Capítulo I
Linder:
Se que está cerca. El viento me trae el conocido aroma de su piel y el eco de su risa. Solo la escuché reír una vez, pero el musical sonido quedó grabado para siempre en mi memoria. Recorro los pasillos que se hacen interminables. Una tenue luz azulada que parece brotar de las mismas paredes ilumina con dificultad mi camino.
— Linder
La voz suave y apagada, renueva mis fuerzas. Su llamado es cadencioso y no hace sino aumentar mi inquietud. Desesperado, corro de un lado a otro, aunque tengo la sensación de estar dando vueltas en círculos. La certeza de que ella se escapa, me aterra:
— ¡Sorina! ¡Rina!
Grito sin dejar de correr. No puedo perderla, no otra vez. El pasillo se bifurca, y soy tironeado por el camino de la derecha. Lo sigo sin detenerme a pensar. Un par de pasos más adelante, me veo obligado a girar a la izquierda.
La visión que aparece ante mí me detiene tan abruptamente que mis pies resbalan sobre el suelo de mármol. Limito hasta mis respiraciones, no quiero que nada la haga desaparecer.
Sorina me ofrece la espalda. Luce como una aparición fantasmal, su pequeño y delgado cuerpo cubierto por una camisola blanca, el largo cabello rojo le cuelga despeinado por la espalda. La escucho tararear alguna canción.
— ¿Rina?
No responde. Se mece suavemente a un lado y otro al compás de la melodía que tararea. ¿Habré llegado demasiado tarde? ¿Arella y Kurapika habrán acabado con su cordura? El terror me paraliza tan solo con esa suposición. Aun si hubieran quebrado su cordura, yo estaré a su lado, no importa que. Acorto la distancia entre los dos y la envuelvo entre mis brazos, enterrando mi rostro entre sus cabellos. Sentir las líneas de sus curvas, su cuerpo frágil que encaja perfectamente contra el mío, y su aroma natural a rocío, me hacen completo de nuevo. Tiembla en mi abrazo.
— Linder –el llamado es ronco
Tengo ganas de saltar. ¡Me reconoce! Su mano suave palpa mi rostro, y repite el llamado. Me separo y la miro a los ojos, no hay odio, solo dolor:
— Linder –murmura–, ¿por qué? ¿Por qué me mataste?
Con horror de mi parte, compruebo que la camisola está entintada de sangre, lo mismo mis manos, que sostienen la espada que atraviesa su abdomen. En pánico, y con torpeza, retrocedo unos pasos, la hoja afilada abandona el cuerpo de Rina, la sangre borbotea con más fuerza. La mirada de ella busca la mía, se está apagando, pero no hay odio, si una acusadora y dolorida expresión. "Me traicionaste" es lo que parecen decir esos zafiros que tiene por ojos. Intento llegar a ella, extiendo mi mano, luchando por tocar sus vestidos, pedirle perdón, Sorina se aleja más y más, absorbida por la oscuridad.
Mis ojos se abren, devolviéndome a la pesadilla del mundo real. Miro el techo y las paredes de madera vieja. Las ventanas de dos hojas, están completamente cerradas. No hay cortinas, ni adornos de ninguna clase, tan solo una lámpara de aceite, cuya llama titila a punto de apagarse, y algunas espadas colgando de la pared.
El colchón cruje cuando reacomodo mi peso. Una viscosa capa de sudor, empapa la base de mi cuello y mi espalda desnuda. Entierro las puntas de mis codos sobre los muslos, agacho la cabeza, al tiempo que los dedos de mis manos, se entrelazan entre mis cabellos húmedos, guedejas más largas caen sobre mi frente. Cierro los ojos e inspiro con fuerzas un par de veces, mis puños apresan mechones de pelos, el impulso de tirar de ellos con violencia es apremiante, y me rindo a él. Tiro una y otra vez, hasta que el dolor caliente en la cabeza, provoca puntos rojos en mi visión, sin embargo, no hace nada por mermar el desasosiego y la opresión que me consumen. Un nudo espeso y apretado, ocupa mi estómago y mi garganta. Siento mis ojos humedecerse ante el recuerdo de la pesadilla. El cuerpo de Sorina desgarrado, lleno de sangre, miro mis manos, esperando ver las huellas del crimen. Irónicamente, no hay nada anormal en ellas, muestran el tono dorado característico de los faes de verano, mis dedos largos, con callos por las armas, absolutamente impolutas. No parecen las manos de un asesino.
Escucho el chirrido de la puerta al abrirse. Escucho los pasos acercarse a mi.
— Te estás volviendo descuidado –regaña Lexen.
— Sabía que eras tú –contesto–. Eres el único que pisa este lugar por su propia voluntad. Los demás, o me tiene demasiado miedo, o como Kai y mi hermana, me desprecian más allá de todo punto.
La amargura destila en cada una de mis palabras, y no puedo evitar sentirme asqueado de mi mismo. Me levanto de la cama, preso de una ira violenta, pero no enfrento a Lex. Camino hasta la pared más alejada, y me concentro en las simples líneas que surcan la madera, mientras cierro lo puños con tantas fuerzas que mis nudillos se quedan blancos. La verdad sea dicha, no es con Lex, o siquiera Abby o Kai, con quienes estoy enojado, no, la ira va dirigida contra mi mismo. Yo soy el único responsable de toda esta situación.
— Las pesadillas continúan –sentencia mi compañero.
En vista de que tampoco Lex, estaba en el lado bueno de mi hermana ni de Kai últimamente, y que estábamos escondidos con un grupo de renegados faes de invierno, habíamos terminando compartiendo más que un techo. Llevábamos más de un mes escondidos en la laguna de magia, después de los primeros quince días despertándolo con mis gritos y gemidos entre sueños, dejé de intentar mentirle.
Flexiono el cuello hacia atrás con un suspiro cansado, algunos haces de luz se filtran entre las hendijas del techo, y bañan mis ojos cerrados. La imagen de una fantasmal Sorina, con mi espada atravesando su pecho, bailotea en mi mente.
— Han empeorado –confieso al fin
Es cierto. Los sueños me han perseguido, noche tras noche, desde el día en que escapamos. Al comienzo, se limitaban al horario del sueño, y me despertaba entre tres y cuatro veces por noche. Ahora tenía problemas incluso para distinguir el sueño de la realidad, peor aun, me asaltaban a plena luz del día.
— Eso tal vez sea porque necesites dormir un poco más.
No me hace nada de gracia su comentario y le doy una mirada torcida. No luce intimidado, en su lugar, se deja caer pesadamente en la única silla de la habitación, un taburete, que por cierto, cojea un poco.
— Hablo en serio –continúa cansado–. ¿Hace cuántas noches no duermes?
Chasqueo la lengua, incómodo ante su escrutinio, y un tanto avergonzado. No creí que se hubiera dado cuenta. En realidad, tenía un punto. Las pesadillas me habían incomodado tanto que llevaba tres noches sin dormir nada. No quería poner la cabeza sobre la almohada, porque sabía que tan pronto lo hiciera, las imágenes regresarían, el detalle que olvidé fue que el cansancio podía vencerme en cualquier momento, como finalmente sucedió. Entierro las manos en mis cabellos, despeinándome más. Inquieto, comienzo a pasearme en círculos por la estancia. El sentimiento es familiar, la sensación de claustrofobia aumenta, las paredes empiezan a cerrarse sobre mi cabeza, la imagen fantasmal de Sorina aparece por todos lados. Comienzo a sudar frío. En el último segundo antes de perder la calma, paso de lado a Lexen y gano la puerta.
— Saldré un rato –murmuro casi ahogándome con mis propias palabras,
Abandono la cabaña sintiendo los oscuros ojos de Lex, pegados a mi espalda. Afuera me recibe una brisa invernal, y mis pies se entierran sobre un mullido colchón de nieve.
Se trata de una aldea pequeña, a penas una treintena de cabañas, todas con el mismo aspecto, modestas, con paredes de madera y techos de adobe. Pese al clima invernal, varios árboles habían conseguido crecer, mostrando un frondoso follaje, algunos proveían alimentos, y otros servían como combustible. Paradojas de la magia, aunque la aparición de estos raros especimenes se había incrementado luego de la llegada de nosotros aquí, un punto a favor, aunque no demasiado.
