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7. Experimento

El amor es una delicia exquisita, horneada a la perfección y aderezada con aceite de oliva. 

O por lo menos eso me hace creer ese maravilloso jamón de pavo al horno que cené en casa de los McBride, junto a Clyde y su flamante novia, Luan. 

—Espero que estés disfrutando la cena, Lincoln. Clyde puso un gran esfuerzo planeando todo hoy para ustedes —preguntó el señor Harold, mientras observaba con aprobación a su hijo. 

Yo sólo pude emitir sonidos. La sensación de una carne tan suave y jugosa en mi paladar nublaba mi raciocinio. 

—Linky intenta decir que es lo más delicioso que ha probado en su vida. Y que se los agradece profundamente a todos ustedes —tradujo Luan. 

—Siempre he admirado como logras traducir lo que dicen los bebés, amada mía —dijo Clyde, a la vez que movía con suavidad su tenedor—, pero nunca te había oído traducir a Lincoln. 

—No hay mucha diferencia —fue la respuesta de mi hermana. Oír eso me hizo tragar en un segundo. Pude haber contestado algo que ella se mereciera, pero decidí aplicar los modales en la mesa. 

—Ingenioso. Es todo lo que puedo decir, hermanita. 

—¡Eso es muy cierto! —intervino el señor Howard—. Estoy de verdad muy contento de que una chica linda e ingeniosa haya conquistado el corazoncito de mi gotita de chocolate. Tú, Clyde, debes cuidarla, ser muy atento y cariñoso con la joven Luan. 

—Ya me lo has dicho, papá; y estoy dispuesto a ser el mejor novio del mundo para ella. 

—Awww... Gotita de chocolate... —fue la reacción de la comediante, mientras le lanzaba una mirada tierna. Ambos señores McBride lanzaron un suspiro. Y yo sentí como si alguien le hubiera agregado un costal de azúcar a mi jamón. 

No me estoy quejando. Al fin y al cabo, he logrado lo que me propuse. Aunque no fue fácil, todo está saliendo como deseé: Luan y Clyde me dijeron esta mañana que ya habían formalizado su relación y que mi amigo deseaba invitarnos a cenar a los dos en su casa; eso sí, con la condición de no traer a ninguna otra de mis hermanas. Lo que más alivio me otorgaba era que lo había logrado poco más de un día antes del primero de Abril. 

Sin embargo, faltaba algo que completara su enlace. No se habían besado todavía. Clyde me lo confesó justo después de comer y lejos del resto de comensales. 

—¿Por qué? ¿Es que todavía crees en gérmenes de beso, o algo así? —le pregunté de inmediato.  

—No. Es algo más... complicado que eso. Verás. No quiero echar a perder el momento con un beso malo, ella me odiaría si le muerdo los labios, o la lleno de saliva... — respondió Clyde, mientras se sonrojaba. 

—¡Tranquilo, amigo! No es algo que te deba preocupar. Te lo digo por experiencia. ¿Quieres que te dé un buen consejo? 

—Te lo agradecería mucho, amigo Linc. 

No sabía qué consejo darle. Tuve que sacar creatividad de la nada. 

—Besar es como... Chupar una media naranja. 

—¿Chupar... Una naranja? 

—¡Sí! Compra unas naranjas y practica. Eso sí, cuidado con los dientes. 

Oímos al señor Howard llamándonos, así que entramos. Clyde no se veía ni convencido ni contento. 

¿Una naranja? Ni yo me lo creía. 

Una hora después, nos despedimos de los McBride. Tras salir todos al pórtico de la casa, mi hermana y mi amigo se tomaron las manos con timidez. No se decían nada. 

El señor Harold puso su mano en mi hombro derecho, y dijo con suavidad: 

—Sería mejor dejarlos solos, ¿No crees? 

—Sí, supongo que sí —respondí. 

Los tres entramos un par de minutos a la sala. Estuvimos en silencio, pero ellos estaban visiblemente emocionados. Me sentía tan incómodo que hasta la mirada casual de Cleopawtra, la mascota de la casa, me resultaba hiriente. 

