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6- El club Hermosillo

Inuyasha se dirigió a su casa y vio que no había nadie, ni siquiera Ayame lo que intuyó que había ido a buscar el local en el centro de la ciudad, entró y se tiró en el sofá quedándose mirando a un punto fijo aguardando la llamada de su hermano mayor, esperó impacientemente moviéndose en el apartamento por unos largos quince minutos, los que parecían ser horas cuando por fin recibió un mensaje de Sesshomaru. 

Un audio de veinte segundos. 

Lo escuchó atentamente y el alma le volvió al cuerpo cuando supo que su sobrina estaba bien y a salvo, lo único es que el auto estaría en el taller varios días. Se levantó cuando escuchó una melodiosa voz de alguien cantando una bella melodía; era afinada, podría definirse como una mezzosoprano o soprano, el albino no estaba muy seguro; él caminó siguiendo el origen de esa bella voz encontrándose a Ayame, apenas cubierta por una toalla y con agua escurriendo por su cabello rojizo suelto, el cual planchaba con delicadeza. Al ella abrir los ojos apenas atinó a soltar un grito y lanzarle una sandalia a la cara a Inuyasha y cerrar la puerta, él se sobó la mejilla... cero y van dos chanclazos que recibe por parte de su roomate. Se apoyó de espaldas a la pared tratando de tranquilizarse un poco frente a la situación recientemente acaecida.

—¿Cuándo llegaste? — cuestionó ella con una voz que sonaba enojada, según él pues estaba realmente abrumado.

—Hace quince minutos... — respondió él frente a la puerta —casi nos matamos, un imbécil perdió el control y nos estrellamos. 

—¿Nos estrellamos? ¿Towa está bien? — abrió la puerta y miró al anfitrión y él asintió —Dios, qué pena contigo... ya van dos veces que te golpeo.

—No pasa nada — mencionó calmado —¿Shiro ya se marchó?

—Se fue luego de que te fuiste, deja... deja que me vista y me cuentas todo — la taheña mencionó apenada.

Al cabo de unos veinte minutos Inuyasha estaba en la cocina bebiendo café, negro y amargo como a él le gustaba. Odiaba tener que ocultarle a Ayame que él conocía a Kagome Higurashi. ¿Qué haría si se llegase a enterar? la verdad es que podía ocurrirle cualquier cosa con el carácter y temperamento que Ayame profesaba, podría ser tan serena como una suave ventisca veraniega o tan violenta como una tempestad en altamar.

El sentir la mirada de Ayame sobre él lo hizo sobresaltar aunque logró evitar que ella se diera cuenta que algo andaba mal, pero eso sí le gustaba como cantaba pero no sabía qué canción era.

—Pensaba que irías a buscar los locales comerciales — mencionó.

—Sí, pero quedé de verme con una amiga en el club Hermosillo — respondió ella —me iré a las dos de la tarde. Creo que esa es la hora en la que tienes tus clases virtuales.

Él asintió con falsa calma, vio su reloj y era la una de la tarde. Abrió la nevera para sacar algo de comida para poderse preparar su almuerzo, no obstante, cuando ya tenía un tomate en la mano y un cuchillo en la otra Ayame se acercó a él y lo apartó del mesón de la cocina.

—Ve a prender tu computador — dijo ella con una sonrisa y lanzó el tomate al aire para agarrarlo de vuelta en su mano —creo saber que hacerte.

De por sí Inuyasha usaba una computadora potente cuando se trataba de maquetar sus canciones, y realmente veloz, él la encendió y se colocó unos lentes medicados por su miopía causada por el uso de pantallas. Al tener una hora abrió el programa donde grababa sus maquetas y tomó una libreta donde habían varias letras para futuras canciones y empezó a escribir y componer una más. Tan sólo en cuarenta y cinco minutos ya tenía casi lista la para grabarla pero no tenía tiempo.

Faltando quince minutos para la clase creó la sala de reuniones virtual y se conectó, mientras tanto revisaba su correo electrónico y sus mensajes de texto en su app del celular. Un contacto que tenía silenciado le había escrito: Sango. De por sí con ella, aunque se llevara bien, su relación era distante tanto que sólo en raras ocasiones se hablaban y por lo general era para pedirle ayuda a Inuyasha con asuntos legales pero esta vez representó una excepción.

Desbloqueó el celular para ver de qué se trataba, con los nervios por los cielos dio clic en el contacto para abrir el mensaje y lo que vio lo dejó en shock... aún más que el accidente hacía tan solo media hora.

