6. NO... RESPIRES
✨CRISTOPHER✨
El eco de su respiración aún resuena en mi mente, y esa boca... Esos labios....
¿Qué demonios me está pasando? No, no es solo eso, es toda ella. Es ella la que tiene esa habilidad única de desenterrar cosas dentro de mí que preferiría ocultar.
Me apoyo contra una de las columnas del almacén, mientras se mueve nerviosa, lanzándome miradas furtivas. Roza las cadenas colgantes y sus ojos examinan las ventanas, como si buscara una salida. Pero no hay nada que la pueda salvar de esto. Ni a ella, ni a mí. Me agacho y toco el maletín a mis pies, el maldito cuadro que lo ha complicado todo. El resplando de Athar. Un fragmento de historia que muchos matarían por poseer, y que he robado porque era lo que tenía que hacer. Sin preguntas y sin "peros". Y, aunque pareciera que he conseguido lo que quería, no estoy más lejos de la realidad.
Alzo la mirada y analizo el vestido de lana que la mujer lleva, pero el cual no deja mucho a la vista por el abrigo negro holgado, y eso... eso me hace querer saber qué hay debajo. No parece una mujer delgada, más bien todo lo contrario. Es voluptuosa y eso me incita. Prefiero las curvas.
Mis pensamientos se detienen en lo que acaba de pasar, en ese instante en el que he estado a punto de besarla. ¿Qué demonios me ocurre? ¿Por qué no puedo mantener la distancia con ella? No es la primera vez que trabajo con alguien inocente, alguien que no tiene idea de lo que está pasando, pero siento que esta vez soy un maldito idiota caminando hacia las llamas, sabiendo que me voy a quemar.
La miro de reojo. Está de brazos cruzados, lanzándome esas miradas que parecen capaces de arrancarme cada capa de mi fachada.
No me subestimes, White, le acabo de decir.
Las palabras vuelven a mí como un eco burlón. Por supuesto que me subestima. Piensa que soy un mentiroso. Y no está completamente equivocada. Pero lo que no entiende es que todo lo que he hecho esta noche ha sido para protegerla.
¿Protegerla? Me río para mis adentros como un jodido estúpido. No, protegerla sería mantenerla alejada de mí.
—No tiene sentido... —murmuro para mí mismo, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué no tiene sentido?
Levanto la vista y la veo acercarse, mirándome desconfiada.
—Nada que debas preocuparte, White —respondo con desdén, volviendo a centrarme en el maletín.
—Siempre tienes esa respuesta preparada, ¿verdad? "No te preocupes, White". ¿Qué pasa si te digo que no puedo evitar preocuparme? —su voz se quiebra ligeramente.
Esbozo una sonrisa irónica.
—Entonces, sería la primera vez que escucho que te importa algo más que demostrar que tienes razón.
Cuando levanto la mirada, Amelia está a mi lado, de modo que me pongo de pie disimuladamente.
—¿Qué llevas ahí?
—Nada que te importe —respondo, desviando la mirada hacia las escaleras al fondo del almacén.
—¿Nada que me importe? —repite con una risa incrédula.
—Eso he dicho.
—¿Sabes qué creo? Creo que estás escondiendo algo. Algo grande. Y, por alguna razón, estoy metida hasta el cuello en esto sin tener idea de qué cojones pasa.
Su mirada baja al maletín por un instante, y su intención es tan clara como el cristal.
—No hagas eso.
—¿Hacer qué? —pregunta con fingida inocencia, pero sus ojos brillan con desafío.
—Actos imprudentes.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa amable.
—¿Vas a seguír arrastrándome detrás de ti, sin responder a nada?
—Así es.
—Debe de ser agotador, ¿sabes? Llevar esa fachada de chico malo que no necesita a nadie.
Da un paso más cerca, y aunque su tono es burlón, sus ojos me atraviesan como cuchillos. La distancia entre nosotros se reduce. Demasiado para mi gusto. Su proximidad es peligrosa, porque no confío en mí mismo. No cuando ella está tan cerca, no cuando su perfume se mezcla con el aire denso del almacén.
