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Capítulo 5

Sorina:

Débiles haces de luz irritaban a través de mis ojos cerrados. De apoco, mis sentidos fueron despertando a la vida. El olor a tierra húmeda, madera en descomposición y flores tropicales llenó mis fosas nasales. Un suave colchón de paja y hojarasca acunaba mi cuerpo, después vinieron los sonidos. Aquí y allí, insectos que caminaban bajo el subsuelo, algún que otra ave que sobrevolaba mi cabeza. Finalmente, sentí un toque ligero sobre la punta de mi nariz. Parpadeé confundida. Una mancha azul ocupaba mi visión. Me senté con brusquedad, parte asustada, parte sorprendida. La mota azulada se alejó un poco, y entonces noté que era una mariposa. Curiosamente, el insecto no intentó alejarse más, lo observé fascinada. La crisálida alcanzaba fácilmente el tamaño de mi palma abierta, con un cuerpo delgado, de color ámbar, las alas, elegantes y amplias, mostraban un bonito color azul media noche, salpicadas de motas malvas. El insecto revoloteó un poco demasiado cerca de mi rostro, y a pesar de mis intentos por alejarla, solo conseguí alborotarme el cabello y caer de espaldas al suelo.

Una risa melodiosa interrumpió la quietud de aquel lugar, la mariposa se alejó un poco de mi rostro, aunque no demasiado.

— Le agradas. Eso es nuevo.

Era una vocecita un tanto chillona, aunque clara como el cristal y con la cadencia de unas campanillas de plata. Inquieta recorrí el lugar con la mirada, buscando a mi público.

Un espeso bosque me rodeaba. Árboles de todo tipo, pinos, sauces, robles, abetos. La luz del sol brillaba por entre el follaje, sin embargo, las verdes copas de los árboles estaban espolvoreadas con el blanco polvo de nieve, Este lugar parecía burlarse de las leyes naturales. Lo peor del caso, es que no reconocía nada de lo que me rodeaba, de hecho, ni siquiera me reconocía a mí misma. ¿Quién soy y dónde carajos estoy? La risita volvió a sonar. La encontré sentada en una de las ramas de un sauce llorón, sus piernas cortas se balanceaba de atrás a adelante, mientras tarareaba alguna melodía.

— Holis –saludó con una sonrisita cuando nuestros ojos se encontraron.

Era una ¿niña? Sonriendo aun, abandonó de un salto la rama del árbol, y cayó frente a mí, en un limpio aterrizaje..., sobre su trasero.

— ¡Ahhhh, que duele! ¡Madre mía! –se quejó sobándose la retaguardia

Me incorporé, medio mareada aun, para acercarme a ella. La pequeña desconocida, se mantenía en el suelo, fregándose el trasero y murmurando unas divertidas maldiciones. Lágrimas de dolor se escurrían por las esquinas de sus ojos.

— ¡Hmf, todo por la chulesca de Narti! –mascullaba entre dientes– ¡Esa amargada! ¡Tendría que haberme enseñado los aterrizajes hace mucho! ¡Ahhh, solo por eso le prenderé fuego a esa escoba que tiene por cabello!

— Oye, ¿estás bien?

Cierto, la lógica, y el sentido común prevenían que me mantuviera en guardia, sin embargo, era un poco difícil mantener una cara seria con esta chica.

— ¡He caído desde más de cincuenta pies sobre mi trasero, seguro que no estoy bien!

Gritó con los ojos cerrados e inflando los sonrojados mofletes. Se me escapó otra risa entre dientes, la extraña lo notó y, abriendo los ojos me dio una mirada de malas pulgas. Mi risa murió cuando miré sus ojos. Eran grandes, de forma almendrada, pero de un curioso verde bosque que hizo estremecer mi corazón. Me recordaba algo. Un vacío doloroso se instaló en mi pecho, hice una mueca de dolor, aun así, me las arreglé para sonreír débilmente, y ofrecerle una mano para ayudarla a levantarse.

— Bueno, según lo veo, la caída no llegó siquiera al metro, y tuviste una salida muy elegante, seguro que con el tiempo lo perfeccionas.

