Capítulo 5. Incógnitas
Fueron luego de tres dulces años, en los cuales, la bestia despertó, ante una inminente revuelta. Resultaba ser la huelga de zorro_de_las_nieves quien me webió con que si no actualizaba, no subiría más del otro JacobxArno que estaba escribiendo, así que rendida, esta bestia, tuvo que volver a actualizar a la fuerza...
...Pero que sucia excusa. (?)
Pasaron tres años, sí, sí, pero con la inconveniencia de no saber como continuar con esto realmente. Tenía las ideas y todo, pero había tanto que cambiar, que así lo hice.
Y si quieren que este capítulo tome una mejor coherencia, les recomiendo leer los anteriores, porque es como una historia nueva, prácticamente. Salió del estado de re-edición, porque ya está todo editado, así que, por lo que hay nuevas cosas que antes no habían... aparte que sus cabezas deben estar más en polvo que lo que está mi alma al tener que recordar qué es lo que ha antecedido a todo esto. Se los dejo a su libertad.
Disfruten:')
La mañana despertó primero que los dos hombres. Un esplendido sol que le pidió a las cortinas poder dejar entrar sus rayos, las cortinas se negaron porque habían dos jóvenes durmiendo, pero la brisa de la mañana las convenció y estas cedieron, dejando entrar cuidadosamente los rayos por entre y atreves de ellas.
Sus ojos verdosos se abrieron lagañosos y un tanto incómodos por la luz que molestaba su vista, de verdad le molestaba, y mucho, tanto así que era capaz de provocarle ceguera, pero no se levantaría a cerrar las cortinas sin antes mirar al francés que estaba a su lado, tan plácidamente durmiendo, y darle un tierno beso sobre su mejilla en señal de buenos días. El sol hacia que el sedoso cabello suelto del francés se viera realmente brillante y claro allí tendido.
Con pereza el francés abrió sus ojos, volteándose así con sumo cuidado hacia el inglés quien le sonreía desde arriba, tan tranquilo, tan hermoso.
—Buenos días—, Le sonrió Arno a lo que Jacob, con suavidad, se inclinó a sus labios, posando sobre estos, un tierno beso. Extrañaba volver a probar sus labios.
—Buenos días, tú—, Le sonrió de igual manera, quizás un poco más contento, intentando controlar la felicidad que le provocaba ver en vida al francés una vez más. Ni que fuese a morir, pero le alegraba tenerlo en sus brazos y protegerlo de todo lo que pudiese atacarle, incluso protegerlo del mismo él mismo. —¿Cómo estás? ¿No te duele nada?—, Dicho esto, involuntariamente, llevó una de sus manos a su cuello, acariciándolo con ternura.
—¿Por qué debería dolerme algo? —El francés formó una ligera mueca mientras alzaba una ceja.
—Anoche no fui de lo más amable que digamos, ¿o sí? —Jacob formó una sonrisa un tanto tímida como coqueta y bromista mientras apoyaba su codo contra la almohada y así, colocaba su cabeza contra su mano.
Arno, sin embargo, formó una ligera sonrisa retadora al mismo tiempo que soltaba una risa de garganta sin bajar su ceja, mientras giraba su cabeza al techo muy tranquilamente. —A mi me gustó—, Afirmó sin borrar esa sonrisa mientras se encogía de hombros.
Jacob le frunció el seño con una gran sonrisa que hacía mostrar todos sus perfectos dientes blancos. —¡Eres un sucio! — Rió abalanzándose a él mientras lo atacaba a interminables besos en todo su cuello, causándole miles risas que más le obligaban a seguir besándolo.
—¡Basta! ¡Tu barba me causa cosquillas!— Se quejó Arno entre risas intentando quitarse al inglés de encima, pero le era imposible. —¿Qué quieres a cambio de que me dejes de provocar esta tortura? — Rió empujando de su rostro, o bien, intentándolo. El inglés estaba que lo botaba de la cama con todo su cuerpo encima.
—Tu sangre...— Susurró Jacob casi como si pensase en voz alta, logrando que las risas del francés se cortaran de golpe, logrando que ahora, la cabeza de Jacob, con inconsciencia se inclinara un poco hacia adelante, queriendo ocultar el color anaranjado-amarillo de los ojos malditos que empezaban a aparecer para que Arno no los viera.
—¿Qué dijiste, Jacob? — Preguntó Arno con seriedad y preocupación, tomando un poco de distancia del inglés, mientras que le fruncía el seño ligeramente. — ¿A qué te refieres...? Estas bromeándome, ¿verdad? —, cosas como esas, de cualquier manera, le ponían nervioso. Sólo preguntaba para asegurarse, pues no cualquiera diría eso.
Jacob comenzó a tomar aire cuidadosamente, todavía sin levantar la mirada. Necesitaba tomar clama, se había ansiado mucho, necesitaba relajarse. El ritmo cardiaco de su corazón de a poco se calmaba. Negó con la cabeza para quitar esos pensamientos que llegaban de golpe como la misma sangre a la cabeza, intentando reordenarlos y salir de esos trances que lo dominaban. —Quiero... tu sangre... protegerla...— Y así, con una escalofriante lentitud, levantó la mirada al francés, mostrándole sus encantadores ojos verdosos, y esa linda sonrisa tan prometedora. —Yo voy a proteger tu sangre, y nadie más la tocara, absolutamente nadie. Es una promesa.
Arno suspiró internamente, alejando esas dudas que se le vinieron por un buen momento a la cabeza, para así luego, formar una plena sonrisa. —Nunca había conocido a alguien tan cliché en mi vida. Mi sangre es tuya, entonces.
No me gustaría. Se contradijo Jacob en su propia mente, pensando en aquellas palabras que el francés le había dicho sin saber lo que decía, más no se lo negaría, lo amaba tanto, que no dejaría que otro de esos malditos seres tocara su sangre, más que él mismo, que jamás lo haría. Se lo prometía.
Éste mismo francés, se inclinó hasta Jacob para posar ahora él sobre sus labios un pequeño y tierno beso. —Yo creo que nos podríamos levantar ahora, la mañana está fresca, bello día, tal y como para salir a merodear un poco. ¿Tú qué dices?
Me quedaría hasta que anochezca por mi dolor de vista, pero no hay problema alguno. Jacob simplemente le sonrió. —Será un bello día mientras sea contigo con quien lo pase.
Arno le sonrió de vuelta, con ese sumiso rostro. —Absurde. — Y así mordió de sus propios labios, alejándose por fin, — ¿No quieres comer algo? Soy un maestro de la cocina.
—En la cama no eres muy maestro, que digamos. —Bromeó el inglés frunciendo el ceño con esa sonrisa de oreja a oreja.
Y al ver esa esplendida y burlesca sonrisa, el rostro del francés se enrojeció. —Fue mi primera vez. — Le regañó Arno, poniéndose más nervioso cada vez que buscaba una justificación en su desordenada cabeza, quiso ponerle en el tema la suposición de que Jacob pudo haberse acostado con otros antes, pero le daba repugnancia con sólo pensarlo, ¿Por qué se había acostado con él entonces?
Así, el francés procedió a levantarse de la cama, dejando al descubierto su desnudo y perfecta espalda a la vista del inglés, quien se sentía privilegiado de poder observarlo de esa manera. Su sonrisa no desaparecía, observando a aquella escultura que de a poco era cubierta con los pantalones, para luego voltearse, y dar la cara a ese cabello suelto hasta un poco más largo de los hombros, ese brazo pálido en busca de la blanca camisa, y ese cuerpo... No...
Así ya se veía demasiado seductor, así que Jacob, sin poder controlar mucho más su calentura al ver al francés de esta manera, se inclinó a él, agarrando de su brazo extendido para atraerlo hacia sí.
— ¡O-Oye! — Exclamó Arno, pero antes de poder hacer alguna fuerza, calló sobre el regazo de Jacob, entre sus piernas, admirando su cuerpo sentado y desnudo, posando sus manos en su pecho para apoyarse en algo.
— ¿Élise nunca te dijo que ese tronco tuyo era de una de mármol estatua para admirar como a una mezquita, francés? —Le susurró con sensualidad el inglés, observando atentamente sus dorados orbes.
A pesar de ser Arno más alto que el inglés, -Por unos centímetros-, diría Jacob, el hombre inglés tenía mucha más fuerza que éste. Y no nos refiramos a que Arno es un debilucho, no, para nada; pero con Jacob, era imposible no dejarse caer ahora, aunque le costase un poco admitirlo.
