Capítulo 7
Linder:
Levanto mi espada en el momento preciso, frenando el ataque del afilado cuchillo que empuña Sorina. Las sombras y los sluaghs me asaltan entonces. Su ataque es molesto, chillan en mis oídos y siento sus presencias vacías y oscuras, infectar mi alma, tomado desprevenido, la mano con que sostengo la espada se tambalea mientras retrocedo, Sorina chilla entonces y redobla su ataque, el cuchillo sobrepasa mi guarda, me muevo a tiempo para evitar que me saque un ojo, pero no lo bastante rápido como para impedir que el filo corte la piel sobre mis mejillas. Retrocedo un salto, su mirada vacía no me deja.
— Rina –levanto mi espada, pero no quiero atacarla, quiero que reaccione–. Rina escúchame, vinimos a salvarte. Vinimos a por ti.
Me mira y sonríe, una sonrisa vacía, la presencia de las sombras y los sluaghs la envuelven aun más, cubriéndola como un capullo oscuro de tinieblas, su voz se vuelve más dura, cavernosa, como salida de ultratumba. Sus pasos se detienen por breves segundos, entonces se ríe, antes de añadir:
— Yo estoy bien aquí, príncipe. Todos lo estamos, y tú mismo te darás cuenta muy pronto que aquí tenemos todo lo que necesitamos. No tenemos que hacer nada.
Vuelve a atacarme, esquivo la punta del cuchillo con cierta dificultad.
— ¡Maldita sea, Rina! Lamento lo que te hice pasar, pero no puedes quedarte aquí, lucha. Contra lo que sea que te hayan echo. Lucha. Vuelve conmigo.
Es cierto. Es mi culpa que ella esté así. Con solo ver las marcas de su cuerpo, me es fácil imaginar las cosas que le hicieron Arella y ese bastardo enfermo al que llamaron su prometido, sin embargo lo que más me duele, son las dos franjas cicatriciales que tiene en ambas muñecas, son las marcas de las esposas de hierro con que fue atada mientras estuvo en mi tierra. Las marcas que yo mismo profundicé cuando la torturé en medio de mi estupidez. Intercambiamos un par de estocadas, sus movimientos son bruscos y descoordinados, aun así, no parece cansarse, contrario a mi, que cada vez me pesa más levantar la espada y frenar sus ataques. Esto no está bien, no debería pasar, estoy más entrenado que ella, y en mejor condición física, sin embargo y para consternación mía, todo lo que consigo hacer es ceder terreno, más y más. El cuchillo me corta en un brazo, después en un costado. Mis movimientos son más lentos y más torpes. ¿Qué está pasando?
— Estaremos juntos, príncipe –susurra con voz demencial–. Deja de resistirte, si hasta Abby te extrañaría. ¿No es verdad, Abs?
Sus palabras me desconciertan, sigo el curso de su mirada extraviada tan solo para encontrar el cuerpo de mi hermana, tirado en el suelo en una posición rígida, los miembros doblados en ángulos imposibles, el rostro lleno de cortadas, sangre manaba de su cara, de su pecho, estaba muy pálida, contrastando fuertemente contra el rojo del charco de sangre que rodeaba su cuerpo. Ya no respiraba, y sus ojos tenían la fijeza de la muerte. Otros cuerpos los cercaban, uno a uno, reconocí los cadáveres de todos mis amigos, Lex, Kai, incluso el de Nael, el Cait Sith. Pasé saliva con dificultad y retorné mi mirada a Rina, la chica jugueteaba con el filo del cuchillo.
— Lo vez príncipe, ella está feliz, conmigo.
La miro de vuelta, frunciendo el ceño. Estudiándola con fijeza. Puedo no conocer a Rina de la misma manera que lo hace mi hermana, puedo haberle fallado y darle todos los motivos del mundo para odiarme, pero hay algo que sí se, Sorina nunca lastimaría a Abby. No importa que tanto la hubieran torturado, ni que tanto hubieran quebrado su mente, Rina nunca tocaría un cabello de mi hermana. Cuando este conocimiento se abre paso, soy capaz de mirar a la criatura que tengo en frente, y ver a través de ella. Justo entonces, siento el filo del cuchillo cortar mi carne, cuando atraviesa mis costados.
— Estaremos juntos, amor –me dice con una sonrisa
— No –respondo cortante–. Yo estaré con Sorina, tú vas a desaparecer.