Los ojos verdes perdieron todo rastro de dolor, estudiándome con tanta curiosidad como yo a su dueña. Aceptó mi mano, la suya era suave y cálida. Es cierto que era pequeña, a duras penas alcanzaba mi cintura. Sus cabellos de color oro viejo, eran unas hebras tan finas y lacias que parecían haces de luz, y arrastraban hasta más allá de sus rodillas. Tiene pómulos altos, y los rasgos afilados de cualquier fae, y aunque luce tan joven e inocente, si tiene rastros de la misma expresión calculadora tan común a todos los faes. Se cubre con un sencillo vestido de color malva, que no hace sino resaltar la palidez alabastrina de su piel. Cuando termina de estudiarme, sus ojos son oscurecidos por una mueca de preocupación.

— Estoy bastante segura de que no deberías estar aquí –señala dejándome a cuadros.

— Mmmm, ¿dónde es aquí?

Y eso era importante. No reconocía el lugar, de nada. Me estaba perdiendo de algo, algo importante. ¿Dónde estaba antes? ¿Cómo vine a dar aquí? Lució mucho más confundida de ser posible.

— Esto es el Intermundos, por supuesto –contesta con simpleza.

Molesta me acaricio la frente. ¿Intermundos? ¿Por qué esa frase se me hace conocida? Imágenes de túneles oscuros, y un raro sentimiento de peligro y desolación me sobrecogen. Una dolorosa, insoportable punzada de dolor, ataca mi cabeza, como si alguien escarbara con sus dedos en mi cerebro. Me agarro los cabellos y gimo de dolor mientras mascullo.

— Este no es el Intermundos. Lo sé.

La muchachita me observa con un fruncimiento de cejas y un puchero infantil, se cruza de brazos y decreta con obstinación:

— Por supuesto que es el Intermundos. Es mi patio de recreo. Lo sabría de no ser así.

¿Su patio de recreo? Esa frase suena estúpida. Intento recordar algo más, cualquier cosa, sin embargo, las imágenes y sensaciones son escurridizas, y tan pronto creo haber encontrado una de la que tirar, la misma jaqueca insoportable me hace imposible concretar las imágenes. ¿Qué estaba pasando conmigo? De repente me sentía muy débil, mejor sería decir, insustancial.

Una violenta corriente de aire, frío y cortante, despeinó nuestros cabellos y me hizo estremecer. Mi cuerpo empezó a temblar. Los rayos de sol fueron sustituidos por sombras espesas y jirones de niebla. Ahora no podía escuchar ningún sonido, ni aves, ni siquiera los insectos. La chica a mi lado se puso tensa, el miedo demudando sus facciones, su pequeño cuerpo temblaba como una hoja puesta al viento, y fue entonces cuando me miró. Sea lo que sea que se avecinara, no era nada bueno.

Veloz como el rayo, solo vi una mancha blanca a toda velocidad, antes de acabar incrustada al tronco de un árbol. ¿Qué mierdas? Estaba completamente aprisionada, no podía mover mis manos, ni mis piernas. Con los movimientos limitados de mi cuello, me estudié, los mechones rojos de mis cabellos, caían adelante, sobre la red que me mantenía aprisionada, era blanca y sedosa. Era... ¿seda de araña?

Mi pequeña acompañante, abrió los ojos de forma desmesurada, pánico puro en su expresión. De entre los pliegues del vestido, sacó una daga marfileña y cargó casi con saña contra la red que me aprisionaba. Un horrendo presentimiento iba tomando forma en mi pecho.

— ¡Vete! ¡Vete de aquí! –le grité

No sabía a que me enfrentaba, pero algo en mi interior me avisaba que era un enemigo poderoso y terrible, y aunque a esta chiquilla no la conocía de nada, no quería que se viera envuelta en semejante lío. Mis peores presentimientos fueron confirmados, momentos más tardes, cuando en medio del claro irrumpió una espantosa criatura.

Es alta, debe de medir casi los tres metros. Se sostiene sobre ocho largas y afiladísimas patas de araña, un apéndice oval, recubierto de la misma pelusa negra que las patas y el resto del cuerpo y con manchas rojas cuelga de su trasero, donde una vejiga rosa se abre y cierra dejando colgajos de un pegajoso hilo blanco que sospecho, es la materia prima de la red que me sujeta. Tiene brazos largos y deformes, con dos cuchillas afiladas que sobresalen de sus codos. Los ojos negros, sin pupila ni córnea. Labios violetas, dientes pequeños y afilados. Los rasgos altos y aguzados de los faes, pero pervertidos en una perfección aterradora. Su lengua rojiza humedeció sus labios en gesto de expectación, cuando su mirada terminó de estudiarme.

— Deliciosa.

Su voz era silbante, innatural y me causó escalofríos. Ella era un vacío andante, podía sentir como su presencia marchitaba todo rastro de vida en el claro. De alguna forma, se me hacía conocida, aunque no podía concretar mucho de donde, y cada que intentaba acceder a mis recuerdos el dolor de cabeza se volvía insoportable.

Un borrón dorado se colocó en medio de las dos. Miré con aprehensión a la chiquilla desconocida, blandiendo el puñal de plata y marfil, que en sus manos casi parecía un delicado juguete, me protegía. La niña canturreó unas palabras en la lírica lengua antigua de los faes, su cuerpo se iluminó con un brillo dorado que lastimó mis ojos, casi al segundo, la sentí nuevamente a mi lado, luchando con frenesí contra la seda de araña que me aprisionaba.

— Vamos –se apremiaba entre jadeos–. Eso no la detendrá para siempre.

Al cesar la explosión de luz, distinguí el grueso escudo de luz que nos aislaba. Sin embargo, la chica tenía un punto, no la detendría para siempre, la mujer araña golpeaba con furia la pared, que por momentos lucía más débil. El puñal de marfil de la chica cortaba las pegajosas cuerdas, sin embargo no igualaban la velocidad ni la fuerza de los ataques de nuestra enemiga.

— ¡Tienes que irte de aquí! –le grité– ¡Ahora!

Era sorprendente que a pesar de su tamaño, pudiera usar un conjuro de tal envergadura, aunque al ver su respiración trabajosa, y la repentina palidez de su rostro, era obvio que implicaba un gran costo. La red que me aprisionaba apenas si se sentía un poco más liviana, sin embargo, al mirar el escudo luminoso, constaté con horror que estaba cada vez más débil.

— ¡Vete! –le grité–. ¡Vete ahora!

— No tienes idea de lo que dices –murmuró jadeante

El escudo terminó de romperse, la mujer araña emitió un chillido que lastimó mis tímpanos y emprendió una alocada carrera en nuestra dirección, una de las cuchillas de sus codos, se enfiló directa al pequeño cuerpo de la chica que me protegía. ¡Mierda! ¡Doble mierda! El corazón se me detuvo y sentí como la sangre en mis venas se hacía hielo, al comprender que la chiquilla moriría y yo no podría hacer nada para salvarla. Su mirada encontró la mía y pude ver un atisbo de verdadero dolor, mezclado con una agridulce resolución. En un último y desesperado esfuerzo logré liberar mi mano derecha, y en un movimiento desesperado, empujé a la niña lejos del radio de acción de la cuchilla. Cerré los ojos, esperando el golpe mortal.

— ¡No jodas conmigo!

El furioso grito femenino, unido al violento estallido de magia me hizo abrir los ojos. La mujer araña profería bajos chillidos de frustración, mientras su rostro se amorataba por momentos. Una cuerda oscura se enroscaba a su cuello y apretaba por momentos, obligando a su cuerpo a adoptar un ángulo extraño. Seguí el recorrido de la cuerda, un par de metros más allá, otra muchacha, una adolescente sostenía con mano firme, el otro extremo de la cuerda. Si tuviera que adivinar diría que tiene unos trece o catorce años. El porte espigado, los huesos fuertes y los rasgos afilados definían su origen fae. Su tez mostraba un bonito tono dorado, los cabellos, azul oscuro, le caían en pintoresco desorden sobre los hombros, un flequillo rebelde se interponía sobre su nariz, resaltando un par de ojos azules, que desprendían un peligroso brillo de ira. La recién llegada tiró con fuerza de la cuerda, y para sorpresa mía la mujer araña perdió el sostén sobre sus pies y cayó al suelo con un ruido sordo. La soga, que luego me di cuenta estaba hecha de sombras, se extendió por todo el cuerpo de la criatura, inmovilizándola. Con una velocidad capaz de combatir con la de la luz, la chica estuvo justo donde yo me encontraba, desenvainó una espada y de un tajo, se deshizo del resto de la pegajosa red que me aprisionaba. Con una mirada molesta desafió a la chiquilla rubia que permanecía en el suelo, en la misma posición en que había caído, luego de mi empujón.

