosa.

Cerré los ojos, medite lo más profundo que pude y respiré hondo. Abrí un ojo, y me encontré con su rostro evaluándome con siniestra sentencia. Él sabía que yo no era completamente normal, así que no se qué esperaba de mi.

— ¿A ti te pasa, que te resulta raro que estemos acá, luego de hablar tanto tiempo en una computadora? Siento que no sé como entablar una conversación cara a cara, sin la necesidad de pelearnos —murmuré, torciendo mis labios.

Darien suspiró, acomodándose contra el sillón. Tardó unos minutos en responder. Y rozó mi mano con la suya suavemente hasta que enlazó nuestros dedos con cuidado.

— Es... diferente, pero no malo —respondió—. Ya sabes cómo somos nosotros, siempre estamos en desacuerdo en cosas, pero no ha obstaculizado nuestra peculiar amistad en todo estos años —dijo, mirando nuestras manos como si fuese un brillante descubrimiento.

Mi corazón se sentía cada vez más desenfrenado, y mi respiración se volvió agitada y torpe. Darien continuaba evaluando como nuestras manos encajaban, y yo, no podía dejar de verlo a él. A mis ojos, él era el chico más hermoso que he visto en mi vida. Porque la belleza que él poseía, estaba magnificada por una personalidad tan dispar como el color de sus ojos. Darien era hielo y fuego. Él podía inspirar armonía y serenidad, y también generar una eufórica devastación. Él era una completa ironía, que me tenía enviciada.

— Eh... ¿cómo está tu familia? —pregunté, aclarándome la garganta.

— Bien. Mi hermano está viviendo con la novia, y me estoy quedando en el sillón de su casa hasta que lleguen mis padres —respondió.

— ¿En el sillón? —chilló Claire, apareciendo de nuevo en la sala. Yo me tensé, mientras Darien me guiñó un ojo tras soltar mi mano.

— Es lo que hay, podría ser peor —se quejó—. Una vez dormí contorsionado en una cama mínima, junto a una chica, después de una noche de karaoke —agregó, risueño, mirando a su prima que se sentada al otro lado de él.

Mi rostro se contorsionó con duda y pánico, y confirmé que él hablaba de mí cuando volvió a mirarme moviendo sus cejas juguetonamente.

¡Maldito sea él!

Estaba hablando de la noche que compartimos cama tras volver de una loca noche de baile y canto en Bahía Azul. Eso sucedió a los días de conocernos, cuando éramos enemigos declarados. Claire había bebido bastante, y prácticamente olvidó que Darien y yo la acostamos en su cama. Yo me había acostado en mi cama, frente a la de Claire, y como Darien apenas podía hacer unos cuantos pasos más, terminó quedándose dormido a mi lado. Ni él ni yo habíamos hablado de nuevo de eso, y se lo habíamos ocultado a Claire... como muchas otras cosas.

Whoa... me acabo de darme cuenta que Darien me transforma en una mentirosa compulsiva.

— No, nada de sillones —insistió Claire, quien tenía un máster en ganar peleas de ese tipo con KO—.Te vas a quedar aquí, a dormir en mi cama, y yo duermo con Izzie —dijo.

Darien nos miró a ella y a mí, a la espera de alguna negación.

— A mi no me mires, no me puedo negar a los ojos de cordero degollado que pone Claire para convencer a las personas —dije porque era cierto, además, no me parecía bien que Darien estuviese durmiendo en un sillón en la casa de su hermano y su novia.

Ya podía imaginar lo incomodo que sería que estén teniendo sexo, y estés en la sala sin poder dejar de oírlos. Ew... no quiero ese tipo de escenas en mi mente con la cara de Daryl, el hermano de Darien.

Darien lo pensó. Él sabía que no podía negarse a Claire, aún cuando lo miraba tétricamente. Finalmente aceptó, y Claire aplaudió como una niña, poniéndose de pie y dando saltitos, y planificando lo que sería el resto de la noche. Películas, helado, más películas, más helado.

Eran las tres de la mañana y nuestros estómagos ya no daban más de tanta comida y bebida. Íbamos por la segunda película. La primera había sido de ciencia ficción, y ésta era de terror. Si hay algo que me aterra en la vida, son las películas de terror. Me encontraba agazapada contra el sillón, abrazada a un almohadón como si acaso pudiera protegerme de que los fantasmas de la película. Claire había enlazado su brazo con el mío, y no había parado de quejarse de Darien por elegir esa película. Ella pensaba demasiado bien del psicópata de su primo, quien miraba la película entusiasmado con una sonrisa como si acaso fuese una comedia.

— Nunca hay que confiar en textos en otros idiomas, y tampoco hay que separarse —comenté.

— Podrías empezar con no ir de vacaciones o de retiro a un lugar escalofriante —opinó Darien. Asentí de acuerdo, sin poder quitar mis ojos de la película, por más miedo que me diese—. Claire, ¿tienes miedo? —preguntó él, y se volteó hacia Claire que había quedado dormida sobre mí.

Peiné su pelo hacia atrás para comprobar que estaba dormida, y torcí mis labios.

— Esto comprueba cuan mala es la película —susurró él. Lo miré venenosamente, porque la película podía ser mala pero yo estaba muerta de miedo.

Me puse de pie para poder llevar a Claire a mi cama. Ella era más pequeña que yo, así que no sería difícil. Pero Darien fue más rápido, y la levantó con un solo movimiento como si acaso estuviese acostumbrado a llevar chicas de ese modo constantemente. Intenté que mi mente no se dirigiera hacia esa dirección, y me concentré puramente en aquel momento.

En mi habitación, abrí mi cama y tras acostar a Claire, permanecimos en silencio. Quedé un momento en pausa, observando cómo contemplaba mi habitación con curiosidad. Repasó con sus ojos el mural de fotos, sobre la pared de mi cama dónde muchas fotos lo tenían a él, miró mi escritorio repleto de cosas y la biblioteca a su lado, junto al pequeño sillón en el que leía.

No sabía cómo tomar toda esa atención. Mi rostro se contorsionó con una mueca de extrañeza, hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Darien parpadeó, con su rostro en blanco hasta que me sonrió. Una sonrisa lenta que llenó de brillo a sus ojos. Un cosquilleo se extendió por mi estomago, y me tensé para poder apalear esa sensación.

— ¿Sabes cuan raro es que miren tu habitación de ese modo? —pregunté. Su sonrisa se llenó de diversión y pasó su mano por su mandíbula.

— Es linda... —asintió—. Expresa como eres —agregó, girando sobre sus pies para irse de la habitación.

Permanecí confundida hasta que decidí seguirlo, cerrando mi habitación con cuidado.

— ¿Qué quieres decir con eso? —inquirí con interés, siguiéndolo de cerca.

— Quise decir lo que dije —respondió, deteniéndose precipitadamente para encararme y yo estuve a punto de tropezar con mis pies frenar—. Ya sabes... metódica, nostálgica, soñadora, feminista, un alma libre que se aferra a lo que ama para tener los pies en tierra —murmuró.

Sentí frio y calor. Solía avergonzarme cuando las personas me halagaban o cuando sus palabras estaban tan cerca de la realidad. Toda mi vida me oculté bajo una coraza rígida de autosuficiencia porque era el único modo que encontré para no ser dañada por el mundo. Mi verdadero yo, era una Isobel poco conocida. Claire la conocía, y creí que nadie más. Pero por lo visto, no era así.

— ¿Estoy errado? —preguntó, volviendo su voz a un tono bajo e intimo que me atravesó el cuerpo como un escalofrío. Se veía inexpresivo, con la mirada ensombrecida.

— Si —dije torpemente, viéndome a la defensiva. Una sonrisa torcida quebró su seriedad.

— Cierto... me olvidaba también que eres terca —insistió, haciendo un paso más cerca de mí. Lo miré indignada, sin saber que responder, y me crucé de brazos. Él suspiró, y estiró su mano para acariciar suavemente mi rostro.

Me tendría que haber retirado de su tacto, pero él me hacia débil. Apoyé mi rostro sobre su mano, cálida y un poco áspera. Movió sus dedos juguetonamente hasta que las líneas de mi rostro se suavizaron. Mis sentidos se aceleraban en cada instante, y mi cerebro estaba a punto de sobrecalentarse. Contemplaba su rostro y sus labios, y quería besarlo. Deseaba pasar mis dedos por su pelo, y arrastrarlo a un lugar más privado. Pero el miedo en mí era mayor que mi deseo.

Estaba aterrorizada de mis sentimientos hacia Darien, los cuales me costaba reconocer. Sentía pánico de lo que podía suceder. Temía arruinar todo; con él, con Claire, con la familia que habíamos armado. No quería desilusionar a los demás, ni a mí misma, y mucho menos, quería perderlo a él. Estaba acorralada.

No podía conseguir sacar mis ojos de Darien, y mi cuerpo no respondía, hasta que un grito nos obligó a separarnos. Me sobresalté quedando casi en ridículo, y al ver la televisión donde la película seguía corriendo, la maldije con todo el odio de mi alma y mi corazón.

— Esa película es una mierda —me quejé, tras el infernal susto. Él sonrió, pasando sus manos por su pelo, desordenándolo.

— Realmente lo es —susurró.

Percibía un cierto doble sentido en sus palabras. Lo miré de soslayo mientras caminaba hacia la televisión para sacar la espantosa película, y lo noté tenso. Pero no dije nada. Prefería cortar con todo eso, y evitar caer en el filo de la tentación, una circunstancia que cada día se volvía más habitual.

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