Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7. DIME TU NOMBRE

✨AMELIA

De repente, el suelo desaparece bajo mis pies. Grito, pero mi voz se ahoga cuando choco contra una superficie dura y helada. El lago. La oscuridad nos envuelve por completo, el agua glacial se abre, engulléndonos sin piedad.

Oh, Dios. ¿Qué está pasando?

El frío es peor que cualquier disparo, un ataque directo a mis sentidos que me roba el aliento. Cada músculo de mi cuerpo se paraliza por el impacto del agua helada, y mis pulmones se cierran en un espasmo que me deja luchando por aire.

—¡Aguanta! —Su voz es lejana, amortiguada por el agua y mi propio terror.

Y entonces, lo recuerdo: él está herido. ¿Y si...?

El mero pensamiento de que ese hombre desconocido pudiera morir, me nubla la vista.

Mis brazos se mueven torpemente, intentando orientarme en la inmensa masa de agua. No sé dónde está la superficie, dónde está él, dónde estoy yo. Pero, de repente, siento su mano en mi cintura, firme y segura. Me atrapa con fuerza, obligándome a seguirlo hacia arriba.

—¡Mantén la respiración! —Su voz atraviesa la oscuridad mientras me guía a ciegas.

Hago lo que dice, aunque cada segundo bajo el agua se siente como una eternidad. El frío traspasa mi piel, cala en mis huesos, y siento que estoy perdiendo el control. Finalmente, emergemos a la superficie, y el aire frío entra en mis pulmones como fuego. Toso y jadeo, luchando por mantenerme a flote.

—¡Ahhhh! —gruño cuando tomo la primera bocanada de aire.

—¡Ehhh, tranquila! —murmura en mi oído—. Ya está, se han ido. Tranquila...

Muevo los brazos enloquecida. Sé nadar y no le dejaré a él a cargo de mí una vez más. Pero parece que estoy lidiando con una máquina, en vez de una persona de carne y huesos, ya que no suelta mis hombros en ningún instante.

—¿Otra... distracción? —murmuro exhausta, casi tanto como él—. Me lo podías haber avisado... joder.

No responde, y es como si ni siquiera respirara. Solamente mantiene esa actitud neutra y me arrastra hasta una orilla cubierta de nieve. Caigo de rodillas, temblando tanto que siento que mi cuerpo se va a desintegrar. No tengo tiempo para recuperar el aliento. Los disparos han cesado, pero temo que no por mucho.

—¿Estás bien? —pregunta, mientras inspecciona mi rostro.

Todo está oscuro y no percibo nada a mi alrededor.

—Yo... no siento nada. —Mis palabras salen entrecortadas.

Me tiembla tanto la mandíbula, que parece que va a desarmarse. Él maldice en voz baja, sus ojos escaneando los alrededores.

—¡Te ayudo!

Noto sus manos fuertes bajo mis piernas y, de un momento a otro, floto en sus brazos. El hombre de ojos grises me levanta como si no pesara nada. Sus movimientos son mecánicos, y parece estar más bien en una jodida guerra, o en un campo de instrucción.

—Estás herido...

—Créeme, White —murmura con un jadeo hondo—. Esto no es nada.

Aprieto sus hombros y pego mi mejilla a la suya, el contacto de mi piel junto a la suya tranquilizándome. Camina a zancadas por unos momentos, quedando inmersos en la oscuridad, pero se detiene. Me esfuerzo en abrir los ojos, pese a que el fuerte temblor no me da tregua. Y entonces, observo que nos encontramos delante de una cabaña vieja, casi oculta entre los árboles. Él no duda en romper la puerta de una patada.

—Aquí entraremos en calor... —suspira, dejándome en el suelo cuidadosamente mientras su mirada vigila cada sombra en un pequeño bosque que hay a unos metros del lago.

Dentro, el aire está estancado y apenas más cálido que afuera. Me desplomo y casi caigo contra el suelo de madera, temblando tanto que no puedo ni mover los dedos. Me sujeto contra una pared. Mis labios están tan entumecidos que apenas puedo hablar.

—T-ú... —trato de llamarlo, pero mi voz se quiebra.

Veo que él cierra la puerta, e inspecciona rápidamente la habitación. Suelta un gruñído mientras se lleva una mano al pecho. Después, se centra en mí.

—Estás entrando en hipotermia, ¡maldita sea!

—E-estoy... b-bien... —miento.

Él se detiene en seco y su rostro parece desfigurado.

—Escucha... esto te va a resultar extraño, pero es la única forma... —Su voz es firme.

—¿Cómo...? —Las palabras apenas salen de mi boca.

En un movimiento ágil, se despoja de su camisa, con un quejido, dejando al descubierto su pecho marcado por la tinta negra de sus tatuajes, pero también por cicatrices. Una huella de sangre fluye desde su hombro, de modo que desgarra la camisa y fabrica una especie de vendaje con su propia prenda de ropa.

—Oh, Dios. D-debemos c-cuidar esa h-herida o tú...

Pero él hace caso omiso. Solamente aprieta los dientes tras envolver su hombro y hacer un nudo rápido. Luego, me mira fijamente.

—¡Quítate la ropa!

—¿Qué?

—Confía en mí, ¿vale? No hay otra opción—murmura—. Empieza por el abrigo, está empapado. Si no te lo quitas, te congelarás más rápido.

—Pero...

—Haz el favor... deja de discutir y haz lo que te digo por una vez.

Lo miro con una ceja en alza, a punto de desmayarme. Claramente, su tono no deja espacio para protestas. Con movimientos torpes, me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo, mis brazos temblando tanto que apenas puedo mantenerme en pie. El aire frío nos corta como cuchillas. Cada aliento es un suplicio, cada segundo, un recordatorio de que el frío podría matarnos. Tiemblo mientras le miro, en un intento desesperado de entrar en calor. Pero es inútil. El hielo está ganando. Y él está ahí, parado como si el frío no lo tocara, como si fuera inmune a todo.

—¿Qué haces? —Mi voz tiembla.

No responde, solo camina hacia mí, medio en cueros, a más de diez grados bajo cero. Cada paso suyo es un golpe a mi sistema nervioso. Cuando mi espalda choca contra una pared metálica, el frío me hace jadear, pero es su presencia es lo que verdaderamente me paraliza.

—Te he preguntado qué... demonios... estás... haciendo.

—Mantenerte con vida. —Su tono es bajo, rasposo, cargado de una intensidad que hace que mi corazón dé un vuelco.

—Estás loco... —susurro cuando coloca sus manos a ambos lados de mi cabeza, encerrándome.

—Esto no es una negociación, White.

Intento decir cualquier cosa que me devuelva el control, pero las palabras se atascan en mi garganta cuando él se inclina. Su aliento cálido roza mis labios, y entonces todo estalla. El beso es un asalto, feroz y devastador, como si él estuviera dispuesto a arrancarme el alma. Su lengua me invade implacable, y sus labios se apoderan de los míos, haciéndome arder en medio segundo. Nuestras bocas se empiezan a mover como si fuese algo natural, y tan solo soy capaz de soltar un suspiro, aún embriagada por la piel húmeda de su torso intimidante, lleno de tatuajes.

—Esto es ridículo... —murmuro entre dientes—. ¡Ni siquiera sé tu maldito nombre!

—Ridículo sería dejar que... —hace una breve pausa— te mueras aquí. Los cuerpos generan calor cuando están juntos, ¿vale?

—¡No es justo! —le grito—. ¿Quieres hacerlo para no morir aquí congelados, solo para entrar en calor?

Cuando me despega de la pared y me empuja contra su pecho, intento resistir, pero él atrapa mis muñecas con una sola mano, levantándolas por encima de mi cabeza.

—¿Quieres que te diga yo lo que no es justo? —ruge endemoniado, apretando más mis muñecas contra el metal frío—. Que eres la única persona que puede destruirme en este mundo, pero aún así... te deseo. Y sabes lo que eso significa, ¿verdad?

Suspiro vencida, sabiendo que este momento era inminente y que el frío es una simple excusa.

—Que seré tuya aquí y ahora... —respondo, ardiendo en sus brazos.

—No —sentencia mientras acaricia mi cuello—. Que serás mía para siempre, Amelia.

Amelia...

Pronuncia mi nombre por primera vez. Por primera vez, este hombre tan extraño ha dejado de llamarme White. El frío cala en mis huesos, pero no tanto como sus palabras. Su declaración es una tormenta, arrasando con cualquier resistencia que me queda. Mis labios están entumecidos, mi cuerpo tiritando, pero el fuego que enciende su cercanía arde con una intensidad que el hielo no puede apagar. Él me sostiene inmóvil, sus ojos grises atrapándome como una presa.

—Tú no puedes... hacer esto —murmuro, pero mi voz suena débil incluso para mis oídos.

—Ya lo estoy haciendo.

Sus manos bajan lentamente hasta mi rostro, liberando mis muñecas, sus caricia siendo un contraste abrasador contra mi piel helada. El tacto me hace cerrar los ojos, y cuando vuelvo a abrirlos, su rostro está aún más cerca. Mis dedos, sin permiso de mi mente, se posan en su pecho desnudo, trazando las cicatrices que lo cruzan y el vendaje improvisado. Siento su calor, y eso me enciende tanto, que el deseo que siento por él es insoportable.

—Esto... no está bien... —intento protestar, pero mis palabras se pierden cuando sus labios encuentran la línea de mi mandíbula, bajando lentamente hasta mi cuello. Su aliento caliente contrasta con mi piel helada, y una corriente eléctrica me recorre.

—Es lo único que tiene sentido ahora...

Su mano baja por mi cintura, deslizándose por la tela mojada del vestido que se adhiere a mi cuerpo. Siento cómo tira de él y me obliga a levantar las manos. Lo aparta de mí con una mezcla de urgencia y delicadeza que me hace jadear.

—Lo deseas tanto como yo... —Su jadeo varonil me eriza la piel y sus dedos deslizándose desde mi nuca hacia mi cintura me encienden—. Quieres que te lo haga, Amelia. No sigas resistiendo...

—Oh, cállate... —respondo, aunque no hay fuerza en mis palabras.

Él sonríe, un gesto oscuro y peligroso que debería enfurecerme, pero solo consigue debilitar mis defensas. Su boca encuentra la mía una vez más, y el beso no tiene nada de suave. Es una tormenta: violento, ardiente, y completamente implacable. Su lengua reclama la mía, y mis dedos se aferran a sus hombros, incapaz al fuego que emana de él.

El mundo desaparece cuando me empuja y tropiezo con algo. Me dejo caer sobre algo parecido a un colchón, pero no veo nada en la oscuridad, solamente siento su cuerpo sobre mí. Siento su mano fuerte tirando de mis medias mojadas hasta romperlas y después me quita la ropa interior.

—Te deseo tanto... ¡ohhhh! —Gime perturbado.

—Al menos... —Lo miro en la penubra, y mi vientre palpita cuando me separa los muslos con un movimiento suave— dime tu nombre.

Le ruego con la mirada, embriagada por la urgencia de sentirlo en mi interior.

—¿Qué quieres, ehmmm? —Su fornido torso me aplasta debajo y sus labios vuelven a encontrar los míos.

—Tu nombre... —susurro, hundiendo mis dedos en su cabello y atrayéndolo más hacia mí.

Su mano se desliza por mi cintura, presionándome más contra él, y el calor que genera me envuelve, reemplazando al frío.

—Cristopher... —dice con voz ronca, mientras empuja su pelvis contra mí.

—¡Ohhhhhh! —gimo contra sus labios.

Su poderoso miembro se adueña de mí al completo, y su avance me dilata lentamente. Su embiste es firme, pero delicado, como si quisiera disfrutar de cada instante.

—Christopher Black —remata.

Su lengua se adueña violentamente de la mía, impidiendo responderle. Me invade despiadadamente, su dura penetración sentenciándome y haciendo que nuestros cuerpos se fundan al completo. Mi mente se nubla, la temperatura crece, y sus duras estocadas me hacen perder la cordura. Sé que cualquier palabra sobra, y solamente necesito sentir sus besos y a él sobre mí, moviéndose con destreza en mi interior.

—Christopher... —susurro mientras cierro los ojos, pero él me silencia con otro beso, más lento, más profundo.

Su cuerpo me rodea, me envuelve, y el calor que genera no es solo físico. El frío, la cabaña, incluso el miedo, se desvanecen. Solo estamos nosotros, consumidos por algo tan primitivo y visceral que parece ajeno a esta realidad. La línea entre el frío mortal y el fuego apasionado se difumina por completo, y por primera vez, me permito rendirme.

Me rindo ante él. Ante Christopher Black.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro