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Capitulo 1. ÉL

Aún tenía en mente aquel asqueroso hombre apodado como "Germain", quien le quitó de sus manos a la persona que más había amado en su vida. Ese día fue demasiado horrible, horrible fue verla así, en ese agonizante estado, postrada en una cama. La pobrecita, gemía y gritaba de dolor intentando evadirlo, con resultados no exitosos. Ella le decía a su amado que estaría bien, fingiendo una cálida sonrisa...

Ella mentía...

Llenando de falsas ilusiones a su amor, quien destrozado, observaba aquella lápida en la tierra, con las manos temblorosas. Siempre recordando, recordando lo peor de todo, lo malditamente estúpido que no hizo sólo por descuido. Ese tipo había huido y él no pudo detenerlo. Y era justo ese momento, cuando otra muerte más se añadía a la lista incompleta. Malditas tres muertes ya, pero nunca, después de tanto, había sentido ese ardiente y desesperante deseo llamado "venganza", una venganza eterna y dolorosa a ese hombre.

Recordaba...

Primero, cuando pequeño, su padre le fue arrebatado, teniendo en recuerdo un único reloj de bolsillo en mal estado. En ese momento, no creyó sentir el mismo dolor que el de ahora, ya que era sólo un niño y apenas sabía lo que sucedía. Más adelante, su padre adoptivo, François, le fue arrebatado también, pero ayudó a su hermana adoptiva a vengarlo, y también a quien le tenía profundos sentimientos guardados. Justo cuando creía estar equilibrando aquellos dolores con su bella amada Élise, tan feliz y casi estable, ella le fue arrebatada de sus manos también. 

Y la vio, su bello rostro, aún sonriente, y sus ojos cristalinos, su piel pálida... cual ya no era parte de este mundo terrenal.

Era irónico, ¿no? Primero su padre, luego François, y luego su Élise... siempre de mal en peor. No quería más, no quería más sufrimiento, ¿Era acaso alguna maldición que llevaba con él, que persona cual le tomaba cariño le era arrebatada de repente?

Élise le había dicho en una oportunidad, que era alguien muy valiente para nunca ponerse a llorar, o que quizá solamente era lo suficientemente fuerte para guardarse todo en un cofre, pero ese día, sus manos temblaban frente a la lápida, con cabeza gacha mirando a las rosas rojas. Ahí había sido cuando tu cofre había roto... su luz se había ido...

Y en su mente se repitió el "No lo arruines más", como promesa.

Su tristeza llegó a ser tal, que en repetidas oportunidades tuvo la soga al cuello, o la daga en el vientre, o la copa de vino con la cantera disipado en este, pero siempre en último minuto la recordaba a ella, su sonrisa. Tan cálida, hermosa y llena de vida, eso era lo único que a él le mantenía con vida. Sin embargo, era tanta su ira, que millones de veces perdió la cordura, que con furia agarraba cualquier cosa a su alcance y las lanzaba contra la pared, quebrándolas estrepitosamente, mientras gritaba, lloraba con desconsuelo y finalizaba por tenderse en el frio suelo alfombrado, sollozando, culpándose por no haber sido tan rápido, lamentando esas inútiles perdidas y maldiciendo el día en que sus seres queridos le fueron arrebatados y a esos malditos animales quienes lo provocaron.

Por supuesto, después, no faltaba el inolvidable licor de casi todos los días, ya que prácticamente le era imposible conciliar el sueño. El elegante vino de los antiguos días ya no era la misma compañía que las sucias tabernas a las que iba a embriagarse hasta no poder más... Para no recordar.

Sin embargo,al ya no estar obligado a cumplir su promesa, trató de reunir valor para cobrar su venganza.



—¡Dame otra copa!—     Llamó el francés, a lo que su orden fue servida en pocos segundos. Llevó su mano a su cabeza tras beber el shot que se le era ofrecido e, intentando alejar el cansancio que le atormentaba.

—¿No has ya bebido suficiente?— Aclaró una voz a su lado, la cual obligó al francés girarse como en un impulso para no caer, aturdido, divisando a un hombre con abrigo de cuero negro al igual que su gorro negro de copa, a lo que acto seguido, llevó su mirada al francés, y quedó en silencio, como si observara y esperara una respuesta al mismo tiempo.

El joven francés lo comenezó a evitar de a poco, y miró de reojo sobre su hombro como reacción, divisando entremedio de la gente a él... A ese hombre quien le quitó a su Élise, a Germain. ¿Qué hacia justo en la taberna? no lo sabía, pero estaba ahí. Aquel hombre le lanzó una mirada al francés antes de salir por la puerta.

