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.Capítulo 16.

No era que no quería verlo. Una parte de mí decía que sí y la otra gritaba que no. Desde aquella vez en la que tuvimos sexo no nos vimos más, solo continuamos escribiéndonos, pero como que algo había cambiado y al mismo tiempo, todo seguía igual. Nunca hablamos de lo sucedido, como siempre.

No estaba segura si temía más a verlo a él, o a lo que era su vida en París. Aquel era su territorio, llena de personas que lo conocían y que eran parte de una vida en la que yo no estaba.

Podría haberle dicho que no, pero él se hubiese enojado y me habría herido a mí también. Y tarde o temprano me hubiese ganado por cansancio. Así que aquí estaba, en Bologna junto a Mel, luego de haber estado varios días en Roma y Florencia, donde todo fueron museos, comidas y visitas turísticas. Nos sentíamos como una enciclopedia ambulante.

— ¿Soy la única que al escuchar la palabra Bologna, le da hambre? —preguntó Mel con curiosidad. La miré con aburrimiento y negué, yo también tenía un poco de hambre. Pero más fuerte que el hambre eran los nervios de no saber que esperar. Nos encontrábamos en una estación de ómnibus rodeadas de mochilas y bolsos.

Movía mi pie inquietamente, mirando a las personas pasar y los edificios a nuestro alrededor. Llevábamos esperando tanto rato, que ya no sabíamos que esperábamos, hasta que un auto se detuvo frente a nosotras pero no le presté atención. Recién levanté la vista cuando Mel me codeó y un silbido llamó mi atención.

Quien caminaba hacia mí, no era otro que Darien, luciendo sonriente y hermoso.

Quedé sin habla y sin razón. Pero de repente me levanté y corrí hacia él para abalanzarme sobre él.

— ¡Al fin! —dije con felicidad abrazándolo.

— Lo siento mucho, tuve que detenerme obligadamente —susurró, pero nada importaba. Lo tenía junto a mí tras tanto tiempo. Podía tocarlo, abrazarlo y verlo en persona. Me alejé solo unos centímetros para ver su rostro; ahora llevaba una delgada barba que lo hacía ver más adulto, acentuando las líneas de sus pómulos y mandíbula, y su cabello continuaba viéndose desordenado y esbelto. Sus dispares ojos me miraron radiantes y sonreí, rozando con mis dedos su rostro—. Has cortado tu pelo y está más claro —susurró, con una inquietante sonrisa.

— Solo un poco —le dije, incrédula de tenerlo entre mis brazos. Mi corazón estaba a punto de desfallecer, mientras el mundo entero se había pausada momentáneamente—. Tú tienes barba —susurré pasando mis manos por ella, era rasposa pero en él quedaba bien. Demasiado bien.

— También un poco —dijo con aquella sonrisa torcida que tanto amaba. Respiré hondo y sonreí.

Ambos permanecimos observándonos un incalculable tiempo, hasta que oímos a alguien aclararse la garganta. Darien y yo parpadeamos, y me volteé a un lado para encontrarme con un chico apenas más alto que yo y de contextura mediana que me resultaba conocido. Él me miraba con cierta simpatía con sus oscuros ojos, y una sonrisa inquieta. Tenía un rostro atractivo, de líneas suaves y enmarcado con abundando pelo negro.

— ¿Por qué me mira así? ¿Lo conoces? —le pregunté a Darien, quien miraba al chico con enfado e impaciencia.

— Él es Alain Charneau, el ermitaño con el que vivo hace años, y quien más vale que deje de observarte así porque je vais castrer —susurró, y estaba segura que lo último era una amenaza. Alain pasó la mano por su barba de corte irregular que quedaba bien en él, y le dedicó una mirada soberbia a Darien, antes de volver hacia mí.

— Quiero decirte que es un placer conocer a la chica por la cual Darien me hizo cruzar todo el país —murmuró haciendo una pequeña reverencia.

— Nadie te obligó a seguirme, y quisiste venir solo porque es Bologna donde nos encontrábamos —se quejó Darien, alejándose un poco de mí pero manteniendo su brazo alrededor de mi hombro. Vi a Alain sonreír y respirar hondo mientras elevaba los brazos.

— No hay cosa que me saque una resaca, que otra fiesta —exclamó.

— ¿Alguien dijo fiesta? —apareció repentinamente Mel, a mi lado. Ella y Alain se miraron analíticamente, tendiéndose las manos—. Tanto tiempo Amell, la última vez que te vi lloriqueabas por tu tatuaje —dijo ella posando sus ojos en su víctima preferida.

— Mel —canturreó Darien—, la última vez que te vi estabas queriendo sacarte la ropa en el patio de mi casa —agregó. Mel sonrió ampliamente.

— Buenos viejos tiempos —susurró, y Alain abrió la boca con la mirada enardecida.

— No pierdas el tiempo haciendo tus tontos movimientos, es lesbiana —le advirtió Darien. Tanto Alain como Mel le hicieron un mohín; él porque se perdía de una conquista y ella porque no había sido quien rompiera la ilusión.

Alain sacudió su pelo, desordenándolo, y lo peinó hacia atrás con rebeldía, dejando al descubierto los aros negros que llevaba en sus orejas. Había oído muchas cosas de él, e incluso un par de veces vi fotos de él, pero sin barba y con el pelo más corto. Él se veía como un rebelde sin causa, a quien no le importaba el que dirán y se vestía según sus gustos, como si en realidad no fuese heredero de una importante familiar.

— Entonces, ¿podemos comer y dormir? Debo recargar energías —comentó Alain rascándose la barba. Mel asintió como una niña obediente y corrió a buscar nuestras cosas con Alain siguiéndola de cerca.

— Es realmente bueno tenerte aquí Izzie —me dijo Darien mirándome tiernamente. Sentía la felicidad escabullirse por cada sitio, permitiéndome no arrepentirme de haber dicho que sí.

— Te extrañé mucho —declaré, y él me dio un beso en mi frente.

— Yo también —me dijo, guiñándome un ojo y ayudándome con mis cosas.

Una vez subimos todas nuestras cosas en el baúl, Darien me invitó a ir de copiloto mientras él manejaba. Ni bien nos pusimos en marcha, no paró de hablar ni un segundo. Me contó que había estado aburrido todo el día con un trabajo, y que luego hablando con su madre le dijo de mí. Tuvo que confirmarlo con una huraña Claire, y luego de eso, me llamó inmediatamente. Tras acordar ese sitio como recomendación de Alain, ambos partieron hacia Bologna con solo un par de cosas y un tanque lleno. Al contrario de lo que creía, al parecer en Europa era cosa de todos los días ir de un lado a otro como si nada.

— Mi prima aún sigue enojada conmigo —dijo torciendo sus labios con disgusto, y no pude evitar sonreír.

— Ella no está enojada realmente. Solo la ofendiste bastante y vas a tener que pagar caro el no haber ido a su casamiento —declaré, recordando la hermosa ceremonia y la felicidad de toda la familia. Él no había podido ir por trabajo, y eso desilusionó mucho a Claire.

— ¿Cuándo te refieres a caro estás hablando de un par de zapatos? —preguntó, y sonreí divertida.

— Puedes intentarlo, creo que realmente ayudaría —admití, y él sonrió. A través de la música, oía la conversación sin sentido de Mel y Alain; ella intentaba hablar en francés, mientras él le explicaba en un español muy afrancesado.

— Vi las fotos de la fiesta, todas eran hermosas —la voz de Darien sonaba analítica, mirándome de soslayo.

— Gracias —dije sintiendo mi rostro enrojecer, porque sabía que él tenía noción de que yo había sido la fotógrafa de esa fiesta.

— Si viste las fotos, supongo que identificaste a la cita de Iz, ¿no? —inquirió Mel en tono juguetón. ¿Por qué debía estar atenta a las conversaciones de los demás cuando no era necesario?

La miré con odio, y ella me sonrió con inocencia mientras me hundía en la vergüenza. Entre los dedos de mis manos, vi a Darien mirarme y sonreír de buen humor.

— Por supuesto que vi las fotos y lo identifiqué. Quizás no te hayas enterado pero tuvimos una conversación en donde la felicitaba por la elección —respondió saliendo airoso del ataque. Y era verdad, él y yo habíamos tenido una conversación en dónde me había dicho que al fin salía con un tipo aparentemente normal.

— También tuvimos una conversación dónde te conté que no lo veía más porque pretendía que fuese una novia sumisa que se quedara en su casa para no hacer otra cosa más que banalidades —agregué, recordando la calurosa discusión que tuvimos. Darien asintió, manteniendo la sonrisa, mientras que Mel se dio por vencida con intentar atacar a Darien. Por lo menos, por ese instante.

Y fui feliz por ese momento, incluso cuando llegamos a la casa del primo de Alain que vivía allí. El dueño no se encontraba pero nos había dado permiso para sentirnos como en casa.

— No se ve tan malo como lo describiste —comenté señalando a Alain en la otra habitación, mientras cocinaba y Darien me supervisaba como si acaso no supiese lo que hacía. Él me miró con pedante ironía, cruzándose de brazos.

— Es un idiota la mayor parte del tiempo, quejoso y molesto... como Mel pero versión masculina —dijo—. Pero ya le tomé cariño y no puedo cambiarlo —agregó con un resignado encogimiento de hombros. Sonreí, porque sabía cómo se sentía eso.

— Me resultó simpático —murmuré—. Siempre hay un simpático para un amigo atractivo —reconocí, intentando no enrojecer. Darien ladeó su cabeza, y me miró con ternura y fascinación.

— A veces creo que piensas demasiado bien de mí —comentó con una sonrisa torcida—. No soy el amigo atractivo, soy el simpático y gracioso de los dos —rio divertido, y se acercó para darme un beso en la frente. Meneé la cabeza ante su pequeña dosis de humildad e intenté concentrarme en seguir cocinando.

— ¿Puedes mirar la olla? —pregunté.

— Claro, cariño —respondió con un coqueto guiño.

Aquella escena era tan doméstica y normal que me resultaba difícil de creer. Éramos solo él y yo conversando acerca de los lugares que había visité, la comida que probé y las personas que conocí. No tenía idea si lo que contaba era interesando o gracioso realmente, pero la forma en que él me miraba y sonreía, me hacía creer que era lo mejor del mundo. Y así me sentía.

— ¿Et puis, cuál es el plan a seguir? —inquirió Alain mientras se devoraba el plato con pastas que había cocinado. Y cuando digo devorar, era en el sentido más literal de la palabra; no entendía como no se ahogaba comiendo de aquel modo, medio tirando sobre el sillón con las piernas estiradas sobre los apoya brazos.

Darien, evidentemente acostumbrado y resignado, se encogió de hombros y me miró enigmáticamente. Había cierta provocación y desafío en el brillo de sus ojos.

— ¿Cuál es su plan? —me preguntó. Tanto él como yo habíamos sido los primeros en terminar de comer; creo que nos llenamos más cocinando que comiendo. Y nos encontrábamos sentados cómodamente en las sillas.

— El próximo destino es Venecia. La idea es visitar Austria y Republica Checa en el camino hasta Alemania, para ir a la Oktoberfest —respondí, estirándome y apoyando mis pies sobre las piernas de Darien. Él me sonrió con atrevimiento, pero nunca se quejó, luego pareció meditar aquella idea y asintió.

— Se podría decir que somos locales... él más que yo. Además Alain es prácticamente habitué de la Oktoberfest, así que podríamos acompañarlas en este viaje. ¿Qué les parece? —preguntó mirándome a mí, y luego a Mel, que era posiblemente a quien más tuviera que convencer.

— Je ne comprends pas ce que vous dites —murmuró rápidamente Alain con voz melodiosa, dedicándole una expresión de indignación a Darien. Éste movió su mano restándole importancia, con sus ojos puestos aún en una Mel que bebía de su vino con analítica lentitud.

Se oía tan bonito el francés, que podrían maldecirte que lo agradecerías igual...

Mel y Darien continuaron observándose crípticamente, hasta que ella fingió suspirar con resignación y malestar, moviendo sus manos con elegancia.

— Esta bien Amell, lo que tú digas, pero más vale que hagas de éste viaje el mejor del universo porque si no, te juro que te hare la vida universalmente un infierno —comentó con una sonrisa inocente que ocultaba al demonio que llevaba dentro. Darien sonrió como si le hubiesen dado la mejor noticia y me miró buscando una aceptación que ya tenía; aunque si fuese yo la que recibiera aquella amenaza, estaría corriendo lo más lejos de ella.

Cuando se lo proponía, Mel podía llegar a ser realmente terrorífica.

Vous parlez très rapide. Hablan muy rápido, ¿Qué pasó? —preguntó Alain desorientado, dejando el plato vacío en la mesa y volviendo a tirarse en el sillón con pesadez. Darien se volvió hacia él y le palmeó la espalda con suavidad.

— Amigo, te has convertido en el guía turístico de éste viaje —canturreó Darien. Alain entornó los ojos, probablemente sin comprender lo que le había dicho—. Partie, bière et les femmes. Tu es d'accord? —agregó Darien; y aunque el idioma era bonito, él lo hacía sonar aún mejor.

— ¡Por supuesto, que estoy de acuerdo! —respondió con efusividad, viéndose como si acabara de revivir; sus ojos se iluminaron y una juguetona sonrisa se formó. La sonrisa de Darien se pronunció más, y mirándome, me guiñó un ojo con complicidad.

Respiré hondo, sintiéndome optimista y aventurera. Iba a tener un viaje por Europa más divertido de lo que imaginé. Y Darien iba a estar conmigo, así que eso significaba que también sería increíble, desafiante y un poco terrorífico.

Pero esperaba que solo un poco terrorífico.

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