En la laguna de magia se había congregado un grupo variopinto de etnias. Todos refugiados de la tierra de invierno, pero había desde faes, que eran los más comunes, hasta pixies, ninfas, banshees, caith sith. La convivencia no era pacífica la mayor parte del tiempo, por lo que pude deducir, en Invierno tenían establecido un sistema de castas, y aun cuando todos eran refugiados, era difícil deshacerse de los estereotipos y prejuicios, peleas por poder y discusiones estúpidas eran bastante frecuentes.
— Mira nada más, el hadita ha salido de su capullo. ¿Vas a desplegar tus alas, mariposita?
La voz es burlona e insinuante, con un pequeño siseo al final. En mi errático caminar me había alejado del borde de la aldea, por esta zona los robles que adornaban el centro de la villa, eran sustituidos por enclenques imitaciones de hielo, y un montón de rocas. Dispersos entre ellas, distingo cinco figuras. Estatura media, pero complexión robusta. El cuerpo cubierto de vellos que alternaban de color entre uno y otros, ojos atigrados, orejas triangulares en la cima de la cabeza y una larga cola oscilaba en la parte trasera de sus cuerpos. Usaban ropas sencillas, aunque todos, sin excepción estaban armados con al menos, dos puñales. Caith Sith. Entre todos los refugiados, estos eran los que finalmente habían obtenido su fama por buscadores de problemas. Felinos al fin, cuando se reunían en tal grupo, solo significaba una cosa, tiempo de caza, por descontado, los faes de verano, éramos los más buscados, y yo me llevaba el premio gordo entre todos.
Chasqueo la lengua, por mucho que me gustaría una buena pelea, no es lo más recomendable en estos momentos. Nuestra estadía aquí, es algo inusual, y bastante débil, por decirlo de alguna forma. Al parecer mi hermana y su líder tienen algunos puntos comunes, entre ellos su preocupación por Sorina, como novedad, yo tampoco estoy en el lado bueno de la líder de estos chicos, así que... Decido pasar por alto el insulto, lo cierto es que yo mismo me llamo por motes peores, les doy la espalda, dispuesto a seguir mi camino.
Percibo una mancha naranja por mi visión periférica. Mi mano derecha se mueve por inercia, desenvainando la espada que pende de mi cinto y frenando justo a tiempo, el puñal de mi atacante, tiene una fuerza bruta inusual, y me veo obligado a retroceder un paso, para contener la violencia de su ataque.
— ¿Demasiado estirado para jugar, mariposita?
Su tono burlón ni siquiera me afecta. Lo estudio. Su pelaje naranja resalta contra el blanco de la nieve, sus ojos felinos, de pupila rasgada, tienen una peculiar tonalidad mercurial. Abre la boca y su lengua rojiza asoma, acariciando dos pares de afilados y pequeños colmillos.
— No me interesas lo suficiente, supongo que es cosa de familia, tu madre y tu hermana fueron bastante sosas anoche –contesto.
Nuestros ojos se encuentran cuando respondo, veo una chispa de enojo. Es cierto, no tengo ganas de jugar. Mejor acabar con esto rápido. Con un movimiento fluido, entrecruzo mi espada con su puñal, ambas armas se entretuercen hasta que la daga sale disparada, y cae a unos metros de nosotros, sin importarme su cara de sorpresa, mis dos manos golpean juntas sobre su pecho, sale disparado un par de metros y cae de sentón sobre la nieve.
Las miradas sorprendidas de sus compañeros pronto se tornan en expresiones de enojo. Supongo que ahí va el plan de evitar la pelea. Los cinco se abalanzan sobre mí con gritos de furia. Puñetazos y patadas vuelan de un lado a otro. Logro deshacerme de la mayoría de sus puñales, mi espada sale volando en algún momento de la batalla. Mi guardia comenzó a ser rota. Un golpe aterriza sobre mi ceja, después otro en mi mejilla. Continúo golpeando, mis nudillos empiezan a arder, líquido tibio humedece mis manos. La nieve se tiñe de sangre. Disfruto el dolor, lo merezco, pone freno a las pesadillas. Otro golpe aterriza en mi estómago, mi visión empieza a llenarse de puntos de colores.
Una explosión blanco brillante, un violento torbellino de nieve estalla en medio de la trifulca, haciéndonos volar por los aires y rompiendo el momento. Medio atontado, medio sorprendido, consigo ponerme de pie, aun sosteniendo mi estómago. Una mujer está en medio de todo. El sencillo túnico de color malva, contrasta fuertemente con sus alas oscuras, y su cabello violáceo. Me da la espalda, pero puedo imaginar la mirada amenazante que le dedica al grupo de Caith Sith.