Levanto mi espada y le corto la cabeza de un solo mandoble. La tierra tiembla bajo mis pies, el cuerpo de lo que antes confundí con Sorina, se deshace en una nube de humo, mientras el chillido de los sluaghs y las sombras se vuelve casi insoportable. Una de las paredes del laberinto se abre frente mío y veo un túnel de luz. Me olvido de todos los prejuicios humanos acerca de la luz al final del túnel y camino por él. La intensa claridad me ciega por unos preciosos segundos, cuando logro ajustar mi visión, distingo altos muros de hielo, llenos de tela de araña, marcas de humedad, y varias goteras. De algún lugar me llega el eco de pisadas. Si tuviera que adivinar, diría que es algún pasadizo secreto.
— Lo lograste –susurra una voz conocida.
Abby se recuesta con trabajo a una de las columnas. Está pálida, con el rostro tenso, tiene los ojos hundidos, y tiembla de forma casi imperceptible. Junto a ella Lexen la sostiene con un brazo entorno a su cintura, mi amigo luce tan desmejorado como mi hermana, y no deja de mirarla como si fuera a esfumarse entre sus brazos de un segundo a otro. El muro nos ha pasado factura a todos, Nael esquiva nuestra mirada, y Kai luce como si quisiera enterrarse vivo.
— Tenemos que seguir –advierto aunque no estoy seguro de que mis piernas me sostengan.
Miro la palma de mi mano, tal como predijera Barien, el dibujo que hiciera Kimberly ha cobrado vida, y ahora actúa como una guía. Mientras lo sigo, las imágenes de mis pesadillas vuelven para atormentarme, cada que cruzo una esquina, me parece que voy a encontrarme a una Sorina fantasmal que ha perdido el juicio, o su cuerpo sin vida. Miro una y otra vez, el sello de la Corte de Invierno, en mi palma, ese que proclama mi vínculo con ella, me reconforta y preocupa al mismo tiempo, todavía está ahí, aunque es cada vez más débil. El dibujo de Kimberly parpadea cada vez con más fuerzas, entonces Abby se detiene en seco.
— Hasta ahora nos hemos movido por los pasadizos secretos –murmura ella–, ahora tendremos que salir al interior del castillo, si mis cálculos son correctos, estaremos en el pasillo que lleva al ala de las habitaciones de la princesa. Tendremos que movernos con cuidado, no queremos ser descubiertos.
Apagamos las farolas que llevamos en mano, mi hermana tantea la pared, hasta que escuchamos un suave clic, el muro se desliza y estamos en un pasillo abovedado, de elegantes columnas torneadas de marfil, plata y hielo. Los estandartes de seda violeta y adornos plateados cuelgan por todos los lugares, así como las delicadas farolas de luz azulada. Apresuramos nuestros pasos para escapar del pasillo común, las enormes puertas blancas que franquean el pasadizo a las habitaciones privadas de la princesa permanecen cerradas, dos guardias apostados frente a ellas. Mi primer instinto es lanzarme a por ellos, pero Abby pone una mano sobre mi hombro y hace un mudo gesto de negación. Nael y Lexen se lanzan en un asalto de lleno, mientras los guardias se ven sorprendidos por ellos, Kai, Abby y yo nos las arreglamos para atravesar la puerta. Entonces, un ejército de sombras aparece presto a rodearnos. Lay desprende su poder en oleadas, su luz dorada repele a las sombras que se concentran a su alrededor, rodeándola, intentando atacarla.
— ¡Ve a por Rina! –me grita–. ¡Sácala de aquí!
Me debato, quiero ir a por Sorina, no podría dejarla aquí, pero también amo a Abby, y no podría perdonarme que le sucediera nada, es mi hermana pequeña, y ya le fallé una vez. Soy salvado del dilema por Kai, sus ojos castaños encuentran los míos, su mano se apoya en mi hombro con gesto afable:
— Ve a por Rina. Yo ayudaré a Lay.
Corro todo lo rápido que me dan mis piernas. Con semejante trifulca, es cuestión de segundos que aparezcan Arella y sus soldados. Segundos después me detengo frente a unas puertas de hojas dobles, las filigranas talladas con precisión dibujando el sello del Beso del Invierno, y la comezón en mi palma, me dicen que he llegado, empujo las hojas de madera que se deslizan sin dificultad con un pequeño crujido. La habitación está en silencio y a oscuras, envío una orden sencilla y una ardiente llama dorada cobra vida en mi mano derecha, el lugar es bañado por la luz solar. No tengo tiempo para fijarme en detalles del aposento, solo veo las sábanas rasgadas y manchadas de sangre, y el cuerpo frágil que yace encorvado a los pies de la cama. Salvo la distancia que nos separa, me arrodillo a su lado, la envuelvo en mis brazos, enderezándola lo más posible. Está tan pequeñita, tan delgada y frágil que apenas la reconozco. Su rostro es una colección de moretones y heridas sangrantes. Lo único que evita que pierda la razón, es el distinguir el casi imperceptible movimiento de su pecho, que me indica que todavía respira.
