ii
— No, señor Jeon, ya está anotado en mi pergamino con el señor Park. — fue lo que le respondió Slughorn con su particular mirada de viejo, tras el escritorio del salón de Pociones. Era una mañana de viernes, pesada, de aire frío y húmedo, y JeongGuk le acababa de preguntar por su trabajo de Felix Felicis. El profesor parecía completamente ajeno a la situación, como si la hubiera resuelto para nunca más hablarla. Analizaba una caldera de segundo año, completamente deshecha por abajo, pero ya no miraba el grueso metal negro: prefería mirar a JeongGuk mientras toqueteaba el agujero para intentar encontrarle una explicación al suceso tan poco común.— Además, sabe que si empieza un Felix Felicis otra vez, hoy, ya no va a entregarlo en la fecha estipulada.
— Pero profesor, puedo trabajar con Sean y–
— ¡No, no es necesario, hijo! — el profesor alzó sus manos repentinamente y con una sonrisa que hizo a JeongGuk poner sus ojos en blanco.— Sé que ya está harto de ser molestado, pero no tiene que enfrentarse a él, muchacho. El señor Portus limpió su caldera y comprará otro libro de Pociones Avanzadas para usted; lo tengo completamente arreglado.
— Profesor, Sean es mi ami...
— ¡... y el bowtruckle, ése maldito bicharrajo se metió en mi oreja! — se escucharon voces entrando omnipotentes a las mazmorras, y al segundo, la puerta del salón siendo abierta fuertemente. Alumnos de Slytherin entraban a tiempo al lugar, hablando con ésos tonos tan poco respetables y fuertes, demasiado fuertes para su propio bien. JeongGuk miró por sobre su hombro para aseverar que se trataba de Olivia Hans, y así fue: la chica caminaba por el centro del salón con un porte especialmente serio, a pesar de su rostro alegre y la voz lo suficientemente enérgica como para llamar la atención de los que le siguieran el camino. El profesor Slughorn la saludó cordialmente y con una sonrisa bonachona, y el grupillo de Slytherins le devolvieron el gesto, luego mirando maleducadamente a JeongGuk de reojo y haciendo muecas despectivas.
El pobre Ravenclaw no podía tener más mala suerte, pues ahora mismo no podría hablar con el profesor Slughorn porque estaba seguro de que Olivia y sus compinches estarían molestándole a lo lejos constantemente. Así que dio media vuelta y regresó al puesto que ahora compartiría con JiMin. Slughorn ni siquiera le preguntó por qué se alejaba, y estaba mejor así que con las voces de fondo de los Slytherin. Se sentó en una de las dos sillas, e inmediatamente revisó la caldera de su compañero de puesto: el interior burbujeaba gentil y perezoso, un color oro muy apetecible a la vista parecía atraerle poco a poco. Aunque había algo que no cuadraba en el interior... ¿Era aquello una mezcla espesa? Parecía serlo.
JeongGuk fue de inmediato al mechero bajo el caldero y subió la intensidad de la llama con ayuda de su varita, para diluir la mezcla. Fue cuando sintió que el puesto a su lado se movía y era ocupado con una ligereza impropia de un mago o bruja cualquiera. Casi le dió un paro cardíaco ahí mismo, sus manos temblaron al igual que su belfo y sus ojos tras el cristal de sus grandes gafas. Miró a su derecha, donde a contraluz, JiMin le observaba con el rostro serio de siempre, sin hacer ninguna mueca o expresar nada que se alejara de la neutralidad. El Ravenclaw tragó saliva notoriamente, permitiéndose ver que, efectivamente, la insignia de la serpiente verde estaba bordada en su pecho, destellos plata dejándose percibir de vez en cuando.
— Hola. — el usual tono frío del Slytherin no resultó tan frío como se suponía que JeongGuk esperaba. Mejor dicho, su voz se notaba más bien afable y acogedora que de costumbre, igualmente un poco más baja y relajada. Jamás había notado que era tan ligera como el portador de la misma, y éso le provocó un sentimiento de comodidad que no se esperaba. Tampoco era como si de un momento a otro, se dejara llevar por la voz del Slytherin, pero algo es algo.— ¿Por qué subiste la llama?
— Eh... La mezcla estaba muy espesa... con el calor se puede diluir... — explicó el Ravenclaw con la voz igualmente baja y secretiva, sin realmente mirar cómo las personas que entraban al salón les miraban sin parar. Sorbió su nariz y bajó la posición de su cabeza, alzando las cejas como si fuera un perrito arrepentido de sus actos. JiMin simplemente soltó un 'oh' tenue, sus muslos firmes siendo observados por el chico de la casa azul. Aún sostenía la varita, pero con no tanta convicción como lo hacía antes.
— Pero tiene polvo de gillyweed... — susurró JiMin mientras fruncía el ceño.— Cuando le agregas polvo de gillyweed, tiene que estar espeso... ¿No?
JeongGuk igualmente frunció el ceño, ahora sin miedo de mirar a su compañero, y no dudó en cuestionarle en silencio su inadecuada decisión respecto a la poción. Le pidió su libro de Pociones, y buscó cuidadosamente la receta para el Felix Felicis. Huevo de Ashwinder, squillbulb, tentáculo de Murtlap (iugh, quién diría que las ratas podían tener tentáculos), tomillo, cáscara de huevo de Occamy, ruda y rábano de caballo. Nada de gillyweed, de espesar la mezcla, nada de éso. Es que no tenía sentido, el Felix Felicis era una poción ligera y de color dorado, no espesa y verde.
— Creo que confundiste... uh... el gillyweed con el squillbulb. — concluyó algo tímido JeongGuk, leyendo los ingredientes de la receta por tercera vez en el mismo minuto. Alzó la mirada y arregló nuevamente sus gafas, expectante a la reacción de JiMin. Sin embargo, el chico no estaba molesto ni enfurecido, como lo esperaba a pesar de la calma que le caracterizaba. El Slytherin simplemente asintió elegantemente y se agachó un poco para ver la llama debajo de la caldera, que nunca se apagaría sin la petición de un mago. JeongGuk suspiró con calma, miró la cabellera rubia de su compañero mientras los últimos alumnos de la clase entraban, y la misma se daba por comenzada por la voz gentil del profesor.
—
Algunas veces, a JeongGuk le gustaba volar lo más alto posible y dejarse llevar por sus instintos más puros de curiosidad y ganas de satisfacerla. Admiraba a los jugadores de Quidditch como el legendario Viktor Krum o Ginny Potter-Weasley, que volaban con destreza en la escoba. O también a los domadores de hipogrifos, que volaban sobre su espalda con una grandeza inigualable. Pero era difícil para él satisfacer su curiosa necesidad de volar, puesto que no le habían aceptado en el equipo de Quidditch ni en segundo, ni en cuarto, ni ahora en sexto año. Simplemente se contentaba con leer Quidditch a través de los tiempos, o con soñar despierto sobre ir en la escoba de Juliette Wood, la hija primogénita del afamado jugador Oliver Wood, que tenía una Flecha Versada (la escoba más rápida del mercado hasta el momento).
Así que simplemente disfrutaba del verano en casa de NamJoon, o de Sean, ya que ambos tenían escobas en sus hogares. JeongGuk no tenía en su casa una escoba, porque sus padres no estaban mucho tiempo en la misma y no tenían forma, desde que él recordara, de supervisar sus movimientos de joven mago curioso. O la otra forma era ir a la cancha de Quidditch del colegio cuando los equipos estaban practicando, una opción que la mayoría de los alumnos tomaba. Como aquella suave tarde en la que el otoño parecía apaciguar su ritmo. Corrían los últimos días de octubre y la poción burbujeaba lenta, apenas hecha y remendando el error inicial de JiMin. Hacía ya dos semanas que había pasado el incidente, y JeongGuk se encontraba confundido por la presencia del muchacho.
No cabía en su cabeza que el rubio le estuviera tratando de buena forma, pero tampoco era quién para decirle que no podía. De hecho, prefería mil veces que le tratara bien, como cualquier persona con sentido común prefiere. Era como elegir entre tener un puffskein y un cangrejo de fuego, dah, nada más que decir.
Ésa tarde en específico, Sean acompañaba a JeongGuk en su usual visita a la cancha de Quidditch, ambos arropados con bufandas azules y disfrutando de barras de chocolate caliente Caesar Tombstone, el snack más cotizado en invierno desde que se lanzó a la venta. Subían por las escaleras para buscar un puesto alejado de las demás personas, hablando sobre temas cotidianos en sus vidas mágicas. Últimamente, Sean expresaba mucho su descontento respecto a que la nueva Ministra fuera Hermione Granger, hablando sobre que al parecer no era lo suficientemente competente porque la conocía personalmente y no se manejaba con maestría en nada más que la teoría de la magia.
Y bla, bla, bla, JeongGuk comía de a poco su barra de chocolate caliente mientras escuchaba a su amigo hablar sobre partidos políticos, la historia de los magos poderosos, las leyes mágicas, en fin... Se notaba que lo suyo era la política. El Ravenclaw de gafas prefería observar a su alrededor y callarse, como lo estaba haciendo en aquel momento: observando las bancas, caminando entre las mismas y bordeando la ovalada forma de la cancha de Quidditch. Se sentaron cerca de un grupo de chicas de Gryffindor, y Sean inmediatamente cambió de tema a las casas de Hogwarts.
— Creo que, si pudiéramos, habríamos echado de Hogwarts a los Slytherin mínimo dos años atrás. Es que son todos insoportables, parecen estar inmersos en sus aires de gracia y altanería, como si fuéramos sus sirvientes y cosas así. Especialmente Hans, ésa chica parece estar fantaseando con pisotearnos a todos con la mirada.
— No creo que todos los Slytherin sean tan malos como dices tú.
Sean miró a JeongGuk como si le hubiera crecido una cabeza de dragón en la espalda. Se notaba especialmente horrorizado, como si hubiera declarado el fin del mundo frente a la prensa mágica y se tratara de un muggle.
— ¿Qué dices, Gguk? — el muchacho afroamericano agitó su cabeza de lado a lado, con cierta lentitud. El nombrado suspiró, no supo de dónde argumentar su frase sin ponerse un tanto extraño. ¡Es que la afirmación misma era extraña, inclusive impropia! Si no cuidaba lo que le restaba por decir, Sean diría que estaba completamente demente.— ¡Si tú eras el que los criticaba más el año pasado! Aún me acuerdo de la vez que encaraste a Tomás, qué buen día...
— Bueno, ni Olivia ni Tomás son todo Slytherin. — se encogió de hombros JeongGuk, otro bocado más de barra de chocolate caliente a sus labios. Sean seguía con el ceño fruncido, había dejado de lado completamente su barra de chocolate caliente en un estado de shock permanente (o algo así), y a la espera de escuchar un 'es broma' por parte de JeongGuk, que nunca llegó.— Hablo en serio, al menos con JiMin no me ha pasado nada del estilo.
Su amigo guardó silencio por unos momentos. Era curioso cómo se le notaba de inmediato cuándo no estaba conforme con algo, y por consiguiente, pensaba muy bien sus palabras para refutarlas. Solía ser muy obvio, por el contrario de JeongGuk, que realmente no tenía nada para ser obvio. Al menos hasta el momento.
— ¿JiMin? ¿El de Pociones? — preguntó con incredulidad. JeongGuk se encogió de hombros, otra vez mascando su barra de chocolate caliente, la misma deshaciéndose al interior de su boca como un delicioso elixir en contra del helado ambiente de otoño.— Pero JeongGuk, ése Slytherin es el más basura de nuestro año, ni siquiera entiendo cómo es que lo soportas.
— ¿Soportar? Si no hace más que trabajar en el proyecto, no hay nada que soportar. — refutó JeongGuk, lo cual hizo que Sean expresara su desconcierto en gran parte de su rostro. El más delgado mantenía los ojos fijos en los del más alto, un conflicto versus un claro intento de transgredir los pensamientos ajenos para comprender a qué se refería con aquel argumento. Impropio de él era decir lo menos: todo el que no fuera Slytherin, bueno, odiaba a los Slyhterin, y era. No se cuestionaba ni por el más mínimo asunto.— ¿Qué?
— No lo sé, JeongGuk, deberías alejarte de Park lo máximo posible. Así como intentamos alejarnos en conjunto de Hans, o de Min. — el chico desvió su mirada a los jugadores de Quidditch, resignación en sus cejas alzadas mientras nuevamente mordía un gran trozo de su barra de chocolate caliente. La brisa apareció de nuevo, las capas de los presentes se movieron más arriba de sus pies, con gracia.
Fue cuando JeongGuk notó que a su izquierda, abajo, JiMin les miraba con ésa expresión seria tan característica de él. No tenía más que un pergamino con Runas y una pluma de tinta infinita en sus manos, pero no los ocupaba en ése momento. Fue un momento de silencio en el que ambos se tragaron el sonido de las escobas pasando furiosas, entrenadas, sobre sus cabezas. JeongGuk fue el primero en apartar su vista del chico rubio, e incómodo sintió que el Slytherin no dejaba de analizar su postura por varios minutos.
Al menos Sean no se dió cuenta.
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