.Capítulo 10.
|IZZIE|
Esta noche sería horrible, lo presentía.
Apreté con más fuerza la mano de Darien, teniendo la necesidad de asegurarme que todavía se encontraba a mi lado y que no había huido. Él me devolvió el apretón y me sonrió confiado. Observé lo hermoso y elegante que se veía, con solo un pantalón negro y una camisa; él hacía que cualquier cosa se viese bien en él. Quizás en verdad era atractivo o quizás la confianza que emanaba lo hacía verse imponente, robándose cada prenda, cada expresión y cada momento para hacerlo propio.
Respiré hondo, deseando tener por un instante, el mismo nivel de confianza que él. Pero me resultaba imposible viéndome rodeada de personas que se suponía que debía conocer y ellos a mí, pero que sin embargo, eran extraños en mi vida diaria. Reconocí primos, tíos, incluso a una abuela que pese a ser tan parecida en lo externo, apenas recordaba su voz.
— Tal vez nadie nos vio —susurré—, y podemos irnos —agregué buscando una salida en aquel salón. No tenía idea porqué estábamos en un sitio tan grande con tantas personas. ¿Acaso no conocen lo hogareña y humilde?
— No nos vamos a ir —dijo él, y lo miré simulando ser un cachorro herido pero él no se apiadó de mí—. No sigas intentándolo, no va a funcionar —meneó la cabeza, y tuve deseos de gritar.
Quería escapar. Necesitaba escapar, pero no podía. Volví a presionar mis dedos con sus suyos, aferrándome a él para poder sobrevivir. Mis ojos sondearon el sitio y recayeron en la figura de un hombre alto con buen aspecto. Él llevaba un traje hecho a medida color azul marino que resaltaba su cabello rubio, y sus ojos se posaban con animosidad en una niña de cabello largo negro con ojos dorados.
Tragué saliva con dificultad. Sentía enojo, celos e impotencia recorriéndome, mientras recordaba como mi padre alguna vez me había mirado así, a su edad, y ahora era prácticamente una extraña para él. El hombre del traje se giró, buscando algo alrededor hasta que su expresión quedó en blanco al verme. El aire quedó atrapado en mis pulmones al percibir la mirada de mi padre sobre mí. Sus ojos eran dorados ambarinos como los míos, y ahí supe que ya no había marcha atrás. Había sido atrapada.
Una extraña sonrisa cruzó por sus labios y le dijo algo a la niña, hasta que comenzó a caminar hacia mí. Intenté verme desenfadada, casual y tranquila, pero realmente era un manojo de nervios y solo rezaba porque la presencia de Darien, tras de mí, me diese fuerza.
— Iz, has venido —dijo mi padre extendiendo sus brazos hacia mí. Sonreí lentamente y me uní a él con torpeza, sin saber bien que decir o cómo actuar.
— Feliz cumple, tu regalo lo dejé allá —comenté intentando apuntar a la mesa de los regalos, pero su abrazo me lo impedía.
— No te hubieses molestado hija. ¿Cómo has estado? —me preguntó, alejándose apenas de mi pero manteniendo su brazo alrededor mío.
— Bien ¿y tú? —inquirí. Él asintió, y le dedicó una mirada sospechosa a Darien que simulaba estar atento a lo demás, en vez de en mí—. Papá, no sé si recuerdas a Darien —comenté con torpeza. ¿Cómo podía ser posible que estando junto a él volviera a sentirme la desamparada niña de 11 años?
Darien se volteó hacia nosotros, y se activó en modo galante pero no tanto. A él siempre le gustaba ser encantador, pero sabía que mi padre era alguien quien detestaba que fueran obsecuente con él. Algo que creo que tenemos en común.
— Si, lo recuerdo —mi padre frunció el ceño, con sus ojos irradiando una maligna vibra. No sabía bien si se debía a que Darien era un Amell, o si era porque siempre estábamos uno alrededor del otro.
— Señor Novak, es un placer verlo. Espero que tenga un feliz cumpleaños —comentó Darien estirando su mano que mi padre presionó con firmeza, sonando lo justamente encantador que necesitaba ser.
— Gracias. ¿Tú no estabas en Francia? —preguntó mi padre con tono acusador, y Darien asintió.
— He venido de visita por un tiempo —dijo, e intenté olvidarme del hecho de que pronto él se iría y estaríamos nuevamente separados por miles de kilómetros. Como siempre.
— Bien por ti —comentó mi padre, y miró a la niña que se nos acercó cuidadosamente. No sabía bien que le decía su madre de mí, pero parecía que me temiera. Ella era bonita con sus grandes ojos dorados que contrastaban con la oscuridad de su pelo. Mientras que ella se parecía a su madre, yo me parecía a la mía, y lo único heredado de nuestro padre eran los ojos. Y quizás los pómulos y la altura...
— Abby, ¿Cómo has estado? —le pregunté, intentando ser amable con ella, porque en verdad no tenía la culpa que mi infancia y adolescencia hubiese sido una mierda. Aun cuando su madre fue uno de los motivos del divorcio.
Ella se ocultó tras mi padre, y se quedó mirándome como a un alíen. Nunca fui buena con los niños porque no sabía cómo actuar con ellos. Apenas sabía qué hacer con Jesse, y eso que lo veía más seguido.
— Abigail, respóndele a tu hermana —le insistió mi padre con buen tono. ¿Solo a mí me resultaba raro que nos llamara hermanas?
— Bien —dijo ella, con su pequeño voz y pude ver que se olvidó de mí en cuento vio a Darien. Su expresión dejó de lado el miedo y fue como si hubiese visto algo encantador. ¿O quién sabe? Quizás vio en Darien al príncipe azul de los cuentos que lee.
¿Los niños siguen leyendo cuentos? Bueno, ni idea.
Él la saludó con cuidado por la mirada de mi padre, y Abigail sonrió con timidez para luego esconderse más tras el saco de mi padre. No pude evitar sonreír mientras Darien quería volver los minutos atrás para no tener que hacer frente a la actitud sobre protectora que mi padre erigió de un momento a otro.
— Cuidado Amell, te robas a una de mis niñas y es lo último que haces —dijo mi padre con tono amenazante, sacando a relucir su actitud de abogado. Darien parpadeó atónito por un segundo, y sonrió suavemente, viéndose sumamente inocente mientras yo casi me ahogaba con mi saliva.
— Claro que no señor —canturreó él, y lo saludó con torpeza cuando él se alejó de nosotros junto a una Abby que se negaba a irse de al lado de Darien—. No se cómo lo hace, pero tu padre cada día me asusta más —me susurró al oído.
Me encogí de hombros, sin saber cómo lo hacía pero esperando algún día poder ser así. Sobre todo cuando me reciba de abogada como él.
— ¿Cómo lo hice? —le pregunté, a medida nos movíamos en la habitación hacia un rincón apartado. Estar con personas conocidas me dejaba más exhausta que estar repleta de desconocidos.
— Bien ma cherie, has dado dos buenos pasos... ahora el resto —respondió guiñándome un ojo, y luego aprovechando para robar dos copas con vino.
****
Era pasada la medianoche, y estaba orgullosa de decir que hasta el momento estaba teniendo todo bajo control. Hubo pequeños momentos un tanto peculiares pero había logrado zafar victoriosa. En uno de ellos, mi abuela se había cruzado conmigo y nombró a todos mis primos antes que a mí, para luego olvidarse siquiera que edad tenía, que hacía de mi vida, o cual era mi padre. Luego, algunas de mis primas habían querido avanzar a Darien, usando el recurso de avergonzarme o sacar a relucir mis cosas malas; eran peor que las porristas malvadas de las películas adolescentes. En otro instante, la nueva esposa de mi padre con quien apenas hablo, intentó conversar conmigo solo para quejarse de cómo me habían criado y lo que mi madre había hecho conmigo; solo sonreí, la maldije por dentro, y huí de ella mientras mi padre me defendía.
En serio. No entiendo por qué las personas son tan entrometidas, juzgando a los demás sin siquiera ponerse en sus zapatos, o hablando mal como si acaso fuesen perfectos. Lo único que sabía era que adentro del salón la fiesta había comenzado, y junto a Darien nos escabullimos hacia el patio del lugar con una botella de vino espumante.
— Darien —lo llamé. Mis ojos estaban hacia arriba en lo alto, donde las estrellas me regalaban su presencia en medio de un cielo un tanto nublado pero que permitía que se vieran. Estábamos de pie hombro contra hombro, apoyados en una pared fría y un poco húmeda.
— ¿Qué? —preguntó; su voz era baja y armoniosa, reflexiva. El suave viento que nos rodeaba, traía hacia mí el perfume de llevaba puesto, hipnotizándome con su fragancia.
— Gracias por venir —dije.
— No es nada — susurró encogiéndose de hombros.
— Me refiero a que gracias por volver a Clemencia —me expliqué, descendiendo mis ojos hacia su rostro inexpresivo—. Es bueno tenerte aquí, poder hablar cara a cara, y organizar cosas de un momento a otro. Se siente bien —sonreí con tristeza en el momento en que me miró.
Su mirada permaneció sobre la mía, un largo instante. Cuando él me miraba de ese modo no había mundo más que él y yo. Esa mezcla de emociones que irradiaba su mirada, solo me hacía inquietar y al mismo tiempo me aceleraba el corazón. Había cierta reflexión, melancolía y dolor que eran intangibles.
Darien elevó su mano y la llevó a mi rostro, moviendo sus dedos suavemente. Cada fibra se activaba, dándome calor y tensión. Me encontraba paralizada para su tacto y mirada, y me lastimaba al mismo tiempo que me sanaba.
— Tú no te das una idea de cuánto te he extrañado, y lo que te voy a extrañar. Puede que pienses que sí, pero no —susurró, sin dejar de acariciar mi rostro. Sus caricias eran tiernas y gentiles, haciéndome necesitar más pero mis pensamientos me gritaban que no, que me alejara.
Toda mi vida había luchado para intentar que nadie rompiera mi corazón, pero eso solo me hizo más propensa a ello. Terminé enredada a un chico que vivía la mayor parte del año del otro lado del océano, con una vida rodeada de personas y costumbres distintas. Explorando el mundo en busca de aventuras y desafíos. Mientras que yo, solo era la chica que se había quedado en su ciudad junto a su familia porque no podía alejarse mucho de ellos, que eligió el camino conocido para no tener que tomar riesgos y salir herida. Pese a eso, el dolor siempre me acompañaba.
Sentí mis ojos arder y cerré los ojos a la espera de que el dolor se fuera, pero no cedía. Solo se prolongaba más con cada movimiento. Lo necesitaba pero no me atrevía a luchar por algo que temía arruinar. Él era lo más preciado y tenía que cuidarlo uno u otra forma.
— No llores, por favor —me susurró al oído, luego de que se acercara sigilosamente hacia mí. Su mano acunaba mi mejilla, y su cuerpo me arrinconaba contra la pared. Aún con los ojos cerrados, percibí cada una de mis emociones y las disfruté masoquistamente.
— No voy a llorar, Darien —dije con voz entrecortada, pero no por el llanto sino por la tensión que me generaba tenerlo tan cerca.
Darien sonrió con sus labios sobre mi mejilla. Los dedos de la mano que permanecían en mi mejilla, jugaron suavemente y se escurrieron por mi pelo. Sabía bien que estaba haciendo. Esa era su forma de pedir permiso para avanzar, y pese a que lo deseaba, no podía resistirme a él. A su cercanía, a su perfume, a sus caricias.
Besó de nuevo mi mejilla. Y luego de nuevo, y otra vez. Presionaba sus labios suavemente, con la precaución de mirarme de soslayo, esperando que en cualquier momento lo detuviese. Comenzó a avanzar lentamente hacia mi cuello, y permanecieron allí para besarme donde sabía que era imposible resistirme.
¿Por qué simplemente no me mataba y listo?
— ¿Te das cuenta que estamos en una fiesta con mi padre abogado, mi tío policía y un primo ayudante en la morgue? —le pregunté en un susurro inestable.
— Hm... Sobre el de la morgue no sabía nada —comentó dudoso, alejándose de mi cuello y mirándome con picardía. Le sonreí y él se mantuvo contemplándome un instante que logró ponerme nerviosa. Luego negó con la cabeza para sí mismo, como si acaso hubiese querido decir algo pero se arrepintió a último momento.
Respiré hondo para calmar la sensación abrumadora que me inundaba, y me sentí lo suficientemente valiente como para jugar con su pelo. Estaba un poco largo, y me recordaba a los días en que ambos estábamos en plena adolescencia. Él le gustaba dejarse el cabello medio largo, vestirse con rebeldía y fumar a escondidas para parecer genial. Y aunque yo no se lo reconocía, él me parecía genial de todas formas.
Había algo en aquella noche y en su expresión que me traía recuerdo de una de las noches de fiestas en nuestras primeras vacaciones, juntos en Bahía Azul. Yo me encontraba con Claire, quien se había obsesionado con un chico que había conocido el día anterior y que la había invitado allí. La música sonaba tan fuerte como esa noche, pero el clima de verano dominaba la escena. Ella me había dejado sola para buscar bebidas y me había quedado sola, inspeccionando a las personas hasta que mis ojos se encontraron con el chico que a mi hermana tanto le gustaba.
— ¿Qué miras? —Darien me preguntó al oído, sobresaltándome y haciéndome odiarlo un poquito más. Intenté tranquilizarme, mientras lo mirada de soslayo y me preguntaba cuanto tiempo llevaba a mi lado.
— Nada que te importe, acechador —me quejé con tono acusador, cruzándome de brazos. Lejos de ofenderse, me sonrió con descaro y posó sus ojos hacia donde me encontraba mirando. Y supongo que se encontró con el chico de cabello negro y ojos castaños que lucía como esos chicos que no hacen nada mal, y son prácticamente perfectos.
— Te creí más del tipo de chicos con tatuajes, mal humor y un gigante piercing en la nariz que incomoda cuando quieres besarlo —comentó acercándose a mí, con su tonta sonrisa torcida y su mirada radiante por la maldad que había en su cuerpo.
— ¿Tienes experiencias besando chicos con piercing en la nariz? —le pregunté, y él se echó a reír para luego negar—. Tanto no te equivocas, solo observo al chico que le gusta a tu prima —le expliqué. Sus ojos se entornaron sobre él con actitud protectora y calculadora.
— ¿Y cuál es el veredicto? —preguntó.
— Por el momento, tiene mi aceptación —dije con un encogimiento de hombros. Darien permaneció en silencio, dejando de mirar al chico para desviar su completa atención en mí. Había algo en su expresión que me hacía imposible reconocer que era.
¿Análisis? ¿Prejuicio? ¿Fascinación? No lo sé.
— ¿Por qué la cuidas tanto? —preguntó.
— Es la única verdadera amiga que tengo, y en quien más confío. Es mi hermana, de algún modo u otro, y solo quiero lo mejor para ella —respondí, sintiendo que estaba develando algo demasiado personal, pero en ese momento no me importó—. Me duele ver sufrir a las personas que quiero —agregué. Y él continuó mirándome con aquella indescifrable expresión.
— ¿Y a ti quien te cuida? —inquirió, con voz exenta de soberbia, desdén o burla. Me obligué a dejar de mirarlo, para que no me afectara tanto.
— Nadie, puedo cuidarme sola —respondí, sonriendo con autosuficiencia. De soslayo, vi que Darien sonreía suavemente, casi para sí mismo.
Sin palabras más que agregar, quedamos solo rodeados de la música que cambió de repente, sonando más efusiva y vibrante. Darien estiró su cuerpo, y me miró como si se le hubiese ocurrido una broma para realizar.
— Esa canción es genial —exclamó—. Ven, vamos a bailar —me dijo, y ni siquiera espero mi respuesta. Solo me agarró de la mano y me arrastro a la pista. Pude haberme negado, haberme detenido o quizás escabullirme por ahí. Pero no, hubo algo que me dijo que debía quedarme con él. Si hubiese sabido en aquel instante, que terminaríamos así: juntos pero alejados, quizás hubiese tomado otras decisiones. O quizás no.
— Creo que adentro comenzó lo realmente bueno —comentó, ladeando su cabeza y posándola sobre mi mano—. ¿Me permites este baile? Te prometo que no te pondré en ridículo —susurró. Sonreí y asentí de acuerdo. Darien giró su rostro para besar el interior de mi mano, y la agarró fuerte para llevarme hacia adentro.
Sacudí mi cabeza confundida para centrarte en disfrutar y no en amargarme. Y la verdad es que valió la pena, sobre todo cuando Darien se puso a bailar con una tía de mi padre. Santo cielos, ¿Cómo llegué a esto?
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