El joven francés acomodó sus propias piernas, pasándolas un poco por las cinturas del joven menor, ignorando sus palabras, pero observando delicadamente sus rasgos faciales perfectos, sus labios; esos labios finos que tanto llamaban su atención, que aunque intentase fruncirlos, era imposible, hasta al dormir, parecía que tuviese una sonrisa dibujada, una sonrisa de ángel, claro, cuando quería ser ángel.
—... ¿O necesitas que yo te lo diga? —Así, el joven Frye se inclinó a Arno, para posar sus labios sobre el pálido cuello de éste, logrando que un escalofrió corriera por la espina dorsal del francés en cuanto sintió el contacto.
— ¿Tienes frío acaso? — Se irguió frunciendo el ceño. — ¿Cómo podrías tener frío con el sol y la calidez en la habitación que hay...? ¿Tienes la presión baja tal vez?
—¿No te lo dije, francés...?— Jacob pestañó alejando sus labios de allí. —Es por familia. Tenemos piel pálida... quizás no tanto como la tuya...— Rió en son de broma, pero sabía que Arno no era un mordido, de todos modos. — Soy helado de piel por familia, la sangre a veces no circula bien, sobre todo en las manos o pies —Explicó mirándolo a los ojos, contrayendo y extendiendo sus dedos como una clase de física termodinámica,— por lo que se mantienen con generalidad fríos, pálidos y hasta a veces tornan un color morado. — Pero a pesar de que sonara hasta algo trágico, le dirigió una cálida sonrisa al contrario, que le hizo también sonreír.
Entonces, Arno se acomodó en la cama, poniendo sus manos tras su nuca al mirar al techo en un complacido suspiro. Ahora pensaba más allá de las cosas normales, y no fuera de sus límites, sólo que ahora, incluso se permitía pensar más, y no iba rebuscando escusas para no quedarse con este hombre, quien ahora se colocaba la camisa, y Arno observaba como la luz del sol filtrada en la habitación, y también abrazaba a su espalda por unos momentos, para finalmente hacer un esplendido brillo cual rebotaba en dicha blanca camisa. Entonces, aquel inglés se volteó finalmente, peinando con una mano su propio cabello, observando todo a su alrededor.
—Había olvidado lo acogedor que era tu alquiler—, le dijo sonriente, acabando por colocarse su chaqueta, aquella que dio por perdida hace unos minutos, y la que encontró a escondidas entre un mueble y los pies de la cama.
—Lo suficiente para poder pasar un momento en paz, pero, ¿A dónde vas ahora? Pensé que...— Pensó que podrían disfrutar de un momento más, a solas. Quizá desayunar juntos, salir juntos, u algo. Parecía todo ir tan bien hace un momento.
El inglés, sin embargo, pareció compartir esa mirada de confusión con él, o al menos la entendió, arqueando las cejas con grima por un momento. —No todo es tan fácil, Arno.
El francés, alzó las cejas y abrió la boca, como si hubiera sido un golpe de ofensa, buscando qué refutar, pero pronto, fue frunciendo el ceño de a poco. —Todo iba tan bien—, dijo confundido, pero luego, intentó bucear en su mente, recordar palabras ajenas, que le respondieran al por qué de repente él debía irse. Era algo que no quería. Pero antes de que pudiera encontrar alguna solución a sus dudas, como si le hubiese leído la mente, Jacob habló, mientras se echaba una crema en la cara delante de un pequeño espejo en la pared, un bloqueador solar.
—Tenemos que concentrarnos ahora... ¿Recuerdas la matanza de la que te hablé ayer? —, dijo el más joven, y Arno lo miró con impresión, preguntándose por su repentino cambio. Realmente esperaba más, pero con esa sentimentalidad, no podría actuar jamás. Desde el principio del juego que hubo reglas, y una de ellas, fue siempre actuar con cautela.
El amor era sólo un distractor, al igual que la venganza.
Entonces, el francés se repuso, respirando hondo. —¿Qué hay que hacer?
Jacob lo miró de reojo, y se volteó a él. Quizá quiso en sus ojos encontrar una respuesta, algo que Arno no sabía.
Se preguntó por un segundo, cómo es que se habían acostado juntos. Lo quería mucho, demasiado, de eso no cabía duda, pero era solo cosa de pensar en retrospectiva. Apenas... lo conocía, apenas sabía en donde vivía. No sabía si tenía más familiares, no sabía en qué líos podría estar metido, no sabía si tenía otras relaciones o contactos aparte de estos, no sabía si nada de estos, sólo que, al igual que él, peleaban por una causa, cazaban, pero, ¿Qué era de ellos? ¿Cómo era que transitaban? ¿Quiénes eran realmente? ¿De qué vivían y cómo? ¿Por qué eran tan raros? ¿De donde eran, realmente? A veces, sentía que sus incógnitas eran más que su propia realidad, y a veces, se preguntaba si esta era aún la realidad, o sólo seguía en un cuento de fantasía y terror.
—Ellos van a atacar, y para eso, tenemos que estar juntos.
La piel de Arno se erizó, pero fue una electricidad que le hizo sentir agradable. Tenía que concentrarse.
—Cormac.
—¿Cormac?
—Germain era uno de sus más fiables terratenientes. Hemos turbado las aguas, aunque ellos crean, innecesariamente. Lo que sucedió ayer, fue sólo un aviso, esta noche... esta noche...
Jacob comenzó a pensar, era como si una idea hubiera entrado a su mente, golpeándola violentamente, como si hubiera tenido una reveladora epifanía. Sus ojos se abrieron, y pareció ver más allá del hombre francés sentado en la cama, en busca de su finalidad. De a poco, se le fue acercando, y de a poco, se fue agachando hasta hincarse a su altura.
—Él está buscando dejar señales, claramente, y sus señales serán siempre atentados en masas enormes de gente. La intervención política de esta noche en el Big Ben, allá, en las casas del parlamento; a las afueras estará repleto de gente. Esta noche... Prepárate, Arno.
Y entonces, algo sucedió, algo que por el momento, el francés no se lo imaginó. La luz pareció acortar a medida que los rostros estuvieron juntos, y pudo sentir el cálido beso en sus labios del inglés.
—No te quiero muerto esta noche—. Le susurró en sus labios, y en cuanto se separó, no dijo una palabra más, y silencioso, se fue.
El francés relamió sus labios, confundido, y colocó sus manos entre sus propias piernas, preguntándose de nuevo, la existencia del todo, y cómo era que todo estaba sucediendo, y sobre todo, qué pasaba por la cabeza de Jacob. Por qué parecía ocultarle tanto, y la vez, demostrarle todo.
.
.
.
No vio a Jacob en toda la tarde, ni tampoco en toda la noche. En su cabeza, no dejaba de dar vuelta lo que habían compartido, y lo que tampoco se podía compartir. Estuvo rondando por tejados, dándole ojo a todo lo que pareciera sospechoso, y más sospechoso parecía, que nada sucedía, pero agradecía que las mañanas pasaran rápido, y con la tarde, sólo pudo optar por ir a la taberna de los Kenway, exacto, la misma en la cual todo cazador se juntaba no sólo a beber, sino a planear cacerías, yendo quizá con la leve corazonada de que vería a Jacob ahí, pero no. Sólo se encontró con planos abiertos, y un exhaustivo hombre en una de las mesas. Se preguntó en donde estaban los demás.
—Distribuidos, por cualquier parte—, le respondió el rubio tajante, alzándole una ceja para voltearse.
—¿Y no has visto a Jacob? — Le preguntó Arno al Kenway, quien cargaba una bolsa de cuero con cosas metálicas y las lanzaba detrás de una barra.
—¿Por qué supones que yo puedo saberlo?
—¿No son cercanos?
—Para nada.
Y con el silencio, Arno se dejó caer en una silla, suspirando, confundido, sin esperar que aquel hombre de navíos ingleses se sentara a su lado, dejando caer todo su peso en la silla, casi amenazante al momento de buscar su mirada.
—Pero sé que sólo te puedes esperar lo peor, y espero que no reacciones mal a las circunstancias, porque siempre son las peores—, y con su mirada, quiso aclarar de que él no era pesimista, sólo realista, —No sé si él te lo comentó. Nos vamos a terreno esta noche.
Intentó buscar alguna respuesta, como pregunta quizá, pero ni eso salía de su boca. No entendía por qué ese día, parecía estar lleno de incógnitas a las que no podía formular. Y sólo quedaba una cosa, lo de esa noche. ¿Qué podía pasar? No estaba seguro. ¿Irían a dar con la raíz de todo? No estaba seguro.
Arno suspiró sin mucho ánimo. —Sólo quiero saber donde está Jacob ahora.
Y en simple respuesta, el rubio soltó una risa. —A veces, me pregunto qué es lo que esperas de él, si ya te lo ha dado todo.
—¿Y qué deberías saber tú? ¿Hay algo que esté escondiendo?
Sin siquiera entender el por qué, la mente de Arno se comenzaba a irritar de a poco.
—Escucha, francés. Las cosas que debes hacer ahora son simples, pero hay quienes te ponen tanta responsabilidad en los hombros, sin siquiera saber que tú no entiendes nada, ¿O me equivoco? Las simples cosas son analizar bien, y es algo que tú no hiciste en un principio...— entonces, la mirada azul del hombre, pareció agudizarse más, y se acercó lo suficiente, como para contarle un secreto. —Te han dado tanta confianza, que cuando menos lo esperes, todo se vendrá abajo, y entonces, ya no sabré quien es quien lo habrá arruinado todo, si tu, o ellos.
Arno deseaba entender a qué se refería exactamente, pero no lo lograba, sólo que habían alertas de amenaza a su alrededor, y por lo mismo, tuvo que levantarse y alejarse de la cercanía del contrario, quien ni un gesto de amabilidad le ofreció.
—Sólo dime donde está Jacob y me iré de aquí, si es lo que deseas—, había dicho el francés, intentando reordenar sus pensamientos, sintiendo que algunas situaciones comenzaban a generar más peso, como si algo más grave se avecinara.
El silencio, y los rostros sumidos en la exclamación del poder, y en la búsqueda de mentiras y desconfianza en los ojos de cada uno, se vio interrumpida ante la entrada de una persona más singular a todo lo sucedido.
—Vuelvo a repetir, ¿Tengo cara de saberlo todo? Si él te quiere encontrar, te encontrará...
Y con eso, el rubio se largó, entrando a la sala principal de a la taberna, y dejando solo al francés con esta persona, en la soledad de ese centro de la nada, ¿Había una frontera más que descubrir, a parte de la que estaba actualmente? Solamente entonces se giró a ver esta persona, un tanto errática en su mover. Era el más joven de los Auditore, quien también parecía estar perdido, en la búsqueda de algo, o alguien.
Arno se le acercó, ofreciéndole una sonrisa. La verdad es que ese Auditore, de toda esa banda de raros, era al que mejor conocía dentro de los límites, y el que mejor de ellos le agradaba. El muchacho le correspondió a la sonrisa.
—¿Sabes? — le dijo el Auditore. —No hagas caso a las cosas que Edward te diga. Él ha visto tu potencial, pero sólo teme que las cosas salgan mal.
—¿Qué podría salir mal?
Ezio le formó una mueca, a veces podrían ser muchas cosas. —¿No estás con Jacob?
Arno le negó con la cabeza, y el italiano le sonrió burlesco. Esa habitual sonrisa burlesca, como si ya lo supiera todo, haciendo al francés sonrojar ligeramente.
—Me sorprende.
A cambio, el mayor rió. —¿Y qué hay de tu hermano?
—Oh, Federico...— El rostro de Ezio fue cambiando de a poco, al punto de volver a la erraticidad en la que se encontraba hace un momento. —No lo encuentro, lo que me... asombra un poco, pero no debería. Hay veces en las que él... también pasa buenos momentos con muchachas, ¿Sabes?
Y aquella preocupación, la intentó borrar en una risa, pero Arno siempre estuvo mirando a sus ojos, y le pareció ver a un joven, claro, de dieciocho años, pero indefenso, cosa que no siempre vio en él.
—¿Entonces nada tienes que hacer?
Pero ante ello, el muchacho italiano miró a sus lado, asegurándose de que nadie estuviera en el lugar espiando. —Me gustaría vigilar de cerca el Bing Ben, quizá cerca también podríamos encontrar a Jacob.
Parecía que lo definitivo estaría en el Big Ben, así que Arno aceptó la indirecta invitación propuesta, y tras el joven Auditore, partió.
Y al parecer, tras unas cuantas horas, había estado en lo cierto, pues en un tejado, cerca del Big Ben, a pesar de que la oscuridad en la ciudad se hacía cada vez más poderosa, una silueta se pudo ver a lo lejos. Ezio le informó que fuera tras él, pues su seguridad le afirmaba que era Jacob, mientras que él intentaría reencontrarse con su hermano. La hora, parecía acercarse más rápido de lo que pudiese haber imaginado. En un momento estuvo junto a un hombre, acariciando su cabello en su cama, sonriéndole y expresándole su cariño, y ahora, el mundo de a poco parecía inclinarse, queriendo que sus pies se soltaran de la tierra.
