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уυиα
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Habían pasado ya dos días después de lo ocurrido y ninguno de los dos se había vuelto a hablar. No porque no quisieran, sino porque les daba nervios.

Solamente se veían en los pequeños viajes que el director Gong y los maestros daban, ya sea a parques, a museos o tan siquiera en los pasillos del hotel. No podían verse sin ponerse rojos y nerviosos, y aunque los dos quisieran salir un día y aclarar las cosas, no podían.

Ese día iban a irse del hotel a una casa de campo, en donde la dueña de la casa, era la madre del director Gong.

—¡Muy bien, muchachos!— aplaudió para llamar la atención—. Por favor, súbanse al autobús ordenadamente.

Lalisa subió y miró los asientos, notando al azabache diciéndole algo a TaeHyung. Sentarse con JungKook crearía una tensión muy pesada, así que debía sentarse en otro lado.

—¡Lisa, por aquí!— gritó Nayeon y la antes mencionada fue hasta ellas—. Siéntate con Rosé— sugirió con una sonrisa y la pelinaranja le sonrió forzadamente y antes de sentarse, miró al azabache, éste ignorándola y siguiendo su plática con Tae.

—Muy bien, chavos— empezó a decir el director Gong—. ¡Vamos a partir!— dicho esto, el autobús se empezó a mover.

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El viaje hasta la casa del director Gong fue entretenido, porque como el trayecto iba a durar casi una hora, el director Gong preparó un especie de juego dinámico. Poniendo a sus alumnos a cantar, a reír y a formar una buena armonía entre todos, a pesar de que eso hacían los niños de preescolar y ellos estaban en segundo de preparatoria. Aunque a nadie le importó.

   Bajaron todos del autobús, Lalisa siendo de las últimas por tener dificultades con su maleta. En eso alguien se la arrebató de las manos y la bajó, dejando a Lalisa confundida, pero en que vió quién era, no dijo nada y se bajó.

   —Gracias, JungKook— agradeció la pelinaranja y el mencionado solamente asintió, sin mirarla. La fémina agarró su maleta y la arrastró hasta donde estaban sus antiguas compañeras de cuarto.

   —Como habrán notado, hemos llegado— dijo el director Gong—. Y como siempre les digo: Entren ordenadamente y no toquen nada por el momento.

   Lo bueno es que no eran demasiados alumnos, sino sería un problema. En total eran como unos veinte o diecinueve, contando al director y los dos maestros. Los estudiantes entraron a la casa, saludando a la madre del director Gong que estaba en la entrada.

Todo el lugar era deslumbrante: La decoración, los colores, el olor; absolutamente todo, lo que hizo que los estudiantes soltaran sonidos de asombro al ver un lugar lujoso, pero humilde.

—Bien, las habitaciones están arriba y van a estar como estuvieron en el hotel— explicó el director Gong—. La hora de la cena será a las siete y media— avisó—, no falten o se quedarán sin cenar.

Parecía un cuento de princesas y príncipes, donde el mayordomo decía la hora de la cena, o al menos así lo pensó Lalisa, quien tenía una mente infantil.

—Pueden explorar la casa, salir al patio, meterse a la piscina, ver televisión, etcétera— explicó—. Pero lo que no pueden hacer, es meterse a la cocina y a las habitaciones de sus maestros, de mi madre y mía, ¿entendido?— todos asintieron, estando de acuerdo—. Entonces, vayan a explorar.

—¡Lisa, ven!— gritó Seulgi y la agarró de la muñeca, llevándola arriba y entrando a una de las tantas habitaciones que habían ahí.

Se sorprendió por los tantos lujos que poseía la casa. Tenía tantas cosas costosas como para que el título de "director de preparatoria" le quedara. Entraron a una habitación y Lalisa se sorprendió por lo bien bonita que estaba; habían camas de diferente color, alfombras cafés que combinaban perfectamente con las camas, con los armarios y con las paredes. ¡Era como una habitación de ensueño!

—Elige una cama, Lisa— habló nuevamente Seulgi—. ¡Yo escogo la rosa!— gritó, corriendo hacia ella y tirándose en la cama, haciendo un sonido de satisfacción al sentirla tan suave—. ¡Lalisa, siente esta maravilla!

La pelinaranja fue hasta ella e imitó lo que hizo, sintiendo la suavidad de esa grandiosa cama.

—¡Pido la amarilla!

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La hora de la cena había llegado y ya todos estaban sentaditos en la mesa como los buenos niños que eran. La madre del director, la señora Gong, llevó a la mesa un gran bowl en donde había puesto la pasta que comerían esa noche. Olía delicioso y apuesto a que sabía exquisito.

Todos se sirvieron un poco de pasta y comenzaron a comer. Lalisa mirando a todos sus compañeros, en especial a JungKook, quien se había sentado al lado de una chica. Al principio la fémina pensó que, bueno, es una compañera, pero cuando ella empezó a darle la comida en su boca... ahí sí, estaba furiosa.

Esa chica se llamaba Yuna, lo sabía porque era la jefa de grupo y porque ella era muy observadora. A Yuna se le conocía por ser una rompecorazones, enamoraba a quien quisiera y le rompía el corazón cuando menos se lo esperaba. Bueno, eso hacían los rompecorazones. Y era obvio que JungKook era su próxima víctima y Lalisa no quería eso. No quería a ninguna chica cerca de él. Tal vez suene egoísta y posesiva, pero esa era la verdad.

—¿Qué tienes, Lisa?— preguntó Rosé, quien estaba a su lado. Miró en la dirección que estaba viendo la pelinaranja y entendió—. Oh, no te preocupes por ella, sabes que JungKook sólo te quiere a ti.

Lalisa asintió no muy convencida, sintiéndose triste inmediatamente. Sabía perfectamente que Kook sólo tenía ojos para ella y por lo tanto no le iba a hacer caso a esa tal Yuna. Le molestaba como le entristecía; tal vez ese sentimiento era lo que muchos llaman "celos".

En lo que restó de la cena, comió de manera amarga, sin ganas. Cuando terminó se acercó a JungKook, quien platicaba animadamente con Yuna.

—JungKook.

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