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.Capítulo 15.

|IZZIE|

Tres años después...

Tantos años soñando y ahorrando, habían valido la pena. Me encontraba frente a nada más y nada menos que el coliseo romano. No podía quitar mi estúpida sonrisa al verlo. Ni siquiera me importaba no estar sacándole fotos. Había tiempo, y si no lo había, en internet había miles, porque tenerlo frente a mí era otra cosa.

Simplemente era el mejor día de mi vida.

— ¿Puedes cerrar la boca? Te van a entrar moscas —dijo Mel burlonamente, intentando meter su dedo en mi boca. Me alejé de ella dando manotazos, con expresión asqueada. Nada podía opacar mi buen humor, mucho menos ella.

— Sal de aquí, descendiente de satanás —siseé, y ella rompió a reír a carcajadas.

Podía ser que tuviésemos 26 años y debiéramos comportarnos como adultos maduros, pero estábamos muy lejos de eso. Ella continuaba comportándose toda gruñona y maliciosa, mientras yo tenía mis momentos de seriedad y de chillar de alegría. En aquel instante, me sentía como una niña en un parque de diversiones. O como Claire cuando estaba en una librería.

— Claire tendría que estar acá —pensé, caminando tras Mel a paso lento y la mirada puesta en el glorioso monumento. Ella había deseado tanto como yo conocer Europa, pero los caminos de la vida nos llevaron a distintos sitios.

— Si, pero está con Christian teniendo sexo todo el día, todos los días. ¿Adivina quién la está pasando mejor? —preguntó Mel, mirándome de soslayo con sus profundos ojos.

— Yo, porque no deseo tener sexo con él —respondí con horror, y ella sonrió.

Era un hermoso día de verano en Roma, repleto de turistas. Todo era música y una orquesta de diferente idiomas que se entremezclaban con gracia. Había buen humor en el aire, y todo el mundo sonreía, incluso Mel. Su cabellera roja había crecido y la llevaba atada en la cima de su cabeza, y lucía fresca y juvenil con un vestido floreado. Aproveché para tomarle una foto y continuar con el resto del lugar.

Desde que habíamos llegado a Roma, el día anterior, no hacíamos otra cosa que ir de aquí para allá, queriendo conocer todo, comiendo, sacando fotos, y continuar comiendo. Debíamos disfrutar el tiempo que nos quedara allí antes de irnos a Florencia para luego dirigirnos a Venecia. La idea inicial era empezar en Italia, recorrer Austria y República Checa para terminar en Alemania en la Oktoberfest.

Si, Mel y yo soñábamos a lo grande pero haríamos el esfuerzo por intentar recorrer todos esos sitios y no terminar vendiendo nuestros órganos.

— ¿Adivina a quién mira un chico moreno y guapo desde la otra punta del coliseo? —preguntó Mel, y estoy segura que no estaba tan lejos; ella simplemente es exagerada.

— Probablemente a ti. A veces los hombres tiene un radar para interesarse en quienes no le van a prestar atención —respondí. Ella me miró con impaciencia y negó.

— A ti tonta, hazte el favor y míralo un poco, quizás te dé un poco de felicidad y dejes de quejarte —comentó.

¿Perdón? ¿Yo quejarme?

— Creo que estás hablando de ti misma —opiné, y supe que quería mostrarme el dedo medio, pero no lo hacía porque había gente y no le gustaba quedar mal. Ella meneó la cabeza, y me giré en busca del chico. Y evidentemente si me estaba mirando; pelo castaño, alto y de bronceado natural, con oscuros ojos. Era precioso, y me sonrió—. Un romance fugaz con un italiano, creo que mi sueño podría hacerse realidad —suspiré ensoñadoramente, devolviéndole la sonrisa mientras me sentía enrojecer.

— ¿Y qué hay de Phil? —inquirió Mel en tono burlón.

¿Quién?

Cierto, Phil...

— No pasa nada con él, ya sabes, tuvimos esa cita hace meses y solo hubo un beso muy malo —negué, recordando con horror esa noche. Había salido con él luego de tanta insistencia de su parte y porque vi que era un chico que podía llegar a gustarme. Todo fue moderadamente bien hasta ese beso en el cual, su lengua casi llega a mi estómago.

¿Otra cita? Si, quizás en otro momento... o nunca.

— Eres una gallina —dijo moviéndose como una, y me alejé rápidamente de ella para no ser vista a su lado.

Continué sacando fotografías, aunque el hermoso moreno dejo de estar en el panorama. Mientras hacia las fotos, pensaba en donde las colocaría una vez las revelara, además de todos los regalos que debía comprar. Mi mamá quería alguna blusa y algo para comer, Henry quería vino, Claire quería un libro o recuerdo de mi paso por Europa y Jesse quería una remera de algún club de futbol. Además, le prometí a mi hermana Aby algún obsequio, mientras que mi padre solo quería que me cuidara para regresar pronto a trabajar con él... me conmovía tanto cariño.