—¿En donde estuviste todo este tiempo? —, había preguntado el francés al llegar tras él, a ese quien observaba hincado desde la punta del tejado a las casas del parlamento, a una gran junta de personas en una intervención política en busca de mayorías.
A cambio, el inglés se volteó y con sorpresa, le sonrió mostrando todos sus blancos dientes bien formados, y al mencionar su nombre, lo abrazó.
Pero había sido un abrazo extraño. Como si en un momento, todo hubiera estado en un limbo, y ahora, las cosas parecían hasta fingir, y sintió, en aquella fría energía, que algo andaba peor de lo que debería andar.
—¿Qué está sucediendo? — Preguntó Arno en cuanto el abrazo fue roto, a pesar de que en su cuerpo volvía a sentir las mariposas revolotear por todas partes.
—Me alegra demasiado que Ezio te haya encontrado, porque ahora nosotros debemos encontrarlo a él.
¿Ir de un lado a otro, en serio?
—¿Vas a decirme qué sucede? — La tajancia de Arno, había sido más fuerte que cualquier otra distracción en palabras. —¿Me dirás, por qué desapareces sin previo aviso? Me podrías haber dicho al menos, que la misión comenzaba por aquí.
Los ojos del inglés mostraron confusión, y hasta algo e sorpresa. Pronto, sus cejas se fueron frunciendo de a poco. —Te dije que esta noche nos veríamos en el Big Ben. Nada más ha cambiado.
Arno quiso refutarle, pelearle, buscar una buena escusa o argumento, pero nada. Su pecho, de manera dolorosa y angustiosa, ardía, y se preguntaba, por qué era que no entendía nada. Ni siquiera sabía si realmente era esa la situación que se debía de enfrentar, con aquel Cormarc.
—Debemos reunirnos con todos los demás—, dijo ahora una tranquila voz en el inglés, tocando la mejilla ajena, para tranquilizar sus inseguridades.
Eran estos silencios que revolucionaban al francés, y le hacían sentir tan inseguro como dispuesto a lo que fuese. Quizá era también ese inglés que de algún modo se lo transmitía, y le gustaba olvidarse de todo lo exterior, olvidarse de lo extraño y corto que el día había sido, olvidarse de las incógnitas, olvidarse del entorno y concentrarse en el presente de ellos, en el ahora de ellos, y en lo bien que se sentía, en la felicidad que retomaba su corazón por unos segundos, y aquellos labios que se estrechaban bajo las estrellas, hasta que unos gritos comenzaron a escucharse y a ensordecer los oídos.
Sus ojos se abrieron, y sus cabezas se irguieron. Ambos, sin una duda que los detuviera, corrieron hasta la punta del tejado, y a lo lejos, que daba a las casas del parlamento. Gente huía, y otra era asesinada con crueldad, una dolorosa crueldad. Arno vio, con sus propios ojos, como estos seres, nuevamente, con formas humanas, arrastraban con sus bocas, de los cuellos ajenos, a estas personas gritando por piedad, sacudiendo sus piernas para no poder más. Su cabeza parecía nublarse en lo que creyó la revuelta de un sinfín, una masa de gente huyendo, y los recuerdos gritaban al igual que ellos, "Arno", "Arno", gritaban.
—¡Arno!
El francés se volteó con los ojos tan abiertos como dos focos.
—¡Tenemos que ir, ya!
Y así fue, dejando la escena atrás, comenzaron a saltar por los tejados, buscando una manera de entrar fácilmente a las partes más oscuras de las orillas de las casas del parlamento en donde todo estaba sucediendo, viendo como otros cazadores, incluso los no conocidos, entraban hasta el lugar del asedio.
Bajaron hasta un amplio callejón, y no esperaron a encontrarse con lo peor.
—Oh, pero es sólo cosa de ver a quienes nos encontramos aquí.
Arno, agitado, vio con sus propios ojos a aquella figura de la cual se había estado planeando dar todo el tiempo. Aquel hombre de gran autoridad entre aquellos a los que llamaban vampiros, cual sujetaba a un cazador, manteniendo su mentón fuera del alcance, un dulce espacio para poder morder cuando quisiese, como si le apuntase con un arma en la cabeza.
