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.Capítulo 29.

|DARIEN|

Estaba destrozado emocionalmente e intentaba encontrar algo para sostenerme.

Nunca me había sentido tan culpable de algo. Odiándome a mí mismo por ser tan egoísta y no pensar en los demás. La culpa tenía sabor amargo y no la toleraba. No podía dejar de pensar que había ocupado el tiempo con Alizée, intentando darle una oportunidad, mientras Izzie tenía que luchar ella sola con la perdida de aquel hijo.

Un hijo de ella y mío. Algo inesperado pero que hubiese recibido con los brazos abiertos.

Y no solo le di una oportunidad a mi relación con Alizée sino que también descuidé y corté mi contacto con Izzie. Me había parecido sensato aceptar el pedido de Ali, quien se sentía amenazada por Izzie aunque no lo reconociese, pero nunca tendría que haber hecho eso. Porque ante todo, Izzie era mi amiga.

Ellos quieren que no reunamos mañana para conversar su propuesta y quieren que estemos todos —me dijo Alain en cuanto me comuniqué con él. Cerré los ojos y me hundí en la montaña de asuntos sin concluir que tenía.

No puedo ir. No ahora. No sé cuándo. Acá las cosas están difíciles, y necesito quedarme —expliqué, sabiendo que pese a lo poco que le podía contar, él me entendería. O algo así—. Tú compartes las mismas ideas y opiniones que yo, confío en ti. Si quieres puedo hacer un poder para que tomes decisiones por mí, y si ellos necesitan verme, podemos comunicarnos vía Skype —agregué, frotando mi cabeza que no dejaba de punzar.

¿Es por tu madre? —inquirió; su tono era de preocupación. Algo a lo que no estaba tan acostumbrado.

Sí y no, es... complicado. Cuando logre procesar bien la situación, te la explicaré —respondí. Y aunque no le di las suficientes razones para que me entendiera, él aceptó mi propuesta.

Conversamos un poco más y luego cortamos la llamada, obligándome a volver a la realidad en la que estaba...

Mi madre acababa de decirles a mi padre y a mi hermano acerca de su enfermedad. Todo era tristeza y desconsuelo. Podía ver la sombra de la devastación querer alcanzarnos para abrigarnos bajo su manta, pero no íbamos a caer. Mi madre se mostraba más fuerte que nunca. Era una guerrera en aquella batalla consigo misma.

La admiraba y estaba orgulloso de ella. De su templanza en aquella situación, de cómo a pesar de todo no odiaba la vida que le había tocado. Continuaba tan positiva como antes. Y a pesar de que eso era algo bueno, significaba que necesitaba una pared aún más fuerte que ella para sostenerse. Me reuní con mi hermano, quien intentaba no flaquear, pero yo no sabía cómo hacerle entender que debía liberarse.

Llorar no nos hacía menos fuertes. Nos volvía vulnerables como el resto de los mortales. Éramos humanos, no dioses súper poderosos.

Él me abrazó, aferrándose a mí. Trayéndome recuerdos de las tantas veces que yo lo había abrazado así a él, buscando protección cuando éramos niños. En ese instante él era quien necesitaba una forma de sostenerse hacia la realidad, y yo quien era fuerte como para asegurarle que todo iba a estar bien. O por lo menos, eso era lo que quería.

Mi padre lloraba en el sillón, silenciosamente, sobre el regazo de mi madre. Ella lo acariciaba suavemente, consolándolo como si fuese él quien debía luchar contra eso y no ella. Mi madre lo cuidaba de modo protector, asegurándole una y otra vez que nada iba a pasar. Asegurándonos que todo iba a mejorar en el futuro, y que aquella era una batalla que pensaba ganar.

— Todo va a estar bien, chicos —nos dijo mi madre a todos. Cuando sus ojos me miraron, adquirieron un brillo esperanzador y me sonrió—. Esto fue diagnosticado a tiempo gracias a que conocíamos los antecedentes. Ahora lo único que hay que hacer es esperar a la operación y rezar para que todo sea exitoso —nos explicó.

Nadie dudaba de las palabras de mi madre, pero teníamos que reconocer que el camino que se abría era largo, lento y sinuoso.

Necesitando tener un momento de soledad, metí algunas de mis cosas dentro de una mochila y salí de mi casa en busca de aquello que necesitaba. Caminé por la ciudad de Clemencia, redescubriéndola en cada paso. Notando sus diferencias y similitudes con el paso de los años. Reconociendo personas con las que había compartido momento y desconociendo a otras tanto.

Caminé, alejándome de los problemas e internándome en mí mismo.

Clemencia era una ciudad media grande con muchos edificios, mucho tránsito y muchas personas. Pero a pesar de eso, contaba con una vasta naturaleza, tanto en el corazón como a las afueras de la ciudad. Tenía necesidad de alguna distracción y como la mayoría de las personas que conocía estaban trabajando, decidí crear mi propia distracción.

