Capítulo 17
Sorina:
La mañana me sorprende envuelta en una cálida nube de magia. No recuerdo a qué hora concilié el sueño, pero se sentía tan cálido y tan bien, que no quería despertar. La magia me arropaba en un capullo protector, nunca creí que pudiera sentirme bien así rodeada de magia de verano. ¿Magia de verano? Abro los ojos mirando a mí alrededor. Lo primero que noto es el suave colchón de hierba sobre el que estoy recostada, un diente de león me hace cosquillas en la nariz, me siento despacio y algo cae de mi cuerpo, una capa gris. La levanto con cuidado y la examino, es la capa de Linder. Debió cubrirme con ella anoche cuando me quedé dormida. Me ¿protegía?
— Buenos días –la voz con acento mañanero me hace saltar en mi piel–. ¿Cómo has dormido?
El príncipe de Verano estaba agachado justo frente a mí, revolviendo unas brazas en la hoguera, nuestras miradas se encuentran por breves segundos, el vínculo permanece en calma, paz absoluta irradiando de él, aunque también, una inquietud sincera por mi bienestar. Espera que le cuente, que me abra a él, y la tentación de hacerlo es condenadamente fuerte, pero casi enseguida, retornan en avalancha los recuerdos de la noche anterior. La posibilidad de estar embarazada de Kurapika, sus amenazas, y la vergüenza por todo lo que me hizo, me impiden siquiera hablar del tema. Esquivo la mirada de Linder, mientras me pongo de pie.
— Creo que dormimos demasiado –digo variando el tema–. Hemos perdido mucho tiempo.
Puedo sentir su mirada clavada en mi espalda, me muerdo el labio, tensa, esperando a que lluevan las preguntas sobre lo de anoche, y luego de ello, la avalancha de culpa y vergüenza.
— No creo que lleguemos muy lejos si salimos sin comer –contesta–. El desayuno está listo. Acércate.
Eso me sorprende. Parte avergonzada, parte aliviada, me atrevo a enfrentarlo, me ofrece unas obleas de pan, y unos tubérculos asados que no me suenan de nada.
— Puedes comerlos –asegura mordiendo un trozo–. Los he visto crecer en las fronteras de nuestros reinos, comí bastante cuando estuve en campañas. Puedes confiar.
Tenía la absoluta certeza que esa frase venía con un completo doble sentido, sobre todo al quedar atrapada nuevamente por su mirada. Tomé los alimentos que me ofrecía y me senté a comer, él se acomodó justo frente mío, pero me negué a darle una segunda mirada. Mientras comía, mi mente voló a la noche anterior, y a los tiempos en manos de Kurapika. Comencé a dudar que alguna vez pudiera ser libre de él. Me había marcado para siempre, yo había sido débil, cobarde, una vergüenza, y ahora él tenía todo el derecho de acecharme, de fastidiarme la existencia.
— Entiendo que no quieras contarme
Su voz interrumpe la niebla oscura que me embotaba, sorprendida encuentro su mirada, hay dolor, arrepentimiento, culpa, pero también mucha determinación, lo más desconcertante de todo, es que aunque me empeño en encontrarla, no hay ni un atisbo de reproches, me quedo allí, perdida en aquel mar verde, entonces aprieta los dientes, hasta que veo saltar un músculo en su mandíbula:
— Pero –continúa cerrando los puños hasta que los nudillos se le quedan blancos–, entonces tienes que dejar de sentirte culpable y ahogada. Si quieres un culpable, lo tienes en frente, entonces actúa en consecuencia.
Siento el calor en mis mejillas, me alzo sobre mis pies a la velocidad del rayo, con el pecho revuelto en un apretado nudo.
Linder:
Desde que la encontré desmayada, cerca de la fogata, su control sobre el vínculo se había desmoronado, y de a ráfagas me llegaban fogonazos de sus propios pensamientos y emociones, y ninguna me agradaba nada, sobre todo la culpa y la vergüenza. Me enojaba saber hasta dónde la habían empujado la crueldad de Arella y Kurapika y mi propia estupidez, ese mismo enojo fue el que me llevó a increparla de una manera tan agresiva. Se levantó con viveza, sus mejillas arreboladas, y sus ojos azules, brillando como hace tanto tiempo no los veía, por primera vez en todo el rato, me enfrentó sin un ápice de temor o vergüenza:
— ¡No tienes derecho! -declara con voz tensa–. ¡No vuelvas a tocar ese tema!
Para consternación mía, la ira, la viveza lo que sea que creí ver, desaparecieron casi enseguida, sustituidas por el brillo de lágrimas. ¡Oh, rayos! Sabría cómo lidiar con su enojo, con sus reproches, pero no con esas lágrimas, tampoco tengo que pensarlo mucho, me da la espalda, mientras dice:
— No perdamos más tiempo. Continuemos nuestro camino.
Otra oportunidad perdida. La dejo tomar la delantera, y observo su retaguardia, mientras intento llegar a un consenso conmigo mismo, y trazar un plan de acción. Sorina quiere encontrar a los Antiguos para hacer que rompan el vínculo entre los dos, yo me sometí a la búsqueda con el pretexto de enjuiciarlos por querer jugar con mi vida, pero lo cierto es que solo fue una excusa, la verdad es que solo quería estar cerca de ella y esta fue la manera que encontré, pero hasta ahora, he fracasado épicamente.
Lyn:
Después de todo este tiempo, he aprendido a dominar las alas, y una vez superada mi propia repulsión, acabé encontrándole el gusto, después de todo eran prácticas, mi magia era otro cantar, estaba completamente descontrolada, amenazando con hacerme perder los nervios, podía sentir una segunda presencia, tirando de mí, haciéndome infinita, y todo empeoraba cuando estaba cerca de otros faes, es por eso que aun trato de mantenerme oculta en mi cabaña.
Dejo de contemplar el paisaje nevado, cuando escucho el crujido de la grava, observo, con los brazos en jarras, como Nael se descuelga por el vallado que rodea mi cabaña, hasta mi patio.
— ¿Alguna vez llamarás a la puerta? –cuestiono divertida.
El Caith Sith me observa con la diversión estampada en sus rasgos, sus bigotes y su cola oscilan un par de veces, antes de añadir con una mirada risueña en sus ojos mercuriales:
— Ser esperado acaba con la diversión.
No sé qué mosco me picó, pero en lugar de dejarlo de lado como a un incorregible, le lanzo una mirada de soslayo y sonriéndole de medio lado lanzo de vuelta:
— ¿Qué te hace pensar que no eres esperado?
Se atraganta con su propio aliento, y debo decirlo, hasta yo. ¿Quién me viera y quién me ve? ¿Acabo de coquetear con él?
— Ay, por favor, ya paren con el numerito de adolescentes enamorados.
El zumbido habitual de Nael se vuelve un maullido de sorpresa en toda regla, los vellos de su cuerpo se erizan, y su cola adquiere un movimiento nervioso. En otro momento, lo habría encontrado divertido, ahora solo quería enterrar mi cara en la nieve para que no estallara en llamas. Ambos miramos al mismo tiempo, a la esquina de la terraza, donde Kim, hasta el momento ignorada por nosotros, trabajaba en un dibujo.
— ¡Kim! ¡Qué tonterías dices! –gruñí sintiendo como se me calentaba la cara
Mi zorra prima, se entretuvo unos instantes trazando unas pinceladas particularmente finas, después, limpió el pincel, y finalmente nos dirigió una mirada que me recordó demasiado a la de mi antigua profesora de primaria, cuando me pillaba mintiendo para cubrir alguna travesura.
— Solo tienes que mirar para que el chico menee la cola –apunta aburrida–, y tú, en serio, tendrías que ver la cara de cordero degollado que pones al verle, y si no, porque siempre sales al patio a esta hora, cuando sabes que siempre viene, y lo mismo va para él, por qué siempre viene a esta hora sino es porque sabe que tú estarás.
— ¡Kim...! ¡Voy a...!
No se me ocurría nada bueno. Pensándolo bien, si que se me ocurrían unas cuantas escenas gráficas de desmembramiento y tortura, pero era incapaz de ponerlas en palabras, la completa vergüenza había aprisionado mi lengua. Kimberly me ignora olímpicamente, para centrar su atención en Nael, entonces señala aburrida:
— Escucha, aprecio todo lo que has hecho, pero tienes de gato, y los gatos no son precisamente conocidos por su transparencia, y ella, aunque santurrona y medio lerda, es mi prima, así que por favor, si no vas a saltar, no la hagas perder el tiempo, y si vas a lanzarte más te vale que sea en serio, porque de lo contrario puedo asegurarte que yo también tengo unos cuantos trucos bajo la manga y te las haré pagar.
— ¡Kimberly Hortensia Drake!
Mi cara iba a estallar en llamas. Me tomaría una venganza, una seria, lenta y cruel venganza, si sobrevivía a la vergüenza, claro. Mi prima, nada amedrentada, tomó su caballete y sus pinturas y simplemente se aleja dejándonos a solas. Boqueo, incrédula, molesta mi primer instinto es perseguirla y hacérselo pagar, el segundo, es ocultarme bajo la piedra más cercana y no volver a la superficie en los próximos trescientos años.
A pesar de mis propias reservas, tengo que ser sincera conmigo misma, Nael me gusta, me gusta un montón, pero...
— Lo siento –comienzo en voz baja–, lo siento mucho, Kimberly es...
Nael deja de mirar el sitio por el que desapareció mi prima, su mirada color mercurio tiene una cualidad diferente que deja mi boca seca, y causa más estragos que los mismos disparates de mi prima. El chico recurre a la magia, y adquiere la forma humanoide, disipando casi todos los rasgos felinos, sin el movimiento de su cola, me es casi imposible adivinar sus emociones, entonces me fijo en las orejas triangulares en la cima de la cabeza, que se mueven de un lado a otro.
— Será mejor que volvamos a nuestro trabajo. Estoy aquí para ayudarte con tu magia.
Me muerdo el labio, algo molesta, aunque no puedo precisar porqué. Sacudo la cabeza y contesto:
— Si, tienes razón, cuanto antes lo aprenda, antes podrás dejar de ser mi niñera.
Si soy sincera, debo reconocer que mis palabras salieron cargadas de cierta amargura, que hasta ahora me era desconocida. Algo se ablanda en el fondo de la mirada de Nael, y eso solo me hace sentir peor. ¿Qué mierdas estoy pensando? ¿Él es un Caith Sith, y yo? Yo soy poco más que una abominación, no soy fae, y ahora para colmo, tampoco soy humana.
— Entonces –digo intentando recomponerme y dándole la espalda–. Ya se que mi poder se basa en las ilusiones, he tenido talento para eso desde antes de pisar este mundo, ahora cómo consigo ponerlo en práctica con esta nueva fuerza en mis venas.
— Está bien, princesa –comenta resignado–, vamos a por ello.
Abby:
— No creo que les gustaría que perdieras tu tiempo ahí.
Las palabras de Lex interrumpen el hilo de mis pensamientos. Como todas las tardes, desde que los chicos se marcharan, estaba de pie, observando el portal por el que saltaran al Intermundos. Creí que había logrado ocultarlo de todos, supongo que con el vínculo entre los dos, era un poco difícil ocultarle algo a él. Sus ojos negros me contemplan con serenidad, y cierta preocupación, le sonrío de vuelta y camino hasta que sus brazos me rodean de forma instintiva.
— ¿Crees que estarán bien? –lanzo al aire.
Lexen besa mi frente, en el fondo puedo percibir que también está preocupado por nuestros amigos, pero ha llegado a algún tipo de consenso.
— El Intermundos es un lugar peligroso –confiesa–, pero creo que esos dos han demostrado que son mucho más peligrosos, y si trabajan juntos..., bueno, entonces los Antiguos tienen un motivo para preocuparse.
— No sé, me preocupa Arella y Kurapika. Antes consiguieron rastrear a Sorina –reconozco mis temores en voz alta–, por mucho que me guste confiar en Rina, debo reconocer que no está en su mejor momento, no quiero imaginar lo que podría suceder si...
— No pasará –me interrumpe Lexen–. Linder está con ella, y Sorina, es fuerte, ya lo demostró otras veces. Saldrán de esto.
Me dejo mimar un poco más por Lexen, es bueno saber que hay alguien más que entiende por lo que estoy preocupada, pero también que no se deja abrumar por las circunstancias. Lex es capaz de observar todo con ojo crítico, a pesar de lo oscuro del panorama, y eso es suficiente como para infundirme ánimos. Tengo que pensar que mi hermano lo conseguirá, y después, después ya veremos, hay muchas cosas fuera de lugar, y lamentablemente, creo que la mayor parte dependerá de Linder y Rina para arreglarse.
— Necesitamos hablar.
La súbita aparición de Barien, no presagia nada bueno, y la expresión atormentada y furiosa en el fondo de sus ojos, solo empeora mis temores, incluso Lexen se pone rígido.
— He convocado a los demás en mi cabaña –comenta–, y allí aclararé más, pero deben saber que Arella consiguió nuestra ubicación, y es cuestión de tiempo para que nos ataquen.
Sorina:
Linder y yo no hemos vuelto a cruzar palabras después de mi arrebato, estoy demasiado avergonzada, demasiado herida, y aun bajo toda esa capa que nubla mi juicio, soy capaz de percibir, a través del vínculo, la culpa que roe en el fondo de él, a veces quisiera decir algo que lo alivie, creo que es suficiente con que uno solo se martirice, pero entonces también percibo el enojo que raya bajo su superficie aparentemente calmada, y decido que es mejor callar.
— Tendremos que arreglar esto para poder cruzar.
Su voz severa interrumpe mis pensamientos, Linder tiene la mirada al frente, señalando el camino que terminaba abruptamente en un barranco, por el que solo se podía cruzar atravesando un viejo puente colgante, al que le faltaban varios tablones.
— O yo podría llevarnos volando a los dos –comenta como si nada
No sé qué cara habré puesto, pero es suficiente como para ver la decepción cruzando sus rasgos. Me siento mal por lastimarlo, pero no creo que en estos momentos, pueda confiar algo así en nadie. Trato de no pensar en ello, pero todavía recuerdo el sabor de la libertad que disfruté con mis alas, enfrentándome a las ventiscas, desafiando la gravedad, después del corte, solo he dependido de mis propios pies, y no creo estar lista para confiar eso a nadie más.
— Entonces hagamos lo siguiente –prosigue sin traslucir enojo–, tú ve a por unas lianas resistentes, y yo buscaré algunos tablones. Repararemos el puente y seguiremos el camino.
Me alejo en dirección al bosquecillo que acabábamos de atravesar, estoy segura de que vi unos cuantos bejucos resistentes. Trato de separarme de mis propios temores y olvidarme de la presencia de Linder que basta para confundirme.
Entonces comienzo a escuchar los susurros del bosque entre los árboles, y mi mente es absorbida por un túnel oscuro. Mis manos se aferran a los bejucos que había encontrado, conocía el conjuro, y el miedo se dispara en respuesta. Desesperada, lucho contra la magia, pero es en vano, soy envuelta por las tinieblas y el frío.
Mi aliento escapa en vahídos y tiemblo mientras examino el nuevo paisaje que se ha formado a mi alrededor, un páramo desolado, lleno de estanques putrefactos y arbustos de ramas artríticas, mis miembros son congelados, por el miedo y por la magia. La gruesa mano de Kurapika se posa sobre mi hombro.
— No habrás pensado que ibas a escapar de mí. ¿Verdad querida?
Su mano se aferra a mi piel con la fuerza suficiente como para ocasionarme un moretón, me empuja contra la corteza de un árbol, sus ojos violetas llenos de locura, y sus manos sobando mi cuerpo.
— Entonces –murmura besando mi cuello–. ¿Has pensado como nombraremos a nuestro hijo?
A pesar del asco y los temblores que me paralizan, me digo que tengo que ponerle un alto, él no puede seguir victimizándome para siempre.
— No hay nada –balbuceo.
Se separa y me mira con tanto odio, que siento la tentación de acurrucarme en una bola, no obstante, ahora es cuando en verdad debo dar el frente. Recuperar mi verdadero yo. Trago el nudo de pánico que tengo en la garganta, y aun enfrentando nuestras miradas contesto:
— No llevaré ningún niño tuyo. Y tú ya no tienes poder sobre mí.
El revés de su mano golpea mi mejilla con la fuerza suficiente como para hacerme voltear el rostro, y dejarme el labio ardiendo. Segundos después, sus manos se cierran sobre mi cuello, cortando mi respiración, odio vivo en su expresión.
— Entiende esto, Nolune, tú eres mía, y esta rebeldía no es nada. Pronto volverás a mis manos, o piensas que él o cualquier otro será capaz de aceptarte después de todo lo que hicimos los dos juntos. Tal vez necesites refrescarte la memoria.
No creí que las cosas pudieran empeorar, pero lo hicieron, Kurapika comenzó a saturar mi mente, con imágenes, recuerdos de todo lo que me hizo de vuelta en la tierra de Invierno. Lo que creí que eran solo recuerdos, se transformaron en experiencias vívidas que amenazaban mi cordura.
Linder:
Le ofrecí llevarla al vuelo, en parte porque creí que ahorraría tiempo, pero también para distraerla, de sus recuerdos supe cuanto amaba volar, pensé que podría devolverle aunque fuese una mínima experiencia de alegría, aparentemente no fue una buena idea. Es una suerte que el plan alternativo no sea todo un chasco.
He acumulado un buen número de tablones, los suficientes como para reparar el trozo de puente roto, ahora solo falta que Sorina aparezca con los juncos.
El terror, el pánico y la desesperación más absoluta, se abrieron paso golpeando todas mis defensas mentales, casi derribándolas. Durante unos preciosos segundos me quedo atónito, sin la menor idea de cómo reaccionar, tan solo garantizando el paso de aire a través de mis pulmones, entonces, el conocimiento se abre paso, es Sorina. La están torturando nuevamente. Dejo caer los trozos de madera, y vuelo en su busca. No tardo en encontrarla, su cuerpo abatido sobre el suelo, el manojo de lianas regadas a su alrededor, y las cortezas de los árboles, rasguñadas señalando los sitios de donde intentó agarrarse.
Todo su cuerpo se debate en medio de espasmos, se aferra el cuello con ambas manos y gimotea desesperada. La magia que la envuelve es fuerte, magia de Invierno. ¡Maldito Kurapika! La tomo entre mis brazos y la llamo intentando devolverla a la realidad, empujo mi magia alrededor de ella, tratando de anular el poder que la oprime, esta vez, sin embargo no me es posible, mi magia resbala alrededor de un escudo, donde se ha entretejido la magia del oscuro con las propias defensas de Sorina.
— ¡Sorina! ¡Rina, mírame!
Aferro sus manos, entrelazando nuestros dedos para separarlas de su cuello, se ha rasguñado toda la piel, luchando contra alguna sujeción invisible. Fuerzo el lazo que nos une, tratando de empujar mi mente contra la suya, eso consigue hacerla reaccionar, abre los ojos a media asta:
— Linder, no –susurra con voz ronca
No puede añadir mucho más, se interrumpe en medio de espasmos y contracturas dolorosas. ¡A la mierda! Entrelazo nuestros dedos con fuerzas, apartando sus manos y casi enterrándolas en el suelo, inmovilizo su cuerpo con mis piernas, pego mi frente a la suya.
— Lo siento Rina –me disculpo–, pero no voy a dejarlo seguir con esto.
Un rayo de cordura atraviesa su mirada, y el tormento es sustituido momentáneamente por el miedo y cierta súplica, lo ignoro todo, y lanzo mi mente contra la suya a través del vínculo, rompo las barreras de magia de él y las que ella misma había levantado.
Las imágenes se precipitan en un torrente caótico, sin sentido del tiempo, hasta que finalmente consigo ponerlas en orden. Los recuerdos de Sorina. Todos y cada uno de ellos, aquellos en los que Kurapika era el protagonista. ¡Hijo de puta! Me abro paso a través de la marea de recuerdos, hasta que encuentro el centro de la ilusión, Kurapika se cierne sobre Sorina, aplastándola contra una pared, empujando su nariz contra el muro de hielo, cortándole la respiración, y conteniéndole las manos en la espalda.
— ¡Quiero verte intentarlo conmigo dentro, hijo de puta!
Mi pulso de magia impactó directo contra su espalda, tal vez no fue muy honrado, pero una mierda, no quería jugar limpio. Escucho el gemido de Sorina cuando me ve, pero mi atención está completa en el bastardo que tengo al frente, por breves segundos pareció sorprendido, pero entonces se sobrepuso y empezó a reírse.
— Bienvenido a la fiesta, principito –contesta–, ¿te gustó lo que viste?
Agarra a Sorina por los cabellos y la arrastra frente suyo, le da un beso en el cuello, que solo consigue hacerme rabiar.
— Debes saber que no eres bienvenido. Nolune y yo estamos...
Corto sus palabras con un pulso de magia elemental que lo obliga a soltar a Rina. Ella retrocede unos pasos, y se deja caer contra el suelo, ocultando la cabeza entre los brazos. Ya la consolaré después, ahora tengo que hacerme cargo de una rata.
Estiro los músculos de mi espalda y me lanzo a toda magia contra él, tres pulsos de magia elemental impactan directo contra él, atontándolo, después estoy sobre su él, golpeándolo con todas mis fuerzas, olvídate de la magia, esto es de fuerza bruta. Tengo que sacar toda la rabia y la impotencia que llevo dentro. Tengo que cobrarle todo lo que nos arrebató a ambos. Mis puños impactan en una lluvia sobre su rostro, sus costillas, su estómago, sin movimientos coordinados, o un plan, solo golpear y golpear. No sé por cuánto tiempo más habría continuado golpeándolo, probablemente lo habría matado, de no ser porque consiguió deshacer la magia y se escurrió entre mis dedos.
— ¡Cobarde! –grité cuando se escurrió entre mis dedos.
La magia se disipa y me encuentro de vuelta en medio del bosque en el Intermundos, el cuerpo de Sorina a mis pies. Me apresuro a tomarla entre mis brazos, y sacudirla hasta que recupere el sentido:
— ¡Rina! ¡Rina, despierta!
Comienza a removerse, con un fruncimiento de ceño y se queja, entonces abre los ojos y me mira, llena de dolor y vergüenza. Me aparta de un manotazo y se aleja de mí a trompicones.
— ¿Por qué la emprendes conmigo? –cuestiono en un murmullo
Sorina:
No puedo creer que se atreva a preguntar eso. ¡No puedo creer que Kurapika le haya mostrado todo eso! ¡Ya es bastante malo con que me lo haya recordado todo el tiempo! ¡No soportaría la vergüenza! Me arrastro fuera de su abrazo, no soy nadie, no soy nada. La vergüenza, el asco de mi misma ganando la batalla. Logro ponerme en pie, pero me niego a mirarlo.
— No tenías derecho –murmuro en voz baja y mirando a la nada
Yo quería mantenerlo fuera. Prefería soportar las torturas de Kurapika a que él, precisamente él se enterara de todo lo que él me hizo. Estaba manchada para siempre. A través del vínculo, siento la explosión de ira en su interior, me sorprende, con un movimiento brusco, tirando de mis brazos, hasta dejarme mirando directo al fondo de sus ojos, sus manos se cierran entorno a mis hombros, con fuerzas, como si quisiera sacudirme.
— Entiende una cosa –declara con los dientes apretados
No quiero mirarlo, no puedo enfrentarlo justo ahora, así que volteo mi rostro, negándome a mirarlo.
— ¡Maldita sea, Sorina, mírame! –grita mientras me zarandea
El tono desesperado que imprime a sus palabras, y la fuerza del vínculo entre los dos, me obliga a enfrentarlo, su nuez de Adán sube y baja un par de veces, un músculo palpita en su mejilla.
— Tú no tienes la maldita culpa de lo que sucedió. Y no te atrevas a decir que no tengo idea, o que no tenía derecho a saberlo –se apresura a decir, cortando mis palabras–. Soy tu patético y maldito compañero, tengo todo el derecho y el deber, y no, no me enteré por el sádico de Kurapika. Lo sé todo, de antes. Barien me lo mostró todo, me mostró todos tus recuerdos, los buenos, los malos y los peores, y no, nunca me he sentido avergonzado o asqueado de ti, de mi tal vez, pero nunca de ti.
A penas si he podido registrar sus palabras. Barien le mostró mis recuerdos. Barien le enseñó todo por lo que pasé en la Corte Oscura. Linder me vio en mis momentos más débiles.
— ¡Barien no tenía derecho! –grito
Es cierto, mis momentos de debilidad eran solo míos. Habían violado mi cuerpo, y ahora también mi intimidad, mostrando todas aquellas cosas de las que me avergonzaba, acababa de reducirme a nada.
— Es un bastardo, pero es tú padre, y estaba preocupado por ti –me gruñe
Linder:
Supongo que acabo de empeorar la situación. He creado una barrera entre los dos, he visto a Sorina en sus momentos más débiles, y eso la avergüenza, conociéndola, no hay muchas cosas que pueda hacer para equilibrar la balanza, en su mente, ahora yo tengo poder sobre ella, entonces, supongo que no me queda otra. Mis manos bajan de sus brazos, hasta aprisionar sus manos, me dejo caer sobre mis rodillas, sosteniendo sus dedos.
— ¿Qué haces? –cuestiona con las pupilas dilatadas
— Entiendo que vi cosas que querías mantener para ti, que no confías en mí, así que ahora quiero equilibrar la balanza, quiero que entiendas que te pertenezco por completo, y que confío en ti con mi vida, y que por ello la pongo en tus manos.
Entonces vuelvo a ponerme de pie, aun mirándola a los ojos, intenta escaparse de mí, pero no la dejo. He tomado mi decisión.
— Bajo el cielo, sobre la tierra, rodeados por la magia que nos es testigo, me comprometo a ser tu primer guardián, tu protector y tu caballero, pongo en tus manos, mi magia, mi alma y mi nombre. Hoy lo juro a ti, Sorina Neige, Nolune, Beso del Invierno...
Sus manos luchan contra la sujeción de las mías, niega un par de veces, y me pide a gritos que me detenga. No voy a hacerlo. Siento la magia enredarse a nuestro alrededor, estoy llegando al punto sin retorno, pero no me importa, voy a cruzarlo:
— Hija de Arella y Barien, yo lo juro por mi verdadero nombre, Nevallinder rah'd Orithel, tercer hijo de la Corte de Verano, hijo de Cardania y Alzain.
El flujo de magia más antigua y elemental atraviesa mi centro y quiebra mi alma, duele, me siento repentinamente vacío, mi corazón y mi espíritu duelen, la magia se concentra en nuestras manos unidas, bajo la mirada de pupilas dilatadas de Rina, cuando el conjuro termina de asentarse, me tambaleo, debilitado, pero consciente de que hice lo correcto. Sorina observa horrorizada, en sus manos sostiene un pequeño cristal verde esmeralda que resplandece en dorados fulgores por segundos.
— ¡Tómalo! –me dice con voz ahogada– ¡Tómalo de vuelta!
Sorina:
La gema se siente cálida entre mis dedos y palpita, pero el conocimiento de lo que significa, quema mi piel, con cada latido, mi propio corazón se acelera en respuesta, duele, sintiéndose incompleto. No puedo aceptarlo, no puedo sostenerlo.
— ¡Tómalo de vuelta! –imploro
No quiero esto. Nunca quise esto, solo quiero seguir mi propio camino, no quiero que él esté mezclado en el mío. Los cabellos húmedos se le pegan a la frente, Linder, no, Linder no, Nevallinder, respira a jadeos, en todo el esplendor de su forma mágica, sus ojos verdes, cansados, pero brillantes, encuentran los míos en con cierta tristeza.
— No puedo –responde–, y lo sabes. Hice el juramento a ti, ahora mi alma, mi magia y mi corazón son tuyos, enteramente. Puedes custodiarlos, o destruirlos. Estoy en tus manos, indefenso, justo como tú te sientes ante mí. Era la única manera de equilibrar la balanza.
— Puedo dejarlo caer –digo temerosa sin dejar de observar la gema iridiscente–, o extraviarlo, o...
Se lo que manda la tradición, el ritual vinculante, yo debería tomar la gema, e incrustarla en mi pecho, nuestras magias y nuestras almas se fusionarían, yo me convertiría en parte de él y él en parte de mí, yo sostendría su vida, pero no estoy lista, no sé si alguna vez lo esté. Él parece comprender mis temores, porque me da una sonrisa triste antes de añadir:
— Entonces yo moriré.
Hola, mí muy querido público. Ya se que llevo un buen tiempo ausente, lo siento mucho, de verdad, pero hasta mi musa estaba un poco vaga en estos tiempos. De todas formas, ahí tienen el nuevo capi, espero que compense el atraso. Un millón de gracias a toda(o) s la(os que dieron sus estrellitas para Beso de Verano e Hija de la Noche que ya llegó al primer K de votos, y un doble millón para aquellas que han comentado, de verdad que me han subido un montón el ánimo. Besos. Los quiero un mundo.
Lennalía
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