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Capítulo 4

Chica(o)s, las amo. Gracias por leer, y por sus ánimos. Disfruten el capi.

****

Linder:

Blanco. Ese era el único color que podía ver. Blanco en el suelo, blanco en las montañas que nos rodeaban, tan solo el cielo era diferente, de un pálido azul celeste. Una ventisca helada levantó el polvo blanco del suelo, despeinando nuestros cabellos y cegándonos por breves instantes.

— Ajusten bien las capas –aconseja Abby.

Miro a mi hermana que está perfectamente arrebujada en la suya, el brillo feliz de sus ojos lapislázuli ha desaparecido, consumido completamente por una feroz resolución. Todo su cuerpo está rígido, tenso como la cuerda de un arco. Este sitio le está pasando factura, Abby no me ha contado mucho de su estancia, pero sus comentarios ocasionales, fruto de ataques de ira, son suficientes como para saber que no es divertido estar de vuelta. Lexen se pone a su lado, abrazándola por la cintura y juntando sus frentes. La mirada de sus ojos oscuros, me deja a las claras que si sabe lo que corre por la mente de mi hermana, en cierto sentido, es un alivio, Abby ha decidido perdonarlo. Él le murmura algo, y ella, aprieta los labios en una línea, luego de unos segundos murmura:

— No voy a detenerme. Ella no lo merece.

Nael observa la escena y frunce el ceño. En dos zancadas está a mi lado. Sus ojos color mercurio demasiado serios para su expresión siempre despreocupada. Nos miramos en silencio durante instantes, hasta que al final murmura:

— ¿Por qué?

Muerdo la cara interna de mi mejilla hasta que saboreo sangre. ¿Por qué? Porque soy un hijo de puta que no merece una segunda oportunidad. Porque tuve en mis manos la única cosa que necesité y dejé que se me escurriera entre los dedos. Porque mi hermana es una criatura especial y única que no se merece la mierda que tuvo que soportar por mi causa. Porque moriré si algo llegara a pasarle a Sorina. Porque no estoy seguro de llegar a tiempo y no tengo ni puta idea de que haré con ella cuando la encuentre. Miro a la nada y apretando los dientes hasta tal punto que creo convertiré mis muelas en polvo, mascullo:

— Andando.

Sorina:

— ¿Por qué?

Mi voz sale enronquecida, quebrándose al final de la frase. Una secuela de mis gritos por las torturas con hierro en la Corte de Verano. Kurapika me da la espalda, buscando sus ropas desperdigadas en la habitación. Ya ni siquiera le preocupa darme la espalda, y yo se también que ninguna diferencia haría atacarlo de un modo u otro. A eso me ha reducido, a poco menos que nada. Normalmente permanezco en silencio, hecha un ovillo, tan solo deseando que se largue, sin embargo, la visita nocturna de mi madre y sus últimas palabras son suficientes para sacarme de mi rutina.

— ¿Por qué? –repito esta vez un poco más fuerte–. ¿Qué es lo que quiere ella?

Kurapika se gira para enfrentarme, todavía desnudo y con los pantalones en la mano. Me observa con cinismo y se cierne sobre la cama, tiemblo y trato de encogerme más. Con manos brutales arranca las sábanas que me cubren, sus dedos largos recorren los contornos de mi cuerpo.

— Porque querida, tu fallaste –no pensé que respondiera–. Nuestra reina necesita poder. Se está debilitando. No lo suficiente como para que yo o cualquiera pueda derrotarla todavía, pero ella ya lo siente. Si hubieras traído a la soñadora, ella habría servido de alimento, recargando el poder de la reina, como no lo hiciste, la siguiente mejor opción, es absorber la esencia y el poder de otro fae, y que mejor que uno donde converjan las sangres más poderosas, uno nacido de la unión del Beso del Invierno y el heredero de la casa Dorotmain.

No daba crédito a mis oídos. Tal vez fueron los veinticinco años que pasé escondida entre los humanos, que me ablandaron, pero no podía imaginar esa escena. Se que no todos los humanos actúan igual con sus crías, soy bien consciente de que muchos los abandonan, o los someten a maltratos y humillaciones que bien podrían competir con lo que Arella me hizo a mi, pero la regla general, es que ellos se desviven por su descendencia. Recuerdo la primera vez que vi a una pareja con su bebé recién nacido, lo trataban como si fuera un espejismo que desaparecería en cualquier segundo. Me atrevo a enfrentar los ojos violetas de él mientras digo:

— ¿Sacrificarías así a tu hijo?