Ahora era más que nunca su oportunidad.

—...Uno sólo bebe tanto cuando quiere besar a una persona...- Continuó el hombre inglés que se encontraba al lado del francés. —...O asesinar a un hombre— .Le dio una palmada en la espalda con una risa en sus labios, logrando que este francés, exageradamente, se apoyara contra la barra por el empuje, logrando así que de sus prendas cayera una pistola a pólvora sobre esta.


El francés no dijo nada, y tambaleante por su ebriedad, miró por última vez al inglés de a su lado, con una perezosa cara de incredulidad. Agarró la pistola guardándola nuevamente en su lugar, agarrando el vaso con su respectivo licor dando un último trago, y así, se levantó de su banca, volteándose con dificultad y emprendiendo rumbo a la salida, a lo que en su estrecho camino, sus pies tropezaban consigo mismos, e incluso logró chocar con una persona sin intención, ignorando por completo los retos de esta, tambaleándose a hasta llegar a la salida.

Con el hombro golpeó la puerta de salida casi cayendo al suelo al salir, pudiendo ya contemplar la noche oscura junto a su intimidante luna llena cual iluminaba las aguas de aquel puerto, mientras comenzaba ya a sentir el abrazador frío en su pálida piel. Y allá, allá iba Germain, iba con dos personas más, en una conversación severa.

Arno se ocultó tras la madera, observando, y escuchando lo que podía escuchar.



  —Señor Cormac, dejame explicarte— Había pedido el tipo, caminando a paso rápido tras un elegante hombre de traje lleno de hebillas brillantes y gorro.

  — Ya es la última, Germain— dijo aquel con calma, seguido por una altiva mujer.  — No pienso volver a limpiar tus desastres una vez más.

  — Sí, sí. Lo prometo. Sé que ella era importante. De vez en cuando, llega una mujer con tanta influencia que...—  Fue interrumpido ante las impotentes palabras del otro hombre quien se volteaba a este patético francés pidiendo disculpas.

  — Entonces, ¿Dónde está Frye y su pequeño grupo? 

  —Oh,  sí, señor. Los hemos estado buscando por cielo y tierra-...

  — Más parece por tierra.,, 

El francés bajo la mirada ante la burla del altivo americano.

— ... Sólo encuentralo, German. Ah y... podrías mandar una "cosecha" fresca al Sur. Hay muchas bocas por alimentar.

Y tras sus naturales palabras, como si fuera el trabajo más simple del mundo, se volteó dirigiéndose a su bote con dicha muchacha a sus espaldas, en completa tranquilidad; y desde el puerto, Germain los observó irse en el navego entre la niebla del lago, para finalmente regañar entre dientes las ordenes que se le habían dado al que actuaba con completa sumisión. 



 Lentamente, el jóven francés escondido entre cajas de carga y madera, fue saliendo, y silencioso, sacando su pistola de su cinturón, para apuntar a un caminante Germain, quien se volteó extrañado ante el sonido de los engranajes del arma.

—Arno...— Llamó el hombre con su burlona sonrisa llena de malicia al darse cuenta de quién se trataba.

El nombrado, con cuidado, posó su dedo en el gatillo, apretándolo suavemente, — Por mi Élise—. Dijo con orgullo, y así el ensordecedor sonido se hizo notar, quizá no lo suficiente para que la gente saliera de la taberna, pero sí para alterar sus aguas y las aves de alrededor.

La bala llegó al hombro de Germain, pero después de un sólo quejido, sonrió grotescamente, haciéndose humo literalmente, desapareciendo de donde estaba parado.

Arno bajó su arma con lentitud, confundido, tremendamente extrañado. ¿Habrá sido una ilusión producto al alcohol? ¿De repente así desaparecía? ¿Después de haber atraído hasta ese solitario lugar al joven francés?

—Tanto tiempo sin verte...— Rió en susurro una voz en el oído del joven.

Arno dió una enorme zancada hacia adelante, aterrado, volteándose con horror. ¡¿Cómo era posible?! Esto no podía estar pasando, ¡¿Cómo podía aparecer de repente a sus espaldas?! 

El joven comenzó a correr rápidamente por la vieja madera del puerto, girando al camino siguiente, chocando y botando unos barriles que se habían interpuesto en su paso, mientras el hombre caminaba a paso apurado tras Arno, riendo con malicia. —¿A donde estás huyendo?— llamó entre carcajadas. —¡No me gusta corretear gallinas!   

