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Capítulo 24

Ya se que es un poco tarde, pero bueno, ya saben que yo soy un caso. Esta historia fue reconocida como la mejor escena romántica en los FW Awards. Con la escena entre nuestros dos tortolitos amados. 

Linder:

El agua caliente siempre ha tenido un efecto calmante sobre mí. Mientras viví en la Corte de Verano, se había convertido en un ritual inviolable, siempre que pasaba demasiado tiempo lejos de mi hogar, o cuando estaba ante algún problema particularmente difícil, preparaba un baño caliente, y pasaba horas sumergido dentro de la bañera, el agua en mis oídos, anulaba cualquier otro sonido, y mi mente obtenía la paz y la concentración necesaria para dilucidar cualquier situación, por difícil que fuera. Así que cuando me separé de Sorina, fue lo único que pude hacer para no correr detrás de ella. No sé de que fue la conversación con el Señor del Verano, ella mantenía su mente cerrada a la mía, aun así, captaba los retazos suficientes de miedo, inquietud y culpabilidad. No es que ayudara mucho, tampoco me daba la menor idea de que decisión tomaría cuando llegara la mañana. No quería renunciar a ella, pero tampoco quiero que se quede conmigo por deber o por imposición de alguno de los antiguos. Sobrado bien se que ya ha tenido que hacer demasiadas cosas por coacción de los demás. La bolsa de aire mágica que había conjurado sobre mi nariz y boca para soportar todo este tiempo sumergido estaba perdiendo su magia, y la calidez del agua se estaba esfumando. Aun no tenía idea de cómo resolver el dilema, pero al menos había conseguido relajarme lo suficiente. Abandono la bañera, agarro una toalla escurro mis cabellos y seco mi cuerpo con movimientos rápidos, la envuelvo alrededor de mi cintura, abro la puerta del baño dejando que la luz de este aclarara las sombras en mi habitación, es entonces que la veo.

— ¿Sorina?

Su nombre sale en un susurro enronquecido e involuntario. Durante breves segundos, soy golpeado por una sensación de irrealidad, resisto el impulso de pestañear o pellizcarme. No parece creíble que ella esté aquí, en medio de mi habitación, es casi más factible creer que se trata de una ilusión conjurada por mi subconsciente. Se ve tan pequeña y perdida, sus ojos demasiado grandes para su rostro, llenos de aprehensión, tornándose casi violetas, su pequeño labio inferior muestra un casi imperceptible temblor, por lo que lo muerde atrapando completamente mi atención. Así que después de todo, si es real. Se acaricia uno de los brazos con movimientos metódicos. Su mirada aprehensiva, como un conejillo atrapado, se pierde estudiando mi cuerpo, en un primer momento, parece tan sorprendida como yo, después, sus mejillas se tornan de un rojo intenso.

— ¡Lo siento! –chilla ruborizada–. Yo no pretendía..., no sabía...

Trata de retroceder, pero sus nervios junto a sus descoordinados movimientos, le juegan una mala pasada, sus piernas se enredan con algún obstáculo, y la veo ir directa a una caída. Mi cuerpo se mueve solo, en un instante estoy junto a ella, mis manos la agarran por la cintura y la estabilizan sobre sus pies. Su cuerpo se siente rígido entre mis brazos, mantiene la cabeza gacha, respirando en jadeos. Inevitablemente, mis ojos toman nota de toda ella. Su busto que sube y baja en bruscas inspiraciones, los mechones oscuros de su cabello, velaban parte de su expresión. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que pude sostenerla así tan cerca. Su cuerpo pequeño y frágil entre mis brazos, estaba seguro que encajábamos juntos como piezas de un rompecabezas.

— ¿Estás bien? ¿Te has lastimado?

Asiente repetidas veces con la cabeza, en un movimiento demasiado enérgico para ser natural. Acostumbrado ya, me es fácil leer a través de sus movimientos.

— No. Estoy..., estoy bien.

El nuevo tono chillón de su voz, está a punto de sacarme una sonrisa. No es normal ver a Sorina avergonzada. Es del tipo de chica que golpea en respuesta, al mismo tiempo, es algo bueno de ver.

— Yo..., mejor me voy...

Trata de escurrirse entre mis brazos, en dirección a la puerta, sin embargo, si la conozco, se que el hecho de que esté aquí no es una mera casualidad, o una crisis de sonambulismo. Rina no se habría obligado a venir aquí, de no haber una razón importante por medio. Instintivamente, mi mano derecha va a parar a su antebrazo, cortando su escape.