En estos momentos no quiero analizar la posibilidad de llevar un niño de este bastardo. Los faes tenemos serios problemas de concepción, a diferencia de los humanos, las mujeres faes, a penas si conseguimos embarazarnos una o dos veces en un siglo, por regla general las gestaciones son difíciles, con un alto índice de aborto, aunque tengo la vaga impresión de que mi inusual poder altera un poco las condiciones para mí. La runa de la muerte sobre mi pecho, la he usado dos veces hasta ahora, pero comprendo su poder. Soy un vacío, capaz de absorber y disipar toda vida, entonces, no debe ser posible para mí ayudar a crear una nueva criatura, mucho menos llevarla dentro de mí como el resto de la especie femenina.

Una de las manos de Kurapika oprime uno de mis senos, mientras la otra, agarra mi mandíbula y me obliga a mirarlo. Sus labios magullan los míos en un beso hosco que provoca un nudo en mi estómago.

— Por supuesto que no, querida. Será el arma perfecta para acabar con tu madre y ascender al trono, así que te sugiero que seas más cooperativa conmigo, así tal vez valore dejarte con vida, cuando sea rey.

El colchón se hundió bajo el peso de Kurapika. Lo sentí separar mis piernas, mientras sus manos recorrían mi cuerpo, mi mente comenzó a volar a otros rumbos. Necesitaba separarme de este momento, tal vez, tal vez si podía convencerme que le estaba sucediendo a alguien más, podría sobrevivir, pero entonces, ¿sobrevivir para qué? ¿Cuál era el objetivo? ¿Merecía la pena? Allen. Las primeras veces lloré su nombre, suplicando que viniera a por mí, entonces la realidad me recordaba que nunca lo haría. El Príncipe de Verano me detestaba, para él no era sino otra maldita oscura que había osado engañarlo. Los recuerdos que yo atesoraba como los más hermosos de mi existencia, a él le provocaban asco, y si pudiera verme ahora, bueno, ahora seguro que se alegraría pensando que obtuve lo que merecía.

Poco a poco dejé de registrar los labios de Kurapika sobre mí, sus manos..., mi cuerpo empezó a sentirse ligero y pesado al mismo tiempo, el escaso resplandor azul que iluminaba la habitación fue perdiendo brillo y poder, la oscuridad me envolvió como una manta, pero en lugar de sentir el acostumbrado frío, era cálido, y complaciente.

Me encontré mirando un cielo azul oscuro, casi malva. No había luna, las estrellas brillaban tan claras que parecía podría tocarlas con solo acercar mi mano. Mis pies descalzos se enterraron en arena húmeda, cálidas olas lamieron mis tobillos, mientras el suave murmurar del agua rompiendo contra la playa, me adormecía. ¿Dónde estaba? Miro en derredor. A mi izquierda se extendía el mar, sin embargo, en lugar de las habituales aguas turquesas que conocía, estas parecían una mezcla entre gránate y ámbar. La arena que pisaba eran diminutos fragmentos, de un brillante azul, casi transparente. Del otro lado, era todo vacío, la misma arena parecía extenderse hasta el infinito. Un sendero de piedra blanca llamó mi atención, y caminé sobre él, la loza era fría contra mis pies descalzos, extrañamente resultó reconfortante, como también lo era el silencio absoluto. ¿Dónde estaba? Entonces tomé en cuenta los matices tan extraños y brillantes, que casi herían mis ojos. Lo ligera que me sentía, casi como si flotara. Conocía estas sensaciones. Estaba... ¿teniendo una visión? Seguí el sendero de piedra blanca, una glorieta de techo abovedado, y torneadas columnas de mármol blanco surgió ante mis ojos, había algo en el centro, como una cesta, algún tipo de adorno también de mármol. Apresuré mis pasos, enredaderas de un bonito verde esmeralda cubrían las columnas y parte del techo, ante mi presencia, los capullos comenzaron a abrirse, una miríada de flores, delicadas y blancas me saludaron. El aire se perfumó con el aroma de los jazmines nocturnos. Mi mirada fue atraída al centro de la glorieta, mi boca quedó seca, y me olvidé de respirar cuando identifiqué el objeto que había allí. No era una cesta o algún adorno de mármol como había pensado, sino una pequeña mecedora, de madera blanca y torneada. Mis latidos se volvieron erráticos, y las piernas empezaron a temblarme, sin embargo, de la misma manera que la polilla no puede resistir al brillo de la llama, no pude luchar contra el impulso de acercarme. Las plantas se habían pegado a la cuna, y florecían allí también, llegué a temer que pudieran asfixiar a la criatura que allí descansaba, sin embargo, no podían extenderse más allá de las barandas laterales, un denso escudo de sombras le impedía el acceso al interior de la cuna. Con los labios secos, y las piernas temblorosas, me asomé al interior de la mecedora.

