Capitulo 2. Descarado
—Lo que puedo decirte, es que estás seguro ahora, aunque fuiste muy deficiente al no poder acabar con Germain.
Arno abrió bien los ojos frunciendo el ceño. Ese tipo se preparaba para decirle algo a Arno, ¿Y luego va y le dice que fue un deficiente? Le era suficiente con que no pudo vengar a su amada. Estaba más que bien. Vale. Le había quedado claro. Gracias.
—Disculpa...— Interrumpió Arno con cortesía. —... Apenas conozco tu nombre, nunca en mi vida te he visto antes, sabes casi hasta mi color favorito, aparezco en un lugar que no conozco...
—Mi hogar— .Interrumpió Jacob frunciendo el ceño mientras tornaba esa sonrisa a una más tranquila negando con la cabeza. —Te lo mencioné al principio.
—Ahá... Luego...— se le vino una idea a la cabeza sólo para probar a aquel misterioso llamado Jacob. —Dime, ¿Dónde nací? –
—En Francia, Versalles, pero viniste a Londres por-...
Jacob fue interrumpido en cuanto escuchó a Arno contener un grito de garganta. El francés estaba alterado, realmente alterado. La simpleza con la que lo decía Jacob lo mataba de rabia, ¿Cómo era posible que alguien supiera hasta en donde nació sin antes haberle brindado esa información?
¡NI SIQUIERA LO CONOCÍA!
—¡Tranquilo! ¡Por lo menos no sé porque viniste a Londres específicamente!— Se apuró en explicar Jacob levantando sus manos mientras negaba con su cabeza apresuradamente. Estaba siendo sincero.
—Maldición, luego me dices que fui atacado por un vampiro... ¿Y ahora vienes con que no puedes brindarme más información? ¿A qué viene todo esto? Zut!
-Take it easy, Arno. Mira... puedo decirte que te necesitamos, eres la única esperanza que tenemos.
El francés lo miró fulminante pero luego procedió a sonreír con ironía. —¿Ahora dices que necesitan mi ayuda? ¿Tú y quiénes?
—Eso más adelante, es mejor que descanses, ¿bien? ... pero quiero que estés tranquilo. No soy ningún peligro para ti...
"¡Exijo una maldita explicación!" Gritó Arno en su mente, furioso. —¿Porqué deberías serlo? — Interrumpió frunciéndole el ceño sin ningún humor.
Jacob bajó la mirada intentando mantener cerrada su boca y calló por un momento. —Eso más adelante...— Dijo aun con la mirada gacha, sin mencionar una palabra más.
Arno calló también. ¿Acaso le había dicho algo que le hiriese? Porque ahora mismo podía sentir un aire melancólico e incluso algo agresivo. Su piel se puso de gallina, y no pudo evitar sentirse algo angustiado, queriendo salir de la habitación. Simplemente tragó saliva con dificultad, manteniendo su compostura, sin dejar de mirar al Ingles quien en silencio miraba al suelo.
Sin embargo, el inglés levantó la cabeza, y mecánicamente se levantó de la silla, ofreciéndole una sonrisa. —Descansa, ¿Vale? Volveré más tarde. En el baño hay una bañera con agua caliente. Tienes la libertad de relajarte si así lo deseas.
Jacob rápidamente cogió su abrigo de cuero que se encontraba sobre una mesa con miles de papeles y se lo colocó al igual que su sombrero de copa. —Arno...— Dijo antes de salir de la habitación. —No te vayas, me daré el valor de contarte todo esta tarde, ¿Sí? No tardaré...
Arno lo miró aun con el ceño fruncido y con la boca entreabierta. Quería sus explicaciones, más lo otro lo dejó desencajado. "¿Hasta la tarde?". Dios, ¡Recién era de día! ¿Cómo era posible que pudiese esperar tanto tiempo... tendido en una cama?
Bueno... realmente no tenía a donde ir. Londres era nuevo para él.
—¿Qué haré si no puedo irme?— Sonrió nuevamente con ironía el francés, sintiéndose atrapado, sin más poder decir. ¿Qué podría hacer en una casa ajena?
—Descansar, por ejemplo. Debo comportarme como un buen anfitrión, y permitirte mi humilde hogar por ahora— .Mencionó apurado antes de salir de la habitación y cerrar la puerta de madera tras sus espaldas, pareciendo que sus botas pisaran madera más rechinante que lo que era esa habitación, y decender por escaleras. Así, el silencio, como en un comienzo, se hizo en la pequeña habitación, permitiendo sólo entrar el sonido del graznido de las aves de cualquier mañana.
Arno ahora sí que estaba confundido. No entendía como de repente, después de tanta destrucción, agresividad, peleas y odio anoche, se encontraba luego en una casa ajena de un hombre que le venía a hablar de mitos... de los cuales credulamente podría creer.
Suspiró sin ánimo, y con todas sus fuerzas, intentó aunque sea sentarse sobre el borde de la cama. Su dolor de cabeza no había desaparecido ni un poco, y esperaba que con moverse un poco y explorar la casa, pudiese encontrar algún medicamento, aunque sea una aspirina.
Se detuvo a pensar un momento y a recordar lo que sucedió en la noche anterior. Ese ser no humano que lo atacó...
¿Tan mente cerrada debía de comportarse? O... de... ¿De verdad creer que fue un vampiro?
Más que cuando este lo atacó en las afueras de la taberna no pudo recordar, y al intentarlo, le venían punzadas de dolores en su cabeza.
Así que... no vengó su muerte, ¿eh?
Arno pudo sentir como unas débiles punzadas atacaban sus ojos, enlagrimandolos por fin. Tan inútil fue, justo cuando estuvo tan cerca de matarlo, él... lo perdió. ¡Tan malditamente estúpido! ¡Arruinándolo todo! Mi promesa... Mierda.
—Élise... excusez-moi...— Susurró Arno entre lagrimas. —No sabes... no sabes cuánto me haces falta para salir de este dolor. Lo sé, han pasado más de tres años, pero tu muerte es algo difícil de olvidar y yo... estoy solo... completamente solo. Je veux que vous, Élise. T-Tengo... mucho miedo.
Y así, el francés calló. Aguantándose esas crisis de rabia o nuevos pensamientos suicidas, y simplemente suspiró, mientras miraba al techo apretando sus labios contra ellos y pasando la palma de su mano por su cara para secar las lagrimas.
Se levantó de la cama con algo de dificultad, haciendo tronar sus huesos de la espalda mientras colocaba una ligera mueca de dolor.
No podía quedarse tendido allí, pero también temía a salir y no saber en donde quedar parado. Era un hogar ajeno, eso significaba: No ser un intruso, tener modales, no a la mala educación. ¿Pero que iba a hacer si se quedaba solamente ahí encerrado?
Bien, gran idea sería tomar un baño. Si bien la depresión lo había atacado por completo, tenía la necesidad de por lo menos bañar ese mugriento cuerpo y cabello. Llevaba ya casi una semana sin tocar el agua, cosa que en algún momento no le importó, pero ahora simplemente le daba vergüenza y sentía que debía estar decente cuando casi, por primera vez desde que muró Élise para adelante, hacia vida social. Sí, tres años sin hablar aunque fuese con una o dos personas. No le interesaba, y si alguna se le acercaba, él simplemente la evitaba o ignoraba, excusándose de que iba apurado, en una voz muy silenciosa, e incluso prefería no salir de su hogar y vivir de las conservas que tenía entre sus refrigerios, y si es que, ya que apenas sí comía.
Pero ahora, si tomaba un baño, seguro se sentiría mejor. Más tranquilo, limpio, y su fatiga de tantos días, al igual que sus dolores, moretones y heridas del cuerpo, desaparecerían aunque sea un poco.
Atravesó la habitación en un paso delicado y cuidadoso, intentando no pisar nada valioso, giró una esquina cual era obstruída por un muro, para encontrarse con un perchero con unos cuantos abrigos, y una puerta de madera. Esa era seguramente la salida. Tomó la perilla de la puerta, la giró y abrió de esta. Divisando simplemente una puerta delante de él. Le quedaba claro que esto era nada más que un pequeño alquiler. Así que cerró la puerta.
Caminó sin ánimo hacia atrás, volviendose por ese mismo angosto y corto pasillo, dirigiéndose al centro de la sala. Nada más que un escritorio, la cama, y lo que sería el baño dentro de una pequeña habitación, o bien, lo suficientemente amplia para tener un buen tiempo de relajo dentro de la bañera cual dejaba el vapor flotar en el aire.
Que gesto más amable, pensó el francés con algo de mordacidad.
Se quitó lo que tenía encima, y desnudo, se dejo hundir en las tibias aguas que comenzaron a abrazar su adolorido cuerpo, relajándolo y enterneciéndolo de a poco.
No sabía cúanto tiempo realmente había pasado sin tomar un baño tan relajante como este. Sin ruido, ni distracciones. Muchas veces le fue difícil tomar un baño con calma, pensar en esas cosas no le dejaba.
O quizás era el ambiente de su bañera la cual le podía traer esos oscuros recuerdos.
Este baño no era muy amplio, pero bastante acogedor. El suelo era de baldosa gastada, y una brillante luz del sol entraba por una pequeña ventana, tocando cada centímetro de su rostro, hombros y brazos.
Luego de unas horas, Arno por fin dejó la bañera. Al salir, era ahora si un hombre radiante, otra persona. Aquellas ojeras que hace unas horas llevaba, ahora ya no eran tan notables, aquel cabello opaco, se tornó a uno café claro brillante y sedoso, y su cuerpo olía a fragancias.
Dios, hombre como ese. Cualquiera caería rendido a sus pies.
Se quedó en calzoncillos nada más, ya que su camisa y pantalones estaban sucios y malolientes a alcohol y suciedad. Así, si estaba recién bañado, no las podría usar. Podría pedirle a ese inglés ropa prestada, y se la devolvería en cuanto llegara a su pequeño alquiler con cuentas atrasadas para cambiarse de ropa y abandonarlo por completo para encontrar otro lugar.
Dejó caer su cuerpo en la cama de espaldas, extendiendo sus brazos hacia arriba y mirando al techo. Aun le costaba entender qué era y porque sucedió eso de anoche. ¿Un vampiro?... ¿O dos? Porque esa noche... pudo ver a otro que lo defendió ahora que recordaba con más claridad. Pero... ¿vampiros? ¿Así realmente se hacían llamar?
¿Por qué Jacob sabía eso?
El silencio predominó toda la habitación, y la fatiga de Arno aún por la noche anterior más el relajante baño, le obligó a cerrar sus ojos, por lo menos un momento, para pensar con más claridad.
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—Hey... Hey, Frenchy, Wake up...
Arno fue abriendo sus ojos con suma pereza de a poco, pestañando en cuanto los abría, acostumbrándose a la poca luz que había alrededor.
—¿Cuánto rato has dormido?— Rió el tipo que lo observaba por encima.
—¿Eh?...- Alcanzó a gemir Arno, para luego abrir sus ojos por completo... y darse cuenta cómo el ocaso se formaba. —¡¿Cuánto rato he dormido?!
—Es lo que te he preguntado—. Sonrió.
—Yo...—Bajó un poco la mirada, intentando analizar la situación.
—¿Te sientes un poco mejor?— Preguntó aquel hombre de ojos verdes.
Arno simplemente asintió con la cabeza. —¿Cuándo dejaras de aparecer de repente cuando no lo percate?
Jacob se encogió de hombros sin borrar aquella sonrisa que pronto se convirtió en una dulce carcajada. —Cuando seas más atento, supongo.
Arno formó una mueca. —Soy lo suficientemente atento...
