• 7. El miedo que me aleja •
Cuando Olivia vio a Luca entrar por la puerta, supo que algo andaba mal.
Los años que llevaba conociéndolo le habían permitido memorizar cada una de sus sonrisas. Sabía cuál era de felicidad genuina, cuáles eran fingidas, cuáles eran de burla y cuáles eran las que aparecían en su rostro cuando estaba tramando algo. Esa última era a la que había que temer y justo esa era la que tenía en ese momento.
No sabía a qué se debía, pero no podía ser por nada bueno.
En su mente formuló un millón de preguntas que le haría a Luca en cuanto viniera a sentarse a su lado para obligarlo a confesar los secretos que ocultaba, pero cuando su amigo se sentó y movió el pupitre hasta pegarlo al de ella, Olivia se quedó sin palabras.
Igual que la semana pasada, en la mano tenía el sobre de una carta. La diferencia es que esta vez la atención del chico no estaba en el papel, sino en ella. Sus ojos la estaban mirando con tanta intensidad que deseó cavar un hueco en el suelo para esconderse y quedarse a vivir allí para siempre.
—Recibí otra carta, pero, ¿sabes qué? —Hizo una pausa que, para Olivia, duró una eternidad—. Por algún motivo, no podía dejar de pensar en ti.
—Oh, ¿es porque descubriste que tengo razón y te diste cuenta de que no vale la pena seguir pensando en tu supuesta admiradora?
—Sí, tenías razón, como siempre. —Pronunció con suavidad, pero el hecho de que cediera tan fácil hacía que los nervios de Olivia aumentaran—. Decidí que empezaré a hacerte caso y ya no perderé el tiempo buscando quién envía las cartas. Mejor usaré ese tiempo para estar contigo.
Aunque a simple vista pareciera que sus intenciones fueran genuinas, Olivia no podía dejar de pensar en que había algo más. Conocía lo suficiente a Luca como para saber que él no era de los que se rendía con facilidad, así que escucharlo de esa manera era extraño. Era casi imposible que se hubiese dado por vencido...
A menos que ya hubiera descubierto la verdad.
—¿Estar conmigo? —preguntó, recibiendo un asentimiento con la cabeza de parte de su amigo—. Ya pasamos mucho tiempo juntos, ¿no te cansas de verme?
—Jamás —afirmó con una sonrisa aún más grande—. Además, creo que tú y yo tenemos que hablar... Llevamos años siendo amigos, pero hay algunas cosas que nunca te he preguntado.
—Uh, ¿qué tipo de cosas?
—¿Te gusta alguien?
Olivia se paralizó y soltó una risa nerviosa mientras esperaba a que Luca le dijera que estaba bromeando, pero ese momento nunca llegó. No era una broma. Lo sabía por la seriedad en su mirada y por lo expectante que estaba, anhelando una respuesta.
Era cierto que no solían hablar sobre la vida amorosa de ella, pero eso se debía a que Olivia prefería evitar el tema. Cada vez que Luca hacía la mínima mención a la posibilidad de que ella pudiera sentir atracción hacia alguien, Olivia fingía no escuchar o se apresuraba a cambiar el rumbo de la conversación. Las pocas ocasiones en las que él había insistido en hablar de eso, ella divagaba sobre películas y libros románticos hasta que él se cansara.
Hasta hora, pensaba que había hecho un buen trabajo haciéndole creer que ella no era más que una romántica empedernida cuya única experiencia se limitaba a las fantasías que creaba en su cabeza. Se había esforzado mucho para convencer a su amigo de que su imagen del hombre perfecto consistía en alguien que no existía para que así él nunca pudiera sospechar que él era el que ocupaba ese espacio en su corazón.
Pero algo había salido mal. Si Luca se había atrevido a hacer esa pregunta tan directa, era porque estaba sospechando de ella, pero, ¿cómo se había dado cuenta...?
—Entonces, ¿sí te gusta alguien? —Volvió a preguntar ante el silencio de Olivia y se inclinó aún más hacia ella.
—Uh, no... —murmuró, sintiéndose incapaz de decir nada más.
Su cercanía hizo que empezara a sentirse mareada. Su alrededor se había convertido en una mancha borrosa y lo único que veía con claridad era a Luca y esa sonrisa que, ahora mismo, era su mayor terror.
Inhalo aire para relajarse, pero sentía que la presencia de Luca estaba ahuyentando a todo el oxígeno del ambiente, así que se hizo hacia atrás para alejarse de él con la esperanza de que eso le ayudara a recobrar la compostura. No obstante, el chico empujó su pupitre para acercarlo más.
Olivia no tenía escapatoria.
—Te gusta alguien. —Esta vez no era una pregunta, sino una afirmación—. Está bien, puedes admitirlo. Si esa persona te hace feliz, prometo no ponerme celoso.
Celos... ¿De amigo?
—Hoy estás un poco raro, ¿sabes? —murmuró e intentó desviar su atención hacia otro tema—. ¿No desayunaste? Porque eso explicaría por qué estás... así.
—Desayuné, pero, ya que hablas de eso, ¿qué te parece si vamos a comer después de tu clase de danza?
Luca tamborileó sus dedos sobre la mesa de Olivia mientras aguardaba por una respuesta. Su mano se movía de un lado a otro y, discretamente, se iba acercando a la de su amiga. Cuando sus pieles se rozaron, a Luca le brillaron los ojos y Olivia sintió náuseas por la ansiedad de no saber qué significaba ese tacto.
¿Fue a propósito o un accidente? Pero, si fue intencional, ¿por qué el chico sentía la repentina necesidad de tocarla?
Tenía tantas dudas y la única pista que tenía era el rostro sonriente de Luca.
—¿No hay nadie más que quiera salir contigo? —Fingió un tono de molestia bajo la creencia de que sería suficiente para ocultar lo que estaba sintiendo.
—No lo sé, no le he preguntado a nadie más. —Se encogió de hombros con indiferencia—. Y si alguien más quiere, pues qué mal, porque yo solo quiero salir contigo. Si no eres tú, no tiene sentido.
Sí, era definitivo. Olivia iba a vomitar.
—Eh... Perdón, acabo de recordar que olvidé un libro en el casillero —dijo a la vez que se levantaba de su asiento con tanta rapidez que pudo notar que algunos de sus compañeros volteaban a verla—. Iré antes de que llegue el maestro o después no me dará permiso.
—Claro, ve, acá te espero.
Luca se cruzó de brazos y se recargó en el respaldo, sin borrar su sonrisa. Su calma solo hacía que los nervios de Olivia aumentaran, así que se apresuró a tomar su mochila y se fue corriendo hacia el pasillo. Buscó el baño más próximo y se encerró en un cubículo.
Demoró cinco minutos en volver a la normalidad. Supuso que el maestro ya debía estar en el salón y que si no regresaba de inmediato, le pondría una falta. A pesar de eso, no tenía la energía que se requería para salir de allí, no cuando había llegado a una terrible conclusión: Luca ya sabía que ella era la responsable de las cartas y, por ende, sabía lo enamorada que estaba de él.
No tenía el valor para mirarlo a la cara, mucho menos para atreverse a confesarle sus sentimientos, y lo que más deseaba era evitar estar cerca de él para que así Luca se olvidara del asunto o se convenciera a sí mismo de que se había confundido de persona.
Muy en el fondo, sabía que eso no ocurriría. Aun así, valía la pena intentarlo.
Ahora, su misión ya no era enviarle cartas de amor, sino ignorarlo hasta hacerle creer que Olivia nunca podría interesarse en él.
Esperaba que, por primera vez, su plan tuviera éxito.
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