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5. NO ME PROVOQUES, DE LO CONTRARIO...


🎄✨CHRISTOPHER🎄✨

La pistola pesa más de lo que debería en mi mano. Brilla bajo la luz tenue de la sala, y, por un instante, la miro como si fuera un objeto ajeno. No sé si respiro, si mis piernas siguen firmes o si estoy atrapado en algún sueño lúgubre del que no puedo escapar.

Ella jadea. Ese susurro de miedo me perfora más que cualquier bala podría hacerlo. La veo temblar. Sus manos se alzan, pero es como si el tiempo se congelara entre nosotros. Quiero gritarle que se mueva, que corra, pero estoy tan paralizado como ella. Maldita sea. ¿Por qué tiene que ser así?

Y entonces, el ruido.

No soy yo quien dispara. No todavía. El sonido viene de la entrada, un estruendo que rompe el silencio y sacude mi cerebro como un disparo en seco al sentido común. Giro justo a tiempo para verlos entrar. Hombres. Tres, no, cuatro de ellos. Todos armados. No hay tiempo para pensar, solo para actuar.

—¡Al suelo! —grito y, con una mano, la empujo. Siento cómo se desploma detrás de mí, pero no puedo preocuparme ahora por ella. Mis ojos están fijos en los intrusos.

La pistola vuelve a alzarse. Esta vez, es mía. Disparo. El primero cae antes de saber qué lo golpeó. El segundo intenta levantar su arma, pero mi dedo ya está en el gatillo. El tercero me da más pelea, pero un disparo al pecho lo derriba. Todo ocurre en segundos, pero cada segundo es una eternidad.

El eco de los disparos desaparece, y el silencio vuelve, más ensordecedor que cualquier ruido. Mi corazón late como un tambor desbocado. Todo lo que oigo es mi propia respiración entrecortada. Mierda. Giro la cabeza deprisa y la veo, acurrucada al lado de un mueble, paralizada, sus ojos llenos de terror. Me acerco a ella.

—¿Estás bien? —pregunto, aunque sé que no lo está. Nadie lo estaría después de esto.

Asiente, pero su mirada está vacía. No puedo detenerme ahora. Mi vista recorre la sala, buscando la siguiente amenaza. Y entonces lo veo. Reus. Está sobre la mesa, un charco de sangre creciendo bajo él. El otro escudo está en el suelo, inmóvil.

—¡Mierda! —grito mientras golpeo la mesa con la pistola. La rabia se acumula, mezclándose con la desesperación. Había un plan. Todo estaba controlado. ¿Cómo pudo salir tan mal?

Recojo el maletín con movimientos rápidos, mirando la puerta fijamente.

—¡Levántate! —le grito, esta vez con más fuerza. No hay tiempo para preguntas.

Pero ella no se mueve.

Me detengo un segundo. Solo un segundo. Su rostro sigue congelado en esa expresión de incredulidad.

—¿Qué diablos está pasando? —murmura.

No hay respuesta que pueda darle. No aquí. No ahora. Acto seguido, la agarro del brazo y la ayudo a levantarse.

El olor a pólvora y metal oxidado no solo se aferra al aire, sino que parece impregnarse en mi piel, como si quisiera quedarse para siempre. Mis dedos se aferran a la pistola con tanta fuerza que duelen, pero no la suelto. No puedo. Los cuerpos de los hombres que acabo de derribar están esparcidos por el suelo como muñecos rotos.

—Lo que acaba de pasar es... ¡oh, mierdaaaaaa! —intento decir algo más, pero mi voz no parece mía, suena quebrada, áspera.

Ella no responde. Su expresión está petrificada, sus ojos brillan con una mezcla de furia y miedo. Pero detrás de todo eso, veo algo más: una pregunta que no me atrevo a responder. Sé que me preguntará quién soy y cuál es mi misión.

—Salgamos de aquí. —La agarro del brazo y la pongo de pie.

Ella da un paso hacia mí, desafiándome con su presencia. Sus brazos están tensos a los costados, y su mandíbula se aprieta como si intentara contener algo que amenaza con estallar.

—¿Quiénes son? —dice temblorosa—. ¿Qué ha sido eso?

—¡Camina, joder!

—¿Eso es todo lo que vas a decir? —pregunta al fin, y cada palabra corta como una espada—. ¿Después de todo esto, solamente me ordenas que camine?

El peso de su reproche me aplasta. No hay tiempo para explicaciones. Miro el reloj en la pared; los refuerzos llegarán pronto, y no estarán interesados en negociaciones. No me creerán, ¡no creerán ni una puta mierda de esto que acaba de suceder!