—¿Cómo para quedarte dormido en calzoncillos sobre mi cama de espaldas, listo para agarrar un resfriado en este frío alquiler?— Le interrumpió mirándolo a los ojos.
—Lo lamento...—Sonrió Arno. Maldito, estúpido, engreído Inglés.. —Pero tú eres quien me ha traído hasta TU cama... No parece haber más que esto de todos modos— Arno no borró aquella cortés sonrisa, pero su molestia era más que predecible.
—Lamento eso, Francés... He olvidado que a veces vivo solo— Soltó por fin en un suspiro.
—Écoute, necesito ropas... para irme a mi alquiler Las mías están mugrientas y no... No desearía colocármelas. Te pagaré lo que quieras, pero sería muy gentil de tu parte si me prestaras algo para poder marcharme. Sé que solo soy una molestia aquí... y bueno...
—No, no eres una molestia...— Interrumpió Jacob, clavando su penetrante mirada en los orbes de Arno, demostrando más de mil palabras, y todas... extrañas. Como códigos posibles de descifrar,pero que Arno no deseaba.
El francés giró su mirada hacia otro lado, lejos de la del inglés, la cual le incomodaba un montón. —Te pagaré por algunas ropas...
—Are you stupid or do you?— Rió Jacob como si se repusiera, parándose de aquella silla en la que se encontraba sentado frente al francés, encaminándose hacia un armario. —No tienes para que pagarme nada. No eres un vago para tener que decirme esas cosas...- Comenzó a rebuscar entre tantas ropas que tenía allí. —Ten, ponte esto...— Comenzó a lanzar ropas por ropas hacia la cama, al lado de Arno, quien las levantaba y las revisaba. Parecían cómodas—...Y esto, y esto, y humm... también esto...
—Supongo que con esto estoy bien. Gracias—, dijo, colocándose primero la camisa de cuello largo ofrecida. Un bolero, pantalones, botas y una chaqueta. Simple para poder ir.
Sin embargo, el inglés se volteó, hincándose frente al francés. — Pero... Por favor Arno, antes de que te vayas, déjame presentarte a unas personas— Le pidió con un rostro suplicante. Arno lo miró con extrañeza. —Eres muy importante para nosotros.
—¿Quienes "nosotros"? Apenas te conozco a ti.
—Te diré todo lo que quieras de mí.
—Creo que sería lo correcto, sabes hasta donde vivo. – Sonrió Arno con tranquilidad.
¿Eso era un sí? Jacob sonrió satisfecho, y así, procedió a explicarle unas cosas antes a Arno, hincado entre sus propios pies mientras procedía a hablarle a Arno, quien simplemente escuchaba y asentía con la cabeza mientras se vestía y arreglaba.
Ahora sí entendía más cosas de Jacob, aunque de la manera superficial, no de la filosófica, como el por qué, o temas por el estilo. Sabía ahora que, tanto como Arno hace más de tres años, él también poseía esa "virtud". Sus descendencias y las cualidades. Arno era parte de la descendencia, y no era que lo necesitasen para completarlos a todos, pero él tenía algo que los demás, como Jacob, según él, no tenían. Quizás tuvieron la oportunidad alguna vez, pero no lo supieron, y la desperdiciaron, o quizás lo supieron, pero ya demasiado tarde. Un poder que podría terminar con una maldad mayor, aquellos a los cuales llamaban Vampiros.
A Arno le costó creer estas palabras, sobre todo si se las decía aquel simple inglés.
—Iremos más rápido por los tejados.
Y con esas palabras de Jacob, los dos hombres salieron del edificio, apartamento, escalando las paredes de un hogar vecino y así, con la luna a sus espaldas, comenzaron a saltar entre estas.
A Arno le costaba un poco, ya que con tres años sin practicar sus entrenamientos, seguramente había olvidado unas cuantas cosas, pero se sentía bastante bien volver a su forma pasada, aunque se estaba cansando más rápido. Repetidas veces, al saltar de un techo a otro, se tuvo que aferrar bien a los bordes para no caer, y a cambio, se golpeaba fuertemente el vientre y costillas, donde más sus moretones yacían.
—Jacob...— Llamó el francés, a lo que el veloz hombre se detuvo de golpe, volteándose al llamado.
—¿Si? ¿Estás cansado?—Sonrió un poco el Inglés ofreciéndole sincera amabilidad, aproximándose a él.
El francés soltó una carcajada fría, la cual hizo al inglés borrar esa sonrisa rápidamente.
—¡Estoy de lujo!— Sonrió, agitado, sin ninguna gracia. Le hablaba con sarcasmo. —Si llevo tres años sin practicar ni un solo salto, ¿Cómo crees que estaría?
El inglés negó con la cabeza, frunciendo su ceño ante el fastidio del francés —God, Arno, maldita sea, ¡Supéralo ya, y cambia esa maldita cara!— Dijo en un arrebato, mirandolo directamente a los ojos.
Arno gruñó juntando el entrecejo de la misma manera. —¿Superar qué?
—¡No es mi culpa que se te haya muerto esa mujer!— Soltó de repente Jacob ante un gruñido sonoro, molesto por la indiferencia francés, quien siquiera había agradecido la ayuda de un principio. —Todos hemos perdido a alguien, y sabemos cómo superarlo, pero tú estas jodidamente estancado. Uno intenta ser amable contigo y tu vas y-....
—Repite eso de nuevo...— Susurró el francés mirándolo con odio.
—No es mi culpa que se te haya muerto ÉLISE—. Recalcó, alzando el mentón con altivéz, sabiendo que estaba pasando a zonas limitadas.
—Vous fils de pute!— Le gritó Arno en la cara, agarrándolo del cuello de su camisa, alzando su puño. —¡¿Cómo mierda te atreves a decir eso frente a mí!?