—¡Adiós, señores McBride! Gracias por todo —gritó Luan desde afuera. Eso anunciaba el fin de su breve momento íntimo. 

Camino a casa, mi hermana narraba con plenitud de detalles y una sonrisa eterna cada momento de la cena. El brillo en sus ojos era imposible de ignorar. 

—Me gusta verte tan feliz, Luan. Lo digo en serio —le comenté, reforzando mi afirmación con un pulgar arriba. 

—Y es gracias a ti. Por tener un amigo tan especial. 

—¡Tú lo has dicho! Es el mejor amigo del mundo. 

Ya en ese momento no podía resistir la inquietud de preguntar algo mucho más personal. 

—Disculpa la pregunta... ¿Tú y él ya... se besaron? 

Ella dejó de sonreír, pero sólo por unos segundos. 

—Con toda sinceridad, todavía no. 

—¿No? ¿A qué se debe? 

—Es un acuerdo mutuo. Estamos un poco incómodos. Supongo que es por un cambio tan repentino en nuestra amistad. No sólo repentino; es hasta inexplicable. 

Esa última frase fue un aguijonazo en mi corazón. 

Por fin llegamos a casa. Justo antes de entrar, algo llamó mi atención en el patio. Me pareció ver unas luces inquietantes en la oscuridad. 

Eran... ¿Unos ojos? 

—¿Viste eso, Luan? 

—Sí lo vi. Deberíamos ir a ver —respondió con firmeza. 

Un gruñido surgió de ese mismo rincón. 

—O... O mejor mañana, con más luz —añadió ella con voz temblorosa. Yo estaba igual de asustado, pero era mi obligación protegerla. Di dos pasos más; despacio, pero hacia adelante. 

—¡NI UN PASO MÁS! —clamó una voz, y alguien saltaba hacia nosotros sosteniendo un palo de hockey. Luan y yo gritamos como niñitas aterradas. La luz de la ventana iluminó el rostro de la criatura. 

¡Lynn! 

—¿Así que planean curiosear, eh? Les tengo malas noticias: Se acabó el show. 

Ninguno de los tres movió un dedo. 

—¿No es un poco noche para jugar? —la regañó Luan, tomando una pose autoritaria. 

—¡Esto no es un juego! ¡Es una misión! Se me encomendó proteger el proyecto de Leni hasta mañana; y en especial de ustedes dos, vagos. 

Había olvidado el armatoste que yacía cubierto con un toldo en nuestro patio. 

—¿Fue Clyde quien te convenció de protegerlo? —pregunté. 

—Me retó. Y yo nunca le digo no a los retos. Dejó claro que mañana sería por fin develado. Pero que hasta entonces ni siquiera Luan lo vería. 

—Se me parte el alma —comentó ella, desviando la mirada y en tono sarcástico. 

—Mi interés por verlo es mínimo. Así que no te preocupes por mí tampoco. 

Lynn nos lanzó una mirada de desconfianza. 

—Los dejaré pasar, pero no significa que haya tirado la toalla. ¡La fisgonería está en el aire! —nos respondió, viendo al cielo y cerrando el puño derecho. 

Algo llamó su atención. 

—¡Lo sabía! Cliff se está acercando demasiado. ¡NI UN PASO MÁS, GATO! 

Y abandonó la escena a toda velocidad, empuñando el palo de hockey, mientras nuestra mascota lanzaba un maullido de terror. El pobre ha perdido por lo menos tres de sus nueve vidas con todo lo que ha pasado esta semana. 

—¿Proteger esa cosa de noche? ¡Ahora sí ya lo he visto toldo! ¡Jajaja! —fue el inevitable chiste de Luan. Yo casi sonreí. Casi. 

—¿En realidad tú nunca sentiste curiosidad por saber de qué se trata eso? —elegí preguntar. 

—Claro que sí. Pero no iba a admitirlo frente a la señorita "Palos Locos". Creo que mientras más rápido llegue el día de mañana, mejor para todos. 