—Sí —gruño, tratando de recuperar la compostura. —He dicho que camines. Ahora.

—¡Pues haz que lo entienda! —Su voz se eleva y reverbera en las paredes del edificio vacío.

—No es tan fácil...

Amelia da otro paso, esta vez más decidido. Su pecho sube y baja con cada respiración agitada. Sus ojos brillan con lágrimas contenidas, pero no hay debilidad en ellos.

—¿No es fácil? —replica, temblando de indignación. —¡Nada de esto lo es! ¡Nada! ¡No es normal que termine en medio de un tiroteo contigo! ¡Me acabas de apuntar con una maldita pistola!

Sus palabras me golpean como un puñetazo. Bajo la mirada porque sé que tiene razón. Acabo de apuntar hacia ella. He estado a un maldito segundo de apretar el gatillo y finalizar mi misión, como siempre hago.

—No estaba apuntándote a ti —miento.

—¿Eso debería tranquilizarme? —Su risa es hueca.

Intento acercarme, pero esta retrocede instintivamente. Algo dentro de mí se rompe al ver cómo me teme.

—No puedo explicártelo ahora —digo, suplicante. —Ahora... tan solo debes confiar en mí más que nunca.

Ella se queda en silencio por un momento, evaluándome con una intensidad que me incomoda.

—¡¿Confiar en ti?! ¿Cómo demonios esperas que confíe en ti después de todo esto? ¡No te conozco!

Antes de que pueda responder, un ruido detrás de nosotros me pone en alerta. Giro rápidamente, levantando mi arma.

—¡Alfa! —Reconozco a un tercer escudo, es Willy y su voz resuena desde el pasillo—. ¿Qué ha pasado aquí?

—Eso mismo me gustaría saber... —balbucea ella, y no puedo evitar taladrarla con una mirada furiosa.

—¡No preguntes, joder! —le grito a Willy.

—¡Vale, vale! —me responde este en completo pánico—. Solo que... tenemos compañía.

—¿Cuántos?

—Demasiados. —Su respiración es irregular, y las gotas de sudor brillan en su frente. —No tenemos tiempo.

—¡Cúbrenos! —le grito a Willi detrás.

Puedo escuchar los pasos y las voces de nuestros perseguidores acercándose. Veo que Amelia se detiene de golpe, tirando de mi brazo con fuerza.

—¡No pienso moverme hasta que me digas qué está pasando! —Su voz está al borde de la desesperación, pero su mirada es firme, inquebrantable.

Cierro los ojos por un segundo, intentando buscar una respuesta que pueda calmarla. Pero no hay tiempo. El sonido de un disparo cercano corta el aire, y mi instinto me lleva a colocarme entre ella y el peligro.

—¡Maldita sea! —gruño y la cargo en mi hombro, empujándola en un almacén que hay al lado.


✨AMELIA

—¡Bájame!

Agito las piernas e intento deshacerme de sus persuasiva mano en mis muslos. Finalmente siento el suelo bajo mis pies. Enseguida miro alrededor con el corazón a mil. El almacén huele a moho y madera podrida. Mi corazón sigue latiendo y mis pensamientos están tan enredados como unas gruesas cadenas que cuelgan del techo.

—¿Qué sitio es... este? —susurro—. Parece uno de tortura.

Él está a unos pasos de mí, revisando el lugar como si fuera el dueño del edificio. Su andar es lento, deliberado, y, de vez en cuando, pega el oído a la puerta.

—Te estoy hablando. —Le agarro el hombro—. ¿Os dedicáis también a la tortura, o qué?

—¿Te parece que te estoy torturando?

Lo miro escéptica, sin dejar de mirar las cadenas pesadas que cuelgan en un lado. Doy un paso hacia atrás, analizándolo incrédula.

—Entonces, ¿cuál es el plan, James Bond? —pregunto con sarcasmo mientras me apoyo contra una columna y me cruzo de brazos.

—¿El plan?

—¡Sí, el plan, joder! —ladro nerviosa—. ¿O se supone que debo quedarme aquí y esperar a que tus amigos de la mafia nos encuentren?

Él se gira, lanzándome una mirada endemoniada, pero a la vez, esa sonrisa torcida surge en su rostro.

—Primero, no soy Bond. Él tiene licencia para matar y yo no necesito permiso.

Mis ojos se entrecierran.

—Encantador —digo—. ¿Y segundo?

—Segundo.... —dice mientras se acerca a mí con pasos lentos, lcomo un felino—, no tengo amigos en la mafia. Lo que tengo son enemigos. Muchos, White. Y tú acabas de añadirte a mi lista de... asuntos pendientes.