— Sorina, amor..., estoy aquí. Estamos aquí, Vinimos a por ti.
La aprieto contra mi pecho y pruebo a sacudirla un poco, con mis labios trazo la línea de su sien, sus mejillas, y sus labios. Se siente tan fría, intento que entre en calor. Siento el ligero estremecimiento, y el suave aleteo de sus pestañas que acarician mis mejillas. Me aparto a mirarla. Sus ojos azules se abren a medias, una mirada de completa extrañeza:
— ¿Linder? –tiene la voz tan ronca y débil–. ¿Estoy soñando?
La estrecho con más fuerzas. Que sienta mi calor, los latidos de mi corazón. Que sepa que es real, que ya está a salvo, porque nunca más dejaré que alguien le ponga un dedo encima.
— No Rina. No es un sueño. Ya estás a salvo.
Me da una pequeña sonrisa, y vuelve a quedarse dormida. Lo demás es como un sueño. Abby, Kai, Lexen y Nael llegan a donde estamos, heridos y medio muertos, pero con la fuerza suficiente. Se toman de las manos y nos rodean en un círculo. Los escucho murmurar el conjuro transportador, la magia pulsa en el aire. La puerta se abre con violencia, Arella y Kurapika la atraviesan desprendiendo su poder en oleadas y escupiendo amenazas, sin embargo es demasiado tarde, desaparecemos en una ráfaga.
Por momentos, además del vacío, solo soy capaz de sentir el peso de Sorina entre mis brazos, entonces siento como me materializo, ruedo sobre el pasto húmedo, las ramas y las rocas hieren mi piel, pero aun así, me niego a soltar el cuerpo de Rina. Cuando termina la turbulencia, abro los ojos, la veo, su semblante herido, pero apacible, mantiene los ojos cerrados, aunque su respiración pausada me dice que duerme, justo sobre mi pecho. Le aparto algunos mechones de cabellos rojos que le caen sobre el rostro, a la luz del día, las huellas de maltratos y torturas son aun peores, el vacío en mi estómago crece.
— Lo logramos –escucho decir a Abby.
Barien, Lyn e incluso Kimberly y los otros Caith Sith nos miran sorprendidos. Me permito saborear la victoria. Escapamos. Despliego mis alas y me las arreglo para elevarme sin soltar el cuerpo de Sorina.
— Arella no se quedará quieta –advierte Barien–. Tendrán que esconderse.
Entonces me enseña dos sencillas tiras de cuero de las que cuelgan idénticos cristales azulinos. Unas piezas delgadas de apenas cinco centímetros de longitud.
— Están encantados –murmura–. Uno para ti y otro para Sorina. Ocultarán sus poderes. Eso si estás dispuesto a escapar con ella.
La aprieto más contra mí.
— No pienso dejarla ir nunca más.
Acepto los cristales y lo que viene con ello. A pesar de cuanto quiero a mi hermana y a mis amigos, se que tengo que dejarlo. Sorina y yo estaremos a partir de ahora en la mira de la reina de Invierno. No puedo mezclarlos en esto, y ellos lo saben, además, dos escaparían más fácil que diez. Nos abrazamos y sabemos que esta será la última despedida. Entonces salto al Intermundos llevando a Sorina conmigo.
La lluvia cae a cántaros y veo las gotas deslizarse por el cristal de la ventana. Fuera, las plantas adquieren un verde esmeralda que me retorna a mis primeros días en la corte de Verano. Cuando llueve la tierra renace, y la explosión de vida sacude mi magia, a veces es una verdadera tortura resistir el impulso de usar mi poder. Mentiría si dijera que no lo extraño.
Las manos de Sorina se deslizan por mis hombros y se anudan entorno a mi cuello. Su aliento fresco juguetea en mis mejillas antes de que sus labios suaves acariciaran mi piel.