—¡Ese es tú problema!— Jacob apretó su mandíbula, listo para recibir el golpe. Pero antes de que Arno pudiese continuar con sus represalias, Jacob volvió a interrumpirle. —No puedes vivir de recuerdos ni lindos sueños, Arno. Nadie puede.
Arno pareció despertar, y con lentitud fue soltando la camisa ajena, clamándose de a poco, refelxionando aquellas palabras, quizás esa era la intención de Jacob.
Tornó su rostro de ira a uno de tristeza total en un momento. Las palabras de Jacob eran ciertas y le dolía que fueran así. No quería admitirlo.
—¿Cómo eres capaz de saber todas estas cosas... y de tener la frialdad para decirlas?— Soltó Arno en un hilo de voz, mientras sentía como las lágrimas empapaban sus mejillas. Se sentía mal, destrozado, sin una vida que seguir practicante. Se sentía avergonzado.
Ese Arno de antes, ese competitivo, encantador, sonriente y amante de las fiestas y peleas callejeras había quedado en el pasado. Y luego de la muerte de su mujer, se había tornado a un Arno más frío y cascarrabias. No le gustaba admitirlo ni soportarlo, ¿Cómo lo haría para cambiar? Todo lo que era para él se le había ido. Pero eran cosas que no le gustaba compartir con los demás. Era sólo de él, recuerdos y ocultas felicidades destrozadas... de él.
—Lo siento, Arno—Sintió como una fría mano acarició su mejilla izquierda, limpiando aquellas lágrimas. Arno abrió con lentitud sus ojos, para encontrar la misma mano de Jacob posada en su mejilla, y él, muy cerca de Arno. Intentaba darle calma, seguridad. Y sobretodo, demostraba que estaba arrepentido de lo que había dicho.
Y queue todo iria bien...
¿QUÉ?
Arno rápidamente dio un paso atrás, quitando fríamente la mano del inglés de su mejilla, con la mirada gacha. Le inquietaba mucho el extraño comportamiento de este molestoso tipo.
El inglés no hizo más que volver a ponerse su sombrero de copa y el guante que se había quitado de aquella fría y blanca mano, quedando en silencio.
—No entiendo como no tienes frío, bon sang—Quiso cambiar el tema rápidamente el francés.
—Por familia, todos somos friolentos...— Sonrió de manera ladina al contrario encogiéndose de hombros, para dirigirse a él y darle un abrazo reconfortante, y bastante fuerte, dejando a un francés confundido mirar a duras penas por sobre su hombro. — Realmente lamento lo que dije. No fue mi intención.
Arno suspiró, poniendo las dos manos en el pecho ajeno para poder zafarse de a poco, en una ladina sonrisa como la que había sido la del contrario. —Está bien. Errores humanos.
—Errores... humanos.
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—¿Es... aquí enserio?— Preguntó el francés admirando el enorme callejón oscuro frente a sus ojos al cual debían aproximarse, cual parecía que lo llevaría lejos de cualquier extraña sociedad.
—Claro. ¿Pensaste que sería algún salón elegante?
—Creo que no esperaba menos...
Jacob rio, indicándole a Arno que ya era hora, y así, se adentraron en el fríoy solitario callejón.
A medidas que caminaban, Arno observaba alerta a su alrededor. Ese lugar no le daba buena espina para nada, y podía sentir como sutiles pasos, además de los de Jacob, quien iba calmado y con gran naturalidad, y de los de Arno, revoloteaban por ahí. Sentía como si alguien, más de una persona, susurrara palabras alrededor. Era prácticamente como un callejón embrujado, y eso estaba poniendo algo nervioso a Arno.
O quizá sólo era su ahora bien activa imaginación. El reciente tema de los vampiros lo tenía algo alterado.
Jacob detuvo su paso, ordenándole a Arno que se quedara allí un momento. Así lo hizo Arno, y el inglés desapareció en la oscuridad en cuanto se encaminó a la derecha del francés.
Pasó a lo más un minuto en que Arno ni se movió de su posición, y aquellos susurros y pasos que escuchaba no cesaban, los cuales lo ponían fuera de lugar. Sin poder soportar mucho, comenzó a caminar hacia donde Jacob se había desaparecido, con la intención de encontrarlo, llamándolo.
Pudo sentir como su cuerpo chocó con otra cosa no dura, lo cual le obligó a retroceder con los ojos cerrados aún, y en su momento, una luz iluminó la zona del callejón de repente. Una escasa y débil luz, que dejó mostrar a tres personas más entre las débiles sombras. Tres figuras que lo rodeaban por completo a Arno, figuras las cuales sus ojos brillaban amarillentamente con furor.
Arno, asustado, comenzó a intentar buscar una salida, pero estaba rodeado. Estas figuras comenzaron a aproximarse hacia él.
—Tranquilo, Arno...— Llamó el Inglés de repente, saliendo de entre las sombras con las otras tres figuras. —Estos son...
Y otras dos figuras más cayeron del tejado hacia unos botes de basura, al lado de Arno, sobresaltándolo. El francés maldecía en su cabeza el hecho de no haber arreglado a tiempo su hoja oculta, la cual en este mismo instante podría haberlo cuidarlo de a poco. Caminó de espaldas hacia otro bote de basura que había a sus espaldas, libre de cualquier otra persona rara como estas que pusiese acercarse a él.
—Cuidado...— Llamó una seria voz a sus espaldas, a lo que se volteó para ver a un hombre de atuendo y capucha blanca como la nieve, quien lo esquivaba para caminar hacia lo que parecía la entrada trasera de una taberna.
—¿Qué es todo esto, Jacob?— Exigió Arno mirando al inglés, quien se abría paso a esta entrada, mientras algunos de estos tipos entraban a este recinto también.
Todo estaba repleto de gente, música y risas. Todos menos Jacob y Arno ahí fuera.
—Vamos, ven...— Llamó Jacob mirando al confuso inglés.