—¿Qué es lo que realmente quieres saber?
—Todo. —Su respuesta es rápida, directa, y su mirada no se aparta de la mía.
—No siempre saber más es lo mejor. Créeme.
—Eso suena a excusa —replica, cruzando los brazos sobre el pecho—. Lo que sea que tengas ahí... —inclina la cabeza hacia el maletín—... es algo importante, ¿verdad? Lo llevas cargando desde el museo.
Estoy acostumbrado a controlar las situaciones, a mantener a los demás a raya. Pero con ella, siento que estoy constantemente en la cuerda floja.
—No sabes lo que dices... tan solo te vas a poner más en peligro.
—¿Y crees que no estoy ya en peligro? ¡Míranos! Estamos aquí, en este almacén de mierda, con gente fuera que quiere matarnos. ¿Cómo puedes seguir fingiendo que todo esto está bajo control?
—Necesitas confiar en mí —digo finalmente, consciente de lo absurdo que suena.
—¿Confiar en ti? —ríe con sarcasmo—. Estás loco si piensas que voy a confiar en alguien que ni siquiera puede responder a una pregunta sencilla.
El ruido de pasos afuera rompe el momento, seguido de un destello que se cuela por las ventanas.
—Van a entrar. —Me acerco a ella, bajando la voz—. Tenemos que movernos.
—Aún no he terminado contigo.
—Pues tendrás que hacerlo mientras corremos. —La tomo de la muñeca y la arrastro hacia las escaleras.
—¿Qué? ¡Estoy harta de ti, lo sabes, cierto? —espeta, su voz subiendo justo lo suficiente como para que me preocupe que los hombres afuera puedan escucharla.
—Pues acostumbrarte. Además... no se te ve muy harta —replico, agilizando el paso, antes de que pueda protestar. La chispa del contacto me golpea, como si hubiera tocado un cable expuesto. No es el momento para distracciones, pero con ella, no tengo elección.
El pasillo oscuro huele a humedad, pero nos aleja del punto de entrada, así que lo tomo como una victoria temporal. La oigo detrás de mí, respirando rápido, pero no protesta mientras la guío.
—¿Siempre haces esto?
—¿Qué? ¿Tener que aguantar a mujeres testarudas que no saben que en Nochebuena no hay que trabajar?
—No. Coquetear mientras casi nos matan.
Esa respuesta me arranca una sonrisa que no puedo disimular.
—¿Coquetear? —le pregunto con una ceja en alza—. No me ando con rodeos, ¿sabes? Si lo hubiese querido, ya serías mía.
—¿Cómo?
Le guiño un ojo.
El intento de flirteo y pose arrogante no dura mucho, ya que el sonido de cristales rompiéndose detrás nos interrumpe. Mierda. Están dentro. Entonces, tiro de su mano detrás de mí, ya que me conozco el almacén al dedillo. El pasillo termina en dos puertas. Una conduce al callejón trasero, donde probablemente ya habría un coche esperándonos con hombres armados. La otra lleva a las escaleras que ascienden al piso de arriba. No es ideal, pero es mejor que la primera opción.
—Ahora escúchame —digo mientras me giro hacia ella, hablando en voz baja—. Vamos a subir. Necesito que sigas exactamente lo que diga. ¿Puedes hacerlo?
Sus ojos se entrecierran, y por un momento pienso que va a mantenerse callada, pero me equivoco.
—¿Y qué hacemos cuando estemos arriba? ¿Volar desde la azotea como Batman? —pregunta.
Es increíble esta mujer.
—Prefiero Spiderman.
Ella sonríe, aunque procura ocultarlo.
Subimos deprisa por unas escaleras estrechas y llegamos a la primera planta que, en realidad, es un laberinto de cajas y maquinaria vieja. Encuentro una ventana lo suficientemente grande como para que podamos salir. El callejón está despejado por ahora, pero no por mucho tiempo.
—Primero tú, ¡rápido! —exclamo, indicándole la ventana.
—Espera, ¿y tú?
—Te cubro. Ahora muévete.
Ella duda un segundo antes de subir, su silueta desapareciendo en la noche. Cuando está a salvo, me giro hacia la puerta. Oigo pasos. Vienen. Tomo mi arma y disparo un par de veces hacia la entrada, lo suficiente como para retrasarlos, y luego me lanzo tras ella.
Una vez mis manos y rodillas golpean el suelo, me pongo de pie velozmente y la tomo de la mano. Corro con su mano aferrada a la mía, mientras esquivamos unos charcos. Mi corazón late con tanta fuerza que las balas que zumban detrás de nosotros parecen marcar el ritmo de mi pulso. Es casi poético, si no fuera porque ambos estamos a unas cuantas balas de morir.
—¿Siempre es así tu vida? —me grita entre jadeos.
—Esto es un día tranquilo.
—¡Pues deberías considerar cambiar de trabajo! —replica, y justo en ese instante, la escucho jadear cuando tropieza con una piedra.
Dejo de correr, agarrándola de la cintura antes de que caiga. Sus ojos están abiertos de par en par, brillando con una mezcla de terror. Es como si se pusiera nerviosa, y por alguna razón, eso me hace sonreír.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. —Su tono es defensivo, aunque su respiración agitada la delata.
—¡Más rápido! —gruño, tirando de ella otra vez mientras recuperamos el ritmo. Al menos estamos fuera del punto E.
—No sé por qué esto me resulta familiar, ¿un déjà vu? —responde con sarcasmo, pero no puedo darme el lujo de responder.
Miro a mi alrededor, concentrado. Estamos en un jodido descampado, sin ni un puto árbol cerca o un edificio.
—¿Crees que ya se han ido?
—No te hagas ilusiones.
—Genial, porque pensar es justo lo que necesito después de correr por mi vida con un tipo que ni siquiera sé si es el héroe o el villano —masculla.
Me giro hacia ella, frunciendo el ceño.
—¿Y cuál prefieres que sea?
Mi expresión se endurece mientras calculo qué cojones haremos en el próximo minuto.
—¿Cuál eres tú realmente?
Doy un paso hacia ella, cerrando el espacio entre nosotros. Puedo ver cómo su mandíbula se tensa, pero no retrocede. No sé si eso la hace valiente o imprudente. Tal vez ambas.
—Depende de ti —añado—. ¿Prefieres al hombre que te salva... o al que podría destruirte?
Su respiración se acelera, aunque intenta ocultarlo. La veo tambalearse, pero no físicamente. Es algo más profundo, algo interno, y eso hace quedarme ahí, inmóvil, esperando su respuesta.
—Te tomas este juego demasiado en serio y...
—¡No es un juego! —le grito, furioso—. No para ellos. Y... definitivamente, no para mí.
Mis palabras caen pesadas en el aire, y por primera vez, dejo que vea algo más que arrogancia en mis ojos. Y entonces...
—¡Arghhhhhhh! —gruño de dolor cuando siento el ardor de algo que atraviesa mi hombro.
Agrando los ojos y me detengo en seco, sabiendo que esto no debería estar pasando.
¡Maldita sea! No. No debería estar pasando en absoluto.
—¿Qué...? —Sus labios quedan entreabiertos, al notar mi mano manchada de sangre.
Miro alrededor, intentando distinguir algo en la penumbra, pero no hay nada. Nada donde podamos cobijarnos. Aprieto los dientes cuando oigo voces cada vez más cerca.
—No... respires —digo con un hilo de voz.
A continuación, aprieto los dientes y la empujo ferozmente. Salto detrás de ella y ambos caemos al vacío, finalmente quedando sumergidos en el agua helada de un lago que he detectado a unos pasos. Sé que no hay otra opción. O esto... o morir. Y tan solo espero que Amelia White sepa nadar.
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