—Tienes toda la razón, hermana. 

Entramos a la casa, y de inmediato Leni, Luna y Lola rodearon a Luan, preguntándole de forma animada cómo había estado la cena. Ella sonreía, pero lucía bajo presión. Imaginé que deseaba que nadie le preguntara algo acerca de besos. 

Yo no podía seguir viendo esa escena. 

Antes de ir a mi habitación, pasé al cuarto de Lisa. Ella escribía en su laptop y hacía pausas para observar un tubo de ensayo con una sustancia maloliente y verdosa. 

—¿Está dormida Lily? —le pregunté. 

—Es afirmativo. No pudo terminar de escuchar lo que descubrí hoy al aplicar radiación a las muestras que recolecté esta mañana. 

¿Muestras? No quiero preguntar de qué. 

Me acerqué a la cuna de la menor de mis hermanas. La bebé dormía con una dulce sonrisa, como si toda la locura que fluye en los pasillos de nuestra casa le divirtiera. Se supone que yo estaría así de tranquilo también, pero no es así. 

—Logro inferir que algo está alterando tu ánimo, hermano —comentó Lisa, al notar mi prolongado silencio. 

—Se debe a algo que he estado pensando estos días. Quizás puedas aconsejarme. 

—Adelante. Si algo me conecta con nuestra hermana Lynn es el amor por los retos —contestó, arreglándose los anteojos. 

—Bien. ¿Tú eres científica, verdad? 

—Recuérdame darte una galleta por tu brillante observación —comentó de inmediato, sonriendo con arrogancia. Esa clase de comentarios la conecta con Luan. 

—Lo que quiero decir es que haces experimentos. ¿Alguna vez te has sentido mal por usar a... seres vivos? ¿Has pensado en su seguridad, su tranquilidad, sus sentimientos? 

—No —respondió de inmediato. Qué tajante. Luego añadió: —Claro está que otros científicos sí han pasado por situaciones como las que refieres.  Por eso existe la bioética. 

—¿Qué es la bioética? 

—Es una disciplina que nos dicta principios para tratar a los seres vivos en general de una forma que no les cause daño alguno. 

Bajó de su escritorio con un brinco y se dirigió a su pizarrón. Con un marcador hizo cuatro líneas pequeñas a la vez que decía: —Se resume de forma breve en cuatro principios: autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia. 

Regresó a la primera línea y la convirtió en la figura de un hombrecito con los brazos extendidos. 

—Autonomía se refiere a que el sujeto del experimento debe estar participando de forma consciente y sin presiones. Por consiguiente, debe estar informado de lo que se hará con él. 

Con la segunda línea dibujó un libro abierto. 

—Beneficencia significa cuidar los intereses del paciente, pero sin tomar en cuenta su opinión, ya que el científico sabe más que el sujeto de prueba. 

Con la tercera línea dibujó una jeringa. 

—No maleficencia se refiere a no dañar al paciente con el experimento, y de ser inevitable, que no sea un daño innecesario. 

Y con la última línea hizo una balanza desequilibrada. 

—Para finalizar, el principio de justicia señala la necesidad de que los pacientes sean tratados con un uso justo de los recursos. Que el que necesite más reciba más, sin descuidar al resto. ¿Te ha sido útil esta información? 

Yo quedé boquiabierto, tratando de analizar toda la información que recibí en tan poco tiempo. 

—Recomiendo que le tomes una fotografía a los iconos que he dibujado. Te pueden servir como un recurso nemotécnico —concluyó Lisa antes de volver a su escritorio. Le obedecí de inmediato. 

En mi habitación, tras observar la fotografía con los cuatro dibujos una y otra vez, empecé a sacar conclusiones. Ni Luan ni Clyde están enterados de que yo los empujé a ser una pareja, por lo tanto no hay autonomía. El beneficio que he perseguido con todo esto ha sido mío, no de ellos. Y aunque ellos se vean felices, en realidad no lo están; han recibido daño. Sólo falta que al final se haga justicia. Y se hará mañana mismo. 

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