Durante toda la semana, Olivia había tenido que soportar el escuchar a Luca hablar sobre sus planes para descubrir quién era su admiradora secreta. No había día en el que no le contara sobre alguna de sus nuevas teorías, a pesar de que ninguna tenía ni una pizca de sentido. Cada una era más absurda que la anterior y casi juraría que estaba bromeando, pero la determinación en sus ojos le decía lo contrario.

Era claro que Luca no se detendría hasta resolver el misterio y era aún más evidente que Olivia estaba desesperada porque no sabía qué hacer.

Ella trataba de evadir todas sus preguntas y fingir desinterés, creyendo falsamente que eso ayudaría a que Luca olvidara el tema poco a poco. Ya le había dicho mil veces que la carta tenía que ser falsa e incluso se había burlado de él por ilusionarse tan fácil, pero nada de eso había funcionado. Él seguía esperanzado de hallar las respuestas que deseaba.

Cansada de esto, Olivia tuvo que tomar una decisión. Se dio cuenta de que Luca jamás le haría caso a sus palabras de desaliento, así que tenía que utilizar una estrategia diferente. Si quería que su amigo dejara atrás ese asunto, tendría que solucionarlo desde la raíz, y es que a veces los problemas se arreglan de la misma forma en la que empezaron.

Tenía la certeza de que no había otra manera de hacerlo, así que reunió el escaso coraje que aún conservaba y se preparó para escribir su siguiente carta.

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"Querido Luca,

He escuchado que me estás buscando. Me gustaría decir que eso me emociona porque significa que he conseguido tu atención, pero la realidad es que me da miedo. La posibilidad de que sepas quién soy me da terror y desearía que no siguieras insistiendo en revelar una verdad que no vale la pena porque, te advierto, podrías decepcionarte.

Aunque tu curiosidad es una de las tantas cosas que me gustan de ti, hoy la detesto. Tal vez creas que esto es como uno de los programas de detectives que adoras ver, pero no lo es. No necesitas rastrearme porque no soy una prófuga de la justicia. Mi único crimen es quererte y prefiero hacerlo en silencio y a la distancia, lo suficientemente lejos para que mi amor no sea una molestia.

Tengo la certeza de que algún día llegará alguien que tenga la valentía necesaria para confesar sus sentimientos hacia ti frente a frente. No seré yo, jamás podría atreverme a ser yo, pero eres tan increíble que sé que esa persona debe estar cerca.

Cuando ese alguien aparezca en tu vida, se me romperá el corazón. Y después, cuando te vea sonreír, volverá a unirse porque lo único que deseo es que seas feliz, incluso si no es conmigo.

Te quiero y creo que te voy a querer para siempre.

Te mando besos de papel, aunque lo que quisiera enviarte es mi corazón para que pudieras ver lo mucho que late por ti.

Atentamente, tu admiradora secreta".

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Olivia esperó hasta el martes para entregar la carta, tras haber pasado una semana exacta de la primera.

Su rutina fue la misma que el martes pasado: se despertó más temprano y llegó al colegio antes que sus compañeros. Se acercó al casillero de Luca con discreción y deslizó el sobre a través de una ranura.

Fácil.

Quizá demasiado.

Pensó que sus nervios se evaporarían tras haber dejado la carta, pero sus manos seguían temblando y sus ojos no se despegaban de la puerta del casillero. No estaba segura de cuánto tiempo estuvo mirándolo mientras pensaba. Tal vez cinco segundos, o tal vez dos minutos. No lo sabía, pero supuso que había excedido el tiempo cuando comenzó a oír ruido a su alrededor. La gente estaba llegando y ella no podía quedarse allí.

Un escalofrío le recorrió la columna en señal de alerta. Sentía que la estaban mirando.

Miró a los lados con pánico solo para descubrir que no había nadie prestándole atención. Claro, nadie sabía lo que estaba haciendo. Era imposible que la estuvieran espiando. Solo eran los nervios los que le estaban provocando paranoia.

Tomó una bocanada de aire y se marchó al salón que le correspondía mientras en su mente se repetía a sí misma que no había ningún motivo para preocuparse.

Todo estaba más que bien.