— ¿Qué ocurre? –inquiero

Su mirada sube para encontrar la mía, vuelve a morderse la esquina inferior del labio, parece dispuesta a esconderse bajo la mesa más cercana.

— Yo..., nada, probablemente es solo una tontería. Siento haberte molestado.

Muy bien, así que está avergonzada, y probablemente incómoda por mi estado semidesnudo actual. Contengo un suspiro de frustración, le doy un firme apretón a su brazo con lo que la obligo a mirarme:

— Te conozco lo suficiente como para saber que no vendrías aquí por nada. Dame unos minutos para ponerme ropa. No te vayas o te aseguro que iré a buscarte a tu habitación para que terminemos la charla.

Con eso da un respingo, su ceño se frunce en un aspecto casi infantil. Me mira con aspecto entre enojada y ofendida. Una expresión demasiado cercana a su antiguo yo habitual.

— ¿Qué te crees que soy? ¿Una mocosa?

Contengo la expresión burlesca, sin muchos deseos de irritarla por ahora, pero con un encogimiento de hombros contesto:

— Quizás no una, pero no puedo olvidar que tienes cuarenta años menos que yo.

Su mueca enojada crece con lo que mi diversión aumenta. Camino al arca a los pies de mi cama y agarro la primera muda de ropa que encuentro, entonces, y aun a riesgo de sentirme como una niña, me vuelvo al baño para vestirme. No es como que simplemente pueda quitarme la toalla delante de Sorina y cambiarme sin más, al menos no si no quiero verla salir corriendo despavorida. Una vez en el baño, descubro que todo lo que he podido agarrar se reduce a un par de pantalones. Bueno, espero que no le incomode demasiado, total, cubre lo elemental. Me enfundo en los pantalones y me cuelgo la toalla al cuello, recogiendo las gotas que todavía se desprendían de mis cabellos húmedos.

Sorina:

El deseo de golpearme contra una pared está ahí, y el instinto de salir corriendo es casi imposible de suprimir, sin embargo, me niego a él. Primero, porque sé que Linder llevará a cabo su amenaza, y me perseguirá a través de toda la dimensión mágica si es preciso, ya me lo había demostrado antes. Con creces. Segundo, porque ya está bien de andar corriendo por ahí. Cuando la puerta se cierra detrás de él, y para que los nervios no me ganaran la batalla, dejo que mi mirada vague por todo el lugar, tomando nota de los detalles que antes había pasado por alto, desde los elaborados tallados en las columnas hasta los minusiosos bordados que adornaban el cobertor del colchón. En toda la habitación podía percibirlo a él, su olor a bosque impregnaba todo, y en los cálidos colores que siempre lo representaron. Había un escritorio de ébano en una esquina, sobre él unos papeles desperdigados y unos carboncillos encima, los habían estado usando hasta hacía poco tiempo. Con pasos ligeros me acerco para husmear en ellos, los pliegos de papel son duros entre mis manos, los acerco a la luz y quedo sorprendida, son dibujos. Más específicamente retratos, retratos míos. Hojeo los papeles, mi imagen se repite en todos y cada uno de ellos, yo sosteniendo una espada, yo enfrentando a Marithia, yo bailando en la pista de hielo, yo en forma humana, en forma mágica, yo mirando el amanecer en el banco en el patio de la cabaña en la laguna de magia. Había dibujos de momentos en los que ni siquiera era consciente de que él me observaba. Aquel gesto conmovió mi corazón mucho más que los recuerdos que acababa de recuperar. Entonces llego a la última hoja, el dibujo en este hace estremcer mi alma misma, ahogo un grito mientras mis dedos recorren las líneas cuidadosamente trazadas. ¿Cómo era posible? Esto no había pasado, esto solo había sido algo de lo que yo obtuve vislumbres, entonces...

— Veo que ya los encontraste. Espero que no te molesten

Dejo caer los bocetos, y aun con el corazón latiendo violentamente contra mis costillas, me giro a enfrentarlo. Se ha puesto un par de pantalones, pero mantuvo el torso desnudo, la toalla le cuelga del cuello, y se frota distraídamente los cabellos. Sus ojos buscan incansables, a los míos. Enfrentarlos es doloroso para mí.

— No sabía que dibujabas –escojo un tema seguro

Se deja caer sobre un diván, sin dejar de observarme, se encoje de hombros, queriendo parecer despreocupado, aunque puedo ver que es solo una fachada. Probablemente esté decidiendo la mejor manera de responderme, o de abordar el tema.

— Somos faes Sorina. Podemos hacer cualquier cosa en materia de arte. Lo sabes.

— Supongo que cómo nunca me interesó, jamás lo intenté.

Se hace silencio en la habitación, yo esquivo su mirada, estudiando los patrones del techo. El instinto de echar a correr está ahí, bajo la superficie, pero poco a poco también va creciendo un deseo de quedarme, de confiar, de dejar detrás las atrocidades y las marcas de la tierra de Invierno. De cerrar los ojos, y saltar al vacío, confiando en que él me recibirá.

— Rina... ¿qué ocurrió?

Su voz ronca me trae de vuelta a la realidad. Mis ojos vuelven a encontrar los suyos, de nuevo espero encontrar algún resto de acusación, o lástima, sin embargo, solo hay serenidad, y una completa atención a mí. Espera a escucharme, aun sin haber mediado una palabra, por su expresión está claro que cree que algo importante me preocupa. Vuelvo a mirar sus manos, están destrozadas, ya no sangran, pero las cicatrices son crudas, y nuevamente, me conmueven. Venciendo mi reticencia, salvo la distancia que nos separa, me arrodillo a su lado, y tomo sus manos entre las mías, para examinarlas, saco el pote con ungüento que llevaba escondido entre las ropas.

— Lo siento por esto –murmuro trazando las líneas y cubriéndolas con ungüento.

Sus músculos se tensan bajo mi toque pero no se aparta, su voz es una octava más grave cuando responde:

— No es tú culpa.

— Corriste para ayudarme. Creíste que estaba en peligro, porque yo te negué el acceso a mi mente. Si hubiera sido más abierta, habrías podido ayudarme sin lastimarte.

— No quiero que te abras a mí por una imposición de alguien, o porque sientas que no te queda más remedio.

El hecho de que escupa su respuesta, con los dientes apretados, y la mandíbula tensa, como si la idea le resultara por completo desagradable, me toma desprevenida, y remueve mis entrañas. Cubro sus manos con unas vendas limpias, con cuidado de no lastimarlo, mis dedos se demoran más de lo necesario sobre ellas. Son tan grandes, tan cálidas. En respuesta, él encierra las puntas de mis dedos entre sus palmas, y les da un apretón. Sus ojos vuelven a buscar los míos.

— ¿Qué ocurrió?

— El Señor del Invierno tiene el poder para tomar mis poderes extra de vuelta, y para romper el vínculo que nos une –respondo mirando el fondo de sus ojos.

Espero tranquila, estudiando su reacción, todo lo que veo es una sombra oscurecer sus orbes verdes, es demasiado fugaz como para poder identificarla, al instante recupera su expresión serena. Se que lo hace para no asustarme, una táctica en virtud de darme la confianza para continuar, pero una parte de mi se siente decepcionada de que no se muestre preocupado.

— Pero eso no fue lo que te alteró. ¿Cierto?

Me muerdo el labio, dudando, miro nuestras manos que siguen entrelazadas, su dedo pulgar traza el recorrido de mis nudillos y mi espacio interdigital, en un gesto efímero y calmante. Trago el nudo que se ha formado en mi garganta antes de atreverme a añadir:

— No. Él me dijo que había algo que yo debía ver primero. Dijo que era libre para elegir, pero que primero debía tener una idea de a donde me llevarían mis desiciones. Eso fue lo que me mostró en la fuente. Lo que pasaría si yo renunciaba a mis poderes.

No dice una palabra, pero su pulgar vuelve a trazar el recorrido de mis dedos, y su mano le da a la mía un apretón suave. Lo suficiente como para infundirme confianza. Me entretengo en la imagen de nuestras manos entrelazadas, tomo aire con un suspiro casi violento, antes de armarme del valor suficiente como para contestar:

— Yo..., puedo renunciar a todo, y al final acabaré con vida, pero... -las imágenes vuelven con la fuerza de un alud, y me toma un segundo controlar los recuerdos–, todos los demás morirán. Tú, Lexen, Kai, Barien, incluso Kimberly, Maerwen y Abby. Arella acaba con todos.

Sus dedos se congelan sobre los míos. No, no se congelan, él los detiene intencionadamente. Casi tengo miedo de mirarlo, vuelvo a morderme la esquina del labio, lo suficientemente fuerte como para saborear la sangre. Entonces ocurre algo que me aterra, Linder toma mi mentón y me obliga a mirarlo:

— ¿Qué decidiste? –inquiere con serenidad.

— No lo sé –respondo con sinceridad–. No se que debería...

Con eso, su mano libre, libera nuestras manos todavía unidas, es un gesto suave, pero aun así se siente como un rechazo, y duele. Levanto la mirada justo a tiempo para verlo ponerse de pie, y alejarse de mí en dirección al balcón abierto. Sus brazos se apoyan sobre el barandal, sus músculos se dibujan por efecto de la fuerza que ejerce sobre la estructura de jade. La luz de la luna llena lo baña por completo, obtengo una vista completa de su espalda. El miedo se hace más fuerte en mi interior, me había sentido segura con él, no quería perder lo que sea que fuera que estábamos construyendo juntos. Antes de analizar lo que estaba haciendo, mis pies me acercaron a él.

— Linder yo...

— ¡No! –me interrumpe.

Su voz ha salido rasposa, casi gutural. Con eso, voltea a enfrentarme, sus ojos brillantes y su mandíbula que luce casi cuadrada por la tensión que ahora domina todos sus rasgos.

— ¿A qué estás jugando Rina? ¿Por qué haces esto? –lo miro sin entender–. Tú no quieres un consejo. Tú quieres que te diga qué hacer y eso no es posible.

— ¿Qué? ¡No! ¡Yo...!

— Sí. Quieres que te haga tomar una decisión para no sentirte culpable.

— ¡No vuelvas a decir eso! –digo indignada.

¿Cómo siquiera se atrevía a decir algo así? ¿Cómo podría creer que yo...?

— Es lo que estás haciendo. No se que palabras te gustaría escuchar. ¿Qué estoy bien con que asesinen a mi hermana por qué tú no quieres pelear? ¿O tal vez quieres que te suplique para que pelees por nosotros?

Su presencia se hace intimidante, pero yo me niego a retroceder. Se cierne sobre mí, acaparando el oxígeno y mi atención, pero logro enfrentarlo sin ponerme a temblar. Entonces, con los ojos aun brillantes continúa con su discurso:

— Para bien o para mal –afirma con una serenidad mortal–, no soy de los que suplican. Por demasiado tiempo fuiste obligada a seguir órdenes, y tu vida no fue más que lo que otros quisieron que fuera, así que puedo entender si quieres dejarlo todo de lado, pero por otro, con el tiempo creaste lazos con otras personas, con Abby, con Kai, con Maerwen, incluso y aunque no te guste aceptarlo, hasta conmigo. Te amo, Sorina Neige, y por ti haría cualquier cosa, incluso entender que nos abandones en medio de la nada y con una sentencia de muerte, no voy a juzgarte, pero no te diré que está bien o que es lo que tienes que hacer sólo para que creas que puedes aliviar tu conciencia. Eres una mujer hecha y derecha, y tienes el deber y el derecho de tomar tus propias desiciones, y esta es una en la que no voy a inmiscuirme.

Mi respiración se cortó cuando dijo "Te amo", pero entonces se presentó el siguiente dilema: ¿tendría él razón? ¿Estaría tratando de escurrir el bulto? Si lo pensaba con detenimiento, es muy probable que sí. No quería perder a ninguno de mis amigos, mucho menos a Linder, pero la visión no me había mostrado cómo continuarían las cosas si yo aceptaba todo cómo estaba. Trago la escasa saliva que se había acumulado en mi boca, y observándolo directo a los ojos reconozco:

— Tengo miedo –me abrazo a mi misma, aun odiando mi debilidad–No –entoncesm corrijo–. Estoy aterrada.

Linder:

Su admisión me toma desprevenido, y disipa mi enojo.Viendola así, tan vulnerable y perdida, casi me hace replantearme mi desición, pero no. Lucho contra los instintos, tengo que dejarla. Esta vez, yo no puedo intervenir, la desición tiene que ser suya, sin interferencias. No obstante, despacio, con cierto temor a asustarla, salvo los escasos pasos que nos separan, y me atrevo a envolverla entre mis brazos, al comienzo se siente rígida y yo torpe, pero después, todo se vuelve natural cuando recuesta su cabeza sobre mi pecho, y sus manos se apoyan contra mi torso, sobre los latidos de mi corazón.

— Lo entiendo –murmuro–, pero tiene que ser tu decisión, aunque siempre esté aquí para ti, pero esto es todo lo que puedo darte. Hagas lo que hagas, ya sea que decidas quedarte y pelear, o simplemente salir huyendo yo solo seré...

— ¿Equipaje acompañante? –cuestiona haciéndose eco de algo que le dije hace ya mucho tiempo.

Con eso se gana una mirada de sorpresa de mi parte. Era lo que iba a decirle, pero se suponía que no lo sabría. Quiero decir, eso pertenecía al tiempo que estuvimos en el Intermundos, cuando ella aun era prisionera de la Corte de Invierno y yo me cruzé con su alma perdida. No podría saberlo a menos que...

— Recuperé mis recuerdos –completa mirando directo a mis ojos, entonces añade con voz rota– Y estoy infinitamente agradecida por lo que hiciste por mí, y apenada por lo que te hice, pero de nuevo, no entiendo ¿Por qué? ¿Por qué haces todo esto por mí?

Sus ojos están muy abiertos, llenos de incertidumbre y miedo. Se muerde el labio inferior, puedo decir que esta situación la tiene completamente desconcertada, apoyo mi frente sobre la suya, mis manos suben hasta cubrir las de ella.

— Porque te amo –aseguro–. Incluso sin la necesidad de un estúpido vínculo. Amo la manera en que frunces el ceño cuando estás molesta, la forma en que me retas a cada tanto, amo hacerte enojar, amo tu risa sincera, e incluso tus muecas sarcásticas. Amo que seas la única chica que alguna vez ha pateado mi ego, pero también que seas la única a la que he visto como una igual. Eres el tesoro más frágil que he tenido, y me aterra porque quiero mantenerte a salvo de todo y todos, aunque la mitad del tiempo no tengo ni idea de cómo hacerlo, y no estoy acostumbrado a sentirme incapaz, pero al mismo tiempo, eres mi puerto y mi refugio seguro. Con vínculo o sin él, eres la única que ha conseguido meterse debajo de mi piel, justo aquí –completé palmeando sus dedos justo sobre mi corazón

Sorina:

Bajo las llemas de mis dedos, siento el retumbar fuerte y constante de sus latidos. Busco algo en su expresión, que me haga desconfiar, que me lleve a querer salir corriendo. Todo lo que consigo es perderme para siempre. Hay tal serenidad, irradia tanta fuerza y tanta seguridad, que elimina cualquier reticencia, o rastro de temor. Todo lo que puedo desear es envolverme para siempre alrededor suyo, sentir su calor y su fuerza rodeándome. Entonces salvo los escasos centímetros que nos separaban con un beso.

Al primer roce de nuestros labios, mi cuerpo se estremece. El infantil miedo al rechazo es violento, al mismo tiempo, mis sentidos están exultantes de sentir su sabor nuevamente. Había olvidado la capacidad que tenía para hacerme sentir completa y perder los sentidos en cuestión de segundos. Cualquier duda que pudiera haber almacenado, se desvanece cuando Linder desliza una de sus manos entorno a mi cintura, apretándome más contra él, y con la otra, levanta mi barbilla acercándome más a su boca, su lengua tantea mis labios, seduciéndome para que abra y le permita intensificar más el beso. Con un par de roces con su lengua, el temor se convierte en vibrante necesidad, y una total hambre de cariño. Mis manos dejan su torso y se enroscan entre sus cabellos, tironeando de las suaves guedejas castañas, las caricias de él se intensifican en respuesta. Su mano acaricia mi cintura, frota mi espalda, y aun a través de las capas de ropa que nos separan, puedo sentir el calor que irradia, y cómo su deseo cobra vida, reflejándose en su cuerpo. Una vocecilla interior, me decía que había un bombillo de alerta máxima, encendido en alguna parte, pero ahora no tenía espacio ni tiempo para el temor o la prudencia. Todo lo que quería era seguir junto a Linder. Mi compañero, mi Beso de Verano. Una de sus manos me pega más a él, mientras la otra revuelve entre mis cabellos oscuros, sus dientes mordisquean mi labio inferior, tirando de él, una corriente eléctrica se dispara de allí a todo mi cuerpo, el calor nace en mis entrañas y mis senos se endurecen en respuesta, el pequeño sonido que se escapa a través de mis cuerdas vocales, me hace enrojecer de vergüenza, entonces Linder corta el beso, y se separa con rapidez, aunque solo lo hace a medias.

Siento sus manos rígidas sobre mi cuerpo, con los dedos agarrotados, como si tuviera que detenerse a sí mismo. ¿Lo habré molestado? Supongo que es posible. ¡Qué vergüenza! Me le he lanzado encima, así sin más. Y puede haber dicho todo lo que dijo, pero..., aun así no puedo olvidar quien soy, más que eso, qué soy, el resultado de lo que Kurapika hizo conmigo. Tal vez tengo razón y estoy demasiado dañada como para...

— Lo siento –me disculpo evitando sus ojos

No quería verlo y leer cuánta pena sentía por mí. No quería ver que me había besado por lástima, o que este beso había sido demasiado para él. Intento retroceder unos pasos, para darle espacio, pero sus brazos son una firme prisión alrededor mío:

— Exactamente, ¿por qué te estás disculpando? –pregunta

Hago una mueca mirando al piso. Resoplo en un gesto poco femenino, por enésima vez en la noche, vuelvo a intentar escapar, pero sus brazos me lo impiden. Trago el nudo que se me ha atascado en la garganta cuando respondo:

— Yo..., siento haberte incomodado. No sé que me pasó, yo...

Entonces siento como su cuerpo se estremece con unas carcajadas divertidas. ¿Qué mierdas? ¿Se estaba riendo de mi vergüenza? Iba a matarlo. Entonces con un gesto cálido, dos de sus dedos, toman mi mentón y me obligan a mirarlo:

— No me molestó. Eso nunca –asegura–. Pero si que me tomó desprevenido, y me temo que hace poco he descubierto que cerca de ti, no tengo ningún autocontrol con las reacciones de mi cuerpo.

Su mirada bosque es sincera así como el brillo, la admiración en ellos cuando recorren mi cuerpo en un concienzudo repaso, y la protuberancia que siento cerca de mi estómago, no me dejan lugar a dudas de a que tipo de reacciones se refiere. Mis mejillas se calientan en respuesta, y estoy segura de haberme puesto como un pimiento, pero no me siento avergonzada, me sorprende descubrir una potente oleada de algo que creí habían asesinado entre mi madre y Kirapika: orgullo, orgullo y satisfacción. Nunca imaginé que sería este tipo de chica, pero era agradable sentir que tenía este tipo de poder sobre él. Se sentía diferente y natural.

— Ahora –añade con voz demasiado ronca y frunciendo el ceño como si le costara trabajo–, será mejor que me aleje, antes de que de verdad pierda el control.

Con eso soy yo la que reacciona, cuando sus manos intentan apartarse de mi cuerpo, las mías suben en respuesta, y se enredan en su nuca, acercando su rostro nuevamente al mío, las llemas de mis dedos, acarician la línea de su columna, y disfruto de sentir como los pequeños vellos allí se levantan en una respuesta primitiva, su mirada se abre con asombro, y cierta expresión de tortura. Estoy jugando con fuego, pero esta vez, lo hacemos los dos, con completa conciencia. Sin engaños de por medio. Los recuerdos de la vieja Sorina golpean en mi mente, la criatura que había querido ser y en la que me había convertido por un tiempo la primera vez que escapé de la Corte Oscura. Una mujer independiente, alguien que sabía lo que quería y no tenía miedo de ir a por ello. De repente, ver a los extremos a los que me había arrastrado Kurapika me provocaban más enojo que dolor.

— No me importará si sucede –digo mirándolo recto.

La lucha por el control en su semblante, pasa a convertirse en una batalla total. Su nuez de Adán sube y baja, cuando, como yo hace un rato, lucha por pasar el nudo que se ha formado en su garganta. Sus ojos se oscurecen a una tonalidad esmeralda.

— Rina –su voz se ha tornado gutural una advertencia.

Sus manos cubren las mías como si quisieran apartarlas, en su lugar, entrelaza nuestros dedos, en un firme apretón. Mi lengua sale y humedece mis labios resecos, con eso, obtengo toda su atención.

Linder:

No puedo decir que es más llamativo, su lengua entre sus labios rosas, su boca perfecta, que cada vez que la miraba me hacía revivir el beso que compartimos hacia poco tiempo, o sus ojos, llenos de tantos sentimientos y tanta resolución que me llenaban de esperanzas y pánico todo a un mismo tiempo. Daría lo que fuera por saber que está pensando en estos momentos, sin embargo todavía se alza aquella extraña pared mental entre los dos. Esta vez, se que lo está haciendo aposta, ella quiere decirme esto, quiere forzarse a si misma a pasar a través de las palabras.

— Me niego a que ellos se lo hayan llevado todo –me dice con firmeza–. Kurapika tuvo mi cuerpo, se llevó mi virginidad, la reina me arrebató mis alas y buena parte de mi valor y de mis poderes. Pero me niego a permitir que su sombra amenace mi felicidad. Ellos no van a arrebatarme la oportunidad de amar, de decidir sobre mi cuerpo o mis sentimientos. Dijiste que me amabas, bueno, no es unilateral, yo también te amo, y estoy cansada de correr por el temor a la sombra que ellos dejaron. Hoy quiero pelear contra ellos, hoy quiero pelear y vencer. Quiero olvidarlo todo, y empezar de nuevo, contigo sosteniéndome.

Cuando termina su discurso, entonces siento como se derrumban las barreras que separaban sus pensamientos de los míos. Nuestras mentes se fusionan en una, durante un par de segundos soy abrumado por la cantidad de emociones e imágenes que me bombardean a través del vínculo. La risa de Sorina, su presencia cálida y burbujeante, al mismo tiempo el temor a ser rechazada estaba allí, latiendo bajo la superficie, era algo digno de ver, como escogía enfrentarlo, saltando al vacío por mí. Oh, valiente pequeña mujer. Como si eso no fuera suficiente, otro recuerdo salta en medio de ellos, es uno del que hasta ahora no había sospechado nada, y cuyo conocimiento, me envía directo de rodillas ante ella. Sonríe con timidez cuando se da cuenta de lo que he visto. Me mira encogiéndose levemente de hombros.

— Supongo que llevo días huyendo de lo inevitable.

Se muerde el labio inferior, aun estoy sin palabras, lentamente, mis manos van hasta su vestido, pero están tan torpes, que se enredan con las pequeñas cintas. Ella entiende mis deseos, no puedo creerlo hasta que lo vea, me da una pequeña y dubitativa sonrisa, entonces, sus dedos tiran de los cordones que mantenían el vestido en su lugar, el corsé cuelga flojo sobre sus hombros, con movimientos suaves y pausados, tira de él hasta sacar sus brazos, durante unos segundos lo mantiene apretado cubriendo su pecho, mis manos suben y apartan las cortinas de sus cabellos, y tantean los pequeños dedos que aferran el material, convenciéndola, poco a poco, con suavidad, ella los aparta, el sedoso material cae haciendo un charco a sus pies, dejándola completamente desnuda ante mí. Su cuerpo es perfecto. Desde las curvas delicadas, los suaves cabellos negros, la tez alabastrina, todo en ella era perfecto, pero lo que me envío por completo a sus pies, fue la mancha de forma estrellada que resplandecía en tonos aúreos y jades, en el valle entre sus pechos, extendiéndose más sobre su pecho izquierdo, la zona justa donde palpitaba su corazón.

La punta de mis dedos, traza los patrones de forma reverente, casi con temor de que valla a desaparecer de un momento a otro.

— ¿Cuándo...?

Se que tengo acceso a sus memorias, el vínculo se siente ligero y natural como nunca antes, señal de que no hay magia de ningún tipo bloquéandola, pero justo como antes ella quería decir las palabras, ahora yo necesito escuchárselas. Sus manos tiemblan cuando alcanzan los dedos que exploraban el dibujo y entrelaza nuestras manos.

— Desde el comienzo. Desde que me convertiste en tu dama –su otra mano acaricia mi mejilla, la línea de mi mandíbula es un roce dulce que disfruto sediento–. No lo reconocería ni siquiera ante mi misma, pero me aterraba la idea de que por un mínimo descuido pudiera extraviar la piedra que contenía tu alma, o que en medio de una batalla, se rompiera. No se cuantas alternativas pasaron por mi cabeza. Al final el resultado era el mismo, tú terminabas muerto por un descuido mío, y yo no estaba dispuesta a permitirlo.

Mi rostro se desvía un poco, y mis labios dan con la palma de su mano que me acariciaba, beso su palma con calor. El deseo creciendo a relámpagos por mi cuerpo.

— Me alegra que lo hicieras. Ahora, pequeña y valiente mujer. Déjame verte de verdad. Déjame verte en tu verdadera forma.

— ¿Me prefieres pelirroja? –cuestiona extrañada

Me las arreglo para pasar una carcajada a través de las calientes llamaradas de deseo que consumían mi cuerpo. Mis dedos trazan reverentes los contornos de su cuerpo.

— Te preferiría hasta calva –respondo–, tan solo porque eres tú. Pero si vamos a hacer esto, no quiero que haya nada en medio nuestro. Quiero amarte tal como eres, en tu forma mágica. Porque quiero que entiendas algo, no somos Invierno y Verano, no son nuestras características físicas lo que definen que somos. Somos un hombre y una mujer que se aman y han huido de ello por demasiado tiempo. Déjame verte tal como eres.

Con eso, la magia se mueve alrededor nuestro, llenando toda la habitación. La oscuridad es rota por el suave resplandor nacarado que irradia su cuerpo, sus cabellos negros se vuelven la conocida masa de rizos rojos, fascinado observo sus angulosos rasgos faes, la marca del Beso del Invierno en la frente, la media luna y el copo de nieve plateados, las sombras tribales sobre los párpados, las lágrimas de cristal oscuro en la esquina inferior de sus ojos.

— Eres hermosa –aseguro antes de besarla, mis manos acariciando su cuerpo–. Viéndote así, puedo entender porqué te llaman Nolune. Realmente pareces la noche envuelta en un cuerpo.

Aunque estaba admirado por ello, y no lo veía como algo malo, su ceño se frunce. Sus ojos, medio nublados por el placer, me miran con cierta confusión.

— No. Nolune no.

¡Mierda! Vaya manera de arruinar el momento. Ella odiaba ese nombre. Lo sabía através del vínculo. Creía que eso fue lo que desató el odio de la reina en primer lugar. Beso la marca en medio de sus pechos, y la recorro de un lado a otro con mis labios, su cuerpo se estremece y su piel se eriza bajo mis labios.

— Está bien –susurro sobre su piel–, lo siento. Sorina...

Sus dedos vuelven a enterrarse en mis cabellos, tira suavemente de ellos, para obligarme a mirarla, entonces la escucho balbucir:

— No. No es eso.

En realidad, me importaba bien poco la cuestión de los nombres. Ahora todo lo que quería era probar cada centímetro de su piel, saborear sus labios y hundirme en su cuerpo, disfrutando de convertirnos en uno solo. La beso nuevamente, callando sus protestas, devolviendo su atención a lo que realmente importaba, por escasos segundos, entonces me aparta otra vez, obligándome a mirarla:

— No soy Nolune, ni Sorina. Soy...

La comprensión de lo que quiere darme me golpea, y de nuevo vuelvo a sentirme indigno, humillado. Mis dedos van a sus labios, silenciándola:

— Rina, no. No te di mi nombre porque creyera o esperara que...

Entonces son sus dedos los que están sobre mis labios, silenciándome. Me da una de esas sonrisas desarmantes, con eso soy incapaz de continuar balbuciendo nada.

— Lo sé –me interrumpe suavemente–. No lo hago por eso. Sino porque quiero dártelo a ti. Eres el primero y el único en el que confío lo suficiente como para ello. Si estás de acuerdo...

Beso la punta de sus dedos, su estómago plano, subo hasta su pecho, después a sus labios, sus mejillas, sus párpados:

— Estaré honrado –aseguro

Mueve la cabeza en un par de movimientos afirmativos, entonces encuentra la voz para añadir en un susurro:

— Soy la princesa Seirennae Ma'v Threinthel, única hija de la Corte Oscura, descendiente de Arella y Barien.

Con eso, el brillo nacarado de su cuerpo se vuelve más intenso, un resplandor puro y cegador. Sonrío y pienso que soy la criatura más afortunada que ha pisado la tierra. Mi mujer es la más impresionante y hermosa que existe. La envuelvo entre mis brazos, nuestros labios se encuentran en un beso que contiene todo el deseo largo tiempo reprimido, pero que también lleva mucho de ternura y compromiso. Nuestras manos exploran el cuerpo del otro sin prisas, con cuidado, memorizando cada lugar, cada cicatriz. Mis pantalones quedan en algún lugar de la habitación, como el vestido de Sorina, y entre besos y caricias, logramos llegar a la cama.

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Antes que nada, mil gracias por sus votos y sus comentarios, tenía pensado dejarlas sufriendo un poco más por el capítulo, pero en fin, hoy estoy un poquitín (bastante) deprimida, así que mejor subo ya no sea que después me de hasta por borrar la historia y dejarla. Además de que creo que tengo la semana bastante cachada en el trabajo. Besos. Las quiero.

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