—¡Oh, claro! Perdón por arruinar tu noche perfecta llena de disparos —respondo, alzando las manos en un gesto teatral.

Él suelta una risa contenida, que envía un escalofrío por mi columna.

—Sabes, tienes un talento especial para sacarme de quicio. Apuesto a que de niña eras de esas que metían los dedos en los enchufes solo para ver qué pasaba.

—Y apuesto a que tú eras el tipo de niño que robaba la pelota de otro solo porque podías.

—Eso suena más a algo que haría ahora —me responde, encogiéndose de hombros, como si fuera el comentario más casual del mundo.

—¿Por qué estoy aquí contigo, exactamente? —pregunto después de un momento de silencio, instante en el que siento mi aliento cada vez más acelerado. Sigo sin saber por qué diablos estoy aquí.

El hombre examina aquel intrigante maletín que sujeta desde el principio de la noche y lo deposita en el suelo con movimientos lentos.

—Porque tienes muy mala suerte. ¿Con eso te basta?

—¿Qué? —prosigo, poco convencida de su respuesta evasiva—. ¡No, esto no puede quedar así! ¡Necesito una explicación!

—Te lo explicaría si no tuvieramos a cuatro o cinco cabrones queriendo agujerearnos los sesos, ¿sabes?

—Oh, gracias por la aclaración, agente —respondo con una sonrisa burlona, sintiendo cómo la furia recorre mis venas—. ¡Y gracias por mentirme, haciéndome creer que eras un simple guarda de seguridad del museo!

Él da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. De repente, el espacio que me separa de él se siente peligrosamente pequeño y eso hace que mi respiración se detenga.

—Tu ironía me jode. Me jode mucho —espeta con voz enronquecida, tensando el cuello.

Involuntariamente, mi mirada recorre los tatuajes de su cuello.

—¿Qué hay en ese maletín?

Mis rodillas tiemblan. Pero él no me aclara nada, tan solo sigue con su discurso incoherente.

—¿Y sabes qué más me jode de ti, White? —murmura tan cerca de mí, que el vello de mi nuca se eriza.

—¿Mi innegable encanto?

—No. Es que no te asustas lo suficiente. Esto... —señala con un movimiento de la mano que abarcaba tanto el almacén como la situación en la que estamos—, esto debería aterrorizarte. Y, sin embargo, aquí estás, con ese tono sarcástico, retándome como si fuera un maldito juego.

Mi corazón late con fuerza, pero no voy a dejar que él lo sepa. Al igual que no voy a dejarle que sepa que cada gesto suyo me desconcierta y que esos ojos me están obsesionando hasta tal punto que casi cualquier explicación suya me serviría para convencerme.

—¿Y qué harías si me asustara? —suelto un bufido, sumamente nerviosa—. ¿Cargarme como una princesa desmayada? No parece tu estilo.

Entonces, él inclina la cabeza, sonriendo nerviosamente.

—No, probablemente no. —Da un paso más—. Pero tal vez no haría... esto.

Antes de que pueda preguntar qué significaba "esto," su mano se apoya en la columna detrás de mí, atrapándome entre su cuerpo y la fría superficie metálica. Mi respiración se atasca en mi garganta cuando su rostro se inclina hacia el mío, y por un momento pienso que va a besarme. Noto su mirada examinando mis labios y su duro pecho pegado al mío. Su cuerpo me aplasta contra la pared con tanta fuerza, que incluso siento los latidos veloces de su corazón contra mí.

¡Oh, Dios! Es eso, es como si deseara besarme más que cualquier cosa en este mundo. Como si se estuviera aguantando las ganas de devorarme la boca y... y... hacerme algo más, en este mismo sitio. Con los disparos de fondo, y esos hombres persiguiéndonos.

Pero no lo hace. En su lugar, se inclina aún más cerca, sus labios rozando mi oído. Cierro los ojos y gimo sutilmente, dominada por un deseo incomprensible, surgido de la nada.

—Porque cuanto más hables —susurra— más me dan ganas de callarte a mi manera, White. No me retes. No me subestimes. —Su aliento en mi cuello hace que cierre los ojos—. No me provoques, de lo contrario...

—¿Qué?

—¿Tú qué crees?

Abro los ojos. Mi cerebro tarda un segundo en procesar lo que acababa de decir, y para cuando lo hace, él ya se ha apartado, volviendo a revisar el almacén como si nada estuviera ocurriendo.

—¿Sabes qué? Eres imposible —digo, tratando de ocultar cómo mis piernas se parecen a un flan.

—Y tú hablas demasiado. Estamos empatados.

¡Mierda!

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