Era la foto de una niña sentada en el parque de la 22, a unas dos calles del complejo deportivo en frente de un almacén de ropa llamado "Acacia Avenue", no era precisamente un lugar concurrido en ese momento y aunque Inuyasha permanecía en silencio observando el móvil, su instinto le decía que debía conocer a la infante.
Los primeros en conectarse a la clase virtual fuero los tres de siempre, Souta Higurashi y el Tsuyu Ramos y Amari Nobunaga. Todos eran del quinto semestre de administración de empresas y especialmente, al haber concursado el mayor de los gemelos Taisho por un puesto en la universidad pública de la ciudad, lo mandaron a ese grupo como docente virtual por la lejanía con ellos.

—Buenas tardes para todos, tengan un saludo cordial y una bienvenida a la primera sesión de estadística II. Me presento soy Inuyasha Taisho, soy abogado graduado de la universidad tecnológica de Otunia y matemático graduado de la misma universidad, además tengo un magíster en historia y yo, espero que durante estas sesiones virtuales estén cómodos y cualquier duda a mi correo institucional — Inuyasha saludó a los diez miembros del grupo, eran escasos por la deserción y algunos eran ya mayores que él.

Uno a uno fueron presentándose, Inuyasha ya conocía a Tsuyu pues durante sus prácticas docentes en el pueblo donde ella vivía, algo alejado y caluroso pero bastante agradable para vivir. La clase no fue larga, realmente sólo tenía que explicar los temas y dejar ejercicios; hacía su mejor esfuerzo para que sus alumnos entendieran bien la varianza, desviación estándary diversos conceptos que se debían entender en el extenso mundo de la estadística.

A las cinco de la tarde, se cerró la sesión, muchos de los alumnos no participaron ya sea porque no tenían conectividad estable y eso Inuyasha lo sabía bien. Él se levantó de la silla, se quitó sus gafas y fue a la sala a ver televisión. De pronto su celular, en medio de una de las tantas películas clásicas que se transmitían en televisión, timbró; Inuyasha miró la pantalla y vio un mensaje con una ubicación enviado por su mejor amigo, Naraku en un grupo.

«Más te vale no dejarnos esperando, cumpleañero. A las seis»

Inuyasha se rio en voz alta y envió un sticker al grupo de WhatsApp en el que estaba. Oyó de súbito la puerta del apartamento abrirse, y de ella emerger a Ayame. Y ella lo vio salir con el celular en la mano.

—Ayame, iré a reunirme con unos amigos en Hermosillo Club — dijo él sin mirarla y ya casi en el pasillo del conjunto residencial

—Te acompaño — ella respondió —quedé de reunirme con una amiga allá, me va a hablar de algo... Qué ya te entenderás.

—Pero no tengo carro — él mencionó apenado —tuve que mandarlo al taller porque... bueno — se atoró con las palabras.

—Está bien — le sonrió con sinceridad —, mi amiga vendrá por nosotros en diez minutos. De todas formas, vamos para el mismo lugar. 

Inuyasha conociendo perfectamente las pesadas bromas de sus amigos, estaría seguro que no lo dejarían ni un segundo tranquilo con Ayame cerca. Entonces con una respuesta negativa y una sonrisa miró a su roomate y salió por la puerta a la calle en donde detuvo un taxi para ir a ese famoso club. 

Ese sábado fue tenso, difícil, desagradable y muy estresante para él... unos tragos no eran la opción después de la resaca con la que amaneció, pero igual pasar tiempo con sus amigos lo podría ayudar a relajarse un poco. 

«Nar, estoy en camino» envió un mensaje de texto «mi auto está en el taller, tuve... un problema con un camionero» agregó evitando el insulto.

Miró por la ventana del carro la plaza principal, y en una esquina un grupo de chicos de no más de dieciocho años ganándose la vida como músicos callejeros. Un guitarrista y dos amigas flautista y violinista tocaban una melodía céltica bastante alegre que incluso los transeúntes se paraban a bailar —aun si no sabían—, el trayecto continuó y en medio del bullicio del tráfico, llegaron a una especie de discoteca, bar o restaurante... un lugar al que nunca había ido él.