— ¿Qué crees que estás haciendo? –interrogó con voz letal.

Para consternación mía, la rubita, se puso de pie sobándose el trasero, al parecer tenía cierta facilidad para aterrizar sobre él, le dirigió una mirada fulminante a la chica mientras decía con fastidio:

— Narti...presumida.

La discusión fue cortada por una violenta estampida. La mujer araña había logrado destrozar las cuerdas de sombra que la ataban, y se ponía de pie, destrozando el suelo que pisaba. La llamada Narti, con gesto calmado, volvió a ponerse frente nuestro, dispuesta a plantarle batalla. Sus ojos adquirieron un matiz casi violeta, una expresión de resolución inquebrantable.

— ¡Sácala de aquí! ¡Ya hablaremos luego!

Iba a decir que era una tontería que se enfrentara sola a ese monstruo, sin embargo, la chiquilla, se limitó a asentir antes de tirar de mi brazo en dirección lateral.

— ¿Qué es esa cosa? –inquirí

La niña se limitó a seguir su carrera tirando de mi brazo. No se giró a verme, sin embargo, cuando su voz salió, era tan seria que no parecía de alguien tan pequeño.

— ¿Recuerdas que te dije que este era mi patio de recreo? –asentí con un breve sonido sin perderle ojo–. Bueno, ella es la directora del patio de recreo.

Varias redes se levantaron a nuestro alrededor, cortando nuestra huída con una violencia que nos hizo trastabillar. La presencia de la extraña criatura a nuestra espalda fue instantánea. El afilado apéndice que tenía en el codo, venía directo a la niña que parecía clavada al suelo. Me las arreglé para empujarnos fuera de su rango de acción en el último instante, sin embargo, la punta afilada, rasgó la piel de mi brazo derecho, produciéndome un molesto escozor. Un escudo de sombras se interpuso entre ella y nosotras, y nuevamente fue halada por la famosa cuerda oscura. Narti la sostenía con gesto firme y rostro ceñudo:

— No me insultes, dejándome de lado, banshee asquerosa –advirtió

¿Banshee? Eso no se parecía en nada a una banshee. Los ojos negros de la mujer araña, enfocaron con odio vivo a la jovencita.

— Tú –juró con voz silbante–. Tú serás la primera a la que devore. Mocosuela imprudente.

La adolescente, le regaló una media sonrisa creída, su rostro adoptó una fría expresión de superioridad.

— ¡Ja! ¡No jodas conmigo, Marithia! ¡Estás a eones de poder alcanzarme!

La vi desenvainar la espada, y una daga que sujetó con los dientes, sin embargo, no pude ver más porque mi acompañante, volvió a tirar de mi brazo dirigiéndonos a lo más denso del bosque. Preocupada, intenté razonar con ella, no me parecía buena idea dejar sola a aquella adolescente. La rubiecita volteó la cabeza, regalándome una sonrisa de plena confianza que iluminó todos sus rasgos:

— Tranquila –aseguró con voz suave–. Narti es la mejor. No perderá.

Linder:

Pasa la media noche, no hay luna, ni estrellas, tampoco puedo sentir otras presencias por aquí, sin embargo, el silencio puede ser exasperante. El impulso de encontrar a Sorina se ha vuelto una necesidad acuciante, tanto que tengo verdaderos problemas para pensar con cordura y mantener mi atención en la realidad presente.