— ¡¿Qué está mal con ustedes?! –gruñe molesta.
Sus alas se iluminan y emite un pulso de magia en dirección al grupo felino, que gruñen de dolor en respuesta, aunque no parece que puedan atacar.
— ¡Estamos aquí por una misión! –continúa–. ¡Un propósito! ¡Si queremos acaban con Arella, necesitamos a Nolune! Así que me vale un comino sus deseos de pelea o sus estúpidos prejuicios. ¡Me tienen hasta las narices con sus altercados! ¡Si no son capaces de someterse y respetar las reglas, serán expulsados! ¿Está claro?
Liberó el conjuro, y los cinco se alejaron por patas. ¿Qué mierda? Entonces vuelvo a reparar en las alas de su espalda. Barien me había explicado el verdadero problema con las alas de los Oscuros. Por regla natural, los faes tienen mucho más poder mágico que el resto de las criaturas, y que esta chica tenga alas, solo incrementa su potencial. Es normal que les halla dado una paliza a estos chicos. La mujer se da la vuelta para darme una mirada. Sus ojos son violetas también, y entonces me doy cuenta de cómo el túnico se abulta sobre su estómago, evidenciando su embarazo. ¡Mierda! ¡Sé quien es! ¡Maerwen! La líder provisional de este sitio, y la chica a cuyo compañero asesiné. Me da una mirada de soslayo, y luego aprieta los párpados con fuerzas, sus siguientes palabras salen tensas, arrastradas entre los dientes:
— Procura no alejarte de los tuyos, y evita problemas, Beso de Verano. Tiene que pasar mucho tiempo antes de que desaparezcan los más pequeños prejuicios, no hablemos de los grandes.
Vuelve a darme la espalda, y comienza a alejarse. La autodestrucción no llevará a ningún lado. Tengo que comportarme como un hombre, y poner en orden el desastre que yo mismo ocasioné.
— ¡Maerwen, espera!
La mujer se detiene en seco, y la veo apretar los puños. Tomo aire un par de veces antes de decir:
— ¡Lo siento! –se gira para enfrentarme–. Mi hermana, me contó. Perdiste a tu compañero...
— ¡No lo perdí! –me interrumpe con ira– ¡Tú lo mataste!
— Iba a decir que lo perdiste por mi culpa –retomo la palabra–. Nada de lo que pueda decir o hacer, cambiará las cosas, ni siquiera se qué hacer para ayudarte con tu dolor.
La confusión aparece en su mirada, y arquea las cejas mientras me observa. Me sumerjo en los recuerdos de Sorina. Mi mano derecha, parece palpitar.
— Solo quiero que sepas, que, entiendo por lo que estás pasando. Yo también, perdí a mi compañera, y por mi propia estupidez, así que...,
— Elaydan y yo no teníamos el mismo vínculo que Nolune y tú.
Su voz es suave cuando me interrumpe. La miro sorprendido, no esperaba que supiera eso. La ira ha desaparecido de su semblante, en su lugar, hay una triste aceptación.
— Pero eso no quiere decir que no nos amáramos con locura. Sin embargo, tú tienes una ventaja. ¿Qué te dice el vínculo? ¿Merece la pena que organicemos planes de búsqueda?
Por primera vez en mucho tiempo, me permito, voluntariamente, zambullirme en mi mente, buscando el lazo que me une a Sorina. Su presencia está ahí, una pulsátil, y a penas visible presencia. Es todo sentimientos oscuros, soledad. Rina nunca fue muy alegre, pero con las emociones que me llegaban del vínculo, prácticamente no la reconocía.
— Aun vive.
— Entonces aun hay oportunidad de recuperar a Nolune –me dice–, pero tú necesitas probar ante todos, y más, ante ti mismo, que en verdad te mereces ser su compañero. El pasado duele, pero ni siquiera con todos nuestros poderes podremos cambiarlo, así que más vale dejarlo de lado, y rescatar lo que sea que haya quedado de él. Ahora Nolune, es lo más importante.