Se bajó y pagó lo que el taxímetro medía, entró en el edificio que estaba adornado con motivos mexicanos; era realmente amplio y estaba... vacío ese día, en el fondo se emergía una tarima donde resaltaba una batería de cinco piezas o tambores —bombo, redoblante, dos toms aéreos, tom de piso— con un juego de cuatro platillos, a la izquierda del  instrumento de percusión había una legendaria Stratocaster de combinación de rojo y blanco, y a la derecha, un bajo de cuatro cuerdas con un acabado en madera en su cuerpo de caoba. Al lado de la tarima habían unas escaleras que llevaban al segundo piso.

Cuando se sentó en primera fila, justo frente a la tarima del restaurante, porque era lo que Inuyasha veía, por la entrada del club apareció un grupo de mariachis tocando "Las Mañanitas", se cruzó de brazos y por los nervios apenas pudo atinar a sonreír y detrás de los mariachis entraron sus amigos... todos los que se hicieron grandes amigos en ese tiempo: Yura junto a Muso, Naraku, Kagura, tres hermanos bien pesados pero bastante agradables, Bankotsu y hasta Kikyo fue allí. 

—Qué bien se lo estaban guardando — Inuyasha fue a abrazar a Yura.

—Feliz cumpleaños, nevado — la chica lo abrazó con fuerza —tuve mucho trabajo en el salón de belleza ayer. Una muchacha llamada Abi fue y me pidió que le-

—No le cuentes tu vida — Kagura intervino.

—Qué más da — Taisho se rio —tengo que ir para hacerme ese tratamiento, oye Muso.

El aludido estaba molestando al mariachi cantante quitándole el sombrero.

—Ya déjalo, está haciendo su trabajo — le dijo el albino —, Kagura y Naraku... ¿puedo hablar con ustedes un momento?

Los hermanos asintieron y subieron las escaleras al segundo piso del restaurante, Inuyasha se apoyó en la baranda para ver la panorámica de la ciudad de Otunia. 

—Mala volvió, y discutimos... — mencionó sin rodeos.

—¿Cómo que "La Mala"? — Kagura abrió los ojos desconcertada —. Kagome, maldita sea. Esa zo...

—Sin malas palabras — Inuyasha le pidió.

—Cómo sea — ella estaba alterada —si la veo, juro que le va a caer una orden de alejamiento y de paso un buen par de puñetazos en su cara de angelito disfrazado.

—Ganas no me faltan — Taisho mencionó.

Kagura rodó los ojos, le causaba ñáñaras el hablar o el escuchar siquiera el nombre de "Higurashi".

—Y con razón, hasta alegraría que fue en legítima defensa

—Tenemos que hacer algo para que no te moleste, una novia... no sé, bro — Naraku le puso su brazo en el hombro a su amigo y vio a una chica de pelo rojo junto a otra pelinegra que hablaba alegremente con Yura, la taheña se giró hacia arriba y saludó a Inuyasha —¿quién es ella?

Inuyasha se sonrojó fuertemente.

—Es mi roomate.., — los dos hermanos se miraron de forma juguetona —¡No es nada de lo que piensan!

—¡Tiene novia! ¡Tiene novia! ¡Tiene novia! — los dos le canturrearon haciéndolo perder la paciencia.

—¡Ya caramba! no es mi novia, ¿sí? es alguien que buscaba apartamento pero como estaba de gira no había ido además. Es nueva en la ciudad, y yo dejé la información en la puerta — él les contó la historia —no me llamó por teléfono, sino que me escribió por chat. 

—Blanco — Naraku lo miró comprensivo —entiendo, estábamos molestando. Te sacaste la lotería, esa chica es muy linda y fue novia de Wolf... Koga Wolf... pero conociéndola no creo que sea fácil conquistarla, chaparro.

Inuyasha miró a su amigo perplejo, quería que la tierra se lo tragara... Koga fue su amigo antes de Naraku pero se fue con Kagome, cuando justamente ella y Taisho tenían una relación sentimental. No habían pasado ni tres días desde que Ayame apareció en su vida y el tema se empezó a complicar.

—En primer lugar... eh... no es mi tipo — estaba nervioso y se notaba, y mintió de una forma evidente —en segundo lugar, no la quiero involucrar con Kagome. Ya tengo suficientes problemas y ahora Sango me manda una cosa. 

—Qué estrés — masculló Kagura —ni ella ni su amiga te dejarán en paz, podría ayudarte con una orden de alejamiento.

—El asunto es que... — el albino suspiró —ella tiene una hija... y creo que es hija mía.



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