El joven francés,mientras huía, pudo divisar entre los tejados de las bodegas pegadas al puerto como otro, notablemente, de los mismos, corría con una capucha puesta, siguiendo también a Arno, de manera encorvada. Ahora sí que estaba atrapado. El tipo de capucha de repente detuvo su carrera, y procedió a hincarse en sus propios pies, observando al francés, como bestia esperando a por cazar su presa. Sus prendas flameaban al son del viento, y su pecho se movía paulatinamente hacia arriba y abajo por la cansadora carrera, pero allí quedó, a esa alta altura con la luna a sus espaldas, quieto, observando, hasta que desapareció de la vista, saltando de atrás del tejado. Desapareció. Nada más de él.

Arno perdió de vista al de la capucha por fin, pero no a Germain, y en su más rápida carrera, optó por entrar a la bodega más cercana y cerrar la puerta rápidamente tras sus espaldas, mientras que la bloqueaba con su propio cuerpo. 

  —¡El inmaduro ya es un adulto, ven y enfrenta a tu enemigo! 

De sus bolsillos sacó una bolsita que en su interior contenía la pólvora, sus manos tambaleaban de terror y nerviosismo, su frente y espalda se cubrían de sudor. El primer golpe contra la puerta desde afuera fue emitido por aquel hombre, quien reía con enorme malicia. —Hay dos clases de hombres, Dorian. Aquellos que tienen la valentía de jalar del gatillo... ¡Y aquellos que no las tienen!

Desesperado, las torpes manos del francés, en su desesperación, trabajaban con el total tormento del pánico que lo poseía a una escala cada vez mayor.

—No lo niegues. Tu lo viste todo esa noche, ¿No es cierto?  Rió Germain golpeando la puerta. 

¿A qué demonios se refería con esa mierda? Arno no lo entendió. 

Con sus manos rápidas y temblorosas buscó la bala entre sus bolsillos hasta lograr colocarla en el cañón de su arma, pero otro golpe en la puerta impulsó al joven francés hacia adelante, cosa que desgraciadamente dejó caer aquello que venía siendo la única manera de venganza y segura salvación de vida.

—¡Ahwww, dejó caer la bala, Dorian!— Rió golpeando con más fuerza desde afuera.

Arno, casi muerto por la crisis nerviosa que estaba por darle y que cada vez iba en aumento, todavía aún con el cadáver de una mujer violada y ensangrentada, que estaba tendida en la húmeda madera manchada en su propia sangre, al igual que su esbelto cuello, cosa que pudo ser divisada al guiar su vista por la bala.

    —La sangre de Élise era desagradablemente dulce...— Susurró a la puerta, alzando lentamente su pierna, alternándola.      

La bala, ¡la maldita bala, está lejos, demasiado lejos, joder! Era desbloquear la puerta a por esta o morir de todos modos.

Mon diu...— Tartamudeó Arno casi con un hilo de voz.

Con su pie comenzó a intentar llegar a la bala para empujarla hacia sí. Jodida bala que se encontraba junto a ese cadáver. Un nuevo golpe más las risas de este hombre sobresaltó a Arno, apegando más su espalda contra la puerta.

Bien, ahora el francés tenía una sola opción, y esa constaba de mucha rapidez y destreza. En su mente, en cuanto Germain afuera hizo su último golpe, comentó con la cuenta regresiva:

...3

...2

...1

Se lanzó a por la bala.

  — ...¡Espero que la tuya sepa mejor! 

A los dos segundos seguidos, el maniático echó la puerta abajo, histérico en risas, feliz de poder abusar de la debilidad de Arno, pero esa sonrisa desapareció tan rápido como cuando el francés colocó el cañón de su arma cargada ya con la bala en su interior y disparó en un segundo sin pensarlo dos veces, sin ninguna duda, sin piedad y con gran frialdad, sin esperar movimiento alguno de su contrario.

El hombre voló gracias al impacto de la bala, cayendo estrepitosamente al suelo, inerte.


El silencio se hizo nuevamente en todo el puerto, y todos esos latidos desenfrenados de Arno, junto a la sangre que rugía por sus oídos, los apresurados sonidos de gente corriendo en su mente y lo que parecía ser una distorsionada música de persecución, todo en su cabeza, todo eso, desapareció en cuanto jaló del gatillo. Ahora, sólo se escuchaba el agua del puerto, y los botes rechinar sobre estas.

La agitada respiración del pobre francés disminuía de a poco entre el humo de la pólvora, y su sudor se enfriaba cada vez más, comprobando que, efectivamente, aquel cuerpo no tuviese siquiera rastros de signos vitales.

En efecto, se mostraba un cuerpo sin vida, pálido, con aquella bala incrustada en su ojo derecho.

Seguro por fin, intentando calmarse, y dándose media vuelta, comenzó a caminar con lentitud, pasando sobre el cuerpo sin pisarlo. Caminó un poco, inseguro. Lo miró hacia atrás.

Decidido, comenzó a caminar por el puerto con rumbo a su final, dejando el cuerpo lejos a sus espaldas, ahí, tirado. Su intención ahora era solamente abandonar aquel puerto mercante de botes. Tenía puerto por delante y atrás, y a sus lados agua, así que no había peligros ni problemas ahora. Miró a sus espaldas, divisando aún el cuerpo allí, sólo por seguridad. Le preocupaba que una persona que saliese de la taberna viniese y justo se topara con aquel cuerpo y lo vieran a él alejándose del lugar tomándolo como el primer sospechoso, así que el joven apuró su paso. Se detuvo un segundo contemplando las oscuras aguas, y le lanzó una mirada a su arma. Había completado su primera misión, ¿no? Había vengado a su amada, entonces, si lo hizo, ya no necesitaría recordar más la evidencia de aquel asesinato. 

Con decisión lanzó el arma al agua, logrando escuchar el chapuzón de esta en la oscuridad nada más.

Sentía su cuerpo pesado ya por el cansancio y la ebriedad, e intentaba calmar las nauseas por toda la adrenalina que había pasado, el frío que abrazaba sus oscuras prendas. Era ahora cuando deseaba estar usando sus prendas de batalla, esas mismas tan azules, elegantes y abrigadoras, tal y como aquel pañuelo rojo que impedía que el frío tocara su cuello, junto a esa capucha que cubría hasta su vista. Se sentía bien, después de tanto, tanto tiempo se sentía algo un poco mejor. Había vengado aquella muerte que era como un peso en sus hombros, y por fin se lo había quitado. Era satisfactorio, y ella seguramente debía de estar orgullosa de su amado Arno.

Se desconcentró de sus pensamientos girándose como reacción para ver si alguien venía y asegurándose del cuerpo que siguiera allí. Pero su corazón se detuvo...

...No estaba.

Los ojos de Arno se abrieron como platos al mismo tiempo que fruncía el ceño con enorme confusión, parado allí. El cadáver de aquel hombre estaba allí hace un momento ¿Por qué ahora no? Dios, esto iba mal, realmente mal.

Antes de poder comenzar a correr, un deformado rostro le rugió desde a lado, haciendo su corazón casi explotar del espanto, gritando aterrorizado, cayendo de espaldas al suelo. Las aterradoras garras  de este ser agarraron su cuello, asfixiándolo, sin antes poder haber gritado de horror.

Era el mismo Germain, tenía hasta la bala incrustada en el ojo derecho, pero su rostro se había transformado al de un demoníaco ser. Sus ojos no eran ojos, sino oscuras cuencas que de estas eran derramadas unas cuantas diminutas venas negras, su piel cambió a un tono blanco como el papel y su boca era como una enorme fosa oscura llena de colmillos enormes y filosos, la cual le rugía de manera atroz a Arno, como una bestia hambrienta. 

¿QUÉ MIERDA ESTABA SUCEDIENDO? ¡ESE TIPO NO ERA UN SER HUMANO, NO LO ERA!

Este ser elevó a Arno en el aire y lo dejó caer fríamente al suelo de aquella madera dura y húmeda con la intención de noquearlo, hacerlo perder fuerzas. Que muriera por haberlo provocado.

Arno, débil y con su rostro ensangrentado por el golpe, juntando todas sus fuerzas restantes, lanzó una patada en el vientre de este ser, alejándolo de él, por lo menos lo suficiente para poderse levantar. Gateó intentando alejarse de este, pero por desgracia, lo que vendría siendo Germain, que ahora no era más que un demonio en la tierra, lo agarró del pie, impidiendo que pudiese hacer otro movimiento, pero Arno tenía la carta bajo la manga, pero más que carta, era su tan preciada y majestuosa hoja oculta. Ahá, ¿un entrenado asesino que lucha por el bien iría sin su hoja oculta? No, no, señores.