— ¿Qué tanto piensas? –inquiere con suavidad
Dejo de mirar la lluvia para contemplar a mi esposa. Mi esposa, mi compañera, mi novia, mi amante, mi mejor amiga. En su forma humana sus cabellos negros cuelgan como cortinas sobre mi cuerpo, al instante me lleno de recuerdos de cómo se sienten contra mi piel, cuando, luego de hacer el amor, descansamos con nuestros cuerpos desnudos, ella reposando sobre mi pecho, sus manos jugueteando por mi cuerpo.
Han pasado años desde aquel día que escapamos de Arella, décadas probablemente. No estoy seguro, nunca más he vuelto a medir el tiempo, solo aprecio el poder compartirlo con Sorina, tener su risa, sus accesos de buen y mal humor, sus consejos, sus opiniones, incluso sus primeros y todavía algunos desastrosos intentos en la cocina. Sobre todo, aprecio el tener su cuerpo desnudo contra el mío cada vez que llega la noche. Mirando sus ojos azules, limpios del terror, el dolor y la reserva que antaño vi en ellos, se que esto es lo correcto. Lo que siempre debió ser. Si fui nombrado el Beso de Verano fue para esto, para cuidar de mi mujer.
— ¿Extrañas tú magia? –pregunta– ¿Tú familia?
Uno mis labios con los suyos, tirando de su labio inferior.
— Tengo toda la magia que necesito justo aquí –respondo–, y también mi familia.
Me sonríe con diversión y se muerde el labio inferior como si quisiera decir algo. Como para probar mis palabras, una cabellera negra entra a toda carrera desde la cocina.
— Papi, quiero jugar en el parque.
Mi hija. Mía y de Sorina. Todavía recuerdo el día en que Rina me confesó que estaba embarazada. El miedo absoluto, nunca antes habíamos escuchado de un bebé mixto, ni siquiera sabíamos que era posible, o que el bebé no fuera afectado por la dualidad de magia. Sin embargo, cuando el tiempo se cumplió, y pese a nuestros temores, nos encontramos con una diminuta y regordeta bebé, con un divertido mechoncito de cabello negro y un par de increíbles ojos verdes. Era nuestra princesa, nuestra vida y alegría.
— Está lloviendo, amor –responde Sorina–. No podremos salir ahora.
— Pero a mi me gusta jugar en la lluvia –protesta con un puchero.
No puedo evitarlo y quiebro en una media sonrisa divertida. Hasta ahora nos hemos ocultado como simples humanos, y ni siquiera nuestra hija tiene la menor idea de su herencia mágica, es muy pequeña para comprender los riesgos que conlleva, así que desde que nació la mantenemos siempre con alguna joyería que lleve ópalo, quizá es un poco egoísta de nuestra parte, pero queremos que disfrute como una niña normal, aunque a pesar de eso, hay algunas cosas que no podemos evitar, como su afinidad natural con los animales, o el feroz deseo de jugar en la nieve o bajo la lluvia, un deseo que incluso supera al de los demás niños. Nuestra hija es una fae, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo, cuando llegue el tiempo ya sabrá, pero por ahora, será una niña como cualquier otra.
Es tan ligera como una pluma, así que la levanto en peso y la acomodo en mi regazo. Aunque tiene mis ojos, y mi gusto por la lluvia y las plantas, también hay mucho de Sorina en ella, sus cabellos, tienen la misma naricita, también la boca y el mentón son de ella, aunque bien mirada, sus sienes y su frente, y algo en la forma de los ojos, me recuerda a mi hermana, Abby.
— Está bien, princesa –propongo yo–, que tal si vas a tomar un refresco, duermes la siesta y cuando te levantes vamos a jugar al parque.
— ¿Lo prometes? –inquiere esperanzada
— Incluso bajo la lluvia –digo
Veo el ceño fruncido de Rina, pero se que no dirá nada. Me premia con un beso en la mejilla, le da otro a su madre y va directa a la nevera. Rina y yo aguantamos la respiración cuando la vemos abrir la nevera y beber la soda sin quejarse. Nuestra hija es mucho más que increíble, por alguna razón y a pesar de, o quizá precisamente por ser hija de los dos linajes faes más poderosos, es inmune al hierro y a los efectos de las bebidas gaseosas, de no ser por sus peculiaridades, cualquiera diría que es otra humana más.