Ante él, y a unos pasos más delante de Jacob y Arno, estaba Ezio. La gente pasaba huyendo despavorida en masas detrás del vampiro quien amenazaba con una leve sonrisa bajo sus intimidante y objetantes ojos, y sin embargo, el tiempo parecía detenido, todo.
El italiano, respiraba agitado apuntando con un arma, y viendo en los brazos enemigos a su hermano mayor, quizá igual de asustado que él. Lo que alteró los sentidos del italiano menos, fue la sonrisa que se fue formando de a poco en los labios del despiadado hombre quien lo tenía aprisionado. Una sonrisa tan fina, como despiadada, que le hizo temblar más.
—Ezio, aléjate de ahí—, Ordenó Arno a cambio, consciente de lo que podía suceder.
Todo estaba en juego, la seguridad de su hermano mayor, y la seguridad de todos ahí ante tal poderoso enemigo.
—Sería recomendable que hicieras lo que tu amigo te dice, ¿No? O no querrás ver como tu hermano acaba como tú...— y pareció que ante esas palabras, rió, pero cambió a una seriedad inminente y aterradora, revolviendo más los instintitos de ambos hermanos —...o quizá, ni siquiera eso.
¿Acabar al igual que él?
—Hermano... per favore, haz lo que dice. Sé inteligente de una vez por todas y toma distancia—. Había dicho la temblorosa voz del hermano mayor a aquel quien trágicamente veía a la muerte ajena y su respiración parecía ser cada vez más irregular.
—Ho promesso di proteggerti...
La adrenalina corría frenéticamente en las venas de Arno, y buscaba miles de infinidades de las cuales actuar, o huir, pues ahora sólo una pregunta estaba estancada en su mente "¿Acabar igual que ellos?", —Jacob, dime por favor a qué se refiere con eso, ¿Acabar al igual que él, como?
Sin embargo, la cabeza de Jacob se agitó, negándole. —No lo escuches, Arno, no lo escuches.
—¿No escucharme? —, había susurrado el hombre vestido en elegancia, aquel Cormac que amenazaba con la vida del cazador, con su voz tan seria como manipuladora. —¿Qué le has estado diciendo todo este tiempo, Jacob? ¿Qué ustedes son humanos, comunes y corrientes como todos los demás? ¿Por qué le has mentido todo este tiempo?
Arno volvió a mirar a Jacob, buscando la mínima respuesta en sus ojos, queriendo alejarse por un lado, queriendo saberlo por el otro. Su respiración comenzaba a regularizarse tanto como lo era el del joven Auditore, quien cerraba los ojos con fuerza en su propia posición, soñando por la normalidad de las cosas.
—Por favor, Arno...
—¿¡Qué está diciendo, Jacob!?
Pero el inglés había vuelto a dirigir su mirada, ahora trágica, a aquel que lo comenzaba a arruinar con la facilidad de sus palabras, y que sonreía, mostrando en su gran sonrisa, aquellos colmillos de la muerte, y que dulce e infaustamente, los iba enterrando en el pálido cuello ajeno, con gozo, tal y como la sangre, como en górgoros dolorosos del placer que le era provocado, comenzaba a salir.
Los ojos de ambos Auditore lloraban, pero sus cuerpos estaban congelados, y el tiempo, detenido. Dolorosamente detenido. Viendo como su hermano, moría lentamente ante la muerte más buscada, y como la muerte, le sonreía a los ojos mientras disfrutaba la fiesta.
Arno, vio en esa mirada, y en ese cuerpo que apenas podía gritar, intentando sujetarse a algo para soportar el dolor, en ello, había visto a Élise, y de a poco, sus pasos comenzaron a retroceder, hasta que el italiano fue soltado de los colmillos ajenos y cayó al suelo, a los pies de Cormac.
Ezio se había dejado caer de rodillas junto a él, y comenzando a llorar, sin poder creerlo, se arrastró hasta el cuerpo de su hermano lanzando todo de lado, gritando, desesperado, intentando cargar a su hermano en sus brazos, intentando detener la sangre. Cormac los miró inexpresivo, casi como si fuesen dos pares de humanos más, pronto, levantó su mirada, siempre indiferente, de cristalinos ojos brillantes como los de un lobo, con su piel más pálida de lo que alguna vez se vio, y de sus finos labios, la sangre cubrir hasta su cuello.
—Me da lástima, que con tu grupo de cazadores, vivan engañando a los demás.
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