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8. ESO FUE... ALGO URGENTE

✨CRISTOPHER

El amanecer se cuela débilmente a través de las ventanas rotas de la cabaña. El aire es frío, pero algo me quema desde adentro. Abro los ojos con dificultad, parpadeando contra la penumbra, y siento un peso sobre mi frente. Es algo frío. Intento moverme, pero el dolor en mi hombro me paraliza. Un gemido bajo escapa de mis labios antes de poder contenerlo.

Percibo a alguien, pero su rostro se ve borroso. Mis latidos aumentan, alarmado ante el peligro. Entonces, llevo una mano al cuello de alguien asomado sobre mí y suelto un gruñido, sintiéndome desgarrado por el dolor.

—¡Cristopher! —exclama una voz y necesito unos minutos para ver con claridad.

Aprieto más mis dedos en su cuello, acercando su rostro al mío. Agrando los ojos, al recuperar los sentidos. Es ella. Su rostro angelical me despierta del letargo. Acto seguido, suavizo los dedos, dejándome caer sobre el colchón de nuevo. Sus ojos almendrados me tranquilizan.

—Perdón, yo...

—Shhh... tranquilo.

Vuelve a apretar el paño en mi frente. Me doy cuenta de que el peso que sentía es un trozo de tela empapado en agua que ella sostiene con una mano. Está inclinada hacia mí, demasiado cerca, con el ceño fruncido y sus labios apretados en una línea de concentración.

—¿Qué estás...? —mi voz suena ronca, casi irreconocible, y me detengo para aclararme la garganta.

—Tienes fiebre —responde ella, sin apartar la mirada de lo que está haciendo—. Hace unos minutos estabas ardiendo, y con esa herida, pensaba que no llegarías a abrir los ojos.

Quiero protestar, decirle que estoy bien, pero cuando intento moverme, un dolor agudo me atraviesa el hombro y me arranca una maldición.

—No te muevas. —Su tono es firme, casi autoritario. 

La bala sigue ahí y sé que debo deshacerme de ella antes de que la herida se infecte más. Respiro hondo, sintiendo una especie de manta sucia tapándome mientras la fijo con la mirada. El cabello desordenado le cae sobre los ojos, y por un segundo, deseo que el tiempo se detenga aquí. Es preciosa. Amelia es la mujer más guapa que he conocido en mi vida, pero también es...

Recuerdo lo que he hecho. La imagen de lo ocurrido hace unas horas me golpea. Yo sobre ella, sus labios, el calor de su cuerpo, sus gemidos. Perdí la razón. Tan solo pensé en que debía salvarla de una muerte segura.

¡Maldita sea, Christopher!

Ojalá haya sido solo eso.

Le dije que era mía. Le dije que no solo iba a ser mía anoche, sino para siempre.

¿En qué estaba pensando?

Ahogo un gruñido cuando el dolor se intensifica y pierdo la sensibilidad en los dedos. Todo me inunda, como si el peso del pasado me cayera de golpe sobre los hombros.

Eres un Alfa. Sentir pena. Sentir dolor. Sentir remordimientos. Eso no existe, mi propia voz resuena en mi mente, cruel y firme.

—Te pondrás bien, ¿vale? No dejaré que nada malo te pase —añade con la voz más dulce que he escuchado jamás. 

Su cercanía me incomoda más de lo que debería. No estoy acostumbrado a esto. Nadie se ha preocupado por mí desde... desde que era un niño. Cierro los ojos por un momento, pero los recuerdos me golpean sin previo aviso.

Tenía siete años la última vez que alguien intentó cuidarme. Mi hermana mayor, con su voz de seda, diciéndome que todo estaría bien mientras me arropaba en nuestra cama improvisada en un callejón. Todavía puedo oler el humo de los restos del incendio que nos dejó sin hogar, el hedor de la basura y la lluvia que caía esa noche. Puedo sentir su mano temblorosa sobre mi frente, como si su sola presencia pudiera protegerme del mundo.

Pero no pudo.

Sacudo la cabeza para apartar el recuerdo, pero el movimiento hace que el dolor en mi hombro se intensifique. Amelia me sigue observando.

—Deja de moverte —insiste, esta vez con más suavidad—. Necesitas descansar.

—Estoy bien... —gruño cuando ella aprieta su mano en mi frente con más brusquedad de la necesaria.

Entonces, se detiene, sorprendida por mi reacción, pero no dice nada. Simplemente se endereza, dejando caer la tela sobre un balde de agua que ha logrado encontrar en algún rincón de la cabaña.

—Claro que estás bien... —Frunce la boca—. Es muy normal tener fiebre alta y una bala incrustada en el hombro.

—No necesito que me cuides —digo, más frío de lo que pretendo.

—Bueno, tienes suerte, porque no lo hago por ti. Lo hago porque no quiero cargar con un cadáver cuando todavía no sé cómo salir de este maldito bosque.

Eso arranca una pequeña sonrisa de mis labios, pero no dura mucho. No puedo permitir que se acerque más. Este pequeño gesto de humanidad, su preocupación, todo esto... es peligroso. Para ella. Para mí.

Respiro hondo y trato de levantarme, a pesar del dolor.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Voy a... debemos salir de aquí —respondo, evitando su mirada—. Seguramente tienes hambre.

—¿En serio? ¿Con fiebre y medio muerto? —Ella cruza los brazos, como si pudiera detenerme con solo mirarme.

—No te hagas ilusiones, White. No tendrás la suerte de librarte de mí.

Mis palabras la hacen fruncir el ceño, pero no discute. Me levanto, tambaleándome un poco, y me dirijo hacia la ventana rota para sentir el aire fresco en el rostro. El amanecer tiñe el cielo con tonos rosados y dorados, pero no encuentro consuelo en la belleza del paisaje.

—Eres increíblemente terco, ¿lo sabías? —dice exasperada.

—No estoy acostumbrado a que alguien me cuide, ¿vale? —respondo sin pensar, con la vista fija en el bosque que se extiende ante nosotros.

La fiebre aún me quema, pero el dolor que siento no proviene solo de mi herida.

—No eres muy bueno para estas cosas, ¿verdad? —dice, mientras noto que ya está vestida, señal de que su ropa está seca.

Me giro hacia ella, alzando una ceja.

—¿Qué cosas?

—Las relaciones humanas. Bromear. Hablar...

No puedo evitar tensar la boca, sintiéndome incómodo.

—Bromear y hablar es perder el tiempo. 

—Ya...  —Amelia sonríe, pero hay algo en su expresión, una ligera suavidad que antes no había visto—. Quizás deberías relajarte, y más después de lo ocurrido anoche entre nosotros. Creo que...

Ando cojeando y me toco el vendaje improvisado. Pero cuando oigo sus palabras, me detengo en seco. Me giro y la miro.

—Anoche no ocurrió nada.

—¿Qué?

Amelia entreabre los labios, atónita.

—Prepárate, nos vamos ya —le digo, apartando la mirada.

No soporto tener que dar explicaciones. No soporto el peso de la culpa sobre mis hombros. Saber que debo enfrentarme a mis actos, a eso que jamás debió ocurrir. 

—¿Puedes repetir lo que acabas de... decir?

Simplemente le doy la espalda. En cambio, ella no se conforma con mi silencio y no sé cómo diablos he podido pensar, aunque sea por un instante que no me pedirá explicaciones de lo ocurrido.

—¡Ehhhh! —grita, sin moverse.

Me doy la vuelta mientras me apoyo en el marco de la puerta. Sus ojos son penetrantes.

—Repite eso que has dicho, Christopher...

Noto su mirada afilada y siento que necesito espacio, aunque sea un par de centímetros, para recomponerme. Amelia está de pie frente a mí, con los brazos cruzados y con esa mirada que mezcla sarcasmo y desafío, como si estuviera lista para una guerra de palabras que no tengo fuerzas para librar.

—Déjalo, ¿vale? Solo quiero tomar un poco de aire —murmuro, apartando la mirada.

No es una excusa, no del todo. El peso de lo que siento y lo que no puedo permitirme sentir me asfixia más que este maldito lugar. Pero ella no lo ve así.

—¿Tomar el aire? —Su tono es sarcástico—. Claro, y Amelia puede joderse.

La observo mientras mantiene los brazos cruzados, más para protegerse a sí misma que por el frío. Es tan transparente y tan desconcertante a la vez.

—Así que... ¿esto es lo que llamabas "salvar la Navidad"? —pregunta, alzando una ceja mientras hace un gesto amplio hacia el interior de la cabaña.

—¿Te he decepcionado? —pregunto, inclinándome casualmente contra el marco de la puerta.

Ella me lanza una mirada que podría partirme en dos.

—¿Decepcionarme? —dice, sus facciones volviéndose serias.

—Siento si así es, pero me alegro haber podido salvarte la vida. 

—Christopher... —Sus ojos se tornan brillosos, como si una lágrimas estuvieran a punto de salir—. Estoy con un tipo que decide follarme de la nada y luego me suelta que necesita tomar el aire. Tú... —Sus nervios incrementan—. ¿Te parece normal?

La sonrisa en mis labios desaparece y solamente pienso en cómo salir de la mierda en la que estoy metido. Mi propio nombre, pronunciado de un modo tan particular por ella, hace que sienta más dolor aún.

—Eso fue... algo urgente. De vida o muerte.

—¿Urgente? —replica, alzando una ceja mientras me señala con el dedo—. Hay muchas formas de entrar en calor y, honestamente, pensaba que tú eras más... —Sus ojos se transformas y noto decepción— valiente. Lo suficientemente valiente para no poner excusas baratas.

—No son excusas, es la... verdad —murmuro, dejando que las palabras cuelguen en el aire por un momento—. Y si tienes novio, yo...

—¿Lo sientes?

Su rostro se enciende al instante, pero en lugar de girar la cabeza, se queda ahí, sosteniéndome la mirada como si fuera un desafío.

La observo en silencio, dejando que el momento se alargue. Hay algo en su forma de ser que me desarma, algo que no sé manejar. Finalmente, sacudo la cabeza con una sonrisa.

—Creo que deberías olvidarlo, White. Tu novio no se enterará, si es lo que te preocupa, al menos no por mi parte.

—¡No tengo un jodido novio! —suelta furiosa—. ¡Y deja de llamarme White como si fueses un puto soldado, Christopher! ¿Y quieres que te diga algo más?

—¡No! —rujo desquiciado y la tomo del codo, antes de que continúe con esas palabras hirientes que me desconciertan y hacen que me explote la maldita cabeza—. No quiero que me digas nada más, White... —recalco su apellido—. Esta charla termina aquí.

Le doy la espalda y quiero alcanzar el pomo de la puerta, pero antes de que pueda hacerlo, la puerta de la cabaña se abre de golpe, el estruendo llenando el aire como un disparo. Ambos nos quedamos atónitos, mirando hacia la puerta. 

—Christopher... —La voz de la mujer al frente es fría, autoritaria. Su mirada se desliza hacia Amelia por un instante antes de volver a mí.

El aire en la habitación se vuelve pesado, cargado de tensión. Amelia me lanza una mirada rápida, buscando respuestas que no tengo tiempo de darle.

—¡No lo hagas! —murmuro y me coloco delante de ella cuando Marge levanta el arma para apuntarla directamente.

—¿Es ella?

La furia se enciende en sus ojos, y los tres hombres que la acompañan destilan la misma frialdad. La misma que yo debería tener.

—Bajen las armas.

Mi voz suena firme, aunque mi cuerpo está a punto de desplomarse. Sin embargo, nada de eso sucede. Marge me observa desconcertada, pero no se inmuta. Nadie se inmuta.

—¡Alfa os ordena que bajéis las malditas armas! —Aprieto la mandíbula, dispuesto a saltarles al cuello si fuese necesario.

¡Demonios!

Haría lo que fuese necesario por ella, incluso enfrentarme a estos malditos hombres que han venido a nuestro rescate... mis propios hombres.

No voy a correr otra vez (I'm not running again)
Aunque tenga miedo, nena... (Even though I'm scared, baby)

SIA: Freeze you out

https://youtu.be/1hGsDB5LVqY

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