Se lanzó a este con valentía, pero el ser demoniaco lo esquivó con agilidad, casi desapareciendo de su camino. Arno quedó estupefacto por unos segundos, todavía no podía creer y no sabía lo que sucedía. Este ser, agarró nuevamente a Arno, esta vez de su antebrazo izquierdo, la cual portaba la hoja oculta, logrando así estropearla con una enorme fuerza no humana; y logró lanzar al francés al suelo nuevamente.

Arno, aunque estuviese al tope de la ebriedad, no se dio por vencido, y con lo único que tenía que era su hoja estropeada pero que aún se mantenía afuera, la incrustó en el hombro en el hombro de este, obligando a la bestia gritar de atormentante dolor. La hoja se hundió en su muñequera, y ahora sí que estaba estropeada, no funcionaba, sus resortes se habían cortado seguramente. El ataque que emitió no sirvió de mucho, ya que el ser se repuso rápidamente, y esta vez, por más que Arno gritara, chillara y gimiera por ayuda, intentando quitárselo de encima, el otro se negaba con increíble fuerza, rasguñando como fiera el cuerpo del francés, llevando así sus afilados colmillos al cuello del francés, quien ya perdía las esperanzas de vida, y sentía como la punta de aquellos colmillos tocaban su cuello, hundiéndose de a poco, pero todavía sin perforar la piel...aún.

El francés estaba perdido, por lo menos estaba feliz... se reencontraría con Élise, su padre y François. Eso le ponía feliz.

Justo cuando veía que su vida se despedía de su cuerpo, ya siendo su fin, un disparo hizo volar a esa bestia de encima de Arno, alejándolo metros de este.

¿Qué? ¿Qué sucedía?

Esperaba la muerte, ¿Dónde estaba la muerte?

Arno, apenas consiente, levantó un poco la mirada, sólo para toparse con la gran sorpresa de ver al tipo con capucha que hace unos minutos lo seguía también, pero esta vez... ¿Lo estaba defendiendo? Luchaba contra Germain con una gran agilidad, mientras que los dos se rugían, gruñían y gritaban horrible y aterradormanete. No eran seres humanos para nada, entre tanta pelea, golpes, rasguños y mordicas parecían perros callejeros. Los dos poseían misma piel blanca y sangre alrededor de esas bocas acolmilladas y abiertas, mostrando poderío. El hombre de capucha, quien había disparado, agarró ágilmente a la bestia de las sienes, llevando su frente a su rodilla alternada, propinándole un fuerte golpe con la intención de quebrarlo entero. El ser de capucha negra luchaba con destreza, no como Germain, el otro tipo sabía cómo moverse interceptando cada movimiento de acuerdo a su contrincante.

Arno, horrorizado aún, intentó levantarse, sabía que ahora que las dos bestias, distraídas peleaban, él podría arrancar en algún sentido contrario sin que lo notaran. Así lo hizo, tambaleante pero rápido, se levantó del suelo, pero antes de que pudiese comenzar a correr, su pie se enganchó en las tablas, logrando así que este cayera estrepitosamente al suelo al perder el equilibrio. Al caer, su cabeza golpeó fuertemente contra las tablas, y lo único que pudo sentir a los segundos seguidos fue el caliente líquido rojo que comenzó a correr por su frente antes de perder la conciencia.


.

.

.


—Duerme tan plácidamente que no me agradaría despertarlo, enserio.

—Ya basta de rodeos, Jacob. ¿Lo harás o no? No sabes cuantos esperan por...

—Shhh... sabes que él es quien nos queda, ¿Sabes? Ansiaría que fuera uno de los nuestros, pero sabes que es el último... y tenemos gran suerte de que no haya sido mordido. Ha nacido bajo la misma descendencia, y tanto como nosotros, él también ha sido atraído hasta acá.

—Tendrás que hacerlo rápido. Es un ser humano, débil como los demás.

—Habría que probar... tranquilo.


Como el rugir de la sangre por el golpe de impulso en su corazón, Arno abrió sus ojos por fin, aunque le costó un poco con la escandalosa luz que ingresaba por una ventana a sus pies, del lado derecho y por el atormentante dolor de cabeza de la caída y el alcohol de anoche. Ya luego de unos segundos que pudiese soportar la luz y su vista se adaptase más a esta junto al dolor, comenzó a observar con dificultad a su alrededor. Esta ventana mediana con las cortinas extendidas y al lado de estos una silla con unas prendas de Arno, no todas, ya que se encontraba sólo con pantalones puestos, y la mayor parte de su cuerpo rasguñado y herido, vendado. Siguió la mirada, viendo un desorden de entre vasijas de plata y paños esparcidos por el suelo. Un mesón, papeles, y libros. Muchos libros. Mucho desorden en tan pequeña habitación. El francés se movió un poco para enderezarse, cosa que fue terrible decisión, ya que encendió todos los dolores que no había sentido hace un momento además del dolor de cabeza, su tórax, espalda y piernas gritaban de escandaloso dolor muscular, sin mencionar las cuantas heridas y moretones que pudiese tener por ahí.

No sabía cómo había llegado allí y qué demonios había sido exactamente esa conversación que escuchó, aunque pudo también haber sido un sueño.

Con algo de cuidado y dificultad, se inclinó hacia adelante, intentado evadir el dolor de su cuerpo. Se sentía fatal, mal, horriblemente mal. Los mareos por el dolor de cabeza causa al golpe más que nada lo atosigaban enormemente.

Siguió mirando hacia ahora su lado, hasta encontrarse con nada más y nada menos que una persona observándolo.


—Quédate ahí, Francés...— Llamó una voz a su lado izquierdo.

Arno chilló del susto pegando un enorme salto en la cama. Giró su cuello se tensó de horror ante lo que no esperó encontrarse, sólo para ver a un hombre quién aguantaba sus carcajadas apretando la mandíbula. Vestía de terno verde sin mangas, una camisa blanca las cuales sus mangas estaban arremangadas hasta los bíceps y aquella camisa la tenía abierta hasta casi el pecho, lo cual impedía que siguiera abierta gracias a una bufanda roja, y dejando mostrar un collar amarrado en el cuello.

Su rostro era de facciones finas y muy lindas. Mandíbulas bien formadas, y pómulos algo marcados. Tenía algo de patillas que recorrían sus mandíbulas, pero era poco. Tenía ojos verdes casi tan brillantes como la piedra esmeralda y cabello marrón peinado hacia atrás con bastantes mechas dispersas en punta hacia atrás, sobre todo las en las sienes.

Ese tipo, sentado en la misma silla que ahora estaba dada vuelta hacia Arno, lo observaba con compasión. Y él mismo ahora reía antes la ridiculez de Arno lo cual, para el francés, era algo frustrante.

  — ¿Quien eres tú? 

—Mi nombre es Jacob Frye— Sonrió el tipo frunciendo el ceño, —Y lo que sucedió, es que te salvé la vida, durante tu patético intento de quitársela a alguien.

— ¿Como... sabías que yo estaba ahí? ¿Tu eras... eso? —Arno por fin dejó mostrar su rasposa voz ronca y de aquel majestuoso acento.

—Vamos, te encontré tirado mientras los otros luchaban—, dijo, con lo que su voz pareció ironía. —Te ví, queriendo llevar una misión desesperadamente anhelada. Ebrio, puedo agregar. Un idiota que apenas sabía lo que hacía.

Arno se quedó en silencio, reflexionando acerca de aquellas palabras.

—Tampoco sabía que su rival era un vampiro.

El francés frunció el ceño, mirándolo casi impaciente. —¿Un vampiro?

  — Así es, demonios chupasangre e inmortales—. Dijo el inglés, acomodándose en la silla.

Negó con la cabeza, intentando formar una incrédula sonrisa. — Pero los vampiros... son un mito. 

El inglés frunció el ceño, arrugando la nariz. —Los mitos no te dejan inconscientes luego de que les disparas en la cabeza.

El elegante macho, comenzó a negar con la cabeza, intentando reordenar todos sus pensamientos. Aquello sonaba como un cuento de terror.

  — Así es, Arno Dorian. Los vampiros son reales, y existen en cada rincón de estos lugares. 

Pero entonces, el francés volvió a mirar a los cristalinos ojos esmeralda del tipo, como si buscara una súplica. —¿Sabes si murió?

Él negó con la cabeza, dudoso si abrir la boca, o no. Pero sí podía asegurarle, que no había muerto.

Ahora sí que se sentía fatal Arno. No había cumplido su misión, y solo le quedaba para su única oportunidad, sus ánimos no eran los mejores y tenía en estos momentos cero iniciativa. Ahora si se sentía mal, ahora si quería morir.


— Mencionaste mi nombre ¿Cómo... los sabes?

Aquel tipo formó una sonrisa de oreja a oreja, listo para brindarle lo que tenía que brindarle al francés.

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