Capítulo 13
Lyn:
— ¿Planeas pasarte la vida en la autocompasión?
Kim, con sus malas pulgas habituales me daba una mirada desdeñosa desde la puerta de la cabaña. La observo unos segundos, pero la verdad sea dicha, no tengo el menor deseo de hacerle caso, me encojo de hombros, y me dedico a mirar el paisaje nevado y desértico. La escucho lanzar un chillido de pura rabia e indignación, me preparo para el golpe verbal al que siempre precede:
— ¡Oh, bien! ¡Púdrete en tú miseria! ¡Sigue llorando y viéndote como un fenómeno!
Creí que podría solamente ignorarla, pero por algún motivo, ese comentario consiguió encender mi sangre. Me precipité sobre ella, y la alcancé en un santiamén, aferrando su cuello y calcinándola con la mirada:
— ¡¿Qué mierda quieres, Kim?! ¡Porque puedo asegurarte que no es un buen momento para que te andes con tus estupideces!
En lugar de la expresión asustada que esperaba ver, me sonrió divertida. Tosió un par de veces, al parecer incómoda por mi apretón sobre su garganta, pero entonces masculló a media voz:
— ¡Al fin! ¡Al menos estás aprendiendo como usarlas!
Sus palabras atravesaron el nudo que era mi cerebro, y poco a poco, otras sensaciones fueron quitando el lugar a la rabia, y el desconcierto. Lo que más captó mi atención, fue lo extremadamente ligera que me sentía y la horrible sensación de no estar tocando tierra firme mis ojos fueron a mis pies y sí, tal como pensé, colgaban a unos treinta centímetros del suelo. Escuché el zumbido a mi espalda, giré un poco la cabeza, y sip, ahí estaban, apenas un borrón blanquecino, mis alas cortaban el aire moviéndose una contra la otra, zumbando ligeramente similar a las abejas y elevándome del suelo.
Con la palabrota que lancé se fue también mi concentración y caí de sentón al suelo. El porrazo en el trasero se sintió, pero más sentí los efectos del vuelo. Me había elevado sobre el suelo y ni siquiera lo había notado. Estaba volando y no tenía la más mínima idea de cómo hacerlo. Me estaba volviendo un fenómeno, un monstruo como los que tanto había temido y odiado. Los latidos de mi corazón se aceleraron, el miedo, el asco y la vergüenza se apelotonaron todos juntos en mi pecho. Estoy segura de haberme puesto pálida. Kim me miraba desde arriba, estudiando mis reacciones, negó un par de veces con la cabeza:
— Lyn, no eres responsable de nada de lo que ha ocurrido, y mucho menos debes avergonzarte por ello.
Sus palabras, innaturalmente compasivas y sabias, removieron la confusión con más violencia dentro de mí. Agarré un puñado de nieve y se lo lancé a la cara.
— ¿Qué vas a saber tú? –le grité– ¡Dormiste entre algodones toda la vida! ¡Nunca fuiste tocada por esta guerra! ¡No perdiste a nadie! ¿Qué mierdas te crees que sabes?
El aleteo en mi espalda se hace más intenso, y aun en posición semi sentada, me encuentro flotando nuevamente. Siento asco y vergüenza de mi misma, masculló otra maldición, y no se como, pero vuelvo a caer de sentón al suelo. Kim me mira con tristeza e intenta aproximarse para ayudarme, no quiero ver lástima en su semblante, así que le lanzo otro puñado de nieve mientras grito:
— ¡Largo! ¡Vete! ¡Déjame sola! ¡Tú nunca entenderás nada!
Es cierto. Mi madre, y el padre de Kimberly eran hermanos, y aunque se que la abuela los educó a ambos con las historias y el conocimiento de lo que eran, el padre de Kim, por algún motivo, nunca desarrolló dotes como soñador, así que aunque de niño se sometía a los mandatos de mi abuela, cuando alcanzó la adolescencia y la juventud, comenzó a alejarse más y más, tildando de locas a mi abuela y a mi madre. La separación definitiva vino cuando llegó a la universidad, se dedicó a estudiar Física y Matemáticas puras, y casándose con la madre de Kim que estudiaba Economía y Finanzas. Se avergonzaba de su madre y de su hermana, de sus creencias en la magia y de su vida semi oculta, así que nunca hizo amago de presentarle su familia a su esposa. Nacimos Kimberly y yo, mi madre me las enseñaba de lejos, advirtiéndome siempre que aunque éramos familia, yo debía mantenerme lejos de ellos. Kimberly siempre fue la reina del colegio, la princesita mimada, y yo me acostumbré a pasar penurias y ayudar en casa para economizar y que madre no se sintiera tan cargada con la manutención del hogar, estudiando para las clases, pero también aprendiendo a preparar pócimas y guardas para protegernos de los faes. Me gustaban las cosas que me enseñaban mi mamá y mi abuela, pero siempre los veía como algo distante, hasta el día en que mi madre fue asesinada, asesinada por un fae que se alimentó de ella. En su funeral fue la primera vez que la familia de Kim tuvo contacto directo conmigo, para ese entonces las dos éramos bastante grandecitas, Kim era toda una niña fresa, y yo guardaba bastante resentimiento hacia su padre, lo que me hacía bastante cínica y difícil de tratar. Las pesadillas duraron meses, todavía había noches en las que despertaba sudando, y con la certeza de encontrarme un rostro afilado a la cabecera de mi cama, esperando para alimentarse de mí.
El funeral de mi madre también sirvió para que mi abuela se diera cuenta de que Kim era una soñadora, y por supuesto, con los padres tan escépticos que tenía, la chica estaría metida en grandes problemas, así que desde entonces, la abuela le preparaba salvaguardas que yo escondía en sus bolsos, en la escuela y en las áreas deportivas. La verdad me fastidiaba todo eso, pero era mi abuela, así que no podía simplemente quejarme, y el día que murió y me dejó a cargo de mi molesta prima, que para ese entonces era una verdadera bruja, bueno, de ahí para allá es historia antigua. Como sea, que he desperdiciado toda mi vida cuidando de esa niñata malcriada, y ahora, no estoy de humor para ello, ni le concedo el menor derecho a inmiscuirse o hablar de lo que no sabe.
— ¡Bueno, bueno! ¡Si no te conociera mejor diría que las alas sacan lo peor de ti!
La mofa y la voz aguda actúan con el mismo efecto irritante que las uñas rasgando sobre el pizarrón. Se a quién pertenece la voz, y eso solo añade a mi enojo. Frustrada, con la tirria llenando cada poro de mi piel, levanto la cabeza, justo a tiempo para ver a Nael, saltando la valla que separa el patio de mi cabaña del resto de la aldea. Los ojos mercuriales del Caith Sith me miran de arriba abajo, y aunque hay burla en ellos, hay algo más en el fondo, una cualidad serena y sabia que me hace sentir incómoda, y por supuesto, respondo con lo que mejor disipa la incomodidad, mi mal genio.
— ¿Tú que mierda quieres? ¿Otra ronda? ¿Te saco a patadas?
Me levanto como un elefante furioso con la intención de sacarlo a patadas de mi territorio, sin embargo, esas absurdas cosas que ahora cuelgan de mi espalda, se enredan con mis pies, piso una de ellas, y el dolor que recorre todas mis terminaciones nerviosas, es más helado y cortante que el mismo hielo. Nota mental esas cosas tienen una gran concentración de nervios. Con un gemido, veo como el suelo se aproxima a mi cara, cierro los ojos, esperando el porrazo, choco contra una fibrosa y cálida masa de músculos. Un ronroneo, como un bajo zumbido que se transmite a partir de suaves vibraciones, llama mi atención. Abro los ojos y me encuentro, mirando el torso cubierto de bello naranja de Nael.
— ¿Estás bien? –cuestiona
Su pecho reverbera con aquel zumbido electrizante bajo la palma de mis manos. Me aparto, la ira y el enojo siendo sustituidas de a poco por la incomodidad, y unos absurdos deseos de llorar. Abro los labios, dispuesta a darle una ácida respuesta, pero la genuina preocupación en el fondo de su mirada, me saca de balance, y no se por qué, pero comienzo a llorar como una magdalena. El Caith Sith envuelve sus brazos entorno a mi cuerpo y acaricia mis cabellos. El zumbido en su pecho tiene un raro efecto calmante y yo lloro aun más, Nael no dice nada, no promete que todo estará bien, sin embargo, su sola presencia me hace creer que así será.
No se cuanto tiempo permanecemos así, yo moqueando sobre él, berreando como si fuera una bebita, y él en silencio, prestándome su fuerza, cuando mi llanto se convierte en hipidos, y mis ojos dejan de lagrimear, es entonces que reparo en el patético espectáculo que estoy dando. Retrocedo un par de pasos, y mantengo la mirada baja, demasiado avergonzada.
— Lo siento –musito fregándome los ojos–. Yo...
— Está bien –contesta–. Las transiciones nunca son fáciles, menos si no estabas preparada.
Levanto la mirada para clavarla en la suya. ¿Qué está diciendo? ¿Estará bromeando? Nael no aparta los ojos, sus rasgos firmes están serenos, como si nada de esto le tomara de sorpresa, deliberadamente ha mantenido su forma medio animal, no me molesta, y con el frío que hace, estoy agradecida del calor que irradia de su cuerpo hacia el mío en estos momentos. Una de sus manos aparta un mechón rebelde de mis cabellos.
— ¡Maldito Errante! ¡Debió haberte preparado para esto!
Lo miro cada vez más confundida. ¿Cómo Barien podría saber qué...?
— ¿De qué estás hablando?
Sus ojos se detienen una vez más estudiando mi rostro, una expresión un tanto triste, al poco se las arregla para darme una sonrisa cómplice.
— No soy un experto en la materia, pero necesitas aprender a controlar esas cosas antes de que se conviertan en una amenaza para tu vida.
Linder:
Recupero la conciencia de forma brusca. ¡Sorina! Mi cuerpo se mueve por si solo, preso de una absoluta urgencia. Encontrarla. Dos juegos de manos se apoyan sobre mi pecho, haciendo fuerzas y obligándome a volver a recostarme otra vez. Parpadeo confundido, las luces y las sombras que se agitaban en mi campo de visión, en un remolino de formas y colores, se asientan poco a poco, hasta que el reconocimiento del lugar que me rodea se impone sobre la excitación nerviosa que intentaba adueñarse de mi consciencia. Estoy en mi habitación, en la misma vieja y pequeña cabaña que me sirvió de refugio, desde que huí de la tierra de Verano y me refugié en la laguna de magia.
En mi campo de visión, poco a poco voy distinguiendo rostros conocidos. Lexen, Barien, casi al segundo, un destello dorado aparece en mi campo de visión, al segundo siguiente siento en peso sobre mi torso, y escucho los gemidos ahogados de Abby contra mi pecho.
— ¿Lay? ¿Qué ocurre?
Mi voz sale ronca, y rasposa contra mi garganta, como si mis cuerdas vocales llevaran tiempo sin usarse. Mi hermana levanta la cabeza, tiene los ojos enrojecidos y húmedos por las lágrimas. Un destello de preocupación e ira se mezclan en el fondo de su mirada, al segundo siguiente, me propina un violento rapapolvo:
— Tú, grandísimo idiota, ¡¿qué creías que hacías?!
Aun a riesgo de recibir otro guantazo, busco la mirada de mi hermana y me atrevo a repetir la pregunta.
— Abs... ¿qué pasó?
Abby llora con más fuerza aun de ser posible, lo que me descoloca un poco, entonces levanta la cabeza de mi pecho y se estruja los ojos:
— Llevas una semana errando por el Intermundos –responde Lay–. Y hoy hubo un momento en el que dejamos de sentir tu magia. Creí que... –su voz se vuelve a quebrar–. ¡Me asustaste mucho idiota!
Sus palabras actúan como irritantes en mi mente. Mis pensamientos descoordinados comienzan a ser escarbados en busca de algo. ¿Intermundos? ¿Una semana perdido? ¿Mi magia que desaparecía? ¿El Intermundos? ¿A qué había ido yo al Intermundos? La imagen de Sorina vuelve como una ráfaga a mi cabeza, y todas las memorias se colocan juntas, el impacto tiene el mismo efecto que un chorro de agua helada en pleno invierno, me saca el aire de los pulmones, pero lo agradezco. Me siento en un solo movimiento, y esta vez, aun cuando el mundo me da vueltas alrededor, ninguno de mis amigos es capaz de detenerme.
— ¡Sorina! ¿Dónde está Rina?
Lo último que recuerdo es que estaba decidida a terminar con su vida. Jugué mi última baza, sellando nuestros destinos, al activar nuestro vínculo, seríamos uno, no sabía si su preocupación por mí sería suficiente para hacerla elegir la vida, de hecho lo dudaba por completo, pero no me importaba. Lo único que tenía claro es que no quería continuar con una existencia donde ella no estuviera. La magia nos había decretado como compañeros, y ya el vínculo había comenzado a establecerse, incluso sin el consentimiento de ninguno de los dos, ya era tarde para evitarlo. Si Sorina moría y yo quedaba detrás, sería obligado a vivir solo media vida, vacía, porque nunca más sería capaz de amar a ninguna otra persona, mi alma habría perdido a su otra mitad. Sin embargo, verme aquí, vivo y despierto, y no ver rastro alguno de Sorina, estaba a punto de hacerme perder los nervios. ¿Habría sido capaz de romper el vínculo? ¿Me habría enviado a mí aquí y ella habría caminado por el puente hasta las Tierras del Vacío? Mis ojos vuelan directos a los de mi hermana.
— ¿Qué pasó con Sorina?
Abby, Lexen y Barien comparten una mirada oscura. La puerta de la habitación se abre como una estampida, Kai, despeinado y con los ojos brillantes, irrumpe en medio, una sonrisita que aliviana los rastros de cansancio en su semblante:
— Sorina acaba de despertar.
Sorina:
Todo mi cuerpo duele, y se siente pesado al mismo tiempo. Algo en el fondo de mi mente, me dice que el dolor es algo bueno, que está bien que lo sienta. A través de mis ojos cerrados me llegan trazos de claridad, aprieto los párpados, no quiero despertar. No quiero abrir los ojos, no quiero volver a ver Kurapika, o a mi madre. ¿Cuánto tiempo me habrán dejado inconsciente esta vez? Me preocupa, porque mi cuerpo se siente más dolorido que cansado, casi como si llevara mucho tiempo sin salir de la cama, y peor es que no soy capaz de recordar que fue lo que me hicieron esta vez. No se que clase de golpiza me dieron para dejarme tan fuera de combate esta vez.
— Vamos, Blanca Nieves. Abre los ojos para mí. Se que puedes hacerlo.
¿Blanca Nieves? Conozco ese apodo. Una lucha dual se establece en mi interior. Parte de mi reconoce la voz, y quiere despertar y asegurarse de que es real, pero otra parte, mucho más fuerte, y completamente temerosa, me asegura que no se trata más que de otra trampa de Arella, y Kurapika, otro de sus ardides para quebrarme esta vez para siempre. Así que me niego a mirar, si no abro los ojos, si no me convenzo de que en verdad sigo prisionera en el palacio de Hielo, al menos mi espíritu podrá seguir volando lejos.
— Vamos Blanquita, deja de remolonear –continúa aquella voz–. Abre los ojos. Nos tienes muy preocupados, Sorina. Te necesitamos. Vamos, Blanca Nieves. Mírame.
Siento las lágrimas apretarse detrás de mis párpados cerrados. ¿Por qué Arella es tan cruel? Más importante aun, es ¿cómo se las arregló para escarbar en esos recuerdos? ¿Cómo ha podido saber lo que significa para mí que...?
— ¡Maldita sea Blanca Nieves! ¡Deja de comportarte como una niña! ¡Me decepcionas! ¡Abby se volverá loca!
¡Abby! ¡Muy bien, suficiente! ¡Voy a darle el frente al mundo aquí y ahora! Pestañeo un par de veces, adaptándome a los haces de luz que se filtraban por entre las hendijas de las paredes de madera. ¿Paredes de madera? Definitivamente ya no me encontraba en el palacio de Hielo. Los ojos castaños de Kai se iluminan con una expresión de alivio y alegría cuando me ven.
— ¿Kai? ¿Estoy soñando?
No podía ser de otro modo. Arella y Kurapika debían haber acabado con mi cordura. Es la única explicación posible. Estoy delirando, soñando que por fin soy libre. Mi amigo pelirrojo lanza la cabeza hacia atrás estallando en una violenta carcajada, su nuez de adán sube y baja con movimientos espasmódicos.
Al cabo de unos segundos, me devuelve la mirada, sus ojos brillan con diversión, aunque el alivio de fondo, es palpable, sus hombros bajan con alivio, pero noto que evita acercarse a la cama. Se mantiene a una distancia prudencial, como si temiera asustarme de alguna manera, o si supiera que yo no podría manejar demasiada cercanía en estos momentos.
— No Blanca Nieves. No es un sueño. Estás a salvo, de Arella, de Kurapika.
Sus últimas palabras se instalan como bloque de concreto en mi estómago. Así que él sabe. Aparto la mirada avergonzada. Completamente abochornada de que alguien haya visto a los extremos que me condujeron Arella y Kurapika, de que ellos me hayan visto tan indefensa, tan inútil. Un ruido llama la atención de los dos y es entonces cuando reparo en la puerta al costado. Una chica de largos cabellos negros y profundos ojos violetas, con un avanzado estado de gestación me mira sorprendida desde el umbral. Maerwen. Sus labios se pliegan en una sonrisa de completa alegría.
— ¡Nolune! –mi nombre se le escapa en un susurro–. Estás de vuelta.
No entendía porqué todos me miraban como si fuera un milagro andante. ¿Qué había pasado aquí? Intento recordar algo, pero mi cabeza se siente espesa, torpe, mis últimos recuerdos son de la noche del banquete en el palacio de hielo. La primera y única vez que la reina me mostró a la corte. Kurapika me visitó esa noche, y madre también. Ellos querían algo, querían un niño. Un niño nacido de mí. Mi estómago se retuerce con asco, más allá de eso, mis memorias están en blanco.
— Iré a avisarle a los demás –se apresura Maerwen
¿Los demás? ¿Quiénes son los demás? Abby, supongo, y..., siento el cosquilleo en mi mano derecha, y el zumbido del vínculo en mi mente. Linder. La sola aparición de su nombre en mis pensamientos provoca un completo estremecimiento en todo mi cuerpo, y entonces lo sé. No puedo, no quiero verlo a él. No lo soportaría, no después de cómo fue nuestra despedida en Tierra de Verano, yo soportando las quemaduras de hierro en una celda, y él se enredaba entre las piernas de otra fae, y por si todo esto fuera poco, entonces también estaba lo que Kurapika me hizo. Ya no soy buena para nada, ni para nadie. Tengo que averiguar cómo puedo continuar con mi existencia, o mejor dicho, si en verdad soy capaz de continuar con ella, pero no puedo hacerlo con el Beso de Verano rondando por mi cabeza. Mi voz se eleva una octava, y aunque está ronca y medio rota por la falta de uso, mis palabras salen bien claras cuando demando:
— No quiero ver a Linder. ¡Él no puede venir aquí!
Maerwen le dispara una mirada inquieta a Kai y este también luce un tanto descolocado. Hay algo que no me están diciendo. No importa, pueden creer que soy injusta, o lo que sea, da igual, por una vez, necesito ser egoísta. Necesito pensar en mi misma, y por ahora, para mi propia tranquilidad, necesito permanecer lejos de Linder. Kai me da un asentimiento y sale fuera como un vendaval.
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