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• 11. Una confesión •

Olivia estaba sentada en una banca del parque. Se había acomodado en uno de los asientos más escondidos, en aquel que estaba debajo del árbol más frondoso que existía en la zona. Sus abundantes hojas creaban una sombra gigante que era capaz de mantener en secreto a cualquiera que se lo pidiera.

Pero no se estaba ocultando. No, no esta vez. Se estaba autoconvenciendo de que había elegido ese sitio porque le gustaba y no porque no quería que Luca la viera. Después de todo, ella era la que lo había citado.

Ella era la que había iniciado todo.

Entonces, ¿por qué se sentía tan nerviosa...?

Si las palabras en la carta eran reales, eso significaba que Luca la quería. Ya no tenía que preocuparse por ser rechazada. Ya no tenía por qué sentir miedo y a pesar de eso no podía dejar de temblar.

Luca había sido su mejor amigo durante mucho tiempo, pero hoy no iba a hablar con su amigo. Hoy, por primera vez, iba a estar frente al chico que le gustaba. El Luca al que se iba a confrontar hoy no era el mismo de siempre. Las bromas y los cambios de tema no iban a funcionar para ocultar sus sentimientos, no cuando él ya sabía que el corazón de Olivia se aceleraba con solo una mirada suya.

Su amistad nunca iba a volver a ser lo que solía ser. Nunca iban a volver a verse de la manera en la que solían hacerlo. Algo había cambiado de forma permanente y Olivia aún no se decidía si ese cambio sería para bien o no.

Atrapada en sus pensamientos, ocultó su rostro entre sus manos y empezó a contar hasta diez. Al llegar a ese número se descubriría la cara y, si esto era una pesadilla, descubriría que todo seguía igual, que los días anteriores no habían sido más que una mala fantasía de su imaginación.

Uno, por su amistad con Luca.

Tres, por las cartas que nunca se enviaron.

Cinco, por los corazones que no se confesaron.

Siete, por los besos que no se dieron.

Nueve, por la historia de amor que sólo existía en su cabeza.

Y diez, por olvidar que todo esto había ocurrido.

—Liv, ¿estás bien?

Unas manos se colocaron sobre las suyas y la ayudaron a descubrir su rostro. Frente a ella estaba Luca, mirándola con preocupación.

El chico seguía con el uniforme, aunque ahora estaba más desaliñado. Los rizos de su cabello estaban despeinados y su rostro estaba teñido de un tono rojizo, quizá por haber corrido para llegar a ella.

—Sí, lo estoy —murmuró con un hilo de voz y se apresuró a alejar sus manos, como si quemaran—. Hola, Luca.

—Hola, Olivia —pronunció despacio, acariciando cada una de las letras de su nombre—. ¿Hay algo que me quieras decir?

—Leí tu carta.

Sin importar la obviedad de sus palabras, Luca sonrió y tomó asiento junto a ella. La miraba con expectación, en silencio.

Olivia sabía que estaba esperando a que siguiera hablando, pero no se sentía capaz de hacerlo. ¿Qué podía decirle que no le hubiera dicho ya a través del papel? ¿De verdad era necesario decírselo a la cara...?

No era momento de acobardarse, no podía, así que respiró profundo, lo miró a los ojos y abrió la boca...

Pero no salió ni un solo sonido.

—¿Te gustó mi carta... o ahora me odias por estar enamorado de ti?

—No, no, ¿cómo podría odiarte? —respondió con nerviosismo mientras negaba con la cabeza—. No digas tonterías, Luca. Yo... Es que no sé qué decirte.

"También estoy enamorada de ti", pensó, pero no lo dijo.

Cuando le había pedido reunirse allí, lo hizo con la creencia de que no sería tan difícil hablar con él. En ese entonces no sabía lo equivocada que estaba.

—No es necesario que digas nada. Sólo respóndeme una pregunta. —Luca murmuró y se acercó más, hasta que sus piernas chocaron—. Tus cartas, ¿lo que escribiste era real?

—Jamás te mentiría con algo como eso. —Bajó la mirada para tomar coraje—. ¿Y tú...? ¿Lo tuyo también lo era?

Sin esperarlo, sintió las manos de Luca en sus mejillas. Con delicadeza le levantó el rostro para obligarla a mirar esos dulces ojos marrones que la hacían suspirar.

Por un instante, sus nervios desaparecieron. La suavidad de su tacto la ayudó a regular sus latidos y sus preocupaciones se desvanecieron. No tenía nada que temer, no cuando Luca estaba ahí, a su lado, sonriéndole de esa manera.

Seguía siendo el mismo Luca que tanto amaba. Nada había cambiado.

Todo estaba bien.

—Eres la única persona en el mundo a la que nunca podría mentirle, Olivia. —Su tono de voz se volvió más suave, más íntimo—. Me gustas y si lo debo repetir todos los días para que me creas, entonces lo haré. Lo diré cada vez que te vea y cada vez que nos despidamos, no me detendré hasta que sepas que no estoy mintiendo.

—Te creo, de verdad... —murmuró y se inclinó más hacia él, hipnotizada por su presencia—. Yo... Me gustas mucho, Luca, demasiado, pero mi intención no era que lo descubrieras. No tenías que saber que las cartas eran mías.

—Olivia, ¿en serio creías que no iba a reconocer tu letra?

—No sueles ser tan observador.

—Cuando se trata de ti siempre lo soy.

Luca se acercó un poco más y Olivia pudo sentir el roce de su nariz contra la suya. No era la primera vez que estaban en una situación similar. A lo largo de su amistad habían tenido muchos acercamientos accidentales que, al igual que ahora, le habían robado el aliento, pero ninguno había sido como este.

Ninguno había sido a propósito.

—Liv, sobre las cartas... Esos besos de papel que dejabas en cada una, ¿los puedo intercambiar por uno real? —susurró, acariciando sus mejillas.

—Sí, puedes cambiarlos por todos los besos que quieras.

Luca continuó acercándose y Olivia cerró los ojos en cuanto sus labios se tocaron. Durante mucho tiempo fantaseó con cómo se sentiría besar a su mejor amigo. En sus sueños había fuegos artificiales, un campo de rosas o aves cantando de alegría. En la vida real no estaba presente ni una sola de esas cosas y aun así podía asegurar que el momento era más mágico de lo que alguna vez imaginó. Cuando lo besó sintió que flotaba en la nube más esponjosa del cielo y tenía la certeza de que el amor debía ser así: dulce, suave y cálido como los labios de Luca.

Haría cualquier cosa, lo que sea, con tal de poder besarlos toda su vida.

Cuando se separaron, Luca tenía la sonrisa más grande del mundo y Olivia no pudo evitar contagiarse de su felicidad. Él estaba tan feliz como ella. Él había esperado ese momento tanto como ella.

Él la quería tanto como ella lo quería.

Luca acarició su rostro con su pulgar y se le escapó una risa. No de burla, no. Era el tipo de risa que reservas solo para la persona a la que amas.

—No sabes cuánto tiempo esperé por esto... —Luca susurró antes de besarla de nuevo con la misma delicadeza—. Creo que podría besarte a diario y no me cansaría nunca.

—Y yo creo que podría acostumbrarme a los besos de mi mejor amigo.

Las últimas dos palabras danzaron en la lengua de Olivia, quien las pronunció con más lentitud y duda, porque, ¿era correcto seguir llamándolo así? Pero, ¿si no lo era, ¿cómo debía llamarlo ahora? No podía arriesgarse a usar el término incorrecto porque, ¿qué tal si lo asustaba? O peor, ¿qué pasaría si al día siguiente su relación volvía a la normalidad y ese día quedaba en el olvido? No estaba dispuesta a vivir con esa vergüenza.

Sin embargo, Luca parecía estar leyendo su mente porque su ceño se frunció de inmediato, como si le ofendiera seguir recibiendo ese título.

—¿Tu mejor amigo? —dijo con la incredulidad adueñándose de su rostro—. Oh, no, tenemos que hablar de eso, ya no puedes llamarme así.

—¿Ah, no? Entonces, dime, amigo, ¿cómo debería presentarte? —La sonrisa tambaleante de Olivia se había transformado en una sonrisa juguetona porque sabía a dónde se dirigía la conversación—. Oh, ya sé, como mi gran mejor compañero, ¿te gusta?

—No, tengo otra opción, ¿qué opinas de "tu novio"?

—Mmm, me agrada, pero tengo una condición —dijo tomando las manos del chico para unirlas con las suyas—. Te llamaré mi novio si tú también me llamas tu novia, ¿te parece bien?

—Me parece más que perfecto.

Luca la jaló de las manos con suavidad para atraerla hacia él y la besó una vez más. La besó durante el tiempo suficiente para que Olivia perdiera la cuenta y la consciencia. No sabía qué hora era, en qué día estaban o cuál era el nombre del parque, pero sí sabía que era la novia de Luca y eso era lo único que le importaba.

Con Luca y sus besos nada podía estar mal.

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