— Linder

Por la mirada en el rostro de Lexen es obvio que esta no es la primera vez que me llama. No dice palabra, pero con un gesto dirige mi atención a Abby. En todo el trayecto, desde que abandonamos la plaza, no ha vuelto a pronunciar palabra, su expresión ensombreciéndose más a cada momento que pasa. Ahora, sin embargo, casi no puedo reconocerla. El color ha abandonado sus mejillas, dejándola pálida, sudorosa y temblando como una hoja, se muerde el labio inferior de una manera que me preocupa, el color lapislázuli de sus ojos, se ha oscurecido hasta alcanzar una tonalidad violeta, abre y cierra los puños, como si necesitara darse ánimos, y mira al muro en frente nuestro, como si fuera el mayor reto de su vida. ¿Qué le pasa? Es solo una pared de hielo. Entonces capto la expresión incrédula de Nael.

— ¿De verdad piensas colarte por ahí? –cuestiona con extraña entonación.

Lay frunce los labios, se aparta el flequillo de la frente con gesto obstinado, con pasos seguros nos adelanta hasta quedar a centímetros de la gruesa pared.

— Escapé por ahí –responde–. Creo que puedo volver a sobrevivirlo.

El Caith Sith chasquea la lengua y lanza un silbido medio incrédulo. Sus ojos mercuriales han perdido todo rastro de diversión, luce casi diría que nervioso. ¿Qué tanto podía asustar una pared de hielo?

— ¡Joder! –se quejó–. Y yo creía que era el loco. Princesa, para no tener huevos, tú y Nolune los tienen bien puestos.

Abby quebró en una pequeña sonrisa, aunque estaba más nerviosa que divertida, lo noto en la manera en que le tiembla el labio, y en la inseguridad de sus manos, para acercarse al grueso muro blanco, detiene la mano a milímetros de tocar el hielo, sus hombros están rígidos cuando, con voz monocorde susurra:

— Este muro es la mayor defensa de la Corte Oscura. Normalmente, nadie puede atravesarlo sin ser detectado, ni siquiera un insecto o la hoja de un árbol. Cualquier cosa que lo toque, será sentida por la misma Arella.

— ¿Entonces cómo...?

Kai es silenciado cuando Abby levanta su mano izquierda, con la palma abierta, una perla gris-mercurio, brilla allí. Puedo sentir la magia oscura que sale a oleadas de ella. Nael ha abierto tanto los ojos que me temo los echará sobre la nieve del suelo.

— ¡Eso es...!

A pesar de hablar en susurros, se detiene a media frase y mira la perla como si fuera a estallar de un momento a otro. Estos tipos de Invierno comienzan a decepcionarme, son fácilmente impresionables. ¿Qué tiene de raro una perlita?

— Es la Perla de las Tormenta –responde mi hermana sin sentimentalismos–. Una de las joyas de la corona de Arella, y por tanto llena de su magia.

Incluso yo tengo problemas para mantener una expresión neutral. ¿Cómo en la tierra, Rina y Abby consiguieron...? Es inevitable que vea a mi hermana con otros ojos, en verdad ya no es aquella muchachita a la que debía proteger de todo y de todos. Ha crecido, y aunque lamento la forma en que tuvo que hacerlo, no puedo menos que admirar el resultado final.

— Se la había dado a Barien –continuó ella–, pero accedió a prestárnosla por esta ocasión. Con la perla podremos atravesar el muro sin ser detectados pero –se detuvo, sus ojos mirando el suelo, hombros rígidos, volvió a morderse el labio antes de añadir–, el verdadero problema vendrá entonces.

— ¿Qué es? –cuestioné

Ella cierra los ojos con fuerzas, como si le costara respirar, y sea lo que sea, está recordando su escapada de aquí. Es Nael quien responde:

— El muro está vivo. Puedes engañar al conjuro detector, pero no al muro.

— ¿Qué implica eso para nosotros? –interroga Kai.

Nael le da una mirada sabedora a Abby, sus ojos se encuentran durante breves instantes, es mi hermana, quien rompe el contacto, derrotada. Sus hombros suben y bajan con pesadez un par de veces, queda claro que es ella quien responderá.

— El muro tiene conciencia, y es capaz de analizar la nuestra. Tan pronto lo atravesemos, nos sumergirá en un túnel de magia saturará nuestra mente con imágenes –soltó una carcajada amarga–, y puedo asegurarles que no serán de un paseo por el parque. Lo más importante de todo, es... que pase lo que pase, no caigan en la tentación de usar su magia.

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