Dicho esto, desaparece en una nube de polvo blanco, dejándome con la palabra en los labios, con menos ira, pero con mayor angustia. Entiendo buena parte de lo que dijo. Observo mis nudillos quebrados y sangrantes. Tengo que dejar las peleas sin sentido. Sorina es lo más importante. Necesito encauzar toda mi furia en un objetivo. Arella. Pasos apresurados en mi dirección, me desconcentran. Lex viene a toda carrera. Se detiene al ver mi rostro magullado.
— ¿Qué te ha pasado? –inquiere.
— Nada importante ahora –contesto quitándole yerro
Me da una larga mirada sospechosa, pero no dice nada, en su lugar dice:
— Entonces mueve el culo. Barien ha regresado.
Eso obtiene mi completa atención. Barien. El sujeto era poco más que un fantasma, iba y venía de este mundo, aunque casi nunca se dejaba ver por alguien más que mi hermanita. Así que este llamado, solo podía significar noticias importantes.
Sorina:
La habitación gira una y otra vez. Las paredes de hielo y mármol blanco, los altos ventanales de cristal, abiertos de par en par y la imagen del cielo nocturno, con una solitaria luna llena, bailan ante mis ojos. O tal vez, no. No es la habitación la que gira, soy yo. La música no se detiene. Sus acordes son hipnóticos, un constante tiovivo de notas musicales que se enredan en mi cuerpo, obligándome a moverme de un lado a otro. Estoy cansada, mis piernas arden, y mis pies están insensibles, luego de tantas horas, bailando descalza sobre el frío suelo de hielo, sin embargo, no puedo parar, no hasta que la música se detenga. El sudor resbala por mi frente, mis cabellos se interponen en mi visión. Doy otro giro, mi cintura se arquea, mis pies me levantan sobre la punta de mis dedos, vuelvo a girar, en el enorme espejo frente mío las imágenes empiezan a distorsionarse, Abby y su brillante sonrisa, ocupan la imagen, después es Linder. ¡No! ¡Alto! Una violenta ráfaga de dolor arranca desde la punta de mis dedos, hasta lo más profundo de mi cabeza. Escucho el crujido, del hueso al romperse, y caigo al suelo. Mis brazos están tan débiles, y tiemblan tanto, que ni siquiera soy capaz de frenar la caída, mi frente golpea el suelo, la sangre tibia se escurre desde la base de mis cabellos.
La música continúa, y como una marioneta, mi cuerpo trata de ponerse en pie. Tan pronto mi planta se apoya en el suelo, una caliente y desesperante agonía se dispara a través de todo mi cuerpo. Es entonces que noto mis pies, hinchados, y sangrantes, el pulgar del pie derecho está tomando un color azulado y cuelga en un ángulo extraño. La melodía me urge a ponerme en pie, lucho con todas mis fuerzas para resistirme a su hipnótico influjo, como respuesta, violentas arcadas arrancan desde mi estómago, y mi cabeza se vuelve pesada y torpe.
— ¡Por favor! ¡Por favor!
Mi voz sale ronca, entrecortada por el llanto. Soy una vergüenza. La música se detiene de súbito y aunque mi cuerpo siente alivio, el miedo se vuelve más insistente. El frío a mi alrededor comienza a petrificarme, no me atrevo a levantar la mirada del suelo. La fría y afilada mano de Arella toca con suavidad mi hombro. Me estremezco involuntariamente. Su aliento helado en mi mejilla, cuando sus labios hablan a la altura de mi oído:
— ¿Estás dispuesta a hablar, princesa?
Como siempre, su voz enviaba escalofríos a través de mí, se las arreglaba para ser suave y metálica al mismo tiempo. Quién no la conociera, diría que mostraba verdadera compasión, yo sabía mejor que eso. Mantengo la cabeza baja, no la miro, no respondo. Se lo que quiere, quiere saber donde está la soñadora, Kim es una zorra, y me importa un puto bledo, pero según mis últimos recuerdos, Abby no debe haber permanecido en tierra de Verano, y el siguiente mejor lugar para esconderse era la laguna de magia, no había manera en que fuera a traicionarla. La mano de la reina se mueve hasta agarrar mi mentón, me obliga a enfrentar esos fríos ojos carentes de color.
— ¿Dónde está la soñadora?
Enfrento mis ojos con los suyos, el miedo florece con fuerzas, y siento los temblores que sacuden mi cuerpo, aun así me las arreglo para lanzarle un escupitajo al rostro. La ira brilla en el fondo de sus orbes blanquecinos, espero que sea suficiente como para que me extinga. En su lugar, sus uñas se entierran con violencia en mis mejillas, hasta que sacan sangre.
— Mocosuela imprudente –sisea, entonces me sonríe–. Está bien..., hay otras maneras de jugar.
Se sacude de mi y caigo al suelo, me da la espalda y abandona la gran sala, dejando todo a oscuras a su espalda.
Mis pies duelen tanto, están agrietados y sangran por todas partes. Mis pantorrillas arden y todos mis músculos tiemblan. ¿Por qué no me extinguió de una vez? Una hendija de luz ilumina brevemente el lugar a través de la puerta abierta, se apaga igual de rápido. Pasos en mi dirección.
— Buenas noches, amor.
¡Esa voz! Los temblores y mi respiración entrecortada no tienen nada que ver con el cansancio. ¡No! ¡No! Arrastrándome sobre el suelo, consigo ponerme en pie, sin embargo, mi retirada es cortada por la pared de hielo a mi espalda. Gruesas manos de hombre sujetan mis brazos con brusquedad, incrustándome con más fuerza contra los fríos bloques. Los ojos violetas de Kurapika relucen en la oscuridad, inmediatamente su nariz va a parar a mi cuello, toma mechones de mis cabellos y los olisquea, al mismo tiempo que junta peligrosamente nuestras caderas.
— Eres una chiquilla malvada –canturrea–, has enojado a la reina.
Una de sus manos se pasea peligrosamente cerca de mis pechos, y juguetea tironeando la cinta que mantiene cerrada mi blusa. Mantengo la mirada baja, y procuro aislarme lo más posible. Los temblores de mi cuerpo aumentan. La soledad y las tinieblas del salón son el escenario perfecto. Su lengua húmeda recorre la curva de mi cuello, las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas.
— ¿Qué? ¿Ya no te gusta pelear?
Suena decepcionado. Lo más probable, es que si lo esté. Kurapika es esta clase de psicópata. Ya he perdido la cuenta de los días que llevo aquí, de las veces que este tipo me convirtió en su muñeca. El ópalo brilla en mi muñeca. Ya aprendí que es inútil luchar, los golpes, los gritos, mi llanto, no hacen sino alegrarlo más. Kurapika disfruta mi desesperación, lo mejor que puedo hacer, es simplemente dejarlo tomar lo que quiere, así se marchará más rápido. Usualmente funciona, por lo visto, hoy no es una de esas ocasiones. Sus manos son más lentas, se toman más libertades, van con mayor cautela. No es agradable ni dulce, se siente como gusanos deslizándose sobre mi piel. Primero mis senos, mi cuello, mi cintura, bajan a mis caderas, se cuelan entre la ropa interior. Los escalofríos que sacuden mi cuerpo y el asco es demasiado. Rompo en un gemido, mis manos van directas a su pecho, ejerciendo presión para alejarlo. Al final no lo soporto por más tiempo y termino quebrándome.
— ¡Por favor, por favor, no!
Kurapika empieza a reír entonces. Sus manos suben a mi cuello y me obligan a mirarlo.
— ¡Al fin! Pensé que estaba perdiendo mi toque.
Sus labios son bruscos cuando capturan los míos, cuando se separa, una de sus manos tuerce con violencia uno de mis pechos, el dolor es instantáneo y me arranca un gemido, entonces murmura:
— Lamentablemente, su majestad te quiere en otro lugar ahora. Descuida, retomaremos nuestros asuntos más tarde.
Abby:
Barien no habló mucho, no, quizá lo correcto sería decir que no endulzó las noticias. Todo era un caos, la guerra entre Invierno y Verano había adquirido proporciones monumentales, varias ciudades habían sido arrasadas, los muertos superaban las centenas, y el mundo humano estaba siendo afectado por los desbalances de magia, sin embargo nada de eso era lo importante. Lo que realmente nos interesaba eran las noticias sobre las fuerzas de la reina Arella. Sabíamos que no se arriesgaría a mantener a Rina lejos de ella, lo que decía que debía estar en el Palacio de Hielo, solo necesitábamos números.