Y si, los años habían pasado y ya era una abogada recibida. Pese a que me encantaba mi profesión, estaba lejos de lo que había soñado. Trabajaba en el estudio de mi padre pero era una más. No tenía muchos casos, y ocupaba más tiempo sirviendo cafés que otra cosa. Estaba a un paso de odiar el café.

— Iz, ¿quieres? —Me preguntó Mel, sonriéndome con inocencia, mostrándome su taza de café.

— Ja, ja—me reí sin humor, y pedí un refresco; ella también se dedicaba a servir café, pero se encontraba más cerca de los tribunales que yo. Una vez tuvimos nuestras bebidas, seguimos con nuestra travesía por Roma.

Si acaso alguien me preguntara cuanto había cambiado en estos años, creo que respondería que bastante. Con el tiempo, había aprendido a delegar responsabilidad y sentía que el peso sobre mis hombros de resguardar a toda mi familia, era menor. Así como sabía que no necesitaba ser salvada, acepté que mi familia tampoco. Ni Claire ni mi madre eran de cristal, y logré bajar mi guardia. Eso, además de mi aparente estabilidad económica y sin la presión de querer recibirme, hizo que lograra disfrutar un poco más la vida, y dejara de padecerla.

Me sentía un poco más parecida a la Isobel que Darien siempre insistía que debía aparecer, y eso era suficiente para hacerme sentir feliz.

¿Y con respecto a Darien, qué había cambiado? Absolutamente nada...

— ¿Ese no es el sonido de tu móvil? —preguntó Mel, deteniendo la marcha. Dudé hasta que escuché la canción Hey Mickey de Toni Basil—. ¿Por qué mierda continúas teniendo esa canción? —inquirió, y decidí no prestarle atención para buscar el móvil.

Y hablando de Roma...

— Hola Darien, ¿todo bien? —atendí, y la mirada de Mel se ensombreció con diversión. Moví mis manos para instarla a seguir caminando, y con una sonrisa continuó moviéndose.

— No, todo mal. ¿Cómo es que me entero ahora que estas en Europa? ¿CÓMO? —preguntó con un exagerado grito. Puse los ojos en blanco con exasperación mientras caminaba por la feliz Roma, escuchando a Darien delirar como usualmente lo hace.

— Nunca salió la conversación, además, te lo iba a contar cuando volviera —respondí.

— ¿QUÉ? —dijo otra vez con un grito que me dejó sorda. ¿Era mucho pedirle que deje de ser tan exagerado?— ¿Cuándo volvieras? ¿Acaso no pensabas visitarme? —inquirió.

No, la respuesta era no. No quería verlo. Temía por mi salud psicológica, física y emocional.

— No está en el itinerario —respondí sonando totalmente relajada, aunque internamente estaba un tanto inquieta. Lo oí quedarse en silencio para suspirar con exasperación.

— ¿Y cuál es el itinerario? —inquirió luego. No quería decírselo, porque no le interesaba, pero había pocas posibilidades de zafar sana y salva.

— Italia, Austria, Rep. Checa y Alemania —respondí.

— ¿Qué? ¿Nada de París? ¡París es lo mejor! —se quejó. Resoplé con frustración mientras me volteaba para ver a un grupo de chicos guapos.

— ¡París no es el centro del mundo! —exclamé. En ese instante, Mel me señalaba una plaza y le cedí mi cámara. Oí su risa llena de sarcasmo y estuve a punto de cortar la llamada.

— ¿Sabes qué pienso de los itinerarios? —preguntó, y abrí la boca para responder, pero simplemente no dejó oportunidad a replica—. No sirven, las mejores cosas no se planean. Las cosas planeadas son aburridas, fastidiosas, molestas, nefastas, decadentes, siniestras —declaró.

— Creo que te quedaron un par de sinónimos por decir —opiné, y cuando Mel apuntó la cámara hacia mí, hice una expresión de estar sintiéndome ahorcada.

— Deja de divertirte y préstame atención —oí la voz de Darien, sonando a un niño caprichoso. Respiré hondo para no mandarlo al infierno; últimamente la mayoría de nuestras conversaciones por teléfono consistían en pelearnos lo más que pudiéramos.

— Te escucho Darien Benjamin Amell, ahora habla —le advertí.

— Luego de Roma, ¿A dónde van? —preguntó.

— Florencia, y de allí a Venecia —respondí.

— Florencia y Venecia —murmuró él pensativo—. Ok, ve a Florencia y de allí vayan a Bologna, que queda cerca —me dijo, como si acaso fuese mi maldito jefe.

— ¿Qué? ¿Por qué? —pregunté sintiendo los nervios comenzar a levantar mi temperatura.

— Porque si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma —respondió, y sentí mi corazón detenerse por un milisegundo.

¡Oh, mierda!

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