Internándome en el parque de la ciudad, recorrí lentamente el predio. Contemplé cada detalle cuidadosamente y me alejé de sitios en donde las personas estaban agrupadas. Quería soledad para poder disfrutar todo.

Caminé sin darme cuenta el tiempo transcurrido y me senté en un fértil rincón, bajo un grupo de árboles tan altos que parecían llegar al cielo. Me recosté, apoyando mi cabeza sobre mi mochila, y me maravillé con la espectacular vista del cielo y las copas de los árboles. Respiraba ese aire que parecía puro y encontré en los sonidos de las hojas entremezclándose con los pájaros, la tranquilidad que buscaba.

Ese sitio, en particular, parecía irreal. Tan verde, tan pacífico y encantador. Me sentía abducido por alguna historia de hadas, donde todo era naturaleza y vida. Allí no había problemas, no había realidad, ni siquiera requería actuar como adulto. Allí podías ser lo que quisieras, o no ser nada.

Pasaron minutos o tal vez horas. Decidí sentarme, sacando de mi mochila el diario que Izzie me regaló y los binoculares. Había sido los mejores regalos que podían darme. Siempre había detalles que descubría sobre cosas que a simple vista no podía. Dentro del diario se encontraba la carta y la foto que ella me dio. Repasé la carta, como tantas veces lo había hecho, y leí nuevamente la lista de deberes.

#Viaja a un sitio que ya conoces, y descubre algo nuevo.

Mientras tachaba esa oración, sonreí sintiéndome victorioso. Poco a poco, lo estaba logrando. Estaba llegando a ser eso que ella esperaba de mí. No es que ella me pusiera condiciones, solo era su forma de ayudarme a ser mejor. Para mí y los demás. Era su forma de enseñarme sobre la vida así como yo una vez también le enseñé a ella.

Éramos amigos que se ayudaban a crecer, enseñándose cosas que otros no podían.

Estuve hasta tarde en ese recóndito lugar, que comenzaba a sentirlo como propio. Algo mágica rodeaba cada rincón y me fue imposible no comenzar a dibujarlo. Mi corazón y mente estaba inspiradas y no podía negarme a eso. Mis dedos se movían ágilmente sobre las hojas, intentando volcar la perfección que mis ojos veían sobre la hoja.

Cuando finalmente terminé, había logrado conseguir casi lo que quería. Casi. Pero pese a que no era perfecto, sabía que requería más intentos, más visitas a aquel lugar que había descubierto y el cual se había transformado en mi pequeño paraíso.

******

Daba vueltas en mi cama sin poder dormir a pesar del cansancio. Estaba inquieto y no encontraba la forma de poder estar cómodo. Iba de un lado a otro y eso hacía que mi sueño se dispersara más. Llegó un instante en que me cansé, tomé mi teléfono y tras revisar viejas conversaciones, mandé un mensaje:

«¿Estás despierta?» pregunté.

Solo transcurrieron unos minutos para que me respondiera.

«Sí, terminé de leer un caso y no puedo dormirme. Solo pienso formas de ganar» respondió Izzie.

«No creo que tardes en encontrar una forma de ganar» escribí. «¿De qué trata? Si es que se puede saber» agregué.

«Cuota de alimentos y manutención. Él no quiere hacerse cargo de nada y a ella no le quedó nada tras estar con él. Pero hemos encontrado formas de ir por él con todo. Es un verdadero idiota» respondió. Le sonreí a la pantalla, imaginando a Izzie mirar al pobre bastardo con arrogancia y desdén, tratándolo como un idiota por ser tan negligente con sus hijos y ex esposa.

«Tú puedes chica, patéale su machista trasero» comenté, y ella me mandó una serie de risas.

«Lo intentaré» escribió. «Y tú, ¿Por qué estas despierto a esta hora?» inquirió.

«No sé, estoy inquieto. Quizás sea todo esto que está ocurriendo. Mi madre hoy le contó a mi padre y a mi hermano sobre su enfermedad, y ya habló sobre la operación. Va a ser durante los primeros días de Mayo» le expliqué. «Estuve preocupado y confundido todo el día, así que salí a caminar. Y debo decirte que he tachado otra cosa más de tu lista» agregué.

«Me alegra que lo hayas hecho. Está bien estar triste pero debemos encontrar una forma de que no nos gane. Es bueno que hayas encontrado una forma de canalizarlo. Ejercicio y un buen baño siempre es bueno para que el sueño llegue» respondió.

«Lo tendré en cuenta» le dije. Nuestra conversación se dirigió hacia un camino más banal, más sin sentido solo para producirnos risas y no tanto análisis. Era realmente tarde cuando me di cuenta, y sabía que debía despedirme más que nada por ella y su trabajo.

«Mañana seguimos hablando, será mejor que duermas» le recomendé.

«¿Tú mandándome a dormir?» preguntó divertida.

«Así parece. Veré si puedo dormir, gracias por la conversación» le escribí.

«Gracias a ti, lo necesitaba. Hasta mañana» me escribió. Y me despedí rápidamente. Pasaron unos segundos antes de que el teléfono sonara de nuevo con un mensaje de Izzie.