— Arella tiene desplegado casi todo su ejército –dice Barien–. En estos momentos, la guarnición del palacio no sobrepasa los cincuenta hombres, sin embargo, Arella no se aleja nunca de allí, eso solo implica que las guardas mágicas habrán aumentado.
— ¿Más magia y menos fuerza bruta? –cuestiona Kai–. No es mi favorita, pero el escenario podría estar peor.
— Yo puedo ocuparme de la magia –interrumpe Linder.
No le dedico una segunda mirada. Esto no es nada. Estamos en este atolladero por su culpa, más le vale arreglarlo. Barien nota la tensión en la sala y carraspea molesto, antes de continuar.
— Lo se, aun así hay que ser cuidadosos. Todos los pasajes estarán vigilados, y la menor alteración en el flujo de magia, nos delataría.
— Dentro de tres días será el equinoccio de primavera –interrumpe Lexen–, la magia de la naturaleza estará en su punto álgido, los portales se abrirán de forma natural durante el ocaso, podremos pasar sin ser detectados.
— Citaré a mis mejores soldados –salta Maerwen.
— ¡No!
Todos los presentes observan a Lexen. Mi hermano nos devuelve la mirada antes de responder:
— Descontando el hecho de que no sabemos si se comportarán o no, como bien dijo Kai, es más de magia que de fuerza bruta. La brigada debe ser lo más pequeña posible, para que podamos entrar y salir en el mayor sigilo.
Aun cuando me habría encantado rebatirlo, encontré su lógica. Analizamos los planos que Barien había conseguido, puntualizamos varios detalles y formamos la brigada de asalto. Finalmente, la conversación derivó a otros derroteros, hasta que Barien cortó la conversación decidiendo marcharse, por la expresión de mi hermano, puedo decir que estaba encantado, lo cierto es que esos dos parecían esquivarse como el aceite y el agua. Uno a uno, todos fueron marchándose de la cabaña, Lex se acerca y trata de hablarme, pero lo evito con un gesto de la cabeza, se marcha cabizbajo. Solo Linder quedó conmigo.
— ¿Qué no sabes dónde está la salida? ¿Tengo que ayudarte?
Sus ojos verdes buscan los míos, me niego a reconocer las emociones que cruzan por ellos. Su nuez de Adán sube y baja:
— Lo siento, hermana. Me equivoqué contigo y con Rina, y es mi culpa todo lo que está pasando.
Dejo escapar una risa burlona:
— El príncipe de Verano, tragándose su orgullo. Debería congelar este momento, oh no, espera, quien podía congelar las cosas es Rina, pero está en manos de un sádico por tu causa. ¿Cierto?
Sus nudillos se ponen blancos a causa de la presión, cierra los ojos con fuerzas, cuando los vuelve a abrir, hay algo completamente nuevo en ellos.
— Hermana, estás castigando a Lexen, cuando solo se preocupó por tu bienestar. Entiendo que te enojes conmigo, pero no con Lex. Abby, tienes a tu compañero. No lo pierdas, aprovecha tu tiempo con él. No cometas mis errores, nunca sabes cuando será demasiado tarde.
Hay tanta angustia en sus palabras, no puedo olvidar el vínculo que lo ata a Sorina, ni las habilidades que vienen con él. Me acerco unos pasos hasta que estrecho su brazo.
— Linder, Rina, ¿acaso ella...?
Niega repetidamente con la cabeza.
— Todavía vive
Suspiro aliviada, y le sonrío. Entiendo, Rina está sufriendo, y ahora, sin la máscara del odio y el resentimiento, Linder siente todas las desgracias de la chica, como responsabilidad suya. Se ve como un hombre que le falló a su mujer.
— Está bien hermano –comienzo yo–, vamos a rescatarla y...
— Abby, siento su vida, pero no se si en realidad vive.
Nuestras miradas se encuentran. Supuestamente, el vínculo le permite sentir a su compañera, pero a juzgar por la mirada de él, es capaz de sentir más, mucho más. Mi enojo se esfuma en un segundo, lo envuelvo en un abrazo.
— Linder, Sorina es fuerte. Sea lo que sea, va a superarlo. Lo hará porque vamos a rescatarla, y luego te tendrá a su lado. Ella no va a ser derrotada. No así. No por Arella, no por Kurapika.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro