Capítulo 10
Abby
Los refugiados faes nos rodean en un coro exultante, coreando vítores y burlándose de Arella, todavía estoy exhausta y no tengo muy claro el modo en que logramos hacer un salto directo desde la tierra de Invierno hasta aquí, y tengo la impresión de que mi cuerpo tardará un tiempo en acostumbrarse. Por mi visión periférica capto como Barien desaparece ocultando a mi hermano que abraza a Sorina como si fuera su vida, no he podido verla de cerca, pero los breves vistazos que obtuve durante nuestra estancia en la Corte Oscura fueron más que suficientes como para saber que algo no andaba bien. Lexen me sostiene abrazada, vigilando a cal y canto la multitud que nos rodeaba, en el rostro de Kai podía ver a las claras su desesperado deseo de estar junto a Sorina.
Un gruñido felino llama nuestra atención. Nael se yergue en una postura defensiva y amenazante, un grupo de faes retrocede ante su expresión de enojo. Sus rasgos felinos se han vuelto más evidentes, el bello naranja le cubre el cuerpo, los colmillos han salido y las pupilas de color mercurio son la imagen de la furia. El chico se alza protector sobre Lyn, que se mantiene acurrucada en una bola en el suelo, cubriéndose torpemente con su nuevo par de alas color púrpura. La chica se pone de pie con dificultad, su pie se enreda con una de las alas y termina pisándola, da un tras pies y vuelve a caer al suelo. Con rapidez nos acercamos y la envolvemos en un círculo protector, apoyando a Nael. Los ojos oscuros de Lyn estudian el nuevo par de apéndices, y a nosotros, nos da una mirada de furia y horror:
— ¿Qué mierdas está pasándome?
Linder:
Barien camina a paso redoblado, se mantiene rígido y no pronuncia una sola palabra. Escondiéndonos y tomando atajos aquí y allí, conseguimos llegar a una cabaña que hasta ahora no había visitado nunca. Mi acompañante la abre sin dudar un segundo y pasa dentro como una tromba mientras yo lo sigo.
— Aquí. Recuéstala.
Me señala una vieja cama de madera, la acomodo con cuidado. Siento la mirada plateada de Barien quemando mi nuca, estudia todos y cada uno de mis movimientos mientras llevo a Rina conmigo. Sobre las mantas blancas de la cama luce aun más desvalida de ser posible. El fae se aproxima a ella y la estudia escaneándola con su magia.
— ¿Por qué no despierta aún? –pregunto
Está tan quieta que ni siquiera pareciera que respira, y el aspecto tan demacrado de su rostro es aun más escalofriante. En mi palma derecha el sello de la corte de Invierno se desdibuja cada vez más. Intento sentir el vínculo que me ata a ella, solo percibo un latido errático, casi inexistente. La puerta de la cabaña se abre y siento la presencia de mis amigos, en el mismo segundo en que Barien se aparta de Sorina gritando una palabrota que asusta a todos.
— ¿Qué ocurre?
Al menos Lay ha encontrado su voz, y aunque la reacción de Barien me ha asustado tanto como a ella, no soy capaz de reaccionar. Solo puedo permanecer en silencio, esperando el veredicto. El fae nos enfrenta con lentitud, y un expresión de profundo desasosiego que recordé haber visto antes en los ojos de su hija. La realidad me golpeó, no se que llevó a este hombre a separarse de Rina, pero..., Sorina es su hija, y puedo ver claramente cuanto le afecta el estado actual de ella.
— Su alma está vagando por algún lugar del Intermundos. Va en busca de las Tierras del Vacío.
Escucho el gemido ahogado de mi hermana y la maldición de Kai. La mirada plateada de Barien no abandona la mía. Me muerdo el carrillo hasta que saboreo la sangre, y aunque en aquellos ojos están reflejadas todas las acusaciones y los mismos temores que en mi alma, me niego a dejarlos ir. Se lo que son las Tierras del Vacío, se lo que implica ir en su busca, y también se porque lo está haciendo. Yo soy el mayor culpable de lo que está ocurriendo.
— ¡Envíame con ella! –demando
Se hace absoluto silencio en la habitación. Mis ojos no abandonan los del oscuro. Nos retamos en silencio el uno al otro. Entonces vuelvo a hablar:
— Se que tienes el poder para ello. Yo puedo ser el responsable de las heridas más recientes de Sorina, pero tú tuviste el poder de alejarla de Arella en primer lugar y no lo hiciste. Así que ambos somos responsables de arreglar el desastre.
Frunce el ceño y tensa los músculos de la barbilla. Finalmente masculla entre dientes:
— No tienes idea de lo que pides.
— No –contesto en el mismo tono–. No tengo idea de cuanto tiempo tenemos antes de que Sorina se aleje para siempre.
— El Intermundos es terreno de Marithia, la banshee –declara entonces–. Tan pronto tu alma esté allí, ella irá tras de ti, apuesto a que ahora mismo está cazando a la princesa.
¿Marithia? Ese nombre no me suena de nada. Y no entiendo, si es una banshee, ¿por qué Sorina o yo deberíamos temerle? Los faes somos mucho más poderosos que las banshee. Barien parece adivinar mi pensamiento porque casi enseguida contesta:
— Marithia es diferente a todas las demás. Hace ya varios siglos los ejércitos de nuestras cortes se enfrentaron en la batalla más encarnizada que hemos librado hasta la fecha. Tú padre estaba ahí, y calculo que tú serías un recién nacido. Marithia era la mano derecha de Arella, a diferencia de las demás banshee, que solo pueden percibir la muerte y controlar la sombra, Marithia podía determinar una muerte, estando a la distancia adecuada.
Mis huesos se estremecieron. No me gustaba mucho a donde estaba yendo esta historia. No podía recordar a mi padre, de hecho sabía que Lay y yo éramos medio hermanos, pero me daba igual, siempre escuché que el consorte de la reina había muerto en la guerra, nada inusual.
— Marithia, esperando ganarse el favor de la reina, se ofreció a servir a Arella, asesinando al consorte de la reina Cardania, y sí, lo consiguió. Sin embargo, la reina de Invierno se sintió amenazada por el poder de la banshee, así que cuando tú madre, enojada y herida, maldijo a Marithia, y la transformó en una abominación, Arella firmó la sentencia, desterrándola al intermundos.
— La gratitud de la realeza –farfulla Kai con sorna.
Dejo que las palabras se asienten en mi, no dejo de observar a Barien, se que aun no ha terminado. El fae se mesa los cabellos antes de continuar:
— Marithia recorre el Intermundos, y se alimenta de cuanto fae se extravía por él. Sin embargo, tú y Sorina manejan tal cantidad de poder, que si ella se alimenta de ustedes, conseguirá el poder suficiente como para abrir un portal de regreso a este plano. Normalmente estoy de acuerdo con cualquier cosa que implique joderle la existencia a Arella, pero esta vez, debo decirlo, Marithia debe quedarse donde está, su cruce a este plano es lo único peor que el desbalance de magia producido por las guerras de nuestras cortes.
— Con más razón entonces –tercio yo–. Sorina no está pensando claramente, será presa fácil. Envíame con ella.
Escucho el gemido ahogado de Lyn, y se que va a protestar, pero no me dejo desconcentrar. Barien me estudia por varios segundos, entonces bufa hastiado, en un abrir y cerrar de ojos está frente a mi, agarrándome por el cuello. Su magia infecta mi alma, y siento como si me desgarrara desde dentro hacia fuera, aun así no dejo de mirar aquellos fríos ojos plateados.
— Que así sea príncipe –escucho su voz en mi cabeza–, pero si quieres ser capaz de disuadirla, entonces debes conocerla. Conocerla al completo, su alma al desnudo, sin mentiras ni secretos. Eres su compañero, y la visión no te gustará.
— Qué así sea –me las arreglo para balbucir.
Las alas blancas de Barien se despliegan en una luminosa explosión de poder. Siento un toque helado en el centro de mi misma alma, y el centro mismo de mi ser, se separa de mi cuerpo. Lo último que veo es el cuerpo desmadejado de Sorina, antes de desaparecer en el vacío, de fondo, escucho los gritos de mi hermana.
Viajo durante horas, flotando ingrávido de un lado a otro, el frío y las sombras me rodean. Soy a penas una mota de calor y vida a punto de disiparse en el espacio, incluso mis pensamientos y emociones están dispersas y son difíciles de controlar. Entonces impacto con violencia contra una superficie dura y fría. El porrazo me atonta unos cuantos segundos, el dolor se extiende como si fuera una sensación nueva, despertando todos y cada uno de mis nervios, recordándome de la manera más abrupta y real, que estoy vivo. Me toma unos momentos adaptar mis ojos a la oscuridad, no hay siquiera un resquicio de luz, aun así, la habitación se siente extrañamente conocida, y tengo la certeza de no estar solo. Consigo ponerme en pie y me muevo de un lado a otro, pestañeando en un intento por enfocar, hasta que al fin, distingo las altas paredes de hielo, las columnas de mármol, las lámparas de cristal y luz azulada. Estaba de vuelta en el palacio de hielo. Peor aun, conocía el aposento, era la habitación de Sorina. ¿Cómo había...? Antes de perder la compostura, noté otras cosas, primero, no había señales de lucha o destrozos por ningún lado, y aunque era bastante semejante, no dejaba de lucir distinta a un nivel elemental. A pesar de la oscuridad, distingo la cama, está desecha, las sábanas revueltas, cierro los ojos y soy capaz de sentir otra presencia en la habitación. Es una magia sutil, no agresiva, casi diría que es una criatura temerosa que intenta pasar desapercibida. Siguiendo mis instintos me aproximo a la cama, me agacho y miro bajo el bastidor, distingo un par de conocidos ojos azules.
— Hola.
Mi voz sale en un susurro entrecortado, tengo la boca seca, y soy preso de la mayor conmoción de toda la historia. Aunque la oscuridad bajo la cama no me deja verla con claridad, se a quien estoy viendo. Esos ojos son inconfundibles. Son los ojos de Sorina. Cuando me ven, se abren con terror y retrocede aun más bajo la cama, asustada. ¿Qué rayos? Me tiendo sobre el suelo y me pruebo a arrastrarme un poco bajo el colchón.
— ¿Por qué te escondes? –pregunto–. ¿De qué tienes miedo?
Ese par de zafiros me observa con precaución por unos buenos segundos. Entonces, algo en ellos se ablanda, baja la mirada con vergüenza, y aunque no puedo verla, la conozco tanto que me imagino como se muerde el labio inferior.
— Tengo miedo –contesta al fin
Tiene la voz tan suave y fina, que me resulta casi desconocida, sin embargo, vuelvo a mirar aquel par de increíbles ojos y se que es ella. No hay dos con esa misma mirada. Me quedo justo donde estoy y procuro que mi voz salga lo más normal y cálida posible.
— ¿A qué le temes? ¿De quién te escondes?
— Del Campeón. Él me quiere lastimar.
Mi boca se queda seca y casi puedo sentir como se me pega la lengua al paladar. ¿A qué clase de magias está jugando Barien? ¿Qué rayos significa esto? La puerta de la habitación se abre y la luz de la mañana entra a raudales iluminando la habitación y todo lo que hay en ella. Me quedo helado, he sido descubierto. Una fae oscura, alta, de largos cabellos oscuros y brillantes ojos violetas camina al interior sin importarle nada. Me incorporo de un salto y me preparo para los gritos y la inmediata invasión de guardias, sin embargo, mi sorpresa aumenta, cuando la mujer atraviesa mi cuerpo como si yo no fuese más que un fantasma. ¿Qué rayos?
— Nolune. Princesa. ¿Dónde estás?
La aparecida se inclina justo donde yo estoy y mira bajo la cama, cuando distingue los ojos azules, se pone las manos en la cintura y le frunce el ceño:
— ¿Se puede saber qué haces?
— Tengo miedo del Beso de Verano –confiesa y se muerde el labio avergonzada–. La reina dijo que soy mala guerrera, y que por eso él terminará matándome. No quiero.
¿Quién es esta Sorina? ¿Qué me hizo Barien? Rina nunca me tuvo miedo. De hecho no creo que haya temido a alguien más que a su madre. ¿Qué está pasando aquí?. Una expresión, mezcla de compasión y ternura, algo que nunca creí ver en uno de mi raza, surca la mirada de la fae desconocida. Le sonríe con una calidez maternal y extiende sus manos bajo la cama:
— Aquí estás a salvo. Nadie de fuera puede entrar aquí. Vamos ven.
Sorina la mira indecisa y me mira a mí, apuesto que para decirle que alguien de fuera ya se había colado, sin embargo, como la fae no es capaz de verme y ella no parece reconocerme, decido improvisar:
— Estoy aquí para protegerte –le prometo mirando al fondo de sus ojos–. No dejaré que nadie te haga daño.
Curiosamente, son mis palabras las que parecen convencerla, porque murmura un asentimiento, y comienza a arrastrarse hasta que consigue salir de debajo de la cama. La luz del sol le da de lleno iluminando su silueta, mis ojos se abren y siento como cae mi mandíbula de la sorpresa, me pellizco un par de veces, intentando asegurarme de que no estoy soñando. Nop. El dolor es real, sin embargo, mi cuerpo es capaz de atravesar la superficie de una mesa cercana. ¿Es esto real? Vuelvo a mirar a Sorina. Si, no hay duda, es ella. La tez que refulge con el brillo de la luna, los grandes ojos, azul hielo rodeados por el halo plateado, las marcas oscuras que adornan la frente, la media luna y el copo de nieve, y las lágrimas de cristal en la esquina exterior de los ojos. La esencia fresca y suave como el rocío. Es ella, la única diferencia, es que en lugar de tener los cabellos rojos como la conocía, eran blancos, un puro blanco nieve, y que esta vez, no era una joven mujer, echa y derecha, sino a duras penas, una niñita inocente y perdida. Así es, su cuerpecito de proporciones infantiles, a duras penas alcanzaba a mi cintura. ¿Qué está pasando aquí?
— Vamos princesa. La reina te espera.
Sorina se encoge ante estas palabras, y el miedo oscurece su semblante. Se aferra a las rodillas de la fae.
— Larillia, por favor –suplica–. No quiero ir. Madre me da miedo.
La mujer le acaricia los cabellos y casi puedo ver compasión en su expresión. ¿De qué me estoy perdiendo? Larillia le besa la blanca cabellera y entonces susurra en tono conciliador:
— Tienes que ir. Solo recuerda los ocultamientos que practicamos y todo estará bien. ¿Puedes hacerlo?
Sorina se separa de ella y asiente repetidas veces, limpiando las lágrimas que humedecían sus mejillas. Cierra los ojos y junta sus manitos en el pecho, murmura unas palabras, y casi enseguida el resplandor nacarado de su piel desaparece, así como el rastro de magia que desprendía. Su piel, aunque seguía emitiendo una luminiscencia, ahora parecía de un tono mortecino, enfermizo, y ya su magia no desprendía vida, sino muerte. ¿Qué rayos...?
Larillia le acaricia los cabellos y le da un beso en la coronilla, su mirada ha cambiado, más que ternura, ahora hay dolor, en tanto que la misma Sorina parece tristemente resignada. La escena se desdibuja, la habitación desaparece ante mi, de pronto me encuentro en otro salón. Amplio y elegantemente adornado, lleno de faes oscuros luciendo sus mejores galas. Mi atención es reclamada hacia un estrado, donde la reina Arella, regiamente ataviada, observaba desde lo alto a sus súbditos. Resaltaba entre todos por las amplias alas oscuras en su espalda. Aquella mirada carente de vida fue directa a mí, por unos segundos tuve el temor de que en verdad fuera capaz de verme, en su lugar, proclamó con aquella voz vacía:
— Adelante, princesa. Acércate.
Entonces fue que la percibí. Estaba a mi espalda, luchando por mimetizarse con los vestidos de su cuidadora. La mujer le dio un empujoncito y vi el pequeño cuerpecito moverse con pasos dubitativos en dirección al estrado donde descansaba la reina. En todo momento mantuvo los ojos bajos, sin atreverse a mirar a ningún lado, se detuvo a los pies de Arella y escondió las manitos entre los pliegues del vestido, ocultando el temblor que las sacudía. La reina la tomó del mentón y le levantó la cabeza, observándola desde todos los ángulos posibles. Entonces con voz firme proclamó:
— No estás nada mal después de todo, aunque con ese cabello me recuerdas demasiado a tu padre, pero en fin, no podía esperar demasiado de ti. Supongo que debo contentarme con tus dotes de vidente, sin embargo, ¿qué crees Kurapika? ¿Es suficiente para ti?
Entonces reparo en la fila de guerreros que la custodiaban. Era fácil confundirlos con las sombras en medio de las cuales se ocultaban. El nombre desencadena una reacción visceral en mi e inmediatamente mi mano vuela a mi cadera, en busca de mi espada, el único problema es que no la encuentro. Kurapika sale de entre las sombras y desciende hasta quedar a la altura de Sorina, que, aunque mantiene el mentón firme, no se atreve a levantar la mirada del suelo. Kurapika la rodea despacio, en círculos, observándola calculadoramente, le toma el mentón y la mira directo a los ojos. El estremecimiento del cuerpo de Sorina es evidente y me pregunto como el resto de la corte puede permanecer impasible.
— Estoy seguro de que será toda una belleza –sonríe socarrón–. Podrás descansar tranquila, majestad. Obtendrás no solo la descendencia más poderosa, sino también la más hermosa.
Rina sacude la cabeza, entonces Arella aparta a Kurapika con un gesto y se aproxima a Sorina.
— Está bien, pero tardará unos años. Ahora, mi querida princesa, demuestra tu poder a tu pueblo. Dinos cuáles son los planes de nuestros enemigos.
La reina de Invierno sujeta el rostro de Sorina con ambas manos y clava sus ojos en los de la niña. La magia inunda todo el lugar y veo como lo presentes se sacuden ante tal derroche de poder. Los ojos de Sorina se desenfocan y abre los labios en un grito silencioso, la agonía más intensa está escrita en sus infantiles facciones. La magia de la reina violenta la de Sorina, algunos segundos después, aun con la mirada desenfocada comienza a hablar:
— Patrullas de la reina de Verano se aproximan por el Paso del Cuervo. Tropas del consejero Draer nos emboscarán en el Páramo. Enfréntalos la noche tercera de luna nueva y estarán en desventajas.
Solo entonces la reina liberó el agarre que mantenía sobre ella. Sorina calló al suelo. La reina se levantó en toda su estatura y proclamó la destrucción de las tropas de mi gente. La habitación prorrumpió en vítores y aplausos celebrando la próxima victoria. A nadie parecía importarle la pequeña niña que sufría agónicos espasmos en el suelo de la habitación. Así que esa era la vida de Rina. La muchedumbre abandonó la estancia en la completa oscuridad y la pequeña princesa quedó olvidada, entre dolorosos estertores. Me acerqué a ella, y con temor a atravesarla como al resto de los objetos, acerqué una mano reverente a su cabeza y acaricié sus cabellos, con rítmicos y acompasados movimientos. Estaba agotada, el uso de magia era demasiado para su cuerpo tan pequeño. No se cuanto tiempo pasamos así. Esto era ella, el arma secreta de la reina. Volví a ser absorbido por la oscuridad, el salón desapareció ante mis ojos, y esta vez, cuando estuve sobre mis pies me encontré de vuelta en la habitación de Sorina, ahora completamente iluminada por los faroles de luz azul y las puertas cerradas, aunque no había ni rastro de Rina.
— Nolune. ¿Dónde estás?
Conocía la voz, era esa fae de nuevo, Larillia. El llamado se repitió.
— Vete Larillia. No quiero ver a nadie.
Sorina se escuchaba aterrada, su voz temblaba en cada sílaba. Miro inquieto a un lado y otro, desesperado por encontrarla. Su voz ya no suena tan aniñada, así que el temor que expresa me descoloca.
— Nolune. Déjame entrar.
— ¡Vete!
Esta última frase la hace romper en llanto. Miro por todos lados, desesperado por encontrarla, incluso me atrevo a buscar bajo la cama, no hay nadie. La puerta se abre con un pulso de magia y vuelve a cerrarse a espaldas de Larillia. Igual que yo, la mujer rebusca de un lado a otro, desesperada.
— ¡Nolune! ¿Qué pasa?
— ¡Vete!
Entonces, y sorprendidos, ambos miramos al techo al mismo tiempo. Sorina estaba sentada sobre una de las vigas que cruzaban el amplio espacio. Los largos cabellos blancos le caían en cascada a ambos lados del rostro lleno de lágrimas y con el más vivo pánico reflejado en sus profundos orbes azules. Nada de esto, era lo realmente impresionante, sino el cómo había logrado subir hasta allí, a cuatro metros de donde estábamos, y la respuesta colgaba de su espalda. Un juego de alas, negras como la noche misma, y surcadas por finas venas azuladas que trazaban delicados patrones sobre la débil membrana. Larillia se cubre la boca con las manos ahogando un grito e horror.
— Cariño, baja aquí. Vamos.
Su voz sale en un aterrado susurro penoso. Sorina le da una mirada inquieta, pero obedece con cierta confianza. Su descenso está lejos de ser elegante o coordinado, de hecho, se estrella contra uno de los sillones y acaba de narices sobre la alfombra. Se levanta entre quejidos, uno de sus pies se enreda con la punta de un ala, la pisa y chilla de dolor mientras vuelve a perder el equilibrio, por fortuna la mujer la detiene antes de que caiga de nuevo.
— ¿Qué está pasándome? –inquiere aterrada–. Solo madre tiene alas. ¿Por qué salieron de la nada? ¿Por qué estoy tan torpe? ¿Por qué ahora?
Larillia luce admirada. En medio de sus quejidos, Sorina ha desplegado las alas que desprenden un brillo plateado. Entonces la miro bien. Ya no es una niña. Aunque físicamente es bastante semejante a la Sorina que conozco, los ángulos de su rostro son más afilados, más puros, más juveniles, y unido a la aparición de las alas, diría que está comenzando la pubertad, debe tener unos cincuenta años.
— Estás madurando, mi pequeña –susurra Larillia y le acaricia el rostro–. Estás creciendo. Pronto podrás liberarte del yugo de la reina, pero por ahora, nadie debe saber que tienes alas. Todo debe seguir igual que antes.
— ¡Mi magia está descontrolada!
— Siempre has ocultado la mitad de tu poder –responde la mujer–. Esto no es diferente. La reina no puede saber de esto, o ambas estaremos en problemas. Ahora vamos, que te está esperando.
Observo con extrañeza como la fae la enseña a plegar las alas, y la obliga a esconderla entre los pliegues de un elegante vestido, que disimulaba tan bien, las curvas que comenzaban a aparecer en su cuerpo, y que la definían en esa línea de cambio de niña a mujer. Otra vez es llevada al salón del trono, esta vez Kurapika se entretiene mirando su cuerpo y haciendo alarde de los hijos que ella concebirá para él. Sorina, elegante y fría escogió ignorarlo, aunque aceptó su mano para subir hasta la presencia de Arella. La reina volvió a someterla al mismo ataque de magia, forzando el poder de Rina como vidente, y aunque era obvio que esto le pasaba factura, a nadie parecía preocuparle, todos festejaban el poder de la heredera de Arella, y la próxima victoria sobre la tierra de Verano. Otra vez Sorina era abandonada en la oscuridad, en medio del salón, usada y olvidada por todos, contorsionándose entre espasmos de dolor. Las visiones volvían a cambiar, esta vez, era noche cerrada, las estrellas y la luna brillaban con tanta claridad que parecía podría tocarlas con las manos. Violentas ráfagas de aire helado sacudieron mis cabellos. Me encontré sobrevolando la tierra de Invierno. ¿Y ahora qué? Entonces la vi, muy por encima de mi, haciendo piruetas y desafiando las feroces corrientes de aire, que usaba para planear, con las alas extendidas. Los largos cabellos blancos flotando al viento, la marca del Beso del Invierno brillando orgullosa sobre su frente, una sonrisa de completa felicidad y la más absoluta paz en su semblante. Otra vez me cautivó, Sorina era realmente hermosa. La mujer más hermosa que haya visto alguna vez. A estas alturas ya había comprendido que estaba viviendo sus recuerdos, Barien me había permitido conocerla al nivel más profundo que pudiera imaginar. A través de sus recuerdos, recuperé fragmentos de sus pensamientos.
"Larillia debe estar preocupada" "Tendré que apresurarme"
Lanzó otro chillido salvaje al viento, y remontó una racha de viento particularmente violenta, motas de blanco polvo de nieve danzaban alrededor de su cuerpo, haciendo cosquillas en su rostro, y ella reía como chiquilla. Así que eso era, amaba volar, pero tenía que hacerlo en las noches, cuando nadie la veía, cuando la reina no podía enterarse. ¿Por qué? ¿Por qué Arella no debía saber? Sorina se dirigió entonces de vueltas al palacio. Era la rutina de las noches, aunque a su cuidadora le daban ataques, pero desde que había conseguido domar sus alas, no había nada que amara más que remontar las violentas ventiscas en las noches de su tierra. Alcanzó el alféizar de la ventana de su cuarto, extendió el rostro, y sintió el frío de la noche una vez más, y aleteó una última vez, entonces saltó dentro, con una sonrisita, pensando en la charla que tendría que soportarle a Larillia. Entonces sucedió. Violentas manos de hombre la doblegaron por los hombros, haciéndole un violento placaje contra el suelo. Las luces de su habitación se encendieron.
— Entonces es cierto...
Vi su cuerpo temblar, cuando reconoció la voz, yo mismo me sentí decaer. Arella se alzaba en medio de la habitación, acompañada por Kurapika que era quien la contenía y otros tres guardias, uno de los cuales, sostenía a una magullada Larillia, era obvio que se habían ensañado con la mujer, golpeándola con cualquier cosa que encontraran a mano. La fae tenía un ojo completamente cerrado a causa de la hinchazón, y el otro ennegrecía por momentos. Arella se acercó a Rina que tembló bajo la mirada de su madre. La reina de Invierno estudió a la princesa, su mano golpeó el rostro de la chica con tanta saña que del labio inferior de Rina comenzó a manar la sangre.
— Esto es alta traición. De ambas. Sin embargo, mi querida Nolune, eres una vidente excepcional, así que no te librarás de mi tan fácilmente, Larillia, en cambio, tú morirás, pero antes me aseguraré de que sepas que todas tus esperanzas son infundadas.
Mi corazón adquirió su propia velocidad, cuando escuché sus palabras. No sabía que venía a continuación, pero algo me decía que no me gustaría para nada. Uno de los soldados, agarró a Larillia, impidiéndole cualquier movimiento y obligándola a mirar al sitio donde Rina era sujeta al suelo por Kurapika. Con dos bruscos tirones, el fae la desnudó de la cintura para arriba, dejando su espalda por completo al descubierto y las elegantes alas negras. En una esquina de la habitación, ardía una elegante chimenea, Arella sacó unas tenazas al rojo vivo, que supuse serían de cobre, uno de los pocos metales que podíamos manejar sin problemas, y caminó hasta ella. La siguiente imagen nunca seré capaz de olvidarla, así como tampoco el grito agónico que Sorina dejó escapar, cuando Arella comenzó, lentamente, a cortarle la primer ala. La escuché gritar de dolor, implorar misericordia, y luego pedir la muerte. Desesperado, ataqué a sus agresores, pero mi cuerpo solo conseguía atravesar los suyos, me agaché a su lado, intentando darle consuelo, pero ahora, también era invisible para ella. ¿Cómo funcionaba esto? No se cuanto tomó, cuánto tiempo la escuché gritar de dolor, al final, se que estaba casi desmayada, la voz rota de tanto gritar, con la espalda destrozada, y sus bonitas alas negras, eran pisoteadas justo frente a sus ojos. Entonces Arella hizo una señal al guardia que sostenía a Larillia, y de un empellón, este lanzó a la mujer de rodillas justo frente a Sorina. Aun con los dedos magullados, procuró acariciar los cabellos de Rina:
— Lo siento, mi pequeña. Perdón, mi princesa. Perdón..., yo...
La frase quedó a medias, la mujer comenzó a ahogarse en su propia sangre, cuando Arella le atravesó el pecho con una de las espadas de sus guardias, ante los aterrados y cansados ojos de su hija.
— Recuerda esto, Nolune, vives porque yo lo permito. Tú..., no eres nada más que mi marioneta. Vives por mis caprichos, y nada más. Kurapika, ahí la tienes. Toda tuya.
La habitación quedó a oscuras cuando Arella y los demás soldados abandonaron la estancia. Podía sentir el dolor saliendo en oleadas de Sorina, el dolor y al mismo tiempo, la sensación de indefensión más absoluta, el desespero total. Quería tocar su magia, sabía que estaba ahí, pero le era imposible alcanzarla. Sus cabellos blancos comenzaron a cambiar, el puro color nevado, fue sustituido, por los rizos encarnados que ahora conozco tan bien. Entonces fue Kurapika, tocando su cuerpo, recorriendo sus curvas y susurrándole cosas que me hacían querer barrer el suelo con sus tripas. Las palabras de Barien volvieron a mi. No esto no me gustaría nada. Como su compañero, soy el mayor fracaso que pueda imaginar, sin embargo, como Sorina no pudo escapar de sus manos, yo no voy a escapar de mi culpa ni de las consecuencias de mis actos. Porque, puede que durante estos recuerdos, yo no tuviera arte ni parte, pero..., después..., no puedo olvidar que cuando estuvo en mi corte, yo la abandoné, y que por mi traición, es que volvió a caer en manos de su madre y de Kurapika. Siempre se me dijo que ella vivía para destruirme, que era la encarnación de todo lo malvado, ahora veo que los dos fuimos engañados y usados, pero indudablemente, de los dos, fue ella quien llevó la peor parte. Barien tenía razón, solo ahora seré capaz de entenderla, aunque nunca seré capaz de perdonarme a mi mismo.
Xxx
Entonces chicas, este si que estuvo un poquitín más larguito. Y bien, ¿se merece una estrellita? ¿Un tomatazo? ¿O alguien se anima a opinar? Besos. Cuénteme,
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