«Por cierto, no hagas planes para mañana en la tarde. Voy a tu casa, ponte ropa cómoda» sentenció. No podía negarme a su oferta, y sonreí, haciéndole saber que esperaría con gusto por ella.

******

Cuando Izzie dijo que tenía planes, había pensado en cualquier cosa menos en esto. Nos encontrábamos en medio de una plaza, sobre el cemento y rodeados de jóvenes con demasiado energía. En un partido de basketball.

En serio. ¿Qué hacíamos ahí?

La miré a Izzie con confusión y un poco de indignación. Yo coleccionaba remeras de futbol, no de basket.

— Creo que me has confundido de persona —comenté, entornando sus ojos sobre ella. Izzie hizo una expresión de burla y con un silbido llamó la atención de los chicos que detuvieron su juego. Eran pocos, pero se veían tan entusiasmados e inquietos como un par de perros. Los envidiaba y detestaba en partes iguales.

— ¿Acaso lo que oigo es miedo? —pregunto Izzie, mirándome desafiante y comenzando a caminar hacia los chicos. Me hizo señas para que la siguiera y no me quedó más alternativa.

A medida me acerqué, identifiqué que eran adolescentes a los que probablemente casi les doblábamos la edad. Casi, gracias al cielo. Y entre todos los inquietos adolescentes, había uno que sobresalía. No por lo rulos inquietos. Tampoco por los ojos que le resaltaban. Sino porque era como verme a mí con 15 años, totalmente dinámico y con la necesidad de un poco de calmantes; aunque claro, él tenía rulos y cabello oscuro, y yo no.

Jesse me miró y corrió a abrazarme.

— Así que has venido a probar tu resistencia primo —rió divertido, dándome suave cachetadas en mi cara. Sonreí y me las ingenié para aprisionar sus manos tras su espalda, conteniéndolo cuidadosamente.

— ¿Yo también era tan insoportable como ésta criatura? —le pregunté a Izzie.

— Casi —respondió con fingida seriedad, pero pude ver que sonreía cuando se volteó hacia el grupo—. ¿Aceptan más integrantes? —le preguntó a uno de los chicos.

— ¡Claro! —exclamó uno de los chicos. Uno de pelo rubio desordenado que movía la pelota de una mano a otra. Él me miró con esa rebeldía adolescente que todos tenían y me tiró la pelota para comenzar con el juego.

Aquello parecía un desafío. Y se había vuelvo personal...

El partido quedó fulminado, así como mi estado físico y emocional. Terminé recostado sobre el cemento, mirando el cielo azul que comenzaba a oscurecerse y sintiéndome en agonía. Siempre había creído que tenía un conservado estado físico... hasta ese momento.

— ¿Me puedes explicar por qué demonios querías que estos bastardos nos hagan sentir como ancianos? —pregunté. No tenía fuerzas ni siquiera para levantar mi cabeza y busca a Izzie. Sabía que estaba cerca, sentada en algún lado. Oí su risa cansada, y las burlas de los amigos de Jesse. A los cuales comenzaba a odiar lentamente.

— Creí que mi primo que escala montañas tenía más resistencia —gritó Jesse. Busqué la pelota por algún lado. Quería agarrarla y tirársela contra su perfecta cara.

— ¡Escalo, no corro! —me defendí a los gritos. Las risas volvieron a rodearnos, y no pude resistirme más, y me uní al enemigo.

— Esto es bueno —murmuró Izzie, a unos pasos de mí—. No soy experta pero voy a mejorar. Tengo que demostrarle a Enzo que puedo ganar —me dijo.

— ¿Quién es Enzo? —pregunté confundido. Izzie movió su cabeza hacia el rubio despeinado y entorné mis ojos hacia él.

Con que ese es el nombre del pequeño bastardo.

— Me sumo a tu cruzada pero debo ejercitarme un poco más. Quiero aplastar a ese chico —siseé y volví a recostarme. Necesitaba una semana de descanso, como mínimo.

Descansamos un momento, hasta que lentamente todos nos fuimos yendo del lugar. Me sentía cansado y muy agotado. Y tenía la esperanza que esa noche pudiese descansar mejor que los anteriores días.

Izzie y yo acompañamos a Jesse hasta su casa. Él estaba tan contento de que nos uniéramos a él que no podía dejar de sonreír. Les hicimos una breve visita a Julia y Henry, y rápidamente nos fuimos en dirección a nuestros hogares. Todo era silencio. Un silencio pacífico que nos abrazaba suavemente. Ese partido fue una peculiar sesión de terapia, tanto para ella como para mí, que había sido exitosa.

Nos separamos a medio camino de nuestras casas con la promesa de un pronto encuentro. Me alejé, respirando hondo y percibiendo el viento fresco chocar contra mi cara. Disfrutaba de los sonidos de la ciudad. Y me sentía flotar mientras caminaba, sumido en el letargo y con la mente completamente en blanco.

Esa noche, fue la primera en la que pude dormir como solía hacerlo. 

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