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11- Madrugada sin mar de lamentos

De regreso en el apartamento de Inuyasha, Ayame se sentó en el sofá y escuchó como él entraba a la habitación que compartían. Ella, por curiosidad, lo siguió y lo vió sacando su ropa; la ropa de ella.

—¿Tú dijiste que te ibas a ir? Sólo te ayudo.

—No, no — ella lo detuvo —fue un malentendido. No tengo a donde ir, Kaguya podría alejarme allá en su casa pero no. No quiero molestarla.

Inuyasha se le quedó mirando, ella se acercó y volvió a colgar su ropa, lo que sí era verdad es que a ambos los unía una misma persona que les causó daño. Sin ningún tipo de pudor, Inuyasha se quitó la camiseta y la dobló para ponerla en el cesto de la ropa sucia, se metió en el baño privado de la habitación a cepillar sus dientes.

—Es medianoche — mencionó él —, hay otro baño que es el principal.

—¿Por qué no me dijiste que tenías baño privado? — cuestionó la taheña, poniendo una mano en la cintura.

—Se me habían perdido las llaves y no las encontraba, y este baño tiene una fuga en el sanitario y no tiene agua caliente — le dijo el albino, terminando de cepillarse los dientes —. Tengo que arreglar eso o llamar a Muso, depende de qué tan ocupado esté esta semana.

—Entiendo — ella asintió con calma —, ¿y Towa?

Inuyasha se acercó al armario para sacar una pantaloneta.

—Pues ella está con sus padres, pasa los fines de semana con Sesshomaru y Rin en las colinas de Otunia... ella es como yo, casi no le gusta la opulencia de sus padres.

—Aún no entiendo por qué Sara se retiró del grupo — murmuró la taheña mirando sus uñas.

Un escalofrío de miedo le recorrió a Inuyasha por toda la espina dorsal; sintió su corazón apretujarse al saber él y tener que guardar un secreto de una persona la cual, talvez, ya se encuentre en sus últimos meses de vida al ser diagnosticada con un agresivo cáncer cerebral. 

—No sé... yo... yo no he hablado con ella — Inuyasha se tropezó un poco con las palabras —quiero decir... eh... hace tiempo no hablo con ella.

Ayame ladeó un poco la cabeza dando a entender que estaba perdida, sin embargo, como mujer ella estaba segura de que algo no estaba del todo bien, pese a que apenas conocía en persona a Inuyasha de unos dos días o menos, pero ya lo conocía con anterioridad, de lejos claramente y apariencia, cuando fue a un importante festival y él demostró con su antigua banda un amplio repertorio de dieciséis canciones.

—Mira... ya te enterarás, no voy a mentir — mencionó Inuyasha —ella me pidió que le dijera a Kaguya. 

—Si ella te pidió eso es porque el asunto es grave — la joven se puso seria —, yo sé dónde vive. Puedo acompañarte, y talvez así pueda buscar una casa cerca de aquí es que... no nos conocemos muy bien. 

—Primero que te vas, luego que no y ahora que sí — el albino se cruzó de brazos —pórtate seria. 

Ayame se puso a la defensiva.

—Lo digo porque tú tienes familia, además creo que Koga puede que venga a buscarme cuando se entere que estoy contigo. Puedo pagarte el alquiler, pero es por unos días.

Inuyasha suspiró pesadamente, no sabía exactamente qué sentía, pero sí sabía lo que encontraba de atractiva en Ayame más allá de su personalidad tan dulce y sencilla que le agradaba o esa tez clara, cabellera de fuego y esos ojos verdes ocultos por unos lentes medicados.

—Okey, okey... por mí no hay problema en que te quedes aquí — le respondió —, es más hasta puedes grabar aquí las voces del EP de tu banda.

Ayame no lo dudó ni siquiera un segundo, no había reproches por parte de Inuyasha sobre su vida y hasta le estaba brindando la oportunidad de poder grabar sus voces allí. Lo abrazó y casi se lanza a besarlo, para ella era un alivio el no tener que ir buscando algún estudio de grabación que le cobraría demasiado dinero solo por grabar sus voces. Ambos se miraron sonrojados y se acostaron para descansar.

(...)

En el apartamento de Sango y Miroku, a las 12 y 30 de la madrugada, el celular del hombre vibró con la llegada de un mensaje, revisó el número del celular y era uno que había guardado: Kagome Higurashi. Él leyó el mensaje y sonrió bobamente, pero su expresión de alegría se borró cuando Sango se revolcó en la cama.

»Nos vemos mañana en el sitio de siempre, te espero, a las diez.

Luego vio que recibió otro mensaje, un emoji de un beso. Sin duda se le estaba insinuando al esposo de su mejor amiga, Miroku apagó el celular y lo puso sobre el nochero de su lado de la cama.

—¿Quién era, amor? — preguntó Sango.

—¿Ah? Es un número de un cliente que pedía algo de marketing a esta hora de la madrugada, quedamos de reunirnos a eso de las diez de la mañana — respondió, una mentira vil.