— La consientes mucho –protesta Rina cuando la ve subir las escaleras
— Como si tú no hicieras lo mismo –me defiendo
La miro con atención, sonríe divertida, aunque puedo ver una pequeña sombra en el fondo de sus orbes azules. Enrosco mis brazos en su cintura y tiro de ella, hasta sentarla sobre mis rodillas, ahoga un jadeo, y una pequeña risita, entonces la obligo a mirarme:
— ¿Qué pasa? –le aparto el acostumbrado mechón rebelde y clavo mis ojos en los suyos–. ¿Qué te preocupa?
Se muerde el labio inferior, y mi atención se desvía completamente, llena de pensamientos inapropiados, la beso, tirando de su labio con mis dientes, jadea contra mis labios y las llamas encienden mi cuerpo, el beso deja de ser inocente y divertido, mis manos se pierden bajo su falda, recorriendo la longitud de sus piernas y la suave piel de sus muslos. Un rayo de cordura atraviesa la niebla que embota mi cerebro, me separo un poco, ver sus mejillas enrojecidas, sus labios hinchados, y sus ojos brillantes pidiendo por más casi me hacen perder mi precario control:
— ¿Qué te preocupa? –repito.
Sus manos, que estaban enterradas en mis pantalones suben hasta mi cuello y se aferran allí, cierra los ojos y pega su frente a la mía, la escucho respirar agitada, cuando vuelve a mirarme hay un nuevo brillo en ese par de zafiros que tiene por ojos.
— Estoy embarazada, de nuevo –confiesa y su sonrojo aumenta.
Me río. Como un loco, preso de una absoluta felicidad. Me levanto de un salto y ella se aferra a mí, sus manos en torno a mi cuello, sus piernas rodeando mi cintura.
— Esto hay que celebrarlo, esposa mía –digo
Mis labios atacan su cuello y ella me responde con la misma pasión y la misma entrega. Nos las arreglamos para mantener la ropa en su sitio mientras subimos las escaleras, nuestra hija debe estar dormida, pero no podemos olvidarnos de ella, cuando cerramos las puertas de nuestra habitación, las cosas se vuelven febriles nos besamos, nos acariciamos, paso mi tiempo deleitándome con su abdomen todavía plano, fantaseando con verlo abultado nuevamente, con ver a nuestro nuevo hijo, ella acaricia mis cabellos, mis hombros, sus besos son suaves y fugaces, como caricias del ala de una mariposa.
Despierto con un sobresalto. La habitación está a oscuras, una poderosa inquietud hace peso en mi mente. Tanteo la cama, las sábanas revueltas, y frías. Hace tiempo que Rina no está aquí. Me levanto, tomo el calzón regado en el suelo y me lo coloco antes de salir del cuarto.
— Sorina...
El pasillo está completamente a oscuras, distingo una pequeña luz proveniente de la habitación de mi hija. Seguro que ha tenido una pesadilla y Sorina ha ido a consolarla. Camino hasta allí. Es así desde siempre, Rina tiene un vínculo especial con nuestra niña, puede sentir incluso cuando se lastima una uña. El molesto presentimiento se hace cada vez más insistente. Abro la puerta del cuarto de mi hija y entro. La puerta se cierra con violencia a mi espalda, un flujo de magia me empotra contra una pared, impidiéndome cualquier movimiento.
— ¡Línder!
El grito desesperado de Sorina disipa el atontamiento provocado por el ataque, sacudo la cabeza y es entonces que noto el panorama.
— ¡Papi!
Arella, Kurapika y otra docena de faes oscuros han asaltado mi casa. Sorina escuda a nuestra hija con su cuerpo, mientras enfrenta a su madre. Los despiadados ojos de la reina de Invierno se posan en su hija y en su nieta, se el momento en que repara en los ojos de mi hija, verdes, como los míos, se voltea a mirarme, y se que reconoce quien soy a pesar mi disfraz humano, vuelve a mirar a la niña, y entonces su mirada salta entre Sorina y yo. Es fácil ver el conocimiento en su rostro que se frunce con desagrado.
— ¿Tanto te has atrevido a mancillar tu linaje? ¿Te atreviste a concebir y dar a luz semejante abominación?
— ¡No toques a mi hija, madre! –suplica Rina–. ¡Déjala fuera de esto! ¡Haré lo que quieras!
Trato en vano de deshacerme del conjuro que me inmoviliza contra la pared, sin embargo, no consigo ni siquiera despegar la cabeza de la pared.
— ¡Rina, márchate! ¡Ahora! ¡No puedes pelear!