—¡Explícame que es esto! Y porque de repente estas personas... y... esa puerta y el callejón y...
—Adentro te explicaré, man. C'mon.
Arno simplemente lo miró haciendo una mueca y luego de unos segundos de haber pensado bien, dio sus primeros pasos la cantina. Sentía desconfianza, y la única persona en la que parecía poder confiar, que casi ni confiaba realmente del todo, era en Jacob. Aquel inglés que lo había salvado de morir, y que sí, estaba agradecido de eso. Pero quería venganza.
Aún quería venganza.
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Pero tienen todos que saber algo:
Como los minutos se fueron convirtieron en horas, viajando hasta las dulces madrugadas de conversaciones, y con estas horas en días, Arno cada noche iba a esta cantina, a reunirse con aquellos que se hacían llamar "Cazadores", y con los días consecutivos, Arno les había tomado confianza a todo aquel grupo que Jacob le presentó. Incluso al mismo Jacob. Ahora lo conocía mucho más.
Todo lo que había sido un extraño día de intentar conocer a ese inglés, se fue desenvolviendo en días consiguientes. Sentía que sus tipos de humores encajaban bien, y que sus conversaciones eran siempre demasiado cuerdas. Para Jacob, parecer inmaduro ante sus acciones, parecía tener realmente los pies puestos en la tierra, cuando hablaban de los temas de esos seres.
Las primeras veces, era incomoda la cantina alrededor de todas esas extrañas personas de blancas pieles, pero luego de unos momentos, ya todo era risas, bromas, juegos, licor y cantos.
Le había presentado a aquellos cazadores. Le explicaron lo mismo que Jacob en algún momento le había explicado, más unas cuantas cosas extras, nada fuera de lo normal.
El primer tipo, era casi el líder de aquel equipo de locos marginados que tenían formado en Londres,o así lo consideraba Arno en un principio, bulándose de esto. Su nombre era Altaïr Ibn-La'Ahad, y tanto como Arno, quien era francés, este serio tipo era de Siria. Sus ojos eran anormalmente dorados, y jamás parecía querer quitarse la capucha, dándole un aspecto tétrico bajo esas sombras y cicatriz en su labio del lado derecho, y este mismo, encaró a Arno frente a sus bromas, diciéndole que no era motivo de burla esta justa organización. Arno entonces, comenzó a tomarse las cosas más en serio. Aunque sin embargo, con el tiempo se fue acostumbrando a su habitual sentido del humor cual era seco, arrogante y sarcástico, pero para Arno era mejor así a que no le dijera nada. Demostraba que era un buen líder.
También esos días, conoció a dos hermanos. Se les hacían llamar "Los Hermanos Auditore". En un principio, a Arno le dio algo de escalofrió a aquellos dos tipos, ya que tenían unos rostros serios, pálidos y ojerosos. Pero su primer punto de vista cambió en cuanto conoció a los dos hermanos. Ezio y Federico Auditore, procedentes de Italia, Florencia, les contaron a Arno que su familia había sido asesinada por los mismos seres que mataron a Élise, y es por eso que tuvieron que escapar de Italia, y el sentido, les hizo llegar hasta donde estaban ahora. Esto impresionó a Arno. ¿Era la razón del porque los dos hermanos tuviesen ese rostro tan desanimado? Sin embargo, los hermanos no eran del todo desanimados. Detrás de esos serios rostros fúnebres, estaban los jóvenes más bromistas del grupo. Ezio era el menor por tres años, y era de duras palabras y algo caprichoso, pero se hacía respetar. Su cabello era de color castaño claro y largo hasta los hombros, solo que sujeto por una cinta roja. Este también tenía una cicatriz en el labio del lado derecho. El mayor, Federico, era un joven tranquilo y observador, quien jamás borraba esa tranquila sonrisa del rostro. Mostraba ser alguien maduro, más que su hermano menor, JAJ, pero no era así. Su humor a veces era clave, y costaba entenderlo en principios, pero luego todo morían a carcajadas, cuando el simplemente agachaba la mirada sin borrar esa tranquila sonrisa. Su cabello era café castaño oscuro, casi negro, al igual que la poca barba que rodeaba sus mandíbulas y el mentón, pero en vez de su hermano menor, este tenía el cabello corto. Su tez era pálida, realmente pálida, y tenía una cicatriz sobre el puente de la nariz, la cual la cruzaba horizontalmente. Los dos hermanos trabajaban juntos, y sus trabajos eran desastres y ellos adoraban eso. Quien llevaba a cabo aquellos planes, era Federico, y Ezio era la fuerza. Desde que murieron sus padres, ellos no dejaron de trabajar juntos, eran como mugre y uña. Estaba pegado siempre uno al otro, no se separaban ni de porsiacaso.
Fue presentado también un joven de grandes espaldas y fuerte, llamado Connor Kenway, dueño también de esta taberna inglesa. Era el tipo de la tez más oscura y pecosa de todo el grupo que se encontraba viviendo y bromeando sentados en sus sillas, hablando sobre la vida y sus deshonras o virtudes y las cosas claves que podían suceder en la ciudad. Su aire parecía de un hombre agresivo, atacante y duro. Pero en realidad, demostraba que no era capaz ni de matar a una mosca, aunque si, su fortaleza física, le permitía derribar a millones de estos seres que tanto atacaban Londres entre la oscuridad y ninguna persona sabía. Tenía una personalidad tranquila y tierna. Comentaba que cuando joven, pequeño, ni menos, tuvo que escapar de Estados unidos, ya que también era perseguido por aquellos seres, los cuales mataron a su única familia, a su madre. Sin embargo, su rostro ocultaba la enorme tristeza que sentía de algo que ocultaba. Cuando Arno le preguntó por su padre, este no le contesto, simplemente bajó la mirada.
"—Estoy arrepentido..."
Fue lo único que comentó el joven nativo americano. Y luego los temas cambiaban a otras cosas, pero Arno pudo sentir su dolor, y el dolor de cada uno de ellos. No sabía que ocultaba de su padre, pero pudo sentir aquel dolor.
Le fue presentado también Edward Kenway, familiar muy, muy cercano a Connor. Este tipo sí que se comportaba de manera extraña hacia Arno. Le dirigía bromas pesadas, otras veces procedía a mirarlo fulminante mientras los demás hablaban estupideces, y otras veces procedía a quedar en silencio sin despegarle esa mirada de odio de encima. Arno no lo entendía, porque los demás eran tan buena gente con él, cuando este tipo, el único, lo miraba con cierto odio. Este tipo tenía lengua de marinero, y bien... era uno. Dirigía barcos mercantes a Londres, y ayudaba a esta pequeña organización. Decía sentirse bastante identificado. Pero hablaba millones de groserías y su humor seco hacia reír a todos. Su cabello era largo y rubio, y lo dejaba caer hasta sus hombros, su tez era pálida y sus ojos eran azules, cubiertos por ojeras también. Mencionó que su profesión era transportar cualquier tipo de barcos de carga y batalla por las costas, con gran orgullo.
Sabían que sin él, a Londres no entraba nada.
Jacob le recomendó que no tomara a personal ese comportamiento de Edward, él era un tipo carismático y tierno. A veces le costaba "acostumbrarse" a los recién llegados, como Arno.
Sin embargo...
... Esos días, Arno estuvo aprendiendo del grupo que estaba aquí adjunto. Eran los más expertos entre todos. Había otros "reclutas" esparcidos por Inglaterra, mencionado que esta "pequeña organización" de cazadores era bastante grande... y peculiar.
Arno no les había creído del todo, y llegó a pensar en un momento, que todos estos eran sólo grupos de fanáticos de cuentos de horror, y deseaba huir, sin entender qué hacía ahí, hasta que en un momento, ese hombre árabe, realmente serio, lo arrastró hasta una sala oculta en la taberna, cerrando las puertas a sus espaldas.
Ahí, había un hombre encadenado de las muñecas, pies y torso. Comenzó a gruñir y a gritar monstruosamente en cuanto Altaïrhizo un poderoso reflejo sobre él con luz del sol que se filtraba del techo. —¿No lo crees aún? Toma esta pistola, y dispárale.
Arno había fruncido el ceño, sin poder entender tal locura. —No puedo, es... una persona.
Altaïr, con poca paciencia, negó con su cabeza, arrebatándole el arma y disparándole de una sola vez a este hombre, quien gritó, pero no murió. A cambio, como un poseído, comenzó a reír.
—¿Entiendes ahora?
Ante el impacto de las cosas, Arno entendía.
Entonces, habían momentos en los que Arno y Jacob los compartían a solas. Reían juntos en la taberna y a las afueras. Se entendían. Era divertido, muchas veces, como Jacob usaba sus manos para expresarse, y Arno lo imitaba juguetonamente. Recibía un suave jab en respuesta. Conversaban de cosas tan serias, como cosas sin valor, y Arno, realmente lo comenzaba a considerar, ahora, un amigo. Pero no todo eran risas y bromas.
Jacob lo había comenzado a entrenar. En un principio, el liderazgo del sirio líder, había acudido a que no debía Arno actuar por venganza, si no, sería echado de ahí, pero de a poco, la flexibilidad mental fue más aceptada. Tras los entrenamientos, el inglés se había dado cuenta de que Arno era el correcto.
Pero para Arno, un día de todos estos, fue especial:
.
—Germain es un Vampiro— Golpeó la mesa el capitán de navíos, Kenway, con fuerza. —Según tu nos cuentas, francés, él te atacó. Casi te muerde justo en el cuello, mencionó la sangre de tu difunta mujer. ¡Era un vampiro! Tú viste cuando él la mordió en el cuello. ¿Ahora sólo dices que son nada más que leyendas? Ellos existen, existen como también ese ser que te defendió.
—¿Vampiro? Pero... ¿Cómo lo sabes?
—Todos hemos tenido que abrir los ojos, Dorian—. Mencionó serio el Kenway moreno.
Aquello en ellos, era como una ley sagrada: Tener los pies puestos en la tierra.
—Così è, -Continuó Ezio, formando una sonrisa ladina. —A nosotros nos costó en un principio... como a ti.
—Pero estamos todos unidos en esto. No lo olvides.- Le susurró Altair con calma, cruzado de brazos, mientras miraba al suelo y escuchaba atento la conversaciones de sus compañeros.
—Tú sabes...— Le sonrió el italiano en respuesta. —...Somos cazadores. Nos dedicamos a acabar con ellos. Somos exterminamos también. Pero no estamos del todo completos, Arno... pero es que tu.. tu...- Ezio apretó su mandíbula pensando en la respuesta correcta, chaqueando sus dedos para poder acordarse.
—¿Tiene algo que nosotros no?— Dio la respuesta su hermano mayor, mirándolo con una sonrisa.
—Questa è la risposta—. Ezio le dio un codazo a su hermano, felicitándolo. —Tienes algo que nosotros no.
— Esperen. ¿Ustedes saben como acabar con ellos?— Preguntó el francés, abriendo los ojos en cuanto la información le era confirmada. —Quiero aprender. Quiero ser parte de ustedes.
— ¿Quieres asesinar a un homicida? Con tus torpes intentos de venganza, jamás lo lograrás—, recalcó Altair, alzando el mentón y clavando sus fieros ojos en los del francés.
Arno formó una sonrisa casi retadora. Él quería vengar a Élise. Quería hacerlo, e iba a hacer lo que pudiera para lograrlo. —Pero si todos ustedes han actuado por venganza.
—Te equivocas—, refutó este. —Lo que tus oídos quieren escuchar, es distinto. Son sólo objetivos. ¿De qué nos sirve asesinar y luego dejar, mientras que madre y niños son consumidos por la miseria de estos? Busca tus intentos de venganza en otra parte.
—Espera... de acuerdo. Enséñenme a pelear igual que ustedes y haré todo lo que pidan.
De repente, el ambiente se había vuelto oscuro, como algún tipo de señal, y el hombre árabe se inclinó levemente ante él. —¿Prometes dejar a un lado tu idea de venganza, y adoptar la vida de un cazador? ...Ya no tendrás amigos.... ni familia... te daremos los nombres-...
Arno fingía escuchar, y le decía lo que él quería escuchar, pero él sólo lo hacía por ella. Sólo deseaba matar a ese mountruo que había asesinado a Élise. Y si era por recibir lo necesario, lo haría. Jacob se ofreció para entrenar a Arno y así que se le diesen futuros objetivos.
—Acepto.
Jacob, llevó a Arno a una sala alejada de la misma taberna, casi oculta del mundo, la cual era iluminada simplemente por unos cuantos candelabros y antorchas. Habían, repartidas por todas partes, trillones de armas, tanto armas blancas, cuerpo a cuerpo, como de fuego. En las paredes, en mesones y en altares.
—Elige la que desees...— Jacob se cruzó de brazos mientras Arno lo miraba bastante interesante. Tomó en sus manos de la pared un arma de fuego, mostrándosela al francés y entregándosela en sus manos. —Esta es una pistola de las Tierras Altas de Escocia.
Eran armas tan peculiares como peligrosas, como de esas novelas de acción que comenzaban a salir. Casi épicas, medievales y mortales. Lanza llamas, cadenas con púas, ganchos afilados, cuchillas de cierras con más de cinco milímetros, y hasta una escopeta de siete cañones. —Por si un cañón no te es suficiente, con siete bastarán—. Cada una de ellas, podría abrir un enrome apetito de completar una venganza rápida. Arno la tomó en sus manos colocando una mueca de aprobación.
—El Trabuco— Presentó ahora el inglés con una pequeña sonrisa un arcabuz de 40cm, cual el cañón poseía una gran boca. Apuntó con esta, como si agudizara la mira. — Y si pierdes la bala... puedes meter tu reloj de bolsillo para disparar
Arno la recibió también, observándola de lado y lado.
—Ahora Arno... ¿Cual te gusta?
Arno las miró con delicadeza. Había literalmente de todo, pero no, ni una sola le convencía. No estaba seguro de ellas, aunque sin duda eran totalmente tentadoras. Llevó su mano a su cintura, queriendo apoyarla allí, cuando sintió la presión de su mecanismo de hoja oculta recientemente reparado. Alzó su mano para observarla, y estirando sus dedos, la dejó salir.
—¿Qué tal esto?— Preguntó Arno, moviendo su muñeca lentamente de un lado a otro, para verla brillar a la luz de las antorchas.
Jacob la examinó con cuidado, y pasando su dedo la hoja cuidadosamente. Sonrió ante la similitud de las que todos poseían. —Si así lo deseas.
Jacob había puesto su mano tras las espaldas de Arno, y lo había dirigido hasta el otro extremo de la sala. Abrió una pesada puerta de madera que llevaba a un bodegón y retrocedió poniéndose a la altura del francés, cruzándose de brazos y rascándose ligeramente la barba de sus mandíbulas, mostrando sus dientes. —Vas a derribar esta puerta, de un solo corte.
Arno lo observó confindudo, pensando seriamente si se trataba de una broma o no. —Pero... es una puerta de más de 10cm de ancho. Es algo totalmente imposible.
—Pero no es una puerta. Es lo que más odias en el mundo—. Dijo, con tal seriedad, que parecía casi verdad. —Así que dime, Arno. ¿Qué es lo que más odias?
Arno formó una mueca, admirando el grosor de la pesada puerta de madera, y luego miró al inglés. —Odio a François-Thomas Germain.
El inglés hizo un ademán hacia la puerta, apuntándola. —Entonces derribalo de un golpe.
Arno bajó un poco la mirada y con decisión, después de pensar bien, asintió con la cabeza dudosamente. Sacó su hoja, puso un pie de apoyo, y lanzó un corte a la puerta, dejando en ella un tajo, aunque no muy profundo.
—Parece que no lo odias tanto...— Dijo en un claro sentido de burla, mirando aquel tajo en la madera. — Dime qué odias.
— Odio que Élise haya sido asesinada—. El francés frunció el ceño soltando un suspiro, y con decisión y un gruñido, elevó la hoja, y en sentido diagonal, dio un fuerte golpe a la madera de esta puerta. Al abrir nuevamente los ojos, la hoja sólo yacía incrustada en esta, más la madera... apenas había recibido el corte.
—Insuficiente.
—Odio haber tenido miedo—. Arno blandió su hoja en sentido diagonal nuevamente a la madera y al golpear, fue alejado.
—¿Y?
—Haber sido tan débil, siempre viviendo con los ojos cerrados—. Atacó nuevamente, soltando un gruñido feroz.
—Qué patético.
—Odio haber sido tan inmaduro—Otro fuerte corte le dio a la madera.
—Muy débil.
Arno dio otro fuerte golpe a la madera con la hoja, al recordar, más esas palabras, su ira despertaba de a poco. —Sí. Guñó en respuesta.
—Y que fracasaste...
Arno golpeó nuevamente la madera, cada vez con más fuerza, haciendo crujir la madera. Le enojaba tanto escuchar eso. —¡Sí!
—... al protegerla.
—¡Lo sé!—Arno nuevamente blandió la hoja, con una enorme fuerza, abriendo prácticamente la primera capa de la dura madera cual crujía dolorosamente,
—Y que tú...
Golpe.
—... la dejaste...
Otro golpe.
—.... morir.
—¡SÍ!
Arno dio un enorme vuelo antes de blandir por última vez su espada. Soltó en un grito prolongado, blandiendo su hoja con gran fuerza, traspasando la dura y ancha madera de aquella puerta con toda su ira, rabia y tristeza, todo combinado, madera que ahora caía estruendosamente partida en dos hacia un lado, al haber sido cortada de una vez por la hoja de aquel mecanismo.
Jacob caminó tranquilamente hacia el joven francés, quien respiraba agitadamente entre jadeos. Observando boquiabierta, incapaz de creerlo, incapaz de creer la puerta hubiese caído, que él mismo cortó en dos con una simple cuchilla. Lo observó con algo de orgullo en sus ojos.
— El poder, Arno...— Aseguró Jacob con una sonrisa victoriosa, posando su mano en el hombro del francés. —... no viene del odio, sino de la verdad.
Arno, agitado, observó como este le había hecho un ademán con la mano para que lo siguiera, caminando hacia otra sala. —Lo has hecho bien. Ahora practicaremos con la ballesta y la hoja oculta.
.
.
.
Una noche, Arno y Jacob se dirigieron al bar ya que Jacob había pedido conversar un pequeño tema con Arno. Nuevamente, el francés estaba ebrio ya, y ahora lloraba.
Lloraba sobre sus propias manos, mientras el inglés escuchaba los dolorosos relatos Arno acerca de la muerte de Élise, la hermosa mujer que había sido mordida por uno de esos demoniacos seres llamados Vampiros. Esa sed de venganza que lo consumía lentamente, y la falta de amor que tenía, la cual lo había convertido en un hombre amargado y poco comunicativo. Que era lo que más lo había consumido, y lo que más odiaba de todo.
Le agradecía de corazón, haberle traído a estas personas cuales le entendían. Hacía muchísimo tiempo que no se reía tanto con gente tan amistosa con las de a ahora. Había estado tan solo.
—Me siento mal al escuchar todo eso, Arno... My... My condolences.
— Si sólo supieras... ella... lo era todo... todo. Muchas veces... intenté suicidarme y...
—Calm down, Arno. Anda, límpiate esas lágrimas. Te acompañaré a tu hogar, ¿Vale? Ya estás lo suficientemente borracho como para seguir aquí.
—No...— Negó entre un hipo Arno, intentando pararse de la banca algo tambaleante, aunque Jacob tuvo que atraparlo para que no perdiese el equilibrio.
—¿Ves? Hehe, Je suis le seul.
—No puedes sólo. Yo te llevaré.
Y así, tomó al caprichoso hombre borracho de su brazo, y lo llevó fuera de la taberna. Y en medio de unos minutos, ya estaban cerca de llegar al hogar del joven francés.
—Algo... algo querías decirme... ¿No? Tu rostro lo dijo todo— Soltó un hipo el francés entre risas, intentando mirar a la cara a Jacob con los parpados ya algo caídos por el sueño.
Las calles estaban calladas y solitarias causa la abrazadora madrugada, al igual que el inglés, quien pensaba bien en lo que quería decir.
— Oh... ah... Sí...
Arno relamió sus labios echando su cabeza hacia atrás, listo para escuchar lo que Jacob tenía para decir.
—Me gustas.
Nuevamente el silencio se hizo en todo el sector. El incomodo silencio.
Arno sintió como esas palabras retumbaron en su cabeza, azotándola de un lado a otro. Ese "Me gustas" salido de sus tranquilos labios y de esa tan imprecionante naturalidad. No se mostraba ni nervioso al decir aquellas dos insignificantes pero al mismo tiempo significantes palabras.
—¿D-Disculpa?— Arno se irguió con lentitud, clavando su mirada en la del inglés, quien no mostraba ni una sola expresión en su rostro, también dirigiéndole la mirada. El francés fue sonriendo, hasta finalizar por reírse a carcajadas para empujarlo pesadamente con su mano. —¡Eres el peor bromista del mundo! Tu le savais?
—Lo que has escuchado, Arno. Siento que me gustas...
Arno frunció el ceño negando con la cabeza, eliminando las risas de él. Vale, el alcohol no le permitía procesar bien esas palabras. Era un hombre quien le decía eso, no una mujer.
¿Cómo era posible entonces?
Sus mareos ahora se hacían más violentos que hace un rato, y sentía que sus piernas se hacían de lana, incapaces de soportar su propio peso.
—Vale, pero eres... eres un hombre...
Antes de que Arno pudiese terminar de articular aquella palabra, la primera que se le había venido a la cabeza, Jacob inclinó sus labios a los del francés, dándole un pequeño y tierno beso en estos y se separó al segundo. Sólo con la intención de ver la expresión del francés, quien de repente, fruncía el ceño, colocándose más rojo de lo que estaba causa al alcohol, mientras mantenía su propio equilibrio.
—Eres un hombre...
—Simplemente me gustas.
Y otra vez se inclinó al francés con la intención de besarlo, pero al segundo, fue golpeado por el contrario en la mejilla, un duro puñetazo.
—¡Eres un hombre, descarado, fils de pute!— Gruñó escupiendo el francés al suelo demostrándole asco, quien comenzaba a retroceder torpemente, hasta voltearse, meterse las manos en los bolsillos, e intentar caminar de regreso a su hogar.
❇TRADUCCIONES:
-Zut!: ¡Maldita sea!
-Take it easy: Tranquilo.
-Excusez-moi: Perdoname
-Je veux que vous: Te quiero
-Frenchy: Francesillo
-Wake up: Despierta
-Écoute: Escucha
-Are you stupid or do you?: ¿Eres estupido o te haces?
-God: Dios
-Vous fils de pute!: ¡Maldito hijo de puta!
-Bon sang: Maldición
-What is that?: ¿Que es eso?
-Camarade: Camarada
-C'mon: Vamos
-My condolences: Mis pesame
-Calm down: Cálmate
-Je suis le seul: Puedo solo
-Tu le savais?: ¿Lo sabias?
-Stupite: Estúpido
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