Sango, ingenuamente, asintió y continuó durmiendo sin saber ni percibir que pasos de animal grande le corrían pierna arriba. Miroku, volvió a acostarse, fingía estar en desacuerdo con Kagome siempre pero el sólo quería reavivar la llama de una pasión que hace ya tiempo se perdió en el edredón, especialmente después del nacimiento de Hisui.

(...)

Al día siguiente, temprano casi a las siete de la mañana, Inuyasha estaba acomodando los equipos para empezar la grabación del EP, especialmente las voces de Ayame. Se había bañado, peinado con crema para cabello lacio, se había puesto elegante con un blazer rojo sobre una camisa blanca y jeans negros y unos tenis blancos.

Ayame se levantó escuchando el ruido, aún seguía en un babydoll rosa, caminó por el pasillo y vio a Inuyasha moviendo equipos, subiéndose en un banquito para poner alfombrilla aislante de ruido en el suelo y espuma acústica, en las paredes.

—Inuyasha son las seis de la mañana

—Buenos días, Ayame. Te presento mi pequeño rincón feliz, era parte de una habitación pero la adecué para volverlo un mini estudio de grabación — él saludó con una gran sonrisa, en serio estaba entusiasmado —, al fin voy a estrenar este bebé — tocó un micrófono conectado a una tarjeta de sonido del computador —tiene la rejilla antipop. Ese sonido "p" cuando exhalas.

—Sí, comprendo — mencionó la taheña —pero son las seis de la mañana, es demasiado temprano. Bueno aunque yo me levantaba a las cuatro para ir al colegio, así que no puedo quejarme.

—Sí, es verdad. Yo tuve la suerte de que mi papá me regaló una bicicleta — comentó Inuyasha cerrando la persiana, luego se bajó del banquito y tomó la pistola de silicona.

—No está conectada — mencionó Ayame.

—Ya decía yo — habló Inuyasha, él seguía sonriendo y conectó la pistola a la energía —como te iba diciendo, mi padre me regaló una bici y siempre iba en ella a la escuela. Un día pedaleando me salió un perro, un maldito pitbull, me dió un susto pero tremendo — Inuyasha colocó los últimos paneles de espuma acústica ya preparados con cinta doble cara y cuadritos de cartón, Ayame lo veía atentamente con un brillo de alegría en los ojos —pedaleé largo rato... hasta llegar a la escuela. No bastando con eso — hizo un gesto con la mano, chocando el torso de su mano izquierda con la palma de la derecha —piso mierda de vaca fresca.

Ayame no aguantó la carcajada y se rió de forma escandalosa.

—Encima estaba a dos metros de la escuela, claro, el señor de una finca más abajo dejó sueltas las terneras y de una se metieron a la escuela — mencionó él tratando de aguantar la risa —y más encima, mi compañero de clases, Miroku se resbala y se cae encima de las gracias de esa vaca — añadió con un toque más serio.

Ayame lo notó inmediatamente.

—¿No te llevas con Miroku?

Él negó con la cabeza, hasta ese entonces no sabía en qué momento su amistad se había ido al traste, hasta teorizaba que fue porque le dió más protagonismo a la guitarra y voz de Shiro en su antigua banda que a la guitarra de Miroku.

Cuando Inuyasha finalizó de poner todos los paneles de espuma, se dirigió al escritorio sin darse cuenta que Ayame entró al cuarto y vio en la estantería colocada en una esquina de la habitación una foto con varias personas.

—Aquí estás con varias personas, entre ellos veo a Naraku

—Eso fue cuando fuimos al "Coffee Park" en un festival de metal, cuando eso había pasado varios meses desde que había terminado con Kagome y... — se le hizo un nudo en la garganta —estaba pasando por una depresión tremenda, me fui de sicólogo y todo.

—Qué terrible — la voz de Ayame salió en un hilo.

—El tipo de la trenza es Bankotsu, él no tiene miedo de decirle a nadie como se ve y se casó con Kikyo que conoció, irónicamente, en una biblioteca. — mencionó Inuyasha —el de al lado de Naraku, el de los lentes de sol, es Muso; podríamos llamarlo "Barbie". Literalmente hace de todo, es mecánico, carpintero, fontanero o plomero, fue militar y hasta se lanzó como político.. Hasta fue estríper pero no le gustó.

Ayame soltó otra risa.

—Kagura, perdón, la doctora Kagura es una abogada prolífica y luego está Yura, una estilista... — Inuyasha pasó su mano por su cabello —ella me hace la queratina, ya en serio, hay que cuidar el pelo largo. Tienes que ir allá.

—¿Y él? — señaló a un hombre misterioso con cabello largo atado en una coleta.

—¿Byakuya? — cuestionó Inuyasha —, lo secuestraron y lo mataron. Fue un duro golpe para todos, sobre todo para Naraku. Era primo suyo — explicó con voz pausada y seria —. Vamos a hacer el desayuno que nos espera un largo día, roja.

"Roja", el primer apodo que Ayame había recibido por parte de Inuyasha.

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