No sin exponerse, a ella, y a nuestro hijo no nacido. A pesar de mis gritos se que es inútil. No podrá escapar, no con nuestra hija. La desesperación crece a pasos agigantados. La fría mirada de Arella estudia a Sorina, hasta que finalmente se detiene sobre su estómago plano, instintivamente la mano de Rina, se interpone, cubriendo su abdomen. La expresión de la reina se oscurece aun más.
— No una, sino dos veces. Pagarás por ello.
Grito con furia, fuerzo mi magia, pero es inútil, estoy completamente pegado a la pared. Con impotencia y horror, veo como Kurapika agarra a Sorina, inmovilizándola, mientras Arella clava sus uñas en el cuello de mi hija. Lo que sigue después, se que se quedará para siempre gravado en mi memoria. La reina de invierno levanta el cuerpecito de mi hija y la acerca a ella, sus ojos se blanquean aun más de ser posible y abre los labios en una mueca grotesca. La niña empieza a gritar, pero su llanto es silenciado, a pesar de su expresión de horror. La reina se está alimentando de ella, mis intentos de lucha se vuelven frenéticos, pero siguen tan infructuosos como siempre. Los cabellos negros de mi hija se vuelven blancos, sus ojos verdes se apagan, el color abandona sus mejillas, y su piel se arruga como pasa, cuando Arella la suelta, lo que cae al suelo, es poco más que un arrugado manojo de huesos, piel y cabellos, completamente inerte. Sorina ha caído al suelo, sus alaridos desgarradores y las lágrimas que corren en abundancia por su rostro no hacen más que añadir a la sangrante herida que se ha vuelto mi corazón. Por primera vez en mi vida, siento las lágrimas mojar mis mejillas, quiero soltarme de mi prisión, tomar a mi hijita en brazos, quiero dar mi vida por la suya. Sigo tan prisionero como antes. Arella se gira entonces a Sorina a quien ya ni siquiera Kurapika tiene que contener, mi mujer ha perdido toda voluntad de lucha, no es más que un amasijo de llanto. Sus gritos me ensordecen, y apagan los míos.
— Nunca debiste desobedecerme –sentencia la reina–. Semejante abominación no puede existir, y tú pagarás el precio por ello.
Ya no tengo fuerzas ni siquiera para gritarle que huya, que escape. Todo lo que puedo mirar es el cuerpo sin vida de mi hija. Lucho como un poseso contra el conjuro que me ata. Igual que sujetó a la niña, Arella clava sus uñas en el cuello de Rina y la levanta en peso, su mano libre se posa sobre el estómago de Sorina, murmura un conjuro, y una gruesa y afilada estaca de hielo atraviesa el cuerpo de Rina, que ni siquiera grita, toda su reacción se resume en un ahogado jadeo antes de darme una última y triste mirada y cerrar los ojos para siempre. Mis gritos son desesperados, y siento que me ahogo en mi propio llanto, la Reina de Invierno elimina mis restricciones y caigo de rodillas al suelo.
— Debiste dejarla conmigo, príncipe –declara con voz fría–. Este es el precio que se paga por romper el orden natural de las cosas. Ni siquiera tengo que matarte. Prefiero dejarte vivir con el conocimiento de que tú eres el causante de su muerte.
— Adiós, principito –murmura Kurapika con una sonrisita.
Desaparecen en una ventisca, dejándome en medio de la destrozada habitación, en medio de los cuerpos sin vidas de mi mujer y mi hija. Tienen razón, si hay algún culpable en todo esto, soy yo. Soy yo quien no merece la vida. Beso la arrugada frente de mi hijita, los fríos labios de Sorina, me desprendo del collar que oculta mi poder, clamo por mi magia, al instante, siento el peso familiar de mi espada en mi mano derecha. Contemplo mi reflejo en ella, otra vez soy fae, otra vez tengo magia, destinado a vivir una eternidad en soledad, sin familia, y con el recuerdo de su asesinato, todo por mi culpa. No lo haré. Iré a reunirme con ellas. Princesa, Rina. Esperen por mí. Voy a terminar con esto, ahora. Enfilo la punta de mi espada a mi garganta.
Xxxx
Bueno chicas y chicos, hasta aquí el capi de la semana. Las quiero un montón, gracias a todas(os) por leer, y gracias a las nuevas comentaristas. De verdad que son un sol e inspiran a cualquiera. No olviden dejar sus impresiones, y si les gusta, pues otorgar su estrellita. Besotes.
PD: ¿Qué creen de este capi? Como siempre, se admiten apuestas y teorías.
Un abrazo enorme. Lennalía
2022254#O
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