Pequeña, frágil, indefensa. Rodeada de mantas y flores blancas lucía más perfecta y desprotegida. Era una niña, lo sabía sin más, y sabía que era mía. Mi corazón quemó con la respuesta y el llanto se agolpó en mi garganta. La levanté con cuidado, su pequeña y oscura cabecita encajó perfectamente en el hueco de mi brazo, contra mi corazón, sus profundos ojos azules quedaron fijos en mí, con una mirada demasiado sabia para alguien de su edad. Nos miramos en silencio por lo que pudieron ser horas, no registré mi llanto, hasta que vi las pequeñas gotitas manchando las regordetas mejillas mi hija. La enramada de flores ató mis piernas y comenzó a enroscarse peligrosamente alrededor de mi cuerpo, inmovilizándome, aprisionando mi vientre y mi torso de una manera que me hizo perder el aliento. Luché con todas mis fuerzas, por al menos liberar a la pequeña, ponerla a salvo, una rama se enredó en mi cuello, cortando cualquier intento de fuga o el más leve respiro. Mi mirada aterrada voló hasta aquellos ojitos azules iguales a los míos, me devolvía la contemplación si expresión alguna, un espeso escudo de sombras a su alrededor, mantenía lejos a las plantas asesinas. Mi visión empezó a oscurecerse. ¿Qué clase de madre...? ¿Qué pasaría...? Una brillante explosión de luz dorada rompió las ataduras y me cegó. Mi cuerpo comenzó a sentirse ligero, sin embargo, me pesaban los párpados. Entonces sentí el vacío, el peso familiar de la pequeña ya no estaba conmigo, luchando contra el sueño y la luz que hería mis ojos, pestañeé un par de veces, intentando enfocar y encontrarla, a lo lejos vi su silueta, la luz y la sombra salían en oleadas de su pequeño cuerpo, aquel par de zafiros ancianos que tenía por ojos, se clavaron en los míos, sin embargo, sus labios rosas, se plegaron en una sonrisa infantil y divertida.

Linder:

Vacío. Así se sintieron mi corazón y mi mente, vacíos de repente. Mis pies se enredaron entre ellos, y me hubiera golpeado contra una pared, de no ser porque detuve la caída apoyándome justo a tiempo. Llevé una mano a mi cabeza. De repente me sentía como si fuera aplastado por una pared de concreto.

— Linder, ¿está todo bien?

La mirada inquieta de mi hermana recorre todo mi rostro. El lapislázuli de sus ojos amenaza con absorberme. Los sonidos de la plaza se vuelven un ruido apagado, de fondo, las voces de mis amigos son una amalgama incomprensible. Vacío. Vacío. El mundo empieza a dar vueltas a mi alrededor, el cuerpo se me cubre de un sudor frío y viscoso, mi corazón ha adoptado un ritmo tan errático que en cualquier momento me desgarrará el pecho. Un caliente cosquilleo en mi mano derecha me devuelve a la realidad. Me saco el guante, y descubro con horror, que el sello de la corte de invierno, está desapareciendo. ¿Qué mierda...? La comprensión se abre paso con la violencia de un alud. Sin responder palabra, me concentro en el vínculo que me ata a Sorina, ahora que estamos en el mismo plano me debe ser más fácil sentirla, todo lo que encuentro es vacío. Un vacío tan aterrador, que caigo de rodillas al suelo.

— Linder, Linder...

Abby luce más preocupada. No es para menos. Ya estamos en medio de la plaza a escasos metros de la entrada al palacio de hielo, hay una multitud de faes de invierno rondando por aquí, y aunque nos escondemos bajo capas, no es conveniente llamar la atención. Me digo que tengo que calmarme, pongo orden a mi corazón, y le ordeno a mis piernas que dejen de fastidiar. Cuando encuentro la mirada de mi hermana, su rostro se vuelve lívido, un oscuro presentimiento ensombreciendo su mirada.

— Hermano, ¿qué...?

Me pongo de pie, sintiendo palpitar un músculo en mejilla. Aprieto las manos en un puño.

— Esta es, la última jornada de Arella –juro con los dientes apretados

No doy más explicaciones, continúo mi camino. Mis amigos no dicen palabra, pero puedo percibir la tensión que he generado. Lexen y Abby comparten silenciosas miradas en las que yo soy el punto de convergencia, no importa. Me aseguraré de que salgan con vida, pero también de llevarme conmigo a esa maldita bruja. Después